
Participar para prepararse para el regreso de Cristo
Por el élder Steven D. Shumway
Conferencia General Abril 2025
Resumen: En este discurso, el élder Steven D. Shumway destaca cómo la participación activa en la obra de Dios, a través de llamamientos y servicio, nos prepara para el regreso de Jesucristo. El élder comparte experiencias personales y enseñanzas de líderes, como el presidente Russell M. Nelson, que revelan cómo el servicio nos acerca al Salvador. Explica que al aceptar llamamientos, aunque a veces nos sintamos incapaces, experimentamos crecimiento personal y espiritual. El servicio nos ayuda a vivir nuestros convenios, progresar hacia la medida de nuestra creación y recibir la gracia de Dios. El élder también enfatiza la importancia de invitar a otros a participar en la obra de Dios, incluso a aquellos que pueden parecer los menos probables, ya que en el servicio se experimenta una transformación que nos prepara para encontrarnos con el Salvador.
Este discurso nos invita a reflexionar sobre el poder transformador del servicio en la obra de Dios. Al aceptar y participar en llamamientos, no solo estamos ayudando a otros, sino que también nos estamos preparando espiritualmente para el regreso de Cristo. Aunque a veces el servicio puede parecer desafiante o inconveniente, al hacerlo, nos acercamos más a Él, perfeccionamos nuestro carácter y recibimos Su gracia. La invitación a servir a otros, incluso a aquellos que no parecen aptos para el servicio, es un recordatorio de que el Salvador ve potencial en todos y nos permite crecer y aprender a través de nuestras experiencias. El verdadero gozo en el servicio proviene de representar a Cristo y magnificar Su obra.
Palabras clave: Servicio, Llamamientos, Preparación, Gracia de Dios, Regreso de Cristo
Participar para prepararse
para el regreso de Cristo
Por el élder Steven D. Shumway
De los Setenta
Los llamamientos y otras formas de embarcarnos en la obra de Dios nos preparan de manera excepcional para encontrarnos con el Salvador.
Hace unos meses, yo estaba de pie en un pasillo cuando el élder Neil L. Andersen pasó por allí. Me acababan de llamar como nueva Autoridad General. Probablemente percibiendo mis sentimientos de ineptitud, él sonrió y dijo: “Bueno, parece que aquí hay un hombre que no tiene idea de lo que está haciendo”.
Y yo pensé: “Y aquí hay un profeta y vidente verdadero”.
Entonces el élder Andersen susurró: “No se preocupe, élder Shumway, las cosas mejoran … en cinco o seis años”.
¿Alguna vez se han preguntado por qué se nos pide hacer cosas en el Reino de Dios que parecen estar fuera de nuestro alcance? Con las exigencias de la vida, ¿se han preguntado por qué incluso necesitamos llamamientos en la Iglesia? Pues, yo sí.
Y recibí una respuesta en la conferencia general cuando el presidente Russell M. Nelson dijo: “Este es el momento de que ustedes y yo nos preparemos para la Segunda Venida de nuestro Señor y Salvador, Jesús el Cristo”. Cuando el presidente Nelson dijo eso, el Espíritu me enseñó que al participar en la obra de Dios, nos preparamos a nosotros mismos y a otros para el regreso de Cristo. La promesa del Señor es poderosa en cuanto a cómo los llamamientos, la ministración, la adoración en el templo, el seguir las impresiones y otras formas de embarcarnos en la obra de Dios nos preparan de manera singular para encontrarnos con el Salvador.
Dios se complace cuando participamos en Su obra
En la “majestuosidad de este momento”, en que el reino de Dios se está expandiendo y hay templos por toda la tierra, hay una creciente necesidad de almas dispuestas a participar en la obra de Dios. El servicio desinteresado es la esencia misma del discipulado a la manera de Cristo. Sin embargo, prestar servicio rara vez es conveniente. Por eso es que los admiro a ustedes, discípulos que guardan sus convenios e incluyo a nuestros queridos misioneros, quienes dejan de lado sus deseos y desafíos para servir a Dios sirviendo a Sus hijos. Dios se “deleit[a] en honrar a [ustedes que le] sirven en rectitud”. Él promete: “Grande será su galardón y eterna será su gloria”. Cuando decimos sí a servir, estamos diciendo sí a Jesucristo. Y cuando decimos sí a Cristo, estamos diciendo sí a la vida más abundante posible.
Aprendí esta lección mientras trabajaba y estudiaba Ingeniería Química en la universidad. Se me pidió que fuera el planificador de actividades en un barrio de solteros. Ese era el llamamiento al que más le temía. Sin embargo, lo acepté; y al principio resultó monótono; pero un día, en una actividad, una hermosa chica quedó cautivada por la manera en que yo servía los helados. Ella regresó tres veces con la esperanza de llamar mi atención. Nos enamoramos y, dos semanas después, ella me propuso matrimonio. Bueno, tal vez no fue tan rápido, y fui yo quien le propuso matrimonio, pero la verdad es esta: Me estremezco al pensar que podría haber perdido la oportunidad de conocer a Heidi si yo hubiera dicho no a ese llamamiento.
Nuestra participación es una preparación para el regreso de Cristo
No nos embarcamos en la obra de Dios porque Dios nos necesite, sino porque necesitamos a Dios y a Sus bendiciones poderosas. Él promete: “Porque he aquí, bendeciré con poderosa bendición a todos los que obraren en mi viña”. Permítanme compartir tres principios que enseñan cómo nuestra participación en la obra de Dios nos bendice y nos ayuda a prepararnos para encontrarnos con el Salvador.
Primero, al participar, progresamos hacia “la medida de [nuestra] creación”.
Aprendemos este modelo en el relato de la Creación. Después de cada día de trabajo, Dios reconoció el progreso hecho diciendo que “era bueno”. No dijo que la obra estuviera terminada ni que fuera perfecta, pero lo que sí dijo Él fue que había progreso, y a los ojos de Dios, ¡eso es bueno!.
Los llamamientos no determinan ni ratifican la dignidad o valor de una persona. Más bien, al trabajar con Dios en la forma en que Él nos pide, crecemos hacia la medida de nuestra propia creación.
Dios se regocija en nuestro progreso, y nosotros también deberíamos hacerlo, incluso cuando todavía tengamos trabajo que hacer. En ocasiones, puede que carezcamos de la fortaleza o de los medios para servir en un llamamiento. No obstante, podemos participar en la obra y proteger nuestros testimonios de varias maneras significativas, por ejemplo, orando y estudiando las Escrituras. Nuestro amoroso Padre Celestial no nos condena cuando estamos dispuestos a servir pero no podemos hacerlo.
Segundo, el prestar servicio eleva nuestros hogares y nuestras iglesias a lugares santos en los que podemos practicar cómo vivir los convenios.
Por ejemplo, nuestro convenio de recordar siempre a Cristo se hace de manera individual, pero ese convenio se vive al servir a los demás. Los llamamientos nos rodean de oportunidades para “sobrelleva[r] los unos las cargas de los otros, y cumpli[r] así la ley de Cristo”. Cuando servimos porque amamos a Dios y queremos vivir nuestros convenios, el servicio que parecía obligatorio y agotador se convierte en gozoso y transformador.
Las ordenanzas no nos salvan porque estemos cumpliendo con una lista de verificación celestial. Más bien, cuando vivimos los convenios relacionados con esas ordenanzas, nos convertimos en el tipo de persona que desea estar en la presencia de Dios. Esa comprensión vence nuestras dudas para servir y nuestra preferencia a no servir. Nuestra preparación para encontrarnos con Jesucristo se acelera cuando dejamos de preguntar lo que Dios nos permitirá hacer y comenzamos a preguntar lo que Dios prefiere que hagamos.
Tercero, participar en la obra de Dios nos ayuda a recibir el don de la gracia de Dios y a sentir Su mayor amor.
No recibimos compensación económica por prestar servicio. En cambio, las Escrituras enseñan que por nuestra “obra [hemos de] recibir la gracia de Dios, a fin de fortalecer[nos] en el Espíritu, teniendo el conocimiento de Dios, para enseñar con poder y autoridad de Dios”. ¡Ese es un intercambio muy bueno!
Debido a la gracia de Dios, nuestras habilidades o incapacidades no son la base principal para extender o aceptar un llamamiento. Dios no pide un desempeño perfecto ni un talento excepcional para participar en Su obra. De ser así, la reina Ester no habría salvado a su nación, Pedro no habría dirigido la Iglesia primitiva y José Smith no sería el Profeta de la Restauración.
Cuando actuamos con fe para hacer algo que está más allá de nuestras capacidades, nuestras debilidades quedan expuestas. Esto nunca es cómodo, pero es necesario que sepamos “que es por [la] gracia [de Dios] […] que tenemos poder para hacer estas cosas”.
Al participar en la obra de Dios, caeremos muchas veces. Pero al esforzarnos, Jesucristo nos toma y nos levanta gradualmente para que experimentemos la salvación del fracaso y del temor, y de sentir que nunca seremos lo suficiente. Cuando consagramos nuestro mejor esfuerzo, aunque es insuficiente, Dios lo magnifica. Cuando nos sacrificamos por Jesucristo, Él nos santifica. Ese es el poder transformador de la gracia de Dios. A medida que servimos, crecemos en gracia hasta que estamos preparados para ser “levantados por el Padre, para comparecer ante [Jesucristo]”.
Ayudar a los demás a recibir el don de los llamamientos y a regocijarse en ello
No sé todo lo que el Salvador me preguntará cuando esté frente a Él, pero tal vez una de las preguntas será: “¿A quién trajiste contigo?”. Los llamamientos son dones sagrados de un amoroso Padre Celestial para ayudarnos a llevar a otras personas con nosotros a Jesucristo. Por ello, invito a los líderes y a cada uno de nosotros a buscar más intencionalmente a quienes no tienen llamamientos. Anímenlos y ayúdenlos a participar en la obra de Dios para ayudarlos a prepararse para el regreso de Cristo.
John no estaba activo en la Iglesia cuando su obispo lo visitó y le dijo que el Señor tenía una obra para que él hiciera. Él invitó a John a dejar de fumar. Aunque John había intentado dejarlo muchas veces, esta vez sintió que un poder invisible lo ayudaba.
Apenas tres semanas después, el presidente de estaca visitó a John. Lo llamó a servir en el obispado. John estaba perplejo. Le dijo al presidente de estaca que acababa de dejar de fumar. Si esto ahora significaba que él tendría que abandonar su costumbre de ir a los partidos de fútbol profesional los domingos, bueno, eso ya era demasiado pedir. La respuesta inspirada del presidente de estaca fue sencilla: “John, no se lo estoy pidiendo yo; es el Señor quien se lo pide”.
A lo que John respondió: “Si ese es el caso, serviré”.
John me dijo que esos sacrificios para servir fueron los momentos espirituales decisivos para él y su familia.
Me pregunto si hay algo que no vemos y no llegamos a extender llamamientos a personas que, a nuestro entender terrenal, parecen ser los menos probables o indignos. O tal vez, estamos más preocupados por una cultura de desempeño que por la doctrina del progreso, y no logramos ver la forma en que el Salvador aumenta la capacidad de los menos probables y los inexpertos al brindarles oportunidades para servir.
El élder David A. Bednar enseña la importancia del mandato de las Escrituras de permitir que “aprenda todo [hombre y mujer] su deber, así como a obrar”. ¿Hacemos eso? Cuando los líderes y los padres permiten que los demás aprendan y actúen por sí mismos, ellos florecen y prosperan. Aunque resulte más fácil dar a miembros fieles un segundo llamamiento, la manera más excelente consiste en invitar a servir a los menos probables y permitirles aprender y crecer.
Si Cristo estuviera aquí en persona, Él visitaría a los enfermos, enseñaría la clase de la Escuela Dominical, se sentaría con la joven desconsolada y bendeciría a los niños. Él puede hacer Su propia obra. Pero Él vive este principio de permitirnos actuar y aprender, y por ello nos envía en Su lugar.
Con la participación en la obra de Dios viene “el derecho, el privilegio y la responsabilidad de representar al Señor [Jesucristo]”. Cuando servimos para magnificar a Cristo y no a nosotros mismos, nuestro servicio se vuelve gozoso. Cuando otras personas salen de nuestra clase, reunión, visita de ministración o actividad recordando a Cristo más de lo que nos recuerdan a nosotros, la obra es vigorizante.
Al buscar sinceramente representar al Salvador, llegamos a ser más como Él. Esa es la mejor preparación para el sagrado momento en que cada uno de nosotros se arrodillará y confesará que Jesús es el Cristo, y testifico que Él lo es, y que el presidente Russell M. Nelson es Su “voz […] hasta los extremos de la tierra” para ayudarnos a ”preparar[nos] para lo que ha de venir”. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
























