Bendiciones compensatorias

Bendiciones compensatorias
Por el obispo Gérald Caussé
Conferencia General Abril 2025

Resumen: El obispo Gérald Caussé en este discurso habla sobre las bendiciones compensatorias que el Señor ofrece a aquellos que enfrentan dificultades y limitaciones en su vida. A través de experiencias personales y enseñanzas del Evangelio, el obispo explica que, aunque muchas circunstancias están fuera de nuestro control, el Señor siempre está dispuesto a compensar nuestras limitaciones y ayudarnos a recibir las bendiciones prometidas. Él destaca que el Señor no nos hará responsables de lo que está más allá de nuestro control y que nuestras ofrendas sinceras y esfuerzos son aceptados por Él, incluso si no podemos cumplir completamente con nuestras aspiraciones debido a circunstancias adversas. El obispo también enfatiza que el servicio amoroso a los demás y la obra vicaria por nuestros antepasados son maneras poderosas de participar en las bendiciones compensatorias del Señor.

Este discurso nos recuerda que el Señor es justo y misericordioso y que, aunque enfrentemos desafíos en la vida que están fuera de nuestro control, Él siempre ve y valora nuestros esfuerzos sinceros. El sacrificio de Jesucristo y Su Expiación permiten que se nos compense por nuestras limitaciones. No necesitamos alcanzar la perfección por nuestra cuenta; lo que importa es nuestra disposición a seguir a Cristo y a hacer lo mejor que podamos, a pesar de las dificultades. Las bendiciones de salvación y exaltación están al alcance de todos, y el Señor promete compensar nuestras fallas con Su gracia. Este mensaje es una gran fuente de consuelo y esperanza, recordándonos que nunca estamos lejos del alcance del amor y la gracia de Dios.

Palabras clave: Bendiciones, Limitaciones, Gracia de Jesucristo, Servicio, Expiación


Bendiciones compensatorias

Por el obispo Gérald Caussé
Obispo presidente

Aunque muchas circunstancias de la vida estén más allá de nuestro control, ninguno de nosotros está más allá del alcance de las infinitas bendiciones del Señor.


Al servir en el Obispado Presidente, he tenido el privilegio de conocer a Santos de los Últimos Días de todo el mundo en una variedad de lugares y culturas. Su fe y devoción perdurables al Señor Jesucristo me han inspirado continuamente. Sin embargo, también me han conmovido las diversas y, a menudo, difíciles circunstancias que muchos de ustedes enfrentan: desafíos tales como enfermedades, discapacidades, recursos limitados, menos oportunidades para casarse o estudiar, abuso por parte de otras personas y otras limitaciones o restricciones. A veces, podría parecer que esas pruebas obstaculizan su progreso y ponen a prueba sus esfuerzos genuinos por vivir el Evangelio plenamente, lo que hace que sea más difícil servir, adorar y cumplir con deberes sagrados.

Mis queridos amigos, si alguna vez se sienten limitados o en desventaja por las circunstancias de su vida, quiero que sepan esto: el Señor los ama de forma personal. Él conoce sus circunstancias y la puerta a Sus bendiciones permanece abierta de par en par para ustedes, sin importar los desafíos que afronten.

He aprendido esta verdad por medio de una experiencia personal que, aunque aparentemente insignificante, dejó una impresión duradera en mí. Cuando tenía veintidós años, mientras prestaba servicio en la Fuerza Aérea Francesa en París, me emocioné al enterarme de que el élder Neal A. Maxwell, un apóstol del Señor, hablaría en una conferencia en los Campos Elíseos. Sin embargo, justo antes del evento, recibí órdenes de llevar a un oficial superior al aeropuerto a la misma hora en que se iba a llevar a cabo la conferencia.

Me sentí decepcionado. Sin embargo, decidido a asistir, dejé al oficial y me apresuré para llegar a la conferencia. Después de encontrar un lugar para estacionar, corrí por los Campos Elíseos hasta el lugar de la reunión y llegué sin aliento cuando solo faltaban cinco minutos para que terminara la reunión. Justo cuando entré, escuché al élder Maxwell decir: “Ahora les daré una bendición apostólica”. En ese instante, tuve una hermosa e inolvidable experiencia espiritual. El Espíritu me dominó y las palabras de la bendición parecieron penetrar cada fibra de mi alma, como si fueran solo para mí.

Lo que experimenté ese día fue una pequeña pero poderosa manifestación de un aspecto consolador del plan de Dios para Sus hijos: Cuando circunstancias más allá de nuestro control nos impidan cumplir los deseos justos de nuestro corazón, el Señor nos compensará de formas que nos permitan recibir Sus bendiciones prometidas.

Esta reconfortante verdad se basa en tres principios clave que se encuentran en el Evangelio restaurado de Jesucristo:

  1. Dios ama a cada uno de nosotros de una manera perfecta. “Él [nos] invita a todos a que venga[mos] a él y participe[mos] de su bondad”. Su plan de redención garantiza que a todos, sin excepción, se les concederá una oportunidad justa de recibir un día las bendiciones de salvación y exaltación.
  2. Debido a que Dios es tanto justo como misericordioso, y Su plan es perfecto, Él no nos hará responsables de cosas que estén más allá de nuestro control. El élder Neal A. Maxwell explicó que “Dios, en Su misericordia, no solamente considera nuestros deseos y nuestras acciones, sino también el grado de las dificultades que las circunstancias nos imponen”.
  3. Por medio de Jesucristo y Su Expiación, podemos hallar la fortaleza para perseverar y, en última instancia, superar todos los desafíos de la vida. Como Alma enseñó, el Salvador tomó sobre Sí no solo los pecados de los arrepentidos, sino también “los dolores y las enfermedades de su pueblo” y “las debilidades de ellos”. Así, más allá de redimirnos de nuestros errores, la misericordia y la gracia del Señor nos sostienen a través de las injusticias, deficiencias y limitaciones impuestas por nuestra experiencia terrenal.

El recibir esas bendiciones compensatorias conlleva ciertas condiciones. El Señor nos pide que hagamos “cuanto podamos” y que le “ofrezc[amos] [n]uestras almas enteras como ofrenda”. Eso requiere un deseo profundo, un corazón sincero y fiel, y nuestra máxima diligencia para guardar Sus mandamientos y alinear nuestra voluntad con la de Él.

Cuando nuestros esfuerzos más sinceros no alcanzan para satisfacer nuestras aspiraciones debido a circunstancias que están más allá de nuestro control, el Señor aún acepta los deseos de nuestro corazón como una ofrenda digna. El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Seremos bendecidos por los deseos justos de nuestro corazón, aunque alguna circunstancia externa nos haya imposibilitado llevar esos deseos a la acción”.

Mientras el profeta José Smith se preocupaba por su hermano Alvin, quien había muerto sin recibir las ordenanzas esenciales del Evangelio, recibió esta revelación consoladora: “Todos los que de aquí en adelante mueran sin el conocimiento [del Evangelio], quienes lo habrían recibido de todo corazón, serán herederos [del reino celestial de Dios]”. Entonces, el Señor añadió: “Pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones”.

Lo que le importa al Señor no es simplemente si somos capaces, a Él le importa que estemos dispuestos a hacer todo lo que podamos para seguirlo como nuestro Salvador.

En una ocasión, un amigo consoló a un joven misionero que estaba afligido por su relevo anticipado debido a razones de salud, a pesar de sus oraciones sinceras y su ferviente deseo de servir. Este amigo compartió un pasaje de las Escrituras en el que el Señor declara que cuando Sus hijos van “con todas sus fuerzas” y “sin que cese su diligencia” en cumplir Sus mandamientos, “y sus enemigos [que pueden incluir circunstancias adversas en nuestra vida] […] les impiden la ejecución de ella, he aquí, me conviene no exigirla más a esos hijos de los hombres, sino aceptar sus ofrendas”.

Mi amigo le testificó a este joven que Dios sabía que él había dado lo mejor de sí mismo al responder al llamado a servir. Le aseguró que el Señor había aceptado su ofrenda y que las bendiciones prometidas a todos los misioneros fieles no serían retenidas.

Las bendiciones compensatorias del Señor a menudo llegan por medio de la bondad y el servicio de otras personas que nos ayudan a lograr lo que no podemos hacer por nosotros mismos. Recuerdo una ocasión en la que, viviendo lejos de una de nuestras hijas en Francia, nos sentimos impotentes por no poder ayudarla después de un parto difícil. Esa misma semana, nuestro barrio en Utah buscó ayuda para una madre que acababa de dar a luz a mellizos. Mi esposa, Valérie, se ofreció a llevarle una comida, con una oración en el corazón tanto por esta nueva madre como por nuestra hija necesitada. Poco después, nos enteramos de que las hermanas del barrio de nuestra hija en Francia se habían organizado para proporcionar comidas para su familia. Para nosotros, Dios había contestado nuestras oraciones, enviando a Sus ángeles para dar consuelo cuando nosotros no pudimos hacerlo.

Ruego que cuando enfrentemos limitaciones y desafíos, reconozcamos nuestras propias bendiciones —nuestros dones, recursos y tiempo— y los utilicemos para servir a los necesitados. Al hacerlo, no solo bendeciremos a los demás, sino que invitaremos a la sanación y la compensación en nuestra propia vida.

Una de las maneras más poderosas en que podemos contribuir a las bendiciones compensatorias de Dios es mediante la obra vicaria que hacemos por nuestros antepasados en la Casa del Señor. Al efectuar ordenanzas a favor de ellos, participamos activamente en la gran obra de salvación del Señor, utilizando nuestros dones y habilidades para proporcionar bendiciones a quienes no tuvieron la oportunidad de recibirlas durante su vida terrenal.

El servicio amoroso que ofrecemos en los santos templos nos recuerda que la gracia del Salvador se extiende más allá de esta vida. En la vida venidera tal vez se nos den nuevas oportunidades para lograr lo que no pudimos hacer en esta vida terrenal. Dirigiéndose a las hermanas que aún no habían encontrado un compañero eterno, el presidente Snow dijo con amor: “Ningún Santo de los Últimos Días que muera, después de haber llevado una vida fiel, perderá bendición alguna por no haber hecho ciertas cosas si no se le presentaron las oportunidades de hacerlas. […] Tendrá todas las bendiciones, la exaltación y la gloria que tendrá cualquier hombre o mujer que tenga esa oportunidad y la aproveche”.

Este mensaje de esperanza y consuelo es para todos nosotros, hijos de Dios. Ninguno de nosotros puede escapar de los desafíos y de las limitaciones de la vida terrenal. Después de todo, todos nacemos con una incapacidad inherente para salvarnos a nosotros mismos. Sin embargo, tenemos un Salvador amoroso y “sabemos que es por [Su] gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”.

Testifico que, aunque muchas circunstancias de la vida puedan estar más allá de nuestro control, ninguno de nosotros está más allá del alcance de las infinitas bendiciones del Señor. Mediante Su sacrificio expiatorio, el Salvador compensará toda incapacidad e injusticia si le ofrecemos toda nuestra alma. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario