Capítulo 6
Cómo se aumenta la Fe
Siendo yo Presidente de la Misión Uruguay-Paraguay, en febrero de 1977, vino para hablar conmigo y mis dos consejeros el Élder James E. Faust, que era mi Supervisor de Área. La colocación de la piedra angular del Templo de Sao Paulo estaba programada para el 9 de marzo, para lo que faltaban sólo tres semanas y media. Pero la Estaca y Misión de Uruguay-Paraguay habían reunido sólo como la mitad de su asignación para el fondo del templo. Juntar ese dinero había llevado un año y medio. El Élder Faust nos dijo: “Hermanos, sería algo muy bueno si el 8 de marzo pudieran decirle al Presidente Kimball que ya se reunieron todos los fondos del templo correspondientes a su misión”. No nos dijo que reuniéramos los fondos. Ni siquiera nos lo pidió. Tal como casi siempre lo hacen las autoridades generales, meramente nos hizo una sugerencia, con la esperanza de que escucharíamos la voz del Espíritu diciéndonos: “Háganlo”.
El primer pensamiento que vino a mi mente fue la dificultad de la situación. Yo sabía cuántos miles de dólares nos faltaban, y también que el pueblo uruguayo no tenía mucho dinero. Recuerdo haber pensado: “¿Sabe lo que está pidiendo? Nos está hablando de apenas tres semanas y media” Entonces el Espíritu venció esos pensamientos negativos rápidamente, y dije: “Élder Faust, lo vamos a hacer”. Les pregunté a mis consejeros si estaban de acuerdo, y sí lo estuvieron.
El Eider Faust se fue muy contento ese día, pero nosotros quedamos con una carga muy pesada. ¿Qué íbamos a hacer? Oramos sobre el asunto y decidimos que la sugerencia del Élder Faust era la voluntad del Señor, y que como tal la aceptaríamos. Estuvimos hablando, y supe que antes que nada tendríamos que comprometemos. Yo ya había aportado dinero al fondo, y mis consejeros habían aportado dos veces. Les dije: “Hermanos, ¿en realidad creen que podemos hacer esto en tres semanas? Seamos francos. ¿Lo creen en verdad?” Y esos buenos hombres sintieron el Espíritu, y dijeron: “Sí, lo creemos”. Para mostrar nuestra fe, cada uno de nosotros tomamos una hoja de papel y escribimos nuestra creencia, en dólares. Era difícil para esos hermanos comprometerse una vez más, y además, en comparación con la cantidad total, era como una gota de agua en el mar. Pero yo sabía que si estábamos a tono espiritualmente como presidencia, las cosas saldrían bien.
Después de hacer eso, les dije: “Hermanos, si ustedes están dispuestos —y ustedes juzgarán si lo están o no— me gustaría que nos comprometiéramos a que, de una u otra manera, ese dinero se pagará el 8 de marzo, aunque ello signifique que nosotros tres lo paguemos todo”. Con eso, la cosa sí que se puso interesante, pero yo quería saber hasta dónde llegaba nuestra fe. Esos dos buenos hermanos, sin parpadear, dijeron: “Nos comprometemos con usted y con el Señor a que ese dinero se pagará. Tenemos fe en que los santos pagarán, pero si ellos no lo hacen, nosotros lo haremos”. Ahora, al salir esos hermanos para hablar con los presidentes de distrito y de rama sobre la fe en el Señor, y sobre cómo reunir el dinero, podrían testificarles desde lo más profundo de sus almas que eso sí podía realizarse. Cuando el dinero empezó a llegar en abundancia, nos llenamos de alegría por la respuesta de los santos, y en unas dos semanas teníamos todo lo que necesitábamos, y más. Hubiera sido fácil juntar el dinero si cada uno de nosotros hubiera podido donar cinco mil dólares, y diez mil cada presidente de distrito. Pero eso era imposible, y me enteré que para reunir los fondos necesarios, varias personas dieron sus anillos, relojes y, en algunos casos, el oro de sus dientes. Pero a causa de que se les requirió a ellos, y a nosotros, hacer un esfuerzo, se aumentó la fe de todos los que estábamos involucrados, y pudimos tener en dos semanas la cantidad que previamente nos había llevado un año y medio para juntar.
Si deseamos aumentar nuestra fe, debemos programar experiencias que nos hagan esforzarnos, y debemos orar al Señor con todo nuestro corazón, para poder cumplir su voluntad en las tareas que nos imponemos. Esas son las ocasiones en que crecemos en verdad. Esas son las ocasiones en que en verdad aumentamos nuestra fe. Un misionero que se fija la meta —que logra sin dificultad— de memorizar cinco conceptos de las charlas misionales, es insensato, pues ya sabe que lo puede lograr. Debe fijarse una meta de diez, o más, una meta que en realidad le cueste algo. Entonces dirá, en las profundidades de la humildad: “No tengo alternativa sino volverme al Señor, porque no puedo hacer esto yo solo”. Mientras tratemos de hacer únicamente lo que ya sabemos que podemos hacer, no vamos a crecer mucho. Debemos ver más allá de donde estamos, y más allá de la capacidad que tenemos, para que el poder del cielo nos ayude a lograrlo. Entonces se aumentará nuestra fe.
Al analizar cómo podemos aumentar nuestra fe, debemos escuchar los susurros del Espíritu y estudiar los principios de fe bosquejados en las Escrituras. El resto de este capítulo discute seis de esos importantes principios bajo los siguientes temas:
Aumentemos nuestra esperanza.
Demos oído a la palabra de Dios.
Leamos fervientemente la palabra de Dios.
Actuemos en armonía con nuestra comprensión presente.
Guardemos los mandamientos.
Sacrifiquemos mediante las pruebas y tribulaciones.
Aumentemos nuestra esperanza
Una forma de aumentar nuestra fe es aumentar nuestra esperanza, pues la fe y la esperanza están íntimamente relacionadas. En Éter 12:4 leemos: De modo que los que crean en Dios pueden esperar con seguridad un mundo mejor, sí, un lugar a la diestra de Dios; y esta esperanza viene de la fe„ proporciona un ancla a las almas de los hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras, siendo impulsados a glorificar a Dios.
Esto nos sugiere que al ir ejerciendo nuestra fe, tendremos más esperanza. Pero lo inverso también es cierto. Como dijo Mormón: “¿Cómo podéis lograr la fe, a menos que tengáis esperanza?” (Moroni 7:40). Con todo nuestro corazón debemos tener esperanza en una causa buena, en que se realizará, y si ejercemos la fe en ella, y si es justa, se realizará.
El Apóstol Pablo escribió: En esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos (Romanos 8:24, 25).
En estos versículos Pablo indica que si vemos algo que ya existe, no necesitamos tener esperanza en ello, pues ya es. Lo que debemos hacer es percibir espiritualmente algo que el mundo no puede ver. Lo vemos espiritualmente en nuestra mente, y entonces con paciencia lo esperamos. Tenemos entonces esperanza en algo. Eso es lo que sucedió en la recaudación de los fondos del templo. El milagro se percibió espiritualmente, y eso nos dio algo en qué tener esperanza con todo nuestro corazón. Luego fortalecimos nuestra fe y salimos a trabajar, y el Señor empezó a cumplir sus propósitos. Pero no lo hizo sino hasta que lo percibimos espiritualmente.
Demos oído a la palabra de Dios
Otra forma de aumentar nuestra fe es dando oído a la palabra de Dios. Pablo dijo:
¿Cómo, pues, invocarán a aquél en el cual no han creído?
En otras palabras, ¿cómo podemos invocar al Señor si ni siquiera creemos en El todavía?
¿Y cómo creerán en aquél de quien no han oído?
No podemos creer en el Señor si nunca hemos oído o aprendido de El.
¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!…
Aquí Pablo está hablando de la autoridad del sacerdocio.
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos 10:14-17).
Eso nos enseña que una forma en que podemos aumentar nuestra fe es oyendo la palabra de Dios. También nos enseña algo en cuanto a las reuniones —sacramentales y demás— en que podemos escuchar a los miembros de la Iglesia predicar la palabra de Dios. Siempre que tenemos la oportunidad de oír la palabra de Dios predicada por el Espíritu, tenemos la oportunidad de aumentar nuestra fe. Así lo ha dicho el Señor.
Veamos cómo las palabras del rey Benjamín fortalecieron la fe de su pueblo: Cuando el rey Benjamín hubo hablado así a su pueblo, indagó entre ellos, deseando saber si creían las palabras que les había hablado. Y todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por motivo del Espíritu del Señor Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros o en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente.
- también nosotros mismos, por medio de la infinita bondad de Dios y las manifestaciones de su Espíritu, tenemos grandes indicaciones de aquello que está por venir; y si fuere prudente, podríamos profetizar de todas las cosas.
- es la fe que hemos depositado en las cosas que nuestro rey nos ha hablado lo que nos ha llevado a este gran conocimiento, por lo que nos regocijamos con un gozo tan sumamente grande (Mosíah 5:1-4).
Leamos fervientemente la palabra de Dios
Estrechamente relacionado con el oír la palabra de Dios está el leer la palabra de Dios. Las dos cosas nos ayudarán a aumentar nuestra fe. Nefi dijo: Escuchad las palabras del profeta que fueron escritas a toda la casa de Israel, y aplicadlas a vosotros mismos, para que podáis tener esperanza, así como vuestros hermanos… (1 Nefi 19:24).
Ello indica que si aplicamos las Escrituras a nosotros mismos, nos darán esperanza. Una de las grandes fortalezas en mi vida ha sido el estudio de las Escrituras y el esfuerzo por incorporarlas a mi vida. Me han dado la esperanza de que el Señor proveerá. He vivido circunstancias difíciles, cuando parecía difícil cumplir lo que el Señor deseaba que yo hiciera. Pero por saber lo que El había hecho con los pueblos de las Escrituras, y sabiendo que no hace acepción de personas, obtuve la esperanza y la fe de que me ayudaría en igual manera. Y me ha ayudado. Y nos ayudará a todos.
Jacob, el hermano de Nefi, dijo: Escudriñamos los profetas [las Escrituras], y tenemos muchas revelaciones y el espíritu de profecía; y teniendo todos estos testimonios logramos una esperanza y nuestra fe se vuelve inflexible, al grado de que verdaderamente podemos mandar en el nombre de Jesús, y los árboles mismos nos obedecen, o los montes, o las olas del mar (Jacob 4:6).
Ese pasaje nos enseña que al estudiar las profecías y las palabras del Señor, nuestra esperanza y fe en el Señor se vuelven verdaderamente inflexibles.
Actuemos en armonía con nuestra comprensión presente
Otra forma de aumentar nuestra fe es actuar de acuerdo con lo que comprendemos en el presente. Esto en verdad es un elemento clave para desarrollar la fe. Debemos actuar conforme a nuestro conocimiento y comprensión presentes del evangelio. En su discurso “La Verdadera Fe”, Orson Prart declaró:
La única manera de recibir fe adicional es vivir de acuerdo con la luz que ya tenemos. Si hacemos eso, tenemos la promesa de Dios de que nuestra fe brillará más y más hasta el día perfecto (A Compilation Containing the Lectures on Fahh, p. 84).
Esto nos indica —cosa que he notado en mi propia vida— que si una persona recibe el entendimiento de un principio del evangelio, y vive según ese entendimiento, corrigiendo su vida y ordenándola de acuerdo con ese principio, el Señor lo bendecirá con más entendimiento y conocimiento. Pero el Señor no seguirá bendícíéndonos si no obedecemos los principios que ya entendemos. Si deseamos aumentar nuestra fe, debemos analizar bien los principos que ya comprendemos, y asegurarnos de ponerlos en orden antes de que podamos esperar que el Señor nos dé más. Siendo que el Señor es misericordioso, nunca nos revela grandes cantidades de la verdad, que podrían abrumarnos, porque una vez que comprendemos un principio, somos responsables por él.
El Presidente Brigham Young dijo algo muy interesante sobre la fe: La creencia y la incredulidad se hallan independientes en el hombre, igual que oíros atributos. El hombre puede reconocer o rechazar, volverse a la derecha o a la izquierda, levantarse o permanecer sentado; puede decir que el Señor y su evangelio no valen la pena, o puede inclinarse ante ellos… Nuestra propia experiencia puede satisfacernos de que no es necesario requerir la fe ni con hechos ni con falsedades presentadas ya sea a los sentidos o a las percepciones de la mente.
En otras palabras, ni los hechos ni las mentiras afectan necesariamente a la fe de una u otra manera. En última instancia, la fe viene de adentro.
Si hablamos de la fe, es el poder de Dios mediante el cual los mundos son y fueron hechos, y es un don de Dios para aquéllos que creen y obedecen sus mandamientos. Por otra parte, ningún ser inteligente, ya sea que sirva o no a Dios, actúa sin creer. Lo mismo podría intentar vivir sin respirar que vivir sin el principio de la fe. Pero debemos creer la verdad, obedecer la verdad y practicar la verdad para poder obtener el poder de Dios que se llama fe (Discourses of Brigham Young, p. 153).
Si vamos a practicar las verdades que ya conocemos, debemos tener sumo cuidado de escuchar ios susurros del Espíritu. Estoy convencido de que recibimos muchos susurros pero sólo obedecemos unos cuantos. No obedecemos los susurros porque a veces no sabemos que estamos siendo inspirados, o porque pensamos que los susurros vienen de alguna otra fuente dentro de nosotros mismos. Dentro de mi limitada experiencia, he aprendido que al ir creciendo y madurando espiritualmente, encontramos que recibimos más y más inspiración para ayudarnos a vivir en armonía con lo que ya sabemos.
Guardemos los mandamientos
En cierta manera, guardar los mandamientos es lo mismo que vivir de acuerdo con lo que ya comprendemos, pero incluye la ¡dea de seguir buscando el conocimiento de todos los mandamientos, y vivirlos. José Smith dijo: Los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y… éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia (D. y C. 121:36).
Probablemente el mejor consejo que podemos recibir, si queremos aumentar la fe, es que la fe vendrá de acuerdo con nuestra rectitud personal. Enfatizo la palabra personal porque a veces hay individuos que piensan que podrán ser exaltadas gracias a un buen compañero o una buena familia. La verdad es que cada quien debe ser digno en forma. personal.
Hay una relación poderosa entre la dignidad y la fe. Juan el Amado lo explicó así:
No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.
Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de El; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y El sabe todas las cosas.
Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de El, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de El (1 Juan 3:18-22).
Este gran apóstol nos enseña que sí podemos orar con la confianza de que estamos esforzándonos por guardarnos del pecado, no que seamos perfectos, sino que estamos procurando vivir a la altura de lo que sabemos que es bueno, entonces tendremos la seguridad de que el Señor nos concederá lo que le pedimos. Por otro lado, si nuestro corazón nos reprende, es muy difícil que tengamos la confianza suficiente para pedirle una bendición al Señor. Cuando nuestro corazón nos reprende no podemos tener la fe y seguridad necesarias. ¿Sentimos que nuestro corazón es recto delante de Dios? Confío y oro que sí, y que si no lo es, estemos procurando que lo sea.
Sacrifiquemos mediante las pruebas y Tribulaciones
Podemos incrementar grandemente nuestra fe a través de sacrificios, pruebas y tribulaciones. El Señor dijo: De cierto os digo, que todos ¡os que de entre ellos saben que su corazón es recto y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí (D. y C. 97:8).
Hacer un convenio es muy fácil. Como miembros de la Iglesia, hacemos muchos convenios. Pero el Señor pide más que eso. Hacer un convenio es solamente el principio. Después debemos guardar ese convenio mediante sacrificio. En otras palabras, el Señor nos probará para ver si mediante sacrificio guardamos los convenios que hemos hecho. Estoy convencido de que debemos colocar sobre el altar del Señor un sacrificio espiritual que sea aceptable ante El.
Necesitamos examinar nuestra vida para saber las cosas que el Señor quiere que sacrifiquemos. Lo más usual es que El quiera que abandonemos nuestros pecados. El Señor requiere el sacrificio de un corazón quebrantado y un espíritu contrito (véase 3 Nefi 9:20). Y cuando sacrifiquemos lo que el Señor requiere, veremos que nuestra fe aumenta.
Los discursos sobre la Fe afirman:
UNA RELIGIÓN QUE NO DEMANDA EL SACRIFICIO ABSOLUTO DE TODAS LAS COSAS, TAMPOCO TIENE EL PODER PARA PRODUCIR LA FE NECESARIA PARA VIDA Y SALVACIÓN. Porque desde la primera etapa del hombre, la fe necesaria para gozar de vida y salvación jamás pudo obtenerse sin el sacrificio absoluto de todo lo terrenal.
Debemos estar dispuestos a sacrificar todo lo terrenal. Esto no quiere decir que el Señor requerirá que lo hagamos, sino que debemos estar dispuestos a hacerlo. Debemos estar dispuestos a sacrificar cualquier cosa que el Señor requiera, hasta nuestra propia vida, si es necesario. Si estamos dispuestos a hacer eso, entonces podemos demandar el gran don de la fe. Los Discursos sobre la Fe siguen diciendo:
Es por medio de ese sacrificio, y de ninguna otra manera, que Dios ha ordenado que los hombres gocen de vida eterna. Y es por medio del sacrificio de todo lo terrenal que los hombres llegan a saber que están haciendo lo que es aceptable a la vista de Dios. Cuando el hombre ha sacrificado todo lo que posee en pos de la verdad, ni siquiera escatimando su vida misma, y creyendo ante Dios que se le ha llamado a hacer tal sacrificio porque busca hacer la voluntad de Dios, ese hombre sabe de seguro que Dios acepta, y aceptará, su sacrificio y ofrenda, y que su búsqueda de Dios no ha sido en vano. Entonces, bajo tales circunstancias, ese hombre puede obtener la fe necesaria para obtener la vida eterna.
Fue por su ofrenda, con sacrificio, que Abel, el primer mártir, obtuvo el conocimiento de que Dios lo aceptaba. Y desde los días del justo Abel hasta el presente, el conocimiento que los hombres tienen de que son aceptados por Dios, se puede obtener solamente mediante el sacrificio. Y en los últimos días, antes que el Señor venga va a juntar a los santos que han hecho convenio con El por medio del sacrificio.
Entonces, aquéllos que sacrifican todo, tendrán el testimonio de que la dirección que lleva su vida es aceptable a la vista de Dios. Y los que tienen ese testimonio tendrán la fe para obtener vida eterna. Y por la fe podrán también perseverar hasta el fin y recibir la corona que está reservada para los que aman la venida de nuestro Señor Jesucristo (Discursos sobre la Fe 6:7, 9, 10).
El Señor les habló a los nefitas sobre el sacrificio que El requiere: Vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre; sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios ni vuestras holocaustos.
Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo… (3 Nefi 9:19, 20).
Testifico que la fe es poder. Es un poder espiritual que trasciende todo lo que nos podamos imaginar: es el poder mismo mediante el cual obra Dios. Es un poder que vendrá a través del tiempo, paciencia, tribulación y mucho sufrimiento. Pero vendrá a los fieles que lo desean y lo buscan.
Es mi oración que cada uno de nosotros continúe la búsqueda, tal vez eterna, por tener más fe y ser más como nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo; y adorarlos por el poder del Espíritu Santo en todo lo que hagamos.
Preguntas para meditar
- ¿Por qué respondieron con fe los presidentes de distrito y los miembros de la Iglesia, al grado de poder recaudar tos fondos del templo?
- ¿Por qué tenían tanta fe los consejeros de la misión?
- ¿Cuáles son las seis formas de aumentar la fe, que se mencionan en este capítulo?
- ¿Cuáles de ellas está usted dispuesto a comenzar a practicar hoy?
- ¿Cómo va a hacerlo?
- Al leer este capítulo, posiblemente sintió los susurros del Espíritu en ciertas secciones. ¿Cuáles secciones fueron? ¿Qué estaba el Espíritu inspirándolo a hacer, específicamente? ¿Hará usted esas cosas?
























