No endurezcan su corazón

No endurezcan su corazón
Por el élder Christopher H. Kim
Conferencia General Abril 2025

Resumen: El élder Christopher enseña sobre la importancia de mantener un corazón humilde y abierto para recibir la guía del Espíritu Santo. Él inicia recordando la Restauración del Evangelio, cuando el joven José Smith recibió la visita de Dios el Padre y Jesucristo, y cómo a través de la traducción del Libro de Mormón, se comunicaron las verdades del Evangelio. El élder Kim reflexiona sobre la dureza de corazón de Lamán y Lemuel, quienes rechazaron las enseñanzas de su padre Lehi y su hermano Nefi, y cómo esta dureza les impidió recibir las bendiciones y la guía del Espíritu.

El concepto de “dureza de corazón” se refiere a volverse terco y cerrado a las cosas de Dios. Este endurecimiento impide que el Espíritu entre en nuestras vidas y nos impide progresar. En contraste, Nefi, al humillarse y buscar la guía del Señor, experimentó cómo su corazón se enternecía y recibió la compañía del Espíritu. El élder Kim enseña que, para evitar endurecer nuestros corazones, debemos practicar el arrepentimiento diario, la humildad y confiar plenamente en el Salvador.

Además, el élder Kim da un ejemplo personal de una pareja que, al aprender a humillarse, pudo entender mejor las enseñanzas de Dios y recibir la guía del Espíritu. Finalmente, nos exhorta a seguir el ejemplo de Jesucristo, quien, a pesar de ser perfecto, se humilló y obedeció al Padre. Al hacerlo, podemos permitir que nuestro corazón se enternezca y, de esa manera, recibir la paz y el gozo que solo el Espíritu puede brindarnos.

Este discurso nos invita a reflexionar sobre nuestras propias actitudes y cómo las decisiones diarias de endurecer o enternecer nuestro corazón tienen un impacto directo en nuestra relación con Dios y el Espíritu Santo. El ejemplo de Nefi y Jesucristo nos enseña que la humildad y la disposición para arrepentirnos son clave para mantener nuestro corazón abierto a las revelaciones divinas. Al elegir vivir con un corazón suave y receptivo, nos acercamos más a Dios y experimentamos la paz que solo Él puede darnos. Este mensaje es un recordatorio poderoso de que nuestras acciones y actitudes diarias determinan nuestra capacidad para recibir la guía del Espíritu y vivir de acuerdo con los principios del Evangelio.

Palabras clave: Arrepentimiento, Humildad, Espíritu Santo, Dureza de corazón, Jesucristo


No endurezcan su corazón

Por el élder Christopher H. Kim
De los Setenta

Si nos arrepentimos sinceramente, nos humillamos, confiamos en el Señor y dependemos de Él, nuestro corazón se enternecerá.


La Restauración del Evangelio de Jesucristo comenzó cuando Dios el Padre y Su Hijo Amado se aparecieron al joven José Smith en respuesta a su humilde oración. Como parte de la Restauración, José Smith tradujo un antiguo registro por el don y el poder de Dios. Este registro contiene “la comunicación de Dios con antiguos habitantes de las Américas y contiene la plenitud del Evangelio eterno”.

Cuando yo era niño, mientras leía el Libro de Mormón, a menudo me preguntaba por qué Lamán y Lemuel no creyeron en las verdades que les fueron dadas, incluso cuando un ángel del Señor se apareció y les habló directamente. ¿Por qué no podían Lamán y Lemuel ser más humildes y obedientes a las enseñanzas de su padre, Lehi, y de su hermano menor, Nefi?

Encontré una de las respuestas a esa pregunta en 1 Nefi, donde leemos que Nefi estaba “afligido por la dureza de sus corazones”. Nefi preguntó a sus hermanos mayores: “¿Cómo es que sois tan duros de corazón, y tan ciegos de entendimiento?”.

¿Qué significa tener dureza de corazón?

La traducción coreana de la palabra “dureza” en el Libro de Mormón es 완악 (Wan-Aak: 頑惡). Esta frase utiliza el carácter chino “Wan” (頑), que significa “terco”, y “Aak” (惡), que significa “malvado”. Cuando endurecemos nuestro corazón, nos cegamos y las cosas buenas no pueden entrar en nuestro corazón ni en nuestra mente. Nos volvemos tercos y comenzamos a centrarnos más en los deseos mundanos, cerrando nuestro corazón a las cosas de Dios. Elegimos centrarnos únicamente en nuestros propios pensamientos y, a la vez, no aceptamos las opiniones ni la guía de los demás. Elegimos no abrir nuestro corazón a las cosas de Dios, sino a la influencia de las cosas del mundo y del adversario. Cuando nuestro corazón está endurecido, resistimos la influencia del Espíritu Santo. Somos “lentos en recordar al Señor” y, con el tiempo, “deja[mos] de sentir” Sus palabras.

Alma enseñó al pueblo de Ammoníah que algunas personas “rechaza[rían] el Espíritu de Dios a causa de la dureza de sus corazones”. También enseñó que “a los que endurecen sus corazones les es dada la menor porción de la palabra, hasta que nada saben concerniente a sus misterios”. Con el tiempo, el Espíritu se retira y el Señor “quit[a] [Su] palabra” a aquellos que han endurecido su corazón, tal como sucedió con Lamán y Lemuel. Dado que Lamán y Lemuel endurecieron continuamente sus corazones, resistieron los sentimientos del Espíritu Santo y eligieron no aceptar las palabras y enseñanzas de su padre y de Nefi, finalmente rechazaron las verdades eternas de Dios.

A diferencia de Lamán y Lemuel, Nefi se humillaba continuamente, buscando la guía del Espíritu del Señor. A cambio, el Señor enterneció el corazón de Nefi. Nefi relata: “Clamé […] al Señor; y he aquí que él me visitó y enterneció mi corazón, de modo que creí todas las palabras que mi padre había hablado”. El Señor ayudó a Nefi a aceptar, a entender y a creer todos los misterios de Dios y Sus palabras. Nefi pudo tener la compañía constante del Espíritu Santo.

¿Qué podemos hacer nosotros para no endurecer nuestro corazón?

Primero, podemos practicar el arrepentimiento a diario.

Nuestro Salvador enseñó: “Al que se arrepintiere y viniere a mí como un niño pequeñito, yo lo recibiré”. Nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson, enseñó:

“El arrepentimiento es la clave del progreso; la fe pura hace que sigamos avanzando por la senda de los convenios.

“Por favor, no teman ni demoren el arrepentimiento. Satanás se deleita en la desdicha de ustedes. […] Empiecen hoy mismo a experimentar el gozo de despojarse del hombre natural. El Salvador nos ama siempre, pero especialmente cuando nos arrepentimos”.

Al experimentar el gozo de enternecer nuestro corazón y venir al Señor, nos volvemos “como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre él, tal como un niño se somete a su padre”.

Segundo, podemos practicar la humildad.

El arrepentimiento diario traerá humildad a nuestro corazón. Queremos llegar a ser humildes ante el Señor, como un niño pequeño que obedece a su padre. De ese modo siempre tendremos el Espíritu Santo con nosotros y nuestro corazón se enternecerá.

Mi esposa, Sue, y yo conocemos a una pareja maravillosa desde hace cuatro años. Al principio, cuando los conocimos, el esposo era miembro nuevo de la Iglesia y su esposa se reunía con los misioneros para estudiar el Evangelio. Muchos misioneros se reunieron con ella para ayudarla a venir a Cristo. Sentíamos que tenía un testimonio vibrante del Evangelio y que sabía que la Iglesia era verdadera. Ella sentía el Espíritu a menudo durante nuestras visitas y participaba activamente en todas las reuniones. Le encantaba interactuar con los maravillosos miembros del barrio. Sin embargo, le resultaba difícil comprometerse a entrar en las aguas del bautismo. Un día, ella estaba leyendo Moroni 7:43–44, que dice:

“Y además, he aquí os digo que el hombre no puede tener fe ni esperanza, a menos que sea manso y humilde de corazón.

“Porque si no, [tu] fe y [tu] esperanza son vanas, porque nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón”.

Después de leer esos versículos, se dio cuenta de lo que necesitaba hacer. Ella pensaba que había entendido el significado de ser mansa y humilde. Sin embargo, su entendimiento no era suficiente para tener fe y esperanza para obedecer los mandamientos de Dios. Tuvo que dejar de lado su terquedad y su propia sabiduría. Comenzó a humillarse por medio del arrepentimiento sincero. Comenzó a comprender la humildad desde la perspectiva de los ojos de Dios. Confió en el Padre Celestial y oró para que su corazón se enterneciera. Por medio de esas oraciones, sintió que el Espíritu le testificaba que el Padre Celestial deseaba que ella fuera bautizada.

Tanto el esposo como la esposa expresaron que, cuanto más humildes se volvían, mejor entendían las palabras de Dios y más se enternecían sus corazones para seguir las enseñanzas de nuestro Señor, Jesucristo.

Tercero, podemos confiar en nuestro Salvador y depender de Él.

Nefi fue un gran ejemplo de permitir que su corazón se enterneciera al confiar en el Señor. Él enseñó: “¡En ti he puesto mi confianza, y en ti confiaré para siempre! No pondré mi confianza en el brazo de la carne”. De manera similar, en una revelación dada al profeta José Smith, el Señor dijo: “Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente”. Cuando ponemos nuestra confianza en el Señor y dependemos de Él, Él enternece nuestro corazón y somos sostenidos en nuestras tribulaciones, dificultades y aflicciones.

Si nos arrepentimos sinceramente, nos humillamos, confiamos en el Señor y dependemos de Él, nuestro corazón se enternecerá. Entonces Él derramará Su Espíritu y nos mostrará los misterios del cielo. Creeremos todas las palabras que Él ha enseñado y nuestro entendimiento se profundizará.

Nuestro Salvador, Jesucristo, fue el ejemplo supremo de mansedumbre. En 2 Nefi 31:7, leemos: “Mas no obstante que era santo, él muestra a los hijos de los hombres que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica al Padre que le sería obediente al observar sus mandamientos”. Aunque Él era santo y perfecto, Él se humilló ante el Padre y le fue obediente al ser bautizado.

Al final de Su vida terrenal, Jesucristo sometió Su propia voluntad a Su Padre al beber la amarga copa. Ese sufrimiento hizo que Él “temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu”. El Salvador pidió “no tener que beber la amarga copa y desmayar”. Él dijo: “Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres”.

Hermanos y hermanas, se nos ha dado el albedrío moral. Podemos elegir endurecer nuestro corazón o podemos elegir enternecerlo. En nuestra vida diaria, podemos elegir hacer las cosas que invitan al Espíritu del Señor a entrar y a morar en nuestro corazón. Sé que en estas decisiones hay paz y gozo.

Sigamos el ejemplo de nuestro Salvador, Jesucristo, quien hizo la voluntad del Padre. A medida que lo hagamos, el Señor nos prometió: “Pues he aquí, los juntaré como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, si no endurecen sus corazones”. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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