Cuídense de la segunda tentación

Cuídense de la segunda tentación
Por el élder Scott D. Whiting
Conferencia General Abril 2025

Resumen: El élder Scott D. Whiting aborda la importancia de no esconderse de Dios y de aquellos que nos apoyan después de cometer errores. Relata una experiencia de su juventud en un campamento donde, en su deseo de encajar, participó en una broma que terminó mal. A partir de esta historia, el élder Whiting reflexiona sobre cómo el hombre natural tiende a esconderse cuando se siente vulnerable o culpable, una conducta que recuerda a la “segunda tentación” de Adán y Eva, quienes, después de transgredir el mandamiento de Dios, intentaron esconderse de Él.

El élder destaca que no podemos escondernos de Dios, ya que Él siempre nos ve y nos conoce. El arrepentimiento y la sanación solo ocurren cuando enfrentamos nuestra vulnerabilidad y acudimos a Dios y a aquellos que nos aman. Advierte que el adversario a menudo nos tienta a escondernos, especialmente cuando cometemos errores, y nos hace sentir que no somos lo suficientemente fuertes para cambiar. Sin embargo, a través de la Expiación de Jesucristo, podemos recibir sanación y fortaleza, y ser parte de una comunidad que nos apoya en nuestro progreso espiritual.

El élder Whiting también hace un llamado a los nuevos conversos a no sucumbir a la tentación de aislarse, sino a buscar el apoyo de la comunidad de la Iglesia y la ayuda del Salvador. La Expiación de Jesucristo es la única manera de sanar y progresar, y es a través de ella que podemos volver a la presencia de Dios.

Este discurso nos invita a ser valientes frente a nuestra vulnerabilidad y a no escondernos cuando cometemos errores. En lugar de alejarnos, debemos acercarnos a Dios y a aquellos que nos rodean en la fe, buscando apoyo y sanación. Es en los momentos de debilidad cuando más necesitamos el amor y la ayuda de nuestra comunidad y del Salvador. El arrepentimiento y la sanación no ocurren en el aislamiento, sino en la comunión con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. La tentación de esconderse es peligrosa porque nos aleja de la gracia sanadora de Jesucristo, quien es el único que puede fortalecernos y guiarnos hacia la paz y el progreso en nuestro camino espiritual.

Palabras clave: Arrepentimiento, Expiación, Comunidad, Vulnerabilidad, Sanación


Cuídense de la segunda tentación

Por el élder Scott D. Whiting
De los Setenta

No se escondan de quienes los aman y los apoyan; más bien, corran hacia ellos.


Hace un par de años, cuando cumplí doce años, me invitaron a asistir a mi primer campamento de cuórum del Sacerdocio Aarónico en el que iba a pasar la noche fuera de casa. Era una invitación esperada por mucho tiempo, pues mi padre era líder de un cuórum y a menudo acampaba con los jóvenes del barrio mientras yo me quedaba en casa.

Cuando llegó el día, estaba muy animado, y debo admitir que quería desesperadamente encajar con los jóvenes mayores. Estaba decidido a demostrar mi valía. Con esa intención, no pasó mucho tiempo antes de que fuera puesto a prueba para ver si les seguiría la corriente y así formar del grupo.

Se me asignó la tarea de conseguir las llaves del auto de mi padre para hacerle una broma a los líderes. No recuerdo con exactitud lo que le dije a mi padre para convencerlo, pero no tardé en correr hacia el grupo de jóvenes con las llaves en la mano, orgulloso de mi logro.

Entonces recibí la siguiente asignación. Tenía que abrir la puerta del auto y encajar un palo entre el respaldo del asiento del conductor y la bocina, para, acto seguido, cerrar la puerta con llave y que así la bocina sonara toda la tarde sin que ninguno de los líderes pudiera acceder al auto para retirar el rudimentario artefacto.

Ahora bien, aquí es donde el relato se vuelve dolorosamente vergonzoso para mí. Una vez que aseguré el palo en su sitio, cerré la puerta y corrí lo más rápido que pude para esconderme en una zona cercana de arbustos. Al agacharme sentí un dolor punzante, pues, en la oscuridad y con las prisas, me había sentado sobre un cactus.

Mis gritos de dolor quedaron ahogados por el sonido estridente de la bocina, y no tuve más remedio que regresar cojeando cautelosamente hasta el auto, confesar mis “pecados” y pedir atención médica rudimentaria y vergonzosa.

El resto de la noche la pasé acostado boca abajo en una tienda de campaña mientras mi padre, con ayuda de unos alicates, quitaba las espinas del cactus de mi… Bueno, baste decir que después de aquello no pude sentarme cómodamente durante varios días.

He reflexionado muchas veces sobre aquella experiencia y ahora puedo reírme de la insensatez de mi juventud, aun cuando algunos principios subyacentes se han vuelto claros para mí.

Parece que el hombre natural suele incorporar muchos modelos de la conducta humana: el deseo de encajar, el deseo de probarse a uno mismo, el miedo a perderse algo y la imperiosa necesidad de esconderse para evitar las consecuencias. Hoy me centraré en esta última conducta, la de esconderse después de hacer algo indebido.

No estoy comparando mi broma infantil con un pecado grave, pero podemos trazar algunos paralelismos que pueden resultar útiles durante las pruebas de nuestra jornada terrenal.

Adán y Eva vivieron en un entorno idílico en el Jardín de Edén —una abundancia de alimentos, la incomparable belleza del jardín— no solo un jardín hermoso, sino un jardín sin maleza ni cactus.

Sin embargo, también sabemos que la vida en el jardín limitaba su progreso necesario. El jardín no era el destino final, sino una prueba, la primera de muchas que los probaría, prepararía y les permitiría progresar hasta su destino final, regresar a la presencia del Padre y del Hijo.

Recordarán que hubo oposición en el jardín, y que a Lucifer se le permitió probar a Adán y a Eva. Primero tentó a Adán para que comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Recordando el mandamiento de no hacerlo, Adán se resistió. Luego vino Eva, quien decidió comer del fruto y convenció a Adán para que hiciera lo mismo.

Más tarde, Adán y Eva declararon que aquella decisión fue necesaria para cumplir con el plan del Padre Celestial. Pero al comer del fruto, transgredieron la ley, una ley que procedía directamente del Padre. La resultante y aplastante comprensión del bien y del mal debe haberlos dejado angustiados cuando oyeron la voz del Padre anunciando Su regreso al jardín. Se dieron cuenta de que estaban desnudos —porque estaban, de hecho, sin ropa— tras haber vivido en un estado de inocencia. Aunque tal vez más doloroso que el haber estado sin ropa en ese momento era que ahora se encontraban expuestos a causa de su transgresión. Estaban indefensos y vulnerables; estaban desnudos en todo el sentido de la palabra.

Lucifer, siempre oportunista, conociendo su estado expuesto y debilitado, los tentó una vez más, en esta ocasión para que se escondieran de Dios.

A esa tentación la llamaré la “segunda tentación”; es la tentación que puede traer las mayores consecuencias si sucumbimos a ella. Ciertamente, lo óptimo es evitar todas las primeras tentaciones de quebrantar la ley de Dios, aunque sabemos que todos sucumbirán a una variedad de primeras tentaciones aquí en la tierra. Según progresamos en madurez y entendimiento, esperamos que nuestra fortaleza para evitar las primeras tentaciones mejore continuamente al grado en que nos esforcemos por llegar a ser más como nuestro Salvador Jesucristo.

Algunos podrían intentar esconderse de Dios porque no quieren ser descubiertos ni verse expuestos, y sienten vergüenza o culpa. Sin embargo, numerosos pasajes de las Escrituras nos enseñan que es imposible esconderse de Dios. Compartiré solamente algunos de ellos.

El Señor le enseña a Jeremías a través de las siguientes preguntas: “¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos donde yo no lo vea? ¿Acaso no lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?”.

Y a Job se le enseña:

“Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos.

“No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad”.

El salmista David exclama de la manera más poética:

“Oh Jehová, tú me has escudriñado y conocido.

“Tú has conocido mi sentar y mi levantar; desde lejos has entendido mis pensamientos […].

“Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda […].

“¿Adónde me iré de tu espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia?

“Si subo a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hago mi lecho, he aquí, allí estás tú”.

Nuevos conversos

Para quienes se hayan unido recientemente a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la segunda tentación puede parecer particularmente difícil. A través del bautismo han hecho convenio de tomar sobre ustedes el nombre de Jesucristo, lo cual para muchos incluye un cambio necesario del estilo de vida. Cambiar el estilo de vida no es fácil, ya que a menudo requiere un cambio de hábitos y costumbres, e incluso de relaciones, a fin de progresar hacia su amoroso Padre Celestial.

El adversario sabe que ustedes pueden ser vulnerables a sus ataques sutiles. Él hará que su vida pasada, la cual los dejó insatisfechos de tantas maneras, ahora parezca irrealmente atractiva. El acusador, como se le llama en el libro de Apocalipsis, los tentará con pensamientos parecidos a estos: “No eres lo bastante fuerte como para cambiar tu vida; no puedes hacerlo; no encajas con estas personas; nunca te aceptarán; eres demasiado débil”.

Si estos pensamientos les resultan familiares a ustedes, que acaban de comenzar en la senda de los convenios, les suplicamos que no presten atención a la voz del acusador. Los amamos; ustedes pueden hacerlo; los aceptamos; y con el Salvador tendrán la fuerza para hacerlo todo. Cuando más necesiten nuestro amor y apoyo, no se dejen engañar al pensar que los rechazaremos por dar un paso atrás hacia su estilo de vida anterior. Mediante el incomparable poder de la Expiación de Jesucristo, ustedes pueden ser sanados de nuevo. Pero si se esconden de Él y se distancian de su recién descubierta comunidad de fe, se estarán distanciando de la misma fuente que puede darles, y les dará, la fuerza para vencer.

Un querido amigo mío, un converso reciente, compartió lo difícil que es mantener la fe cuando se está aislado. Se recibe una gran fortaleza al llegar a ser, y seguir siendo, parte de una comunidad de apoyo donde todos tropiezan, sin dejar de progresar, mientras son bendecidos por el amor Jesucristo.

El presidente Russell M. Nelson enseñó que “vencer al mundo no es un acontecimiento que ocurra en un día o dos; se produce a lo largo de toda la vida, al aceptar repetidamente la doctrina de Cristo. Cultivamos la fe en Jesucristo al arrepentirnos diariamente y al guardar los convenios que nos invisten de poder. Permanecemos en la senda de los convenios y somos bendecidos con fortaleza espiritual, revelación personal, una fe cada vez mayor y el ministerio de ángeles”.

Si sufren una lesión física, su estado empeorará y puede que su vida corra peligro si no buscan la atención médica adecuada. Lo mismo se puede decir de las heridas espirituales. Solo las heridas espirituales que no se tratan pueden amenazar su salvación eterna. No se escondan de quienes los aman y los apoyan; más bien, corran hacia ellos. Los buenos obispos, presidentes de rama y líderes pueden ayudarlos a acceder al poder sanador de la Expiación de Jesucristo.

A los que tal vez estén escondidos, les imploramos que regresen. Ustedes necesitan lo que el Evangelio y la Expiación de Jesucristo les ofrece, y nosotros necesitamos lo que ustedes pueden ofrecer. Dios conoce sus pecados; no pueden esconderse de Él. Reconcíliense con Él.

Como santos Suyos, cada uno de nosotros debe fomentar una cultura de pertenencia en la Iglesia que sea amorosa, tolerante y alentadora para todos los que deseen progresar en Su senda.

¡Cuídense de esta segunda tentación! Sigan el consejo de los profetas, tanto antiguos como modernos, y sepan que no pueden esconderse de un Padre amoroso.

Aprovechen el milagroso poder sanador de la Expiación de Jesucristo. Este es el propósito mismo de nuestra existencia: obtener un cuerpo debilitado y mortal que esté “sujeto a toda clase de enfermedades” y que sucumbirá, lamentablemente, a muchas primeras tentaciones; progresar aun cuando caigamos en esas tentaciones; y buscar ayuda divina justo después para que podamos llegar a ser más como nuestro Salvador y nuestro Padre Celestial. Es Su manera, y es la única manera. Testifico de estas verdades en el nombre de Jesucristo. Amén.

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