El plan de la misericordia

El plan de la misericordia
Por el élder James R. Rasband
Conferencia General Abril 2025

Resumen: En su discurso el élder James R. Rasband reflexiona sobre la misericordia divina presente en el Plan de Salvación y cómo esta misericordia nos ayuda en nuestra vida terrenal. Al compartir un testimonio personal, habla sobre el impacto de la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, donde el profeta José Smith pidió que los corazones de los pueblos se ablandaran y aceptaran el mensaje del evangelio. El élder Rasband destaca cómo el tiempo en el templo puede ablandar nuestros propios corazones y darnos poder espiritual. Además, resalta que la misericordia de Dios no solo se manifiesta en el perdón de nuestros pecados, sino también en el consuelo, la restauración y la oportunidad de sanar y mejorar nuestras vidas a través de Jesucristo. El élder también habla de cómo meditar en la misericordia de Dios y en el sacrificio de Jesucristo abre la puerta para recibir el testimonio del Espíritu Santo, especialmente a través de la lectura del Libro de Mormón.

Este discurso nos invita a reflexionar sobre el profundo poder de la misericordia de Dios, que no solo perdona, sino que sana y fortalece. La misericordia divina es la base del Plan de Salvación y nos ofrece esperanza y consuelo en nuestras debilidades y desafíos. El élder Rasband nos recuerda que, al buscar la misericordia de Dios, ya sea en el templo o a través de la oración sincera, podemos experimentar la paz del Espíritu Santo y recibir la revelación que necesitamos para avanzar en nuestra vida espiritual. La misericordia de Dios nos invita a acercarnos más a Él, a perdonar a los demás y a nosotros mismos, y a vivir de acuerdo con Su plan de felicidad. Al meditar en la vida y sacrificio de Jesucristo, podemos sentir un testimonio profundo y personal de Su amor y de la verdad del Libro de Mormón.

Palabras clave: Misericordia, Templo, Expiación, Plan de Salvación, Libro de Mormón


El plan de la misericordia

Por el élder James R. Rasband
De los Setenta

El Señor es misericordioso y el Plan de Salvación de nuestro Padre Celestial es verdaderamente un plan de misericordia.


La invitación de un profeta

El pasado abril, poco después de las gozosas noticias de que la Iglesia había adquirido el Templo de Kirtland, el presidente Russell M. Nelson nos invitó a estudiar la oración dedicatoria de este templo, que se encuentra en la sección 109 de Doctrina y Convenios. La oración dedicatoria, dijo el presidente Nelson, “constituye una instrucción de cómo el templo nos da poder a ustedes y a mí para hacer frente a los desafíos de la vida en estos últimos días”.

Estoy seguro de que su estudio de la sección 109 ha dado paso a impresiones que los han bendecido. Esta noche compartiré un par de cosas que aprendí al seguir la invitación de nuestro profeta. La senda de paz a la que me dirigió mi estudio me recordó que el Señor es misericordioso y que el Plan de Salvación de nuestro Padre Celestial es verdaderamente un plan de misericordia.

Misioneros recién llamados que sirven en el templo

Como tal vez ya sepan, “se alienta a los misioneros recién llamados a recibir la investidura del templo lo antes posible y a asistir al templo tan a menudo como las circunstancias lo permitan”. Una vez investidos, ellos también “podrán servir como obreros […] del templo antes de comenzar el servicio misional”.

El tiempo en el templo antes de ingresar al centro de capacitación misional (CCM) puede ser una bendición maravillosa para los nuevos misioneros, pues aprenden más acerca de los convenios del templo antes de compartir las bendiciones de esos convenios con el mundo.

Pero al estudiar la sección 109 aprendí que, en el templo, Dios da poder a los misioneros —de hecho, a todos nosotros— de una manera adicional y sagrada. En la oración dedicatoria, dada por revelación, el Profeta José Smith suplicó que “cuando tus siervos salgan de tu casa […] para dar testimonio de tu nombre”, los “corazones” de “todo pueblo […] se ablanden”, tanto los “grandes de la tierra” como “los pobres, los necesitados y los afligidos”. Suplicó que “sus prejuicios cedan ante la verdad, y tu pueblo halle gracia ante los ojos de todos; para que todos los cabos de la tierra sepan que nosotros, tus siervos, hemos oído tu voz, y que tú nos has enviado”.

Esta es una hermosa promesa para todo misionero recién llamado: que los prejuicios “cedan ante la verdad”, que “halle gracia ante los ojos de todos” y que el mundo sepa que es enviado del Señor. Cada uno de nosotros necesita, sin duda, esas mismas bendiciones. Qué bendición sería que se ablandasen los corazones al interactuar con nuestros vecinos y compañeros de trabajo. La oración dedicatoria no explica exactamente cómo el tiempo que pasamos en el templo ablandará los corazones de otras personas, pero estoy convencido de que está relacionado con cómo el tiempo que dedicamos a estar en la Casa del Señor ablanda nuestro propio corazón al centrarnos en Jesucristo y Su misericordia.

El Señor responde a la súplica de misericordia de José Smith

Al estudiar la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, también me sorprendió que José una y otra vez suplicó misericordia para los miembros de la Iglesia, los enemigos de la Iglesia, los líderes del país, las naciones de la tierra; y, de manera muy personal, suplicó al Señor que se acordara de él y tuviera misericordia de su amada Emma y sus hijos

Cómo se habrá sentido José cuando una semana más tarde, el día de la Pascua de Resurrección, el 3 de abril de 1836, el Salvador se le apareció a él y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland y, como consta en la sección 110 de Doctrina y Convenios, dijo: “He aceptado esta casa, y mi nombre estará aquí; y me manifestaré a mi pueblo en misericordia en esta casa”. Esta promesa de misericordia debe haber de tenido un significado especial para José. Y como enseñó el presidente Nelson en abril del año pasado, esta promesa también “se aplica a cada templo dedicado de la actualidad”.

Hallar misericordia en la Casa del Señor

Hay muchas maneras en las que cada uno de nosotros puede hallar misericordia en la Casa del Señor. Esto ha sido así desde que Él mandó por primera vez a Israel construir un tabernáculo y poner en su centro el “propiciatorio”. En el templo hallamos misericordia en los convenios que hacemos. Estos, sumados al convenio bautismal, nos vinculan al Padre y al Hijo y nos dan acceso adicional a lo que el presidente Nelson nos ha enseñado que es “un tipo especial de amor y misericordia [… que] se llama hesed” en hebreo.

Hallamos misericordia en la oportunidad de ser sellados a nuestra familia por la eternidad. En el templo también llegamos a entender con mayor claridad que la Creación, la Caída, el sacrificio expiatorio del Salvador y nuestra capacidad de entrar de nuevo en la presencia de nuestro Padre Celestial —en verdad, cada parte del Plan de Salvación— son manifestaciones de misericordia. Podría decirse que el Plan de Salvación es un plan de felicidad precisamente porque es el “plan de misericordia”.

Buscar el perdón abre la puerta al Espíritu Santo

Estoy agradecido por la hermosa promesa de la sección 110, que dice que el Señor se manifestará en misericordia en Sus templos. También estoy agradecido por lo que revela acerca de cómo Él se manifiesta en misericordia siempre que nosotros, como José, suplicamos misericordia.

La petición de misericordia de José Smith que se encuentra en la sección 109 no fue la primera ocasión en que sus súplicas de misericordia tuvieron como resultado revelaciones. En la Arboleda Sagrada, el joven José oró no solo para saber qué iglesia era la verdadera, sino que también dijo que “clam[ó] al Señor pidiendo misericordia, porque no existía nadie más a quien dirigir[se] para obtenerla”. De algún modo, el hecho de reconocer que necesitaba una misericordia que solo podía proporcionarle el Señor sirvió para abrir las ventanas del cielo. Tres años más tarde, el ángel Moroni se le apareció después de lo que José dijo que fue su [oración] “pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias”.

Este modelo de recibir revelación a consecuencia de una petición de misericordia es algo habitual en las Escrituras. Enós escuchó la voz del Señor solo después de orar pidiendo perdón. La conversión del padre del rey Lamoni comenzó con esta oración: “Abandonaré todos mis pecados para conocerte”. Tal vez no seamos bendecidos con experiencias tan espectaculares, pero para aquellos que a veces luchan para sentir respuestas a sus oraciones, buscar la misericordia del Señor es una de las maneras más poderosas de sentir el testimonio del Espíritu Santo.

Meditar en la misericordia de Dios abre la puerta a un testimonio del Libro de Mormón

En Moroni 10:3–5 se enseña de manera muy hermosa un principio similar. Muchas veces simplificamos estos versículos para enseñar que, a través de la oración sincera, podemos saber que el Libro de Mormón es verdadero. Sin embargo, esta simplificación puede dejar de lado el importante papel de la misericordia. Escuchen cómo comienza Moroni su exhortación: “Quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas […], recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones”.

Moroni nos insta no solo a leer estas cosas, los registros que estaba a punto de sellar, sino también a meditar en nuestros corazones lo que el Libro de Mormón revela acerca de “cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres”. Meditar en la misericordia de Dios es lo que nos prepara para que “pregunt[emos] a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas”.

Al meditar sobre el Libro de Mormón, podríamos preguntarnos: ¿Es realmente cierto, como enseñó Alma, que el plan de la misericordia de Dios garantiza que cada persona que haya vivido en esta tierra será resucitada y que todo será “restablecido a su propia y perfecta forma?” ¿Tiene razón Amulek en que la misericordia del Salvador satisface todas las exigencias reales y amargas de la justicia que, de otro modo, nos veríamos obligados a pagar en lugar de ceñirnos “con brazos de seguridad”?.

¿Es cierto que, como testificó Alma, Cristo sufrió no solo por nuestros pecados sino por nuestros “dolores [… y] aflicciones” de tal forma que “s[upiera] cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”?. ¿Es realmente tan misericordioso el Salvador, como enseñó el rey Benjamín, que, como una dádiva gratuita, expió “los pecados de aquellos que […] han muerto sin saber la voluntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia”?.

¿Es cierto que, como dijo Lehi, “Adán cayó para que los hombres existiesen, y existen los hombres para que tengan gozo”?. ¿Y es realmente cierto, como testificó Abinadí citando a Isaías, que Jesucristo “herido fue por nuestras transgresiones, golpeado por nuestras iniquidades; y el castigo de nuestra paz fue sobre él; y con sus llagas somos sanados”?.

En resumen, ¿es el plan del Padre, tal como se enseña en el Libro de Mormón, realmente tan misericordioso? Testifico que lo es y que las enseñanzas de misericordia rebosantes de esperanza y paz del Libro de Mormón son verdaderas.

Aun así, imagino que algunos estarán luchando, a pesar de su lectura y oraciones fieles, por cumplir la promesa de Moroni de que el Padre Celestial les “manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo”. Conozco esa lucha porque yo la tuve, hace muchos años, cuando mi primer par de lecturas del Libro de Mormón no produjeron una respuesta clara e inmediata a mis oraciones.

Si ustedes están teniendo esa lucha, me gustaría invitarlos a seguir el consejo de Moroni de meditar en las muchas maneras en que el Libro de Mormón enseña “cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres”?. Basándome en mi experiencia, espero que, cuando lo hagan, la paz del Espíritu Santo pueda adentrarse en sus corazones y sepan, crean y sientan que el Libro de Mormón y el plan de misericordia que en él se enseña son verdaderos.

Expreso mi gratitud por el gran plan de la misericordia del Padre y por la disposición del Salvador para llevarlo a efecto. Sé que Él se manifestará a Sí mismo en misericordia en Su santo templo y en toda parte de nuestra vida, si lo buscamos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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