
Su arrepentimiento no es una carga para Jesucristo, sino que intensifica Su gozo
Por la hermana Tamara W. Runia
Conferencia General Abril 2025
Resumen: En este discurso, la hermana Tamara W. Runia aborda el tema del arrepentimiento y cómo, lejos de ser una carga para Jesucristo, intensifica Su gozo. Ella enfatiza que el arrepentimiento es una invitación amorosa de Dios y una expresión del amor que le profesamos. A través de su propia experiencia y la de otros, muestra cómo el arrepentimiento no es un acto de perfección, sino de humildad y esfuerzo constante. La hermana Runia invita a los miembros a dejar atrás la vergüenza que nos aleja de Dios y abrazar el arrepentimiento como una oportunidad para acercarnos a Él y experimentar Su amor y gracia. Nos anima a reconocer que, aunque cometemos errores, lo importante es nuestra disposición a regresar a Cristo una y otra vez, con un corazón dispuesto y lleno de esperanza. Al final, enfatiza que el arrepentimiento, cuando es visto como una forma de acercarnos al Salvador, se convierte en una de las mayores bendiciones y una manera de mantenernos firmes en el camino hacia Él.
Este discurso nos invita a ver el arrepentimiento no como un peso o una carga, sino como un acto de amor y un medio para acercarnos a Jesucristo. Al comprender que el arrepentimiento es una oportunidad de sanar, crecer y fortalecer nuestra relación con el Salvador, podemos liberarnos de la vergüenza y el temor. La hermana Runia nos recuerda que Jesucristo se goza cada vez que nos arrepentimos sinceramente, ya que esto refleja nuestra disposición a seguirle y amarlo. El arrepentimiento no significa que seamos perfectos, sino que estamos dispuestos a volver a Él con un corazón humilde, confiando en Su amor y en Su gracia. Este mensaje nos da esperanza y nos anima a no rendirnos, a seguir adelante con valentía, sabiendo que el Salvador siempre estará allí para levantarnos.
Palabras clave: Arrepentimiento, Amor de Dios, Perfección, Gracia de Jesucristo, Esperanza
Su arrepentimiento no es
una carga para Jesucristo,
sino que intensifica Su gozo
Por la hermana Tamara W. Runia
Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes
La invitación a arrepentirse es una expresión del amor de Dios; decir sí a esa invitación es una expresión del nuestro.
Hace varios años, en un viaje a Florida, me senté al aire libre a leer un libro. Su título sugería que, aunque no seamos perfectos ahora, todavía podemos llegar al cielo. Una mujer que pasaba por allí me preguntó: “¿Cree que es posible?”.
Levanté la vista, confundida, hasta que me di cuenta de que se refería al libro que yo estaba leyendo. Dije algo ridículo como: “Bueno, acabo de empezar a leer, pero ya le diré cómo termina”.
¡Oh, cómo desearía poder viajar en el tiempo! Le diría: “¡Sí, es posible! Porque el cielo no es para las personas que han sido perfectas; es para las personas que han sido perdonadas, que eligen a Cristo una y otra vez”.
Hoy quiero dirigirme a los que a veces sentimos que “parece que el arrepentimiento y el perdón funcionan para todos menos para mí”. Aquellos que en privado nos preguntamos: “Ya que sigo cometiendo los mismos errores, tal vez simplemente soy así”. Aquellos que, como yo, tenemos días en los que la senda de los convenios parece tan empinada que casi se siente como una escalada de los convenios.
Un maravilloso misionero en Australia, el élder QaQa [Se pronuncia Ganga], de Fiyi, expresó un sentimiento similar en su testimonio al marcharse a casa: “Sé que Dios me ama, pero a veces me pregunto: ‘¿Sabe Dios que lo amo?’. Porque no soy perfecto y sigo cometiendo errores”.
En esa emotiva e inquietante pregunta, el élder QaQa resumió justo lo que a menudo me ha preocupado. Tal vez ustedes también se lo pregunten, pensando: “Me esfuerzo mucho, pero ¿sabe Dios que realmente lo estoy intentando? Cuando sigo sin dar la talla, ¿sabe Dios que todavía lo amo?”.
Me entristece admitirlo, pero yo también solía medir mi relación con el Salvador por la perfección de mi vida. Pensaba que una vida obediente significaba que nunca tendría que arrepentirme, y cuando cometía errores —algo que pasaba todos los días—, me distanciaba de Dios, pensando: “Debe estar muy decepcionado de mí”.
Eso, simplemente, no es verdad.
He aprendido que si uno espera hasta ser lo suficientemente puro o perfecto para acudir al Salvador, es que no se ha entendido bien el punto principal.
¿Qué pasaría si pensáramos en los mandamientos y la obediencia de otra manera?
Testifico que, aunque a Dios le importan nuestros errores, le importa más lo que sucede después de que cometamos un error. ¿Vamos a acudir a Él una y otra vez? ¿Vamos a permanecer en esta relación por convenio?
Tal vez, al oír estas palabras del Señor: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”, se sientan desanimados porque no han guardado todos los mandamientos. ¡Permítanme recordarles que arrepentirse también es un mandamiento! De hecho, tal vez sea el mandamiento que más se repite en las Escrituras.
En el soliloquio de Alma: “Oh, si fuera yo un ángel y se me concediera el deseo de mi corazón, para […] proclamar el arrepentimiento”, él no trataba de avergonzarnos señalando nuestros errores. Quería proclamar el arrepentimiento para que ustedes y yo pudiéramos evitar el sufrimiento en el mundo. Una de las razones por las que Alma aborrecía el pecado es porque nos causa dolor.
A veces tengo que recordar, como si llevara una nota adhesiva en la frente, que los mandamientos son el camino que nos aleja del dolor. Y el arrepentimiento también lo es. Nuestro profeta dijo: “El Salvador nos ama siempre, pero especialmente cuando nos arrepentimos”.
Así que, cuando el Señor dice: “Arrepentíos, arrepentíos”, ¿qué tal si lo imaginan diciendo: “Los amo, los amo”? Imagínenlo suplicándoles que dejen atrás el comportamiento que les causó dolor, invitándolos a salir de la oscuridad y volverse hacia Su luz.
En el barrio de mi hija Carly, un presbítero nuevo se arrodilló para bendecir la Santa Cena, y en lugar de decir “para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo”, sin darse cuenta dijo: “para que lo hagan en memoria del amor de tu Hijo”. Los ojos de Carly se llenaron de lágrimas al asimilar la verdad de esas palabras.
Nuestro Salvador estuvo dispuesto a sufrir el dolor de Su Expiación porque los ama. De hecho, ustedes son “el gozo puesto delante de él” mientras sufría.
La invitación a arrepentirse es una expresión del amor de Dios.
Decir sí a esa invitación es una expresión del nuestro.
Piensen en su imagen favorita de Cristo. Ahora imagínenlo con una gran y alegre sonrisa cada vez que utilizan Su don, porque Él es el “fulgor perfecto de esperanza”.
El arrepentimiento de ustedes no es una carga para Jesucristo, sino que intensifica Su gozo.
¡Enseñemos eso!
¡Porque el arrepentimiento es nuestra mejor noticia!
No permanecemos en la senda de los convenios porque no cometemos ningún error, sino que nos mantenemos en la senda al arrepentirnos todos los días.
Y cuando nos arrepentimos, Dios nos perdona sin avergonzarnos, sin compararnos con nadie o sin regañarnos porque hayamos hecho lo mismo de lo que nos arrepentimos la semana anterior.
Él se pone feliz cada vez que nos ve de rodillas. Él se deleita en perdonarnos porque para Él somos deleitables.
¿No sienten que eso es verdad?
Entonces, ¿por qué nos resulta tan difícil de creer?
Satanás, el gran acusador e impostor, usa la vergüenza para alejarnos de Dios. La vergüenza es una oscuridad tan pesada que parece que, si uno la sacara del cuerpo, tendría peso o volumen.
La vergüenza es la voz que nos golpea, diciendo: “¿En qué estabas pensando? ¿Alguna vez haces bien algo?”.
La vergüenza no nos dice que cometimos un error; nos dice que somos nuestros errores. Quizás incluso oigan: “Escóndete”. El adversario hace todo lo posible por mantener ese peso en nuestro interior, y nos dice que el costo es demasiado alto, que será más fácil si eso permanece en la oscuridad, y así elimina toda esperanza.
Satanás nos roba la esperanza.
Y ustedes necesitan escuchar esto, así que diré estas palabras en voz alta: ustedes no son la voz en su mente ni los errores que han cometido. Quizás ustedes también tengan que decirlo en voz alta. Díganle a Satanás: “Hoy no”. Apártenlo de ustedes.
Sientan ese impulso, la tristeza según Dios que los vuelve hacia su Salvador, y observen cómo Su gracia entra en su vida y en la vida de sus seres queridos. Les prometo que en el momento en que le llevemos con valentía un corazón quebrantado, Él estará allí de inmediato.
Si vieran a alguien ahogándose, ¿no extenderían la mano para rescatarlo? ¿Se imaginan a su Salvador rechazándoles la mano extendida? Yo me lo imagino sumergiéndose en el agua, descendiendo debajo de todo para levantarnos, para que podamos respirar aire puro. Nadie puede hundirse tan profundamente que no lo ilumine la luz de Cristo.
El Salvador siempre brillará más que las tinieblas de la vergüenza. Él nunca les restaría valor a ustedes. Así que fíjense bien.
- Imaginen que esta mano representa el valor.
- Esta mano representa la obediencia. Tal vez se despertaron esta mañana, hicieron una oración elocuente y escudriñaron las Escrituras para oír la voz de Dios. Han tomado buenas decisiones y están tratando a las personas de su entorno a la manera de Cristo. ¡Están escuchando la conferencia general! ¡Su obediencia está aquí!
- O tal vez las cosas no hayan ido tan bien. Últimamente les ha costado hacer las cosas pequeñas y sencillas para conectarse con el cielo. Han tomado algunas decisiones de las que no se sienten orgullosos.
- ¿Dónde está su valor? ¿Se ha movido esta mano?
Su valor no depende de la obediencia. Su valor es constante, no cambia nunca. Dios se lo dio, y no hay nada que ustedes ni nadie puedan hacer para cambiarlo. La obediencia trae bendiciones, eso es verdad; pero el valor no es una de ellas. Su valor siempre es “grande a la vista de Dios”, sin importar a dónde los hayan llevado sus decisiones.
Aunque cometo errores, quiero permanecer en una relación por convenio con Cristo, y les diré por qué.
Al crecer, tomé clases de clavados y aprendí que cuando los jueces califican un clavado, se fijan en la ejecución. ¿Fue la entrada perfectamente vertical, con los dedos en punta y pocas salpicaduras de agua? Luego hacen algo extraordinario: tienen en cuenta el grado de dificultad.
Cada persona ejecuta el clavado con su propio grado de dificultad, y su Salvador es el único que realmente sabe el grado de dificultad con el que ejecutan el clavado. ¡Yo quiero una relación con la única persona que me entiende, que conoce mi corazón y sabe cuánto me estoy esforzando!
Él sabe que los vapores de tinieblas están descendiendo sobre todos nosotros, quienes viajamos en nuestro trayecto que pasa junto al río de la inmundicia; así que, aunque estemos aferrados a la barra de hierro, seremos salpicados.
Venir a Cristo es decir: “¿Me ayudarás?”, con esperanza, con la certeza revelada de que Sus brazos están siempre extendidos hacia ustedes. Creo que esta nueva visión del arrepentimiento significa que, aunque todavía no tengamos una obediencia perfecta, ahora intentamos obedecer por afecto, y decidimos quedarnos, una y otra vez, porque lo amamos a Él.
¿Recuerdan al pueblo del rey Benjamín, que ya no tenía más disposición a obrar mal, sino solo a hacer lo bueno continuamente? ¿Creen que empacaron las tiendas, se fueron a casa y nunca volvieron a cometer errores? ¡Por supuesto que no! La diferencia es que ellos ya no querían pecar. ¡Su obediencia era por afecto! ¡Sus corazones se volvieron y se pusieron en armonía con Dios mientras se esforzaban!
Una vez, en la playa, vi un ave volando contra el viento. Batía las alas con mucha fuerza, casi frenéticamente, pero permanecía en el mismo lugar. Entonces vi otra ave, más arriba. Había tomado una corriente ascendente y flotaba con facilidad, sin que el viento le supusiera una carga. Esa es la diferencia entre tratar de hacer esto por nosotros mismos y volvernos a nuestro Salvador, dejando que Él nos eleve “en sus alas [con] sanidad”.
Como líderes de misión en Australia, en nuestra última reunión con cada misionero, hablamos de 3 Nefi 17, cuando las personas se encontraban cerca del Salvador y podían escucharlo orar por ellas. Preguntábamos: “Si pudiera escuchar al Salvador orar por usted, ¿qué cree que diría?”.
Escuchar sus respuestas fue una de las experiencias más espirituales de mi vida. Cada uno de esos misioneros hacía una pausa y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando le recordábamos esto: “Su Salvador sabe el grado de dificultad por el que está pasando. ¡Él lo ha sentido!”.
Esto es lo que aquellos misioneros expresaron en voz baja y con ternura. Una hermana dijo: “Jesús le diría al Padre: ‘Ella está haciendo lo mejor que puede, sé lo mucho que se está esforzando’”. Un élder dijo: “Con todo lo que ha sucedido en su vida, estoy muy orgulloso de él”.
Hagamos la prueba. Esta noche, antes de orar, imaginen a Jesucristo cerca. Él es su Abogado ante el Padre. Pregúntense: “¿Qué le diría mi Salvador al Padre acerca de mí?”.
Y luego permanezcan en silencio.
Presten atención a esa voz que dice cosas buenas de ustedes: la voz del Salvador, su mejor amigo, y la de su Padre Celestial, que realmente están ahí. Recuerden: el amor de Ellos y el valor de ustedes siempre son grandes, pase lo que pase.
Estoy aquí para testificar que Jesucristo da luz a los que están en tinieblas. Así que, en esos días en los que sientan esa voz que les dice que se oculten, que deberían esconderse solos en un cuarto oscuro, ¡los invito a ser valientes y a creer a Cristo! Caminen y enciendan la Luz: nuestro Fulgor perfecto de esperanza.
Bañados en Su luz, verán a personas a su alrededor que también se han sentido solas; pero ahora, con la luz encendida, ustedes y ellos se preguntarán: “¿Por qué teníamos tanto miedo en la oscuridad? ¿Y por qué nos quedamos tanto tiempo allí?”.
“Que el Señor de las Luces los envuelva en Sus brazos, los consuele y los ame continuamente”. Ruego que lo amemos continuamente y lo escojamos a Él una y otra vez. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























