El amor de Dios

El amor de Dios
Por el élder Benjamin M. Z. Tai
Conferencia General Abril 2025

Resumen: El élder Benjamin M. Z. Tai nos invita a reflexionar sobre la perfecta y perpetua naturaleza del amor de Dios, el cual se manifiesta a través de Su Hijo, Jesucristo. Comienza relatando una experiencia personal en la que, junto a su familia, observó las estrellas en un cielo despejado, un momento que les permitió sentir una conexión especial con la creación de Dios. Esta experiencia le recuerda que, aunque a menudo no vemos claramente debido a las distracciones, al ejercer fe en Dios y en Jesucristo, podemos recibir la certeza de Su amor por nosotros.

El élder Tai enseña que el amor de Dios se personifica en Jesucristo, quien, a través de Su sacrificio expiatorio, cargó con nuestros pecados, aflicciones y dolores. Al igual que el profeta Lehi, podemos experimentar el amor de Dios cuando lo invitamos a nuestra vida. Este amor está disponible para todos, pero solo lo recibimos plenamente cuando nos arrepentimos, perdonamos, guardamos Sus mandamientos y servimos a los demás con un corazón puro.

El élder Tai también relata la historia de un amigo que, después de experimentar la paz en el templo, pudo liberarse del resentimiento y sentir el amor de Dios. Nos invita a reconocer que cuando sentimos el amor de Dios, nuestras cargas se hacen más ligeras y nos acercamos a Él con fe, a pesar de las dificultades de la vida.

Finalmente, nos da algunos consejos prácticos para sentir más abundantemente el amor de Dios: recordar que somos hijos de Dios, orar diariamente, preguntar sinceramente cómo podemos ayudar a los demás a sentir Su amor y actuar con prontitud según la inspiración recibida.

Este discurso nos recuerda que el amor de Dios no solo es un concepto abstracto, sino una realidad que podemos experimentar en nuestra vida diaria. Al enfocarnos en Su amor y seguir los pasos de Jesucristo, nuestras cargas se hacen más llevaderas y nuestra vida se llena de esperanza y gozo. El amor de Dios es constante y está disponible para todos, pero debemos estar dispuestos a recibirlo a través de nuestras acciones y nuestra fe. Como miembros del Evangelio, podemos ser instrumentos en las manos de Dios para ayudar a otros a sentir Su amor, y al hacerlo, también experimentaremos Su paz en nuestras vidas.

Palabras clave: Amor de Dios, Jesucristo, Sacrificio expiatorio, Fe y oración, Servicio y caridad


El amor de Dios

Por el élder Benjamin M. Z. Tai
De los Setenta

Testifico con gozo que el Salvador Jesucristo es el amor de Dios. Su amor por nosotros es perfecto, personal y perpetuo.


Un verano, mientras viajábamos por una zona remota, nuestra familia pasó una noche durmiendo a la intemperie bajo un cielo despejado. Claramente visible sobre nosotros estaba la magnífica Vía Láctea, llena de innumerables estrellas y alguna que otra estrella fugaz. Mientras nos maravillamos ante la majestuosidad de la creación de Dios, sentimos una conexión reverente con Él. Nuestros hijos pequeños, que habían crecido en Hong Kong, nunca habían experimentado algo así. Inocentemente preguntaron si vivíamos bajo el mismo cielo en casa. Traté de explicarles que era el mismo cielo, pero que la contaminación atmosférica y lumínica en el lugar donde vivíamos nos impedía ver esas estrellas a pesar de que estaban allí.

Las Escrituras nos enseñan que “la fe [es] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Mientras que las distracciones desorientadoras y las tentaciones terrestres nublan nuestra visión espiritual, cuando ejercemos fe en Dios y en Su Hijo, Jesucristo, recibimos una clara certeza de Su realidad y de la preocupación que sienten por nosotros.

En el Libro de Mormón, el profeta Lehi vio “un árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz” y que era “de lo más dulce, superior a todo”. Cuando probó el fruto, su alma se llenó de un gozo inmenso y deseó que su familia también lo probara. Aprendemos que ese árbol representa “el amor de Dios” y, al igual que Lehi, nosotros también podemos recibir un testimonio gozoso de Dios cuando lo invitamos a nuestra vida.

Jesucristo personifica el amor del Padre Celestial por nosotros. Mediante Su sacrificio expiatorio, tomó sobre Sí nuestros pecados y fue molido por nuestras iniquidades. Él ha llevado nuestras aflicciones personalmente, ha sufrido nuestros pesares y ha tomado sobre Sí nuestros dolores y enfermedades. Él envía al Espíritu Santo para consolarnos, y los frutos del Espíritu incluyen gozo, paz y fe, que nos llenan de esperanza y amor.

Si bien el amor de Dios está al alcance de todos, muchos lo buscan fervientemente, mientras que otros desean sentir el amor de Dios pero no creen merecerlo. Algunos otros están tratando desesperadamente de aferrarse a él. Las Escrituras y el profeta del Señor nos enseñan que podemos experimentar constantemente el amor de Dios cuando, mediante la gracia de Jesucristo, nos arrepentimos a menudo, perdonamos sinceramente, nos esforzamos por guardar Sus mandamientos y servimos a los demás de manera desinteresada. Sentimos el amor de Dios cuando hacemos lo que nos acerca más a Él, como conversar con Él a diario mediante la oración y el estudio de las Escrituras, y dejamos de hacer lo que nos aleja de Él, como ser orgullosos, contenciosos y rebeldes.

El presidente Russell M. Nelson nos ha invitado a “retir[ar], con la ayuda del Salvador, los viejos escombros que hay en nuestra vida” y a “dejar de lado el rencor”. Nos ha instado a “refor[zar] nuestros cimientos espirituales” al “centrar nuestra vida en [el Salvador] y en las ordenanzas y los convenios de Su templo”. Él nos promete que “al guardar nuestros convenios del templo, obtenemos mayor acceso al poder fortalecedor del Señor. […] ¡Experimentamos el amor puro de Jesucristo y de nuestro Padre Celestial en gran abundancia!”.

Tengo un amigo que fue bendecido con una hermosa familia y una prometedora carrera. Eso cambió cuando una enfermedad lo dejó incapacitado para trabajar, a lo que le siguió un divorcio. Los años desde entonces han sido difíciles, pero su amor por sus hijos y los convenios que ha hecho con Dios lo han sostenido. Un día se enteró de que su exesposa se había vuelto a casar y que había solicitado la cancelación de su sellamiento en el templo. Estaba preocupado y confundido, y buscó paz y entendimiento en la Casa del Señor. Al día siguiente de haber ido al templo, recibí el siguiente mensaje de él:

“Anoche tuve una experiencia increíble en el templo. Creo que era obvio que todavía guardaba bastante resentimiento. […] Sabía que debía cambiar y he estado orando toda la semana para poder hacerlo. […] Anoche, en el templo, sentí literalmente que el Espíritu quitaba el resentimiento de mi corazón. […] Fue un gran alivio liberarme de él. […] Se ha levantado una carga física inmensa que pesaba sobre mí”.

Aunque todavía tiene desafíos, mi amigo atesora esa experiencia en la Casa del Señor, donde el poder liberador del amor de Dios lo ha ayudado a sentirse más cerca de Dios, más optimista en cuanto a la vida y menos ansioso en cuanto a su futuro.

Cuando experimentamos el amor de Dios, podemos soportar nuestras cargas con facilidad y someternos paciente y alegremente a Su voluntad. Tenemos confianza en que Dios recordará Sus convenios con nosotros, nos visitará en nuestras aflicciones y nos librará del cautiverio. También desearemos compartir el gozo que sentimos con nuestra familia y seres queridos. Al igual que con la familia de Lehi, cada persona tiene el albedrío para elegir si participará del fruto o no, pero tenemos la oportunidad de amar, compartir e invitar de tal manera que aquellos a quienes amamos puedan sentir el amor de Dios.

Para ayudar a los demás a sentir el amor de Dios, debemos cultivar en nosotros mismos atributos cristianos como la humildad, la caridad, la compasión y la paciencia, y ayudar a los demás a volverse al Salvador al seguir los dos grandes mandamientos de amar a Dios y amar a nuestros semejantes.

Uno de nuestros hijos tuvo dificultades para encajar y con su autoestima durante su adolescencia. Mi esposa y yo oramos para saber cómo ayudarlo, y estuvimos dispuestos a hacer lo que el Señor quisiera que hiciéramos. Un día sentí la impresión de preguntarle a mi presidente de cuórum de élderes si conocía a alguien necesitado a quien yo pudiera visitar junto con mi hijo. Después de pensarlo un poco, nos pidió que visitáramos a una mujer con serios problemas de salud y, con el permiso del presidente de rama, le lleváramos la Santa Cena cada semana. Yo estaba entusiasmado, pero también preocupado en cuanto a la forma en que mi hijo reaccionaría a ese compromiso semanal.

En nuestra primera visita, sentimos gran pesar por esa querida mujer, ya que sufría un dolor constante. Estaba muy agradecida por la Santa Cena y disfrutamos de visitarla a ella y a su esposo. Después de algunas visitas, un domingo yo estaba ausente y no pude acompañar a mi hijo, pero le recordé nuestra asignación. Cuando llegué a casa, no podía esperar a escuchar cómo había ido la visita. Mi hijo respondió que no creía que sus compañeros tuvieran la oportunidad de hacer cosas geniales como esta. Explicó que había llevado a su hermano con él para ayudar y que la Santa Cena transcurrió sin problemas, pero que esta querida hermana había estado triste durante la semana porque había invitado a amigos a su casa para ver películas, pero su reproductor de video no funcionaba. Mi hijo dijo que buscó en internet, encontró el problema y lo solucionó al momento. Hacer algo que le alegrara a ella el día hizo que él se sintiera útil, feliz y que confiábamos en él. Sintió el amor de Dios por él.

Si a pesar de sus mejores esfuerzos la vida está nublada, si sienten que sus oraciones no son escuchadas o no pueden sentir el amor de Dios, sepan que cada uno de sus esfuerzos importa y, tan cierto como que hay estrellas sobre nosotros, el Padre Celestial y Jesucristo los conocen, escuchan y aman.

En una ocasión, cuando Sus discípulos estaban en una barca siendo “azotad[os] por las olas”, el Salvador caminó hacia ellos sobre el agua y les dio seguridad, diciendo: “¡Tened ánimo! ¡Yo soy, no tengáis miedo!”. Cuando Pedro quiso caminar hacia el Salvador sobre las aguas, Jesús le hizo señas, diciendo: “Ven”. Y cuando Pedro perdió el enfoque y comenzó a hundirse, el Salvador de inmediato extendió Su mano para sostenerlo y lo condujo a un lugar seguro mientras decía: “¡Oh hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.

Cuando los vientos son contrarios en nuestra vida, ¿estamos dispuestos a ser valientes y de buen ánimo?. ¿Cómo podemos recordar que el Salvador no nos abandona y que está cerca de nosotros, quizás de maneras que aún no reconocemos?. ¿Estamos dispuestos a acudir a Él con fe, especialmente cuando el camino que tenemos por delante parece imposible?. ¿Y de qué maneras nos eleva a un lugar seguro cuando tropezamos?. ¿Cómo podemos mirar fielmente hacia Él en todo pensamiento, sin duda ni temor?.

Si desean sentir el amor de Dios más abundantemente en su vida, los invito a considerar lo siguiente:

  • Primero, deténganse con frecuencia para recordar que son hijos de Dios y piensen en las cosas por las que están agradecidos.
  • Segundo, oren a diario y pidan al Padre Celestial que los ayude a saber quién a su alrededor necesita sentir Su amor.
  • Tercero, pregunten sinceramente qué pueden hacer para ayudar a esa persona a sentir el amor de Dios.
  • Y cuarto, actúen sin demora según la inspiración que reciban.

Si oramos y pedimos constantemente por los demás, Dios nos mostrará a las personas a las que podemos ayudar. Y si actuamos con prontitud, podemos convertirnos en el medio por el cual Él contesta sus oraciones. Al hacerlo, con el tiempo recibiremos respuesta a nuestras oraciones y sentiremos el amor de Dios en nuestra propia vida.

Hace unos meses, mientras viajábamos por Vietnam, mi esposa y yo estábamos en un vuelo que despegó en medio de una fuerte tormenta. La turbulencia era severa y desde la ventana se podían ver nubes oscuras, lluvia torrencial y relámpagos. Después de un largo y inestable ascenso, nuestro avión finalmente se elevó por encima de las nubes de tormenta y emergió a este glorioso panorama. Recordamos una vez más a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo y sentimos Su gran amor por nosotros.

Queridos amigos, como alguien que ha experimentado el amor de Dios, testifico con gozo que el Salvador Jesucristo es el amor de Dios. Su amor por nosotros es perfecto, personal y perpetuo. Al seguirlo fielmente, ruego que seamos llenos de Su amor y que seamos un faro que guíe a los demás hacia Su amor. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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