Viviendo por el poder de la fe

Capítulo 7

Cómo se ejerce la Fe


Uno o dos años después de mi misión, di un discurso en una reunión sacramental, en un barrio que no era el mío. Siempre había pensado que yo era un discursante relativamente bueno (¿ no pensamos todos lo mismo a veces?). Cuando terminé el discurso, un buen amigo mío, hombre de edad lleno de sabiduría, vino y me dijo: “Hermano Cook, ¿por qué no cree usted en predicar por el Espíritu?”. Ese hermano echó por tierra mi opinión de mí mismo como discursante. Y le dije: “¿Qué quiere decir con que no creo en predicar por el Espíritu?” Y entonces me leyó un pasaje de Doctrina y Convenios:

Ni os preocupéis tampoco de antemano por lo que habéis de decir; mas atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y se os dará en la hora precisa la porción que le será medida a cada hombre (D. y C. 84:85).

Luego, el mismo hermano me dijo: “Hermano Cook, noté que usted hizo un bosquejo de su discurso. Usted sabía de qué iba a hablar primero y qué ejemplo usaría para ¡lustrarlo, etcétera. Quizá el Espíritu quería que usted dijera alguna otra cosa, pero batalló para comunicárselo porque usted ya había determinado qué iba a decir”. Esas palabras me quemaban. Y pensé: “Pero, ¿qué las autoridades generales no leen sus discursos en las conferencias generales?” Pues sí, lo hacen para que los traductores puedan seguir el discurso con fluidez. Cuando el hombre se fue, comencé a pensar seriamente en eso. El era un gran maestro, pues me había dejado con una gran inquietud. ¿Acaso tenía razón? ¿De veras quería que subiera yo al pulpito sin notas ni bosquejo? Todo el asunto era un desafío para mí. Escudriñando las Escrituras encontré estas palabras:

Por tanto, da cierto os digo, alzad vuestra voz a este puebb; expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres…

¡Qué promesa tan grande! “Si hablan mis palabras nunca serán confundidos delante de los hombres”. Luego dice:
… porque os será manifestado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir.
Está diciendo que nos dará en el momento preciso lo que quiere que la congregación sepa. ¡Qué emocionante! Pero hay ciertas condiciones:
Mas os doy el mandamiento de que cualquier cosa que declaréis en mi nombre se declare con solemnidad de corazón, con el espíritu de mansedumbre, en todas las cosas.
Entonces nos hace una promesa: Y os prometo que si hacéis esto, se derramará el Espíritu Santo para testificar de todas las cosas que habláis (D. y C. 100:5-8).

Empecé a darme cuenta de que en vez de planear qué decir, debía darle al Señor la oportunidad de poner pensamientos en mi mente, y que debía ejercer la fe en que El me diría qué decir. Unas dos semanas después de esa experiencia con mi amigo, el obispo de mi barrio vino y me dijo: “Hermano Cook, nos gustaría que diera un discurso en la reunión sacramental”. Recuerdo que me temblaron las rodillas, pero acepté.

Mientras se iba, me dije: “¡Ayayay! Hermano Cook, aquí está el desafío para tu fe. Mis padres piensan que yo soy el mejor discursante de! mundo, pero si solamente subo al pulpito e improviso por veinte minutos, ¿qué pensarán?” En mi familia siempre bromeábamos sobre quién de mis hermanos era el mejor discursante. Ya era como una tradición que se había convertido en algo indebido cuando nos pedían que discursáramos —espero que por buenas razones. Pero yo me preocupaba por impresionar a mis padres y a toda la familia. Luego pensé: “El obispo piensa que voy a hacer un buen papel. ¿Qué tal si me paro ahí y no me sale nada?” Todas esas dudas me empezaron a venir.

Desafortunadamente, mi fe se hallaba en esa condición en esos tiempos, y uno tiene que comenzar desde donde esté. Pero estaba preocupado, y oré en cuanto a lo que iba a hacer. Pensé en sólo bosquejar un discurso pero dejarlo en casa el domingo, pues así tendna una idea general de lo que diría. Traté de escoger un tema, pero no pude. Pensaba en una idea, y luego en otra, y no me sentía bien con ninguna. Seguían pasando los días, hasta que llegó el sábado y yo todavía no podía pensar en nada. Descendí al punto más bajo de mi fe durante esa experiencia, pues me dije: “Muy bien, voy a pararme al frente e intentarlo, pero por si acaso, voy a llevar en mi bolsillo un discurso ‘de emergencia’ “Entonces oí la voz del Espíritu, que decía: “Hermano Cook, ¿crees o no crees? Así de simple”. En mi corazón tuve que contestar que sí creía.

De modo que no preparé ningún discurso. Nada más leí las Escrituras. Fue todo lo que pude hacer, para no estar pensando durante la Santa Cena: “Oye, tienes que decidirte por algo. Cuando menos piensa en un tema y unas cuantas ideas, un par de relatos, o algo. Sólo te quedan cinco minutos”. Necesitó mucha disciplina para no hacerlo. Nunca olvidaré haber subido al pulpito sabiendo que mi mente estaba vacía. Verdaderamente estaba ejerciendo mi fe, y oré: “Padre Celestial, si no me ayudas ahora, estoy acabado”. En verdad oré con todo mi corazón.

Entonces, al ponerme de pie ahí, sentí que sobre mí venía algo que me dominó, y hablé por el Espíritu del Señor. Hasta este día no sé de qué se trató el discurso, pero para mí fue un gran testimonio espiritual de que EL SEÑOR QUIERE OBRAR CON NOSOTROS, SI LO DEJAMOS. Me sentí bien en cuanto al discurso porque sentí que el Señor me había dado lo que habría de decir, y después varias personas fueron motivadas a arrepentirse por el Espíritu, que obró a través de mí en esa ocasión. Varios hermanos dijeron: “Hermano Cook, ¿qué le pasó? Sentí algo que me ha hecho cambiar. Nunca volveré a ser el mismo” Para mí fue un gran testimonio de que si ejercemos nuestra fe en el Señor, El cumplirá sus palabras. El nos ha dicho:

Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis (D. y C. 82:10)

La Fe se ejerce por medio de la palabra

A veces he ido con otros hermanos para dar una bendición a alguna persona, y alguien dice: “Hermanos, ejerzamos nuestra fe”, y algunos de los hermanos aprietan los puños y tensan sus músculos, como si de alguna manera al hacer eso pudieran ejercer su fe. Sin embargo, el ejercicio de la fe es un proceso espiritual, no físico, e incluye el uso de la palabra.

Los Discursos sobre la Fe nos dicen: ¿Qué debemos entender cuando se dice que el hombre obra por fe?… Debemos entender que cuando el hombre obra por fe, obra con esfuerzo mental y no físico. Es por la palabra, en lugar del uso de poderes físicos, que obra todo ser cuando obra por fe. Dios dijo: “Sea la luz; y fue la luz.” Josué habló, y se detuvieron los grandes astros que Dios creó. Elias mandó, y los cielos se sellaron por tres años y medio, y no llovió. Mandó otra vez, y los cielos dieron la lluvia. Todo eso se hizo por fe. El Salvador dice: “… si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará…” La fe, entonces, obra por la palabra, y con la palabra se han llevado a cabo, y se llevarán a cabo, sus más poderosas obras (Discursos sobre la Fe 7:3).

Hay muchos pasajes en las Escrituras que indican que la fe obra no por esfuerzo físico, sino por la palabra. El profeta Jacob, del Libro de Mormón, exclamó:

¡He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor! ¡Cuán inescrutables son las profundidades de sus misterios; y es imposible que el hombre pueda descubrir todos sus caminos! Y nadie hay que conozca sus sendas a menos que le sean reveladas; por tanto, no despreciéis, hermanos, las revelaciones de Dios.
Pues he aquí, por el poder de su palabra el hombre apareció sobre la faz de la Tierra, la cual fue creada, por el poder de su palabra (Jacob 4:8, 9).

Consideremos estos pasajes que enseñan que la fe se ejerce por medio de la palabra: Y tan grande fue la fe de Enoc, que dirigió al pueblo de Dios; y sus enemigos salieron a la batalla contra ellos; y él habló la palabra del Señor, y tembló la tierra, y huyeron las montañas, de acuerdo con su mandato; y los ríos de agua se desviaron de sus cauces, y se oyó el rugido de los leones en el desierto; y todas las naciones temieron en gran manera, por ser tan poderosa la palabra de Enoc, y tan grande el poder de la palabra que Dios le había dado (Moisés 7:13).

Porque el hermano de Jared dijo al monte de Zerín: ¡Apártate!; y se apartó. Y si él no hubiera tenido fe, el monte no se hubiera movido; por tanto, tú obras después que los hombres tienen fe.

Pues así te manifestaste a tus discípulos: porque después que tuvieron fe y hablaron en tu nombre, te mostraste a ellos con gran poder (Éter 12:30).

Mas recordad que no todos mis juicios son dados a los hombres; y tal como mis palabras han salido de mi boca, así se cumplirán, para que lo primero sea postrero, y lo postrero sea primero en todas las cosa que he creado por la palabra de mi poder, que es el poder de mi Espíritu.
Porque por el poder de mi Espíritu las he creado; sí, todas las cosas, tanto temporales como espirituales (D. y C. 29:30, 31).

Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación (D. y C. 68:4).

A veces cuando he observado a los misioneros, miembros, u otras personas, intentando ejercer su fe, resuenan en mi mente las palabras de José Smith de que el medio para ejercer la fe es la palabra.

Debemos ser dignos

El profeta José Smith enseñó: “La fe es el fundamento de toda justicia. No obtendréis nada del Señor a menos que estéis guardando los mandamientos, y al grado que estéis guardando los mandamientos, a ese grado recibiréis las bendiciones”.

Me impresioné al observar al Apóstol Harold B. Lee cuando se convirtió en el Presidente de la Iglesia. Se reunieron a su derredor muchos reporteros en esa primera conferencia de prensa en la ciudad de Lago Salado, y dijeron: “Presidente Lee, ¿cuál es el consejo más Importante que tiene para los santos de los últimos días?” Probablemente la mayoría de ellos pensaba que iba a anunciar alguna nueva doctrina o política; mas todo lo que dijo fue: “Sí, tengo un consejo para los santos de los últimos días. Les digo sólo una cosa: Guardad los mandamientos”. Cuando el Presidente Spencer W. Kimball fue llamado a ser el Presidente de la Iglesia, dijo la mismísima cosa. Y Adán y Eva, y Moisés, y todos los demás siervos del Señor, han dicho la misma cosa. Todo el libro de Deuteronomio parece tener un solo mensaje principal: Guardad los mandamientos. ¡Cuán simples son esas tres palabras! Y son el cimiento del ejercicio de la fe. Nunca recibiremos ninguna bendición del Señor a no ser por nuestra propia rectitud personal.

Hablamos mucho sobre autoridad y poder en el sacerdocio, porque son dos cosas distintas. Darle a alguien la autoridad es rasonablemente sencillo: le imponemos las manos y se la conferimos. Pero el poder es otra cosa aparte. El poder del sacerdocio depende de nuestra propia rectitud. El Señor dijo:

He aquí, muchos son los llamados, y pocos los escogidos.

¿Y por qué no son escogidos?

Porque a tal grado han puesto su corazón…

No dijo “sus mentes”; no dijo “su atención”; dijo “su corazón”, y eso abarca todo.

… en las cosas de este mundo, y aspiran tanto a los honores de los hombres, que no aprenden esta lección única:

No hay ningún otro lugar en las Escrituras en que el Señor hable sobre una “lección única”. Ha de ser muy importante. Y ésta es la lección:
Que los derechos del sacerdocio están Inseparablemente unidos a los poderes del cíalo, y que éstos no pueden ser gobernados sino conforme a los principios de Justicia (D. y C.121:34-36).

Si querernos aprender a ejercer la fe, debemos empezar con nosotros mismos; debemos estar en orden. El Señor no requiere que nos pongamos en orden en todo de una sola vez, pues nadie podría hacerlo. Nos ponemos en orden poco a poco, al irse expandiendo nuestro entendimiento. Al volvernos más sabios y aprender más de las Escrituras y del Señor, adquirimos más capacidad para ponernos en orden. Empezamos a ver que hay muchas cosas que no están bien; nos arrepentimos; el Espíritu Santo puede estar con nosotros más abundantemente, y enseñarnos más; y se aumenta nuestra fe. Finalmente, llegamos al punto en que nuestros pecados son pecados de omisión y no de comisión, y el proceso continua.

El Poder de la Fe es Espiritual, y está dentro de nosotros

La fe es espiritual; viene del Señor; pero nosotros la hacemos trabajar. Supongamos que deseamos que el Señor ayude a alguien que conocemos (un investigador, por ejemplo). A veces decimos: “Padre Celestial, bendice al hermano X. Es mi compañero en la orientación familiar, y está teniendo dificultades con su testimonio. Envía tu Espíritu y cambia su corazón”. En ocasiones el Señor contesta esas oraciones, pero para que suceda algo bueno, con frecuencia se requiere un mayor ejercicio de nuestra fe.

Alma y los demás miembros de la Iglesia oraron para que el Señor cambiara el corazón de Alma, hijo. Tenían tanta fe que literalmente hicieron bajara a un ángel del cielo.

Cuando el hermano de Jared vio al Señor, ¿fue acaso porque el Señor dijo: “El es un hombre muy bueno. Creo que me le voy a mostrar”? No; el hermano de Jared aprendió una ley y la obedeció. Consideremos estas palabras del libro de Éter:

  • le dijo el Señor: ¿creerás las palabras que hable?
  • él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir.
  • cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró, y dijo: Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por tanto, eres traído de nuevo a mi presencia; por consiguiente yo me manifiesto a ti.
  • debido al conocimiento de este hombre, no se le pudo impedir que viera dentro del velo; y vio el dedo de Jesús, y cuando vio, cayó de temor, porque sabía que era el dedo del Señor; y para él dejó de ser fe, porque supo sin ninguna duda.

Por lo que, teniendo este conocimiento perfecto de Dios, fue imposible Impedirle ver dentro del velo; por tanto, vio a Jesús, y por él fue ministrado (Éter 3:11-13, 19, 20).

El Señor actúa según su voluntad, desde luego, pero a menudo decide actuar de acuerdo con nuestra fe. Las Escrituras dicen en muchos lugares: “Yo estoy contigo, y tú estás conmigo”. El Espíritu del Señor está con nosotros. El Espíritu de Cristo está en todo ser viviente. Pienso que muchas veces el Señor dice: “No me pidas que lo haga, hazlo tú”. A Satanás le gustaría que las cosas fueran de otra manera. Si dependiéramos de que el Señor hiciera todo el trabajo, que es lo que Satanás quería y todavía quiere, seríamos unos títeres. Pero por razón del gran amor del Señor, nos dice: “TE DARÉ ALGO DE MI PODER HASTA QUE APRENDAS A ACTUAR EN FORMA INDEPENDIENTE, COMO YO, SI HACES MI VOLUNTAD. Y SI HACES MI VOLUNTAD, AL FINAL TE DARÉ TODO MI PODER”.

Estoy convencido de que Alma entendía este concepto completamente. Leemos en Alma 29:

No debería, en mis deseos, derribar los firmes decretos de un Dios justo, porque sé que El concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida; sí, sé que El reparte a tos hombres según la voluntad de ellos, ya sea para salvación o destrucción (Alma 29:4).

Alma no dice que Dios nos concede según las circunstancias, tales como si hace frío o calor, si otras personas nos ayudan o no, o si es el tiempo justo. El nos concede de acuerdo con nuestros deseos. O en otras palabras, depende de nosotros.    

La carga está donde debe estar. El Élder James E. Talmage dijo: “Por alguna razón hay santos de los últimos días con la idea equivocada de que al final, cuando venga el día, el Señor los volverá dioses o diosas cuando alguien les imponga las manos y les diga: ‘A partir de ahora tienes todo lo que necesitas para ser un dios’. Eso no es verdad. Todo lo que necesitamos para ser un dios está en nosotros ahora mismo. Nuestra tarea es tomar esos elementos que están dentro de nosotros y retinarlos”.

Cuando yo era presidente de misión, ocasionalmente venía a verme algún misionero y decía: “Eider Cook, me voy a casa. No puedo hacer esto; es demasiado difícil”. Examinando eso, ¿se le habría ocurrido a ese misionero que no podía hacerlo si hubiera sabido plenamente quién era? Estaba desperdiciando su tiempo hablando conmigo, pues yo no creería eso ni en un millón de años, porque sé que el poder para cumplir la voluntad del Señor, está en nosotros. El Señor ha dicho:

Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compeiido en todo es un siervo negligente y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.

En otras palabras, el Señor dice: “Toma tú las riendas. Hazte cargo, bajo la dirección de mi Espíritu. No esperes que alguien te diga todo lo que hay que hacer”.

De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente empeñados en una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa (D. y C. 58:26-28).

Orson Pratt dijo lo siguiente: [La mente] es el agente del Todopoderoso, vestida con un tabernáculo mortal, y debemos aprender a disciplinarla, y no permitir que el diablo interfiera con ella o la confunda, ni la distraiga de nuestro gran objetivo.

Sí una persona educa su mente para que ande con el Espíritu, y dirige su mente para que funcione bajo el principio de la fe, el poder de Dios la acompañará constantemente, y sus facultades para obtener conocimiento no tendrán límites.

Para ejercer la fe debemos disciplinar nuestra mente. Muchas personas todavía están batallando con su cuerpo; y algunos de nosotros, que somos ya mayores, ya batallamos para que nuestro cuerpo haga lo que queremos que haga. Yo hablo mucho conmigo mismo. No sé si es saludable o no, pero recuerdo a un consejero profesional que me dijo que las personas creativas siempre hablan consigo mismas, y eso me hizo sentir un poco mejor. Por lo que seguí haciéndolo. A mi cuerpo le digo: “Oye, ¿quién es el que manda aquí?” Pues el verdadero Gene Cook es una entidad espiritual, ¿no? Yo soy el que manda, y este cuerpo es mi tabernáculo. Cuando mi cuerpo quiere hacer algo que mi mente no quiere, pregunto:

“¿Quién manda aquí, tú o yo? Mando yo!, así que: ¡Andando!”. Y mi cuerpo obedece. Con nuestra mente podemos hacer lo mismo. El Señor nos dio el poder para realizarlo. Lo que quiero decir es: Podemos prevalecer sobre otras personas, cosas y situaciones, por medio de nuestra fe.

No se debe ejercer la fe en forma contraria a la voluntad del Señor

Recordemos que la fe está condicionada a la voluntad del Señor, así como a la del hombre. Dicho de otra manera, si oro con toda mi fe a favor de algo que va en contra de la voluntad del Señor, ¿quién va a prevalecer? El Señor. Prevalecerá su voluntad, no sólo a corto plazo, sino a la larga también. Estoy seguro de que su voluntad es que todos los hombres se arrepientan —lo dicen las Escrituras—, pero no lo hacen. Estoy seguro de que fue la voluntad del Señor que Nefi obtuviera las planchas. Nefi fracasó dos veces antes de tener éxito. Al principio no siguió específicamente la voluntad del Señor sobre cómo obtener las planchas, aunque su persistencia lo hizo lograr el resultado final de cumplir la voluntad del Señor.

Entreguemos todo nuestro corazón al Señor

Cuando ejerzamos nuestra fe en algo, tenemos que poner en ello todo nuestro corazón; no se puede hacer a medias. El Señor nos ayudará solamente al grado que entreguemos nuestro corazón. Si hoy le entregamos un poquito, así responderá El. Mientras más aprendamos a dar, más sentiremos su presencia.

El Señor dijo: “Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:36). Ese es un mandamiento muy grande. Conforme concentremos toda nuestra alma en un propósito justo, se realizará.

Es posible saber la medida de nuestra fe mediante la cantidad de deseos justos que hemos cumplido. O sea, si yo digo que voy a hacer algo justo, y lo hago, ésa es una buena medida de mi fe. Algunas personas van a la deriva por la vida, sin tomar una posición determinada. Nunca dicen: “Voy a hacer esto”, y lo hacen. Más bien se resignan “a ver qué pasa”.

Imaginémonos a un presidente de misión que dice: “¿Cuántas personas va a bautizar este mes, élder?”

Y el élder dice: “Pues no lo sé; todo depende”.

—¿Depende de qué?

—Pues, como usted sabe, por acá los miembros no nos ayudan mucho.

—Entonces, ¿de qué depende?

Luego el élder dice: “Pues, hace mucho calor”, como si su éxito dependiera de algo más que de sí mismo y del Señor. Cada uno de nosotros debe comprometerse a hacer algo que requiera ejercer la fe con toda el alma.

Avancemos sin temor a lo desconocido

Para ejercer la fe, tenemos que entrar en terreno desconocido; tenemos que arriesgar algo. Recuerdo el relato del hombre que resbaló de un barranco y quedó colgando de un arbusto, a cien metros del suelo. Y empezó a orar, diciendo: “Señor, sálvame, sálvame. Esta rama está a punto de quebrarse. Sólo me queda un minuto o dos”. Arriba de él se apareció el Señor, y le dijo: “Suéltate, y yo te agarraré”. Esa era la prueba, ¿verdad? La fe precede al milagro.

Recuerdo a un individuo que escribió un libro sobre cómo perder peso. Seis meses antes de que se publicara el libro, él pesaba cien kilogramos. En su libro escribió: “Ahora peso sesenta y seis kilogramos. Estoy feliz con mi nuevo peso”. Y describía cómo se sentía pesando sesenta y seis kilogramos. Pero cuando lo escribió pesaba todavía cien kilogramos. ¿Se estaba arriesgando? Cuando el libro saliera a la luz, tenía que pesar sesenta y seis kilogramos. Y lo logró. ¿Podemos ver cómo concibió la idea anticipadamente, y luego la hizo realidad? Nosotros debemos decidir lo que queremos hacer que suceda, y luego hacerlo que suceda. ¿Lo creemos? Es la verdad.

Si permanecemos en la esfera de lo que podemos hacer, no lograremos mucho. Algunas personas dicen, sentándose a un lado de la estufa: “Dame calor y te daré leña”. Ridículo, ¿verdad? No se puede obtener calor de una estufa a menos que primero le pongamos leña. Mas a nivel espiritual tendemos a hacer eso mismo. Decimos: “Señor, permíteme ganar más dinero, y entonces podré pagar los diezmos”. Pero el Señor dice: “Paga los diezmos y prosperarás”. Estamos dispuestos a hacer la voluntad del Señor, pero a veces decimos en nuestras oraciones: “Muéstrame tu voluntad, y la haré”. El Señor dice: “No, hazla primero, y en el proceso te la mostraré”.

Muchas veces el Señor revela su voluntad a medias. Lo hace para que ejerzamos la fe para recibir el resto. ¿Por qué? Para que podamos ser independientes, como El. Al entrar con fe en terreno desconocido, recibimos la luz de la revelación. Pero hasta que traspasemos el límite de lo conocido, y hagamos todo lo que podamos, el Señor no nos dará más.

Es posible que nos revele sus propósitos generales, pero casi nunca se revelan los detalles hasta que hayamos hecho todo lo que podamos.

Seamos específicos ai comunicarie nuestros justos Deseos al Señor

Hace algunos años, comí con un Presidente de Misión y un Presidente de Distrito, al que le pregunté: “¿Cuántos misioneros de tiempo completo va a enviar antes de que termine el año?” Ese día era el primero de agosto, por lo que le quedaban cinco meses. Respondió enseguida, lo cual me indicó que ya había fijado una meta, y dijo: “Voy a enviar a cinco”. Le dije: “Muy bien; eso es para agosto, ¿y los otro cuatro meses?” Y dijo: “No, Élder Cook, los cinco misioneros son para los cinco meses”. Su perspectiva se enfocaba en el pasado, porque de ese distrito nunca habían salido cinco misioneros al mismo tiempo; nunca. El pensaba que lograr cinco a partir de cero estaba muy bien. Pero estaba hablando con alguien que había tenido otras experiencias. Así que le dije: “Cinco está bien, pero eso debería ser nada más en este mes”.

Estuve bromeando con él un poco, tratando de hacer que elevara su meta; él tenía que ponerse su propia meta, no nosotros. Entonces el Presidente de Misión dijo: “¿Sabe, Presidente?, posiblemente pueda enviar a veinte en los cinco meses, ¿no?”. El Presidente de Distrito contestó: “¿Veinte misioneros?, no”. Y comenzó a enumerar todas las razones por las que no se podía. Le pregunté cuántas ramas tenía en la ciudad, y dijo que cuatro. Le pregunté: “Entonces, ¿podría enviar a un misionero de cada rama cada mes?” Contestó: “Eso sí; sí podría mandar un misionero de cada rama”. ¿Ven con cuántos se comprometió? ¡Veinte! Luego le dije: “Presidente, le prometo que, según su fe y la fe de sus líderes, antes del 31 de diciembre de este año habrá enviado a veinte misioneros de tiempo completo”. El distrito logró la meta, y más, pues tan sólo en el siguiente mes enviaron a diez misioneros de tiempo completo.

Para alcanzar una meta debemos saber cuál es; debemos ser específicos. Y si somos muy específicos, eso ayuda grandemente a realizarla. Si hablamos de bautizar a treinta personas por mes, parece imposible. Pero si hablamos de bautizar una al día, podemos hacerlo. Se trata de unas seis familias, de cinco personas cada una. Desde luego que podemos bautizar a seis familias. Lo que estamos haciendo es volver más pequeña la meta en nuestra mente, para poder manejarla.

El Presidente Kimball no le permitía a nadie estar con él sin obtener de esa persona un compromiso. Si estaba en una conferencia de estaca, decía al Presidente: “¿Qué va a hacer con el Sacerdocio Aarónico durante los próximos tres meses?” “Pues no lo sé; todo depende”. ““¿Depende de qué?” “No lo sé”. Entonces decía el Presidente Kimball: “¿Por qué no piensa en dos o tres metas?” Si el Presidente de Estaca podía fijarlas en ese momento, lo hacía; si no, el Presidente Kimball decía: “La conferencia terminará mañana, y me reuniré con usted al mediodía. Usted tendrá listas las metas y lo que va a hacer para lograrlas. Quiero saber específicamente cuáles son y en qué fecha las logrará; después, espero que me dé un informe sobre ello”. El era muy específico, y amaba a las personas lo suficiente para ayudarlas a crecer.

Procuremos ser totalmente disciplinados

El Presidente David O. McKay dijo: “La primera y principal victoria es conquistar nuestra tendencia a no tomar acción. Porque ser conquistados por esa tendencia a no actuar es lo más vergonzoso y vil. Un solo acto de autonegación, un solo acto dé sacrificio, vale más que todos los buenos pensamientos, todos los tiernos sentimientos y todas las oraciones emotivas que caracterizan a los hombres que no hacen nada”.

Cuando usted diga que va a hacer algo, hágalo. Cumpla su palabra. No se desanime cuando se fije una meta y fracase en alcanzarla, pues no todo el tiempo puede saber cuál es la voluntad del Señor. Tan sólo ejerza su fe en el Señor y haga todo lo que pueda en cuanto a lo que usted piense que es la voluntad de El. A menudo me pregunto a mí mismo: “¿Cuánto vale tu palabra, Élder Cook? ¿Qué precio puedes ponerle a tu palabra. Si le dices a alguien que vas a hacer algo, ¿lo haces, o sales con excusas para justificar que no lo hiciste?” El Señor dijo:

Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca (Números 30:2).

En muchos lugares el Señor dice: “Lo que he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo. Los cielos y la Tierra pasarán, pero mis palabras se cumplirán todas”. En otras palabras, lo que el Señor dice que va a suceder, sucederá. Estamos procurando adquirir los atributos del Señor, ¿no es así? Queremos ser como El. Una cosa que nos ayudará a lograrlo es disciplinar nuestras acciones para que sean el reflejo de nuestras palabras. Si nuestra fe es débil, al principio escojamos metas pequeñas, para cuyo logro podamos disciplinarnos. Nuestras metas deben ser más elevadas de lo que podemos hacer actualmente, pero no demasiado.

En Eclesiastés leemos: Cuando hacas a Dios promasa, no tardes en cumplirla; porque El no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.
Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas (Eclesiastés 5:4,5).

A mi juicio, si prometo hacer algo y no cumplo mi promesa, eso mina mi carácter. Lo que debemos de prometer no es necesariamente un resultado específico, sino que debemos prometer hacer todo lo que podamos para cumplir la voluntad del Señor. El resultado depende del Señor. Pero el disciplinarnos depende de nosotros.

Estemos dispuestos a ofrecer sacrificios

El Señor dijo: De cierto os digo, que todos los que de entre ellos saben que su corazón es recto y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí (D. y C. 97:8).

En otras palabras, hacer un voto o promesa es bastante fácil; pero lo que sí cuesta es sacrificar lo que sea necesario para probar nuestra fe por nuestras obras. El Señor quiere que mediante nuestro sacrificio le demostremos que verdaderamente creemos; que haremos lo que está a nuestro alcance para cumplir su voluntad.

Sin embargo, hay que usar sabiduría. No sé cómo explicarlo mejor que diciendo que algunas personas—espiritualmente—se meten, al parecer en un laberinto de problemas suponiendo que para complacer a Dios tienen que complicarse la vida. Pero no se requiere que suframos innecesariamente. Si esas personas que se creen mártires dejaran que el Señor les resolviera sus problemas, aprenderían la lección sin sufrir tanto y él les diría “Basta, esas penas no son necesarias.” Pero la naturaleza de algunos los lleva a creer que tienen que padecer y sufrir constantemente. Y si eso quieren, elSeñor se los permite. Pero la desgracia de todo eso es que desperdician el tiempo y no avanzan al aprendizaje de otros principios El Señor nos deja aprender muchas cosas por la experiencia, pero en ocasiones podríamos ser librados mucho más pronto si lo dejamos que él nos libre . Moisés podía haber dicho: “Lo que hay que hacer para cruzar este mar Rojo es conseguir todas las cubetas que podamos”. Pero no sufrió innecesariamente; sólo hizo todo lo que estaba razonablemente a su alcance, y luego el Señor desnudó su brazo y efectuó un gran milagro.

Reconozcamos y utilicemos las evidencias espirituales para edificar nuestra Fe

Aprendamos a buscar y reconocer las evidencias espirituales que vienen por ejercer la fe; cuando las encontremos, nuestra fe crecerá. Al ir aumentando nuestra percepción espiritual, aumentarán las evidencias espirituales que notaremos. Y éstas, a su vez, aumentarán nuestra fe aun más. Entonces recibiremos más evidencias, y finalmente tendremos un conocimiento perfecto de que el Señor vive y que recompensa a los que lo buscan.

Usemos lo que aparentemente son fracasos, para Fortalecer nuestra Fe

Al enfrentar un fracaso aparente, redoblemos nuestra fe, recordando que al final prevalecerá la voluntad del Señor.

Cuando íbamos a tener nuestro último bebé en Uruguay, mi esposa había aumentado de peso más que en veces anteriores. Regularmente, en el embarazo aumentaba nueve kilogramos o algo así, pero esta vez había aumentado diecinueve; estaba inmensa. En Uruguay no creen en tener bebés con anestesia, sino en el parto natural. Mi esposa nunca había tenido un bebé así. Había sufrido los últimos dos meses cuando vio cuánto peso había ganado, y el doctor seguía diciéndole que iba a ser el bebé más grande que había tenido. Ella hizo todo lo que pudo para prepararse para el parto, mediante ejercicios y otras técnicas. Cuando se llegó la fecha en que nacería el bebé, y se pasó una semana, un viernes el doctor le dijo: “Sra. Cook, si el bebé no ha nacido para el lunes, tendremos que inducir el trabajo de parto, pues está muy grande”.

Mi esposa y yo fuimos a casa y decidimos que ejerceríamos toda nuestra fe en que el Señor haría que el bebé naciera en forma natural, porque no queríamos inducir el parto. Queríamos que el Señor hiciera venir al bebé en su propia manera. Oramos mucho, y ayunamos sobre el asunto, y tomamos varias y largas caminatas.

El domingo en la noche —un día antes que se venciera el plazo— el bebé todavía no nacía. Llegó la mañana, y a las nueve nos fuimos a! hospital. Recuerdo haber pensado: “Élder Cook, ¿qué va a pasar si el bebé no nace por sí solo como resultado del ejercicio de tu fe? ¿Qué va a ser de tu espiritualidad si las cosas no pasan como has pedido en oración?”.

Es en esos momentos que debemos comprometernos con nosotros mismos y con el Señor: “No endureceré mi corazón ni me enojaré si esto no se cumple. Redoblaré mi fe en el Señor, y no sólo en el cumplimiento de esta cosa”. Como a las diez entró la enfermera, y hasta el mismo momento en que pusieron la aguja en el brazo de mi esposa, creímos que el bebé nacería por sí solo. Pero no fue así. A pesar de eso, nos sentimos bien al saber que hasta el último segundo en que le pincharon la piel con la aguja, creímos. Cuando nació el bebé, fue uno de los partos con menor dolor que mi esposa ha tenido. ¡Qué experiencia tan grandiosa y espiritual!

Comparto ese relato para mostrar que las cosas no siempre suceden como pensamos que van a suceder. Pera cuando las cosas no pasan en la forma que pensamos y planeamos, lo importante es lo que pasa en nuestro corazón. Es fácil creer cuando todo va bien, pero es difícil cuando las cosas andan mal. Sin embargo, esas pruebas son necesarias para saber en qué está enfocada nuestra fe: ¿ejercemos la fe en el Señor, o en lo que nosotros queremos que suceda? El Señor nos probará para saberlo. Nuestra actitud debe ser como la de Job, quien, después de perderlo todo, dijo: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).

Si deseamos tener una gran fe, preparémonos para las grandes pruebas que vendrán, porque es seguro que vendrán. Y debemos aprovecharlas para fortalecer nuestra fe en el Señor. El Apóstol Pablo lo dijo con gran elocuencia: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:1-5).

Tengamos la seguridad de que Dios obrará de acuerdo con nuestra Fe

Luego de haber ejercido nuestra fe, podemos tener la confianza de que Dios cumplirá sus promesas y hará su voluntad. Así lo hizo con Adán, con Noé, con Abraham, con Nefi, y con todos sus siervos a lo largo de la historia, y lo hará con nosotros. El cumplirá todas sus palabras, y nos concederá nuestros justos deseos, de acuerdo con nuestra fe.

Después de escribir a los hebreos sobre la fe de los antiguos patriarcas, el Apóstol Pablo dijo:

¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;

que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de El sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo El en vosotros lo que es agradable delante de El por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (Hebreos 11:32-34; 12:1, 2; 13:20, 21).

Preguntas para meditar

  1. ¿Cómo es que se ejerce la fe por medio de la palabra?
  2. ¿Qué relación hay entre la fe y la dignidad personal?
  3. ¿Cuál es la parte del Señor cuando ejercemos la fe? ¿Cuál es nuestra parte?
  4. ¿Cómo podemos saber la medida de nuestra fe?
  5. ¿Qué relación hay entre la autodisciplina y la fe?
  6. ¿Qué relación hay entre el sacrificio y la fe?
  7. ¿Cómo podemos ser más específicos al orar sobre nuestras metas y problemas?
  8. ¿Cómo podemos saber la voluntad del Señor al tiempo de ejercer nuestra fe?
  9. ¿Qué podemos hacer hoy, que nos ayude a entregarle todo nuestro corazón al Señor?
  10. ¿Cómo podemos aprovechar un aparente fracaso en nuestra vida, para fortalecer nuestra fe?
  11. ¿Qué necesitamos hacer en nuestra vida actual para entrar en terreno desconocido ejerciendo la fe?
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