Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 46-48

Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 46–48
12 – 18 mayo: “Buscad diligentemente los mejores dones”


Doctrina y Convenios 46–48


Contexto histórico (marzo–mayo de 1831)

A principios de 1831, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaba creciendo rápidamente en el estado de Ohio, especialmente en Kirtland, donde muchos conversos nuevos, como los miembros de la congregación de Sidney Rigdon, habían sido recientemente bautizados. Estos nuevos miembros, aunque llenos de fe, traían consigo diferentes antecedentes religiosos, especialmente influencias del movimiento de restauración y del protestantismo evangélico, donde las manifestaciones espirituales como hablar en lenguas o la sanidad por fe eran comunes y a veces desordenadas.

Los líderes de la Iglesia enfrentaban el desafío de establecer orden, discernimiento y unidad en medio de estas experiencias espirituales intensas. En este contexto, algunos líderes se preguntaban quién debía ser admitido en las reuniones de adoración, especialmente porque ciertas personas ajenas a la Iglesia interrumpían o incluso burlaban las reuniones de los santos. Surgió la idea de cerrar las reuniones al público, permitiendo solo la entrada a miembros bautizados.

Ante esta situación, José Smith buscó la guía del Señor. El resultado fue la revelación contenida en Doctrina y Convenios 46, recibida el 8 de marzo de 1831. En ella, el Señor instruyó a los santos a no excluir a las personas de sus reuniones, ya que incluso aquellos que “no son del cuerpo” (no miembros) podrían estar buscando sinceramente la verdad. También proporcionó una guía esencial sobre los dones del Espíritu, enseñando cómo reconocerlos, valorarlos y buscar los “mejores dones”, como medio de edificación de la Iglesia y no para alarde personal.

En este mismo periodo (marzo–mayo de 1831), surgen las secciones 47 y 48:

  • D. y C. 47 se dirigió a John Whitmer, quien fue llamado por revelación para ser el historiador de la Iglesia, confirmando que debía registrar de manera fiel los eventos importantes, a pesar de que inicialmente se sentía poco capacitado para ello.
  • D. y C. 48 aborda una preocupación práctica: los santos que emigraban desde Nueva York a Ohio, en obediencia al mandato de reunirse en Sion. Muchos llegaban sin propiedades, y la Iglesia debía encontrar formas de ayudarles a establecerse. El Señor instruyó que se compraran tierras según lo posible, con un enfoque en la preparación futura de Sion.

Doctrina y Convenios 46:1–7


1. El Salvador recibe a todos los que quieran adorar en Su Iglesia.

El Señor comienza esta revelación recordando que los líderes de la Iglesia actúan con Su autoridad (v.1). Esto afirma que cualquier instrucción relacionada con la organización y dirección de la Iglesia debe estar fundamentada en la revelación divina, no en preferencias personales.

En el versículo 3, el Salvador establece un principio revolucionario para el tiempo —y que sigue siendo actual—: la Iglesia debe ser un lugar inclusivo, donde todos los que desean adorar a Dios son bienvenidos. Esto contrasta con el impulso que algunos tenían de cerrar las reuniones a quienes no eran miembros, por miedo al desorden o la burla.

Cristo, sin embargo, enseña:

“No os mandaré que echéis fuera de vuestras reuniones a los que no son de la iglesia.”

Este mandamiento es una manifestación directa de Su carácter misericordioso. Él invita a todos a venir a Él, sin importar su trasfondo, nivel de fe o estado de membresía.

La Iglesia no es un club cerrado para los perfectos, sino un hospital espiritual para todos los que buscan sanación.

2. Discernimiento frente a la confusión espiritual

Los versículos 4–6 abordan una preocupación real: ¿Cómo distinguir entre el Espíritu verdadero y falsos impulsos o engaños?

El Señor dice:

“No permitáis que nadie se enseñoree de vuestras reuniones; sin embargo, si alguien ha sido hallado como transgresor, y se arrepiente, será recibido otra vez.” (v.4)

Aquí se establece una tensión delicada entre orden y misericordia:

  • La Iglesia debe estar libre de aquellos que busquen dominar o perturbar,
  • Pero también debe ofrecer oportunidades de arrepentimiento y retorno a los que han caído.

Luego, el Señor reitera en el versículo 5:

“No mandéis fuera a nadie de vuestras reuniones, sean miembros o no.”

La razón es doctrinal y poderosa:

“Porque de cierto os digo que no sois aún purificados.”

El Señor está corrigiendo cualquier sentido de superioridad espiritual que pudiera llevar a excluir a otros. Incluso los miembros más fieles están aún en proceso de purificación, por lo tanto, deben extender la misma paciencia y apertura que ellos mismos reciben de Cristo.

3. Diligencia en buscar los dones espirituales (v.7)

Aunque este punto se desarrolla más en los versículos posteriores, ya en el versículo 7 se introduce una advertencia y una promesa:

“Para que no seáis engañados, buscad diligentemente los mejores dones, recordando siempre para qué son dados.”

Los dones espirituales no son fines en sí mismos ni trofeos personales; su propósito es edificar la Iglesia y bendecir a los demás.

El mandamiento de buscar diligentemente implica un esfuerzo deliberado, oración y rectitud. No se trata solo de recibir dones, sino de entender su propósito divino, guiado por la voluntad de Dios y no por el deseo de reconocimiento o poder.

Doctrina Aplicación práctica
Cristo recibe a todos Nuestra actitud hacia los visitantes o los que están regresando a la fe debe reflejar acogida, paciencia y amor cristiano.
No excluir a nadie Debemos evitar crear ambientes sociales o espirituales donde alguien se sienta “fuera de lugar” en la Iglesia.
Arrepentimiento y reintegración Los que han cometido errores no deben ser descartados, sino ayudados a volver al redil con amor.
Buscar los mejores dones Esto requiere discernimiento espiritual, humildad y dedicación a servir, no a sobresalir.

Estos primeros versículos de Doctrina y Convenios 46 enseñan con claridad que la Iglesia de Jesucristo es un lugar de reunión y adoración abierto a todos los que buscan a Dios. Aun cuando haya preocupaciones legítimas por el orden y la reverencia, la inclusión, la misericordia y el espíritu de acogida deben prevalecer.

El Salvador no cierra la puerta a nadie que sinceramente desee acercarse a Él, y espera que Su Iglesia siga ese mismo ejemplo. En un mundo de exclusiones y etiquetas, este principio sigue siendo profundamente contracultural y divinamente inspirador.

Los versículos 1 al 7 de Doctrina y Convenios 46 revelan con claridad el carácter abierto, misericordioso y ordenado del evangelio de Jesucristo. En un momento en que algunos miembros recién conversos deseaban restringir las reuniones de adoración solo a los ya bautizados, el Señor corrigió esa tendencia elitista al declarar:

“No mandéis fuera a nadie de vuestras reuniones, sean miembros o no.” (v.5)

Esta declaración no solo trata sobre el acceso físico a una reunión, sino que establece una norma eterna para la Iglesia: todos son bienvenidos a acercarse a Cristo, sin importar su pasado, dudas, debilidades o circunstancias.

En paralelo, el Señor establece el principio de discernimiento espiritual. Recibir a todos no significa perder el orden ni dejarse engañar. Por eso, la guía divina invita a los santos a buscar “los mejores dones” y recordar siempre “para qué son dados”: no para engrandecimiento personal, sino para la edificación del cuerpo de Cristo.

Estos versículos, entonces, equilibran dos pilares esenciales del Reino de Dios:
Gracia e inclusión universal
Verdad, orden y revelación espiritual

Como miembros de la Iglesia de Jesucristo, debemos reflejar el mismo espíritu del Salvador: recibir con los brazos abiertos a quienes vengan a adorar, ya sea que estén bautizados, estén en proceso de conversión o simplemente estén explorando la fe. Nuestro trato hacia ellos puede marcar la diferencia entre que sientan el amor de Dios… o que se alejen.

El recordatorio de que “no sois aún purificados” (v.6) es un llamado a la humildad. Todos estamos en proceso. Evitemos compararnos o excluir a otros por sus errores pasados. El arrepentimiento es real y el cambio es posible para todos.

Los dones del Espíritu no son ornamentos ni señales de superioridad espiritual. Son herramientas para servir, fortalecer, consolar y guiar. Cada uno puede orar y trabajar por ellos, especialmente si desea ayudar en la obra del Señor.

Testifico que el Salvador Jesucristo invita a todos a venir a Él. No hay alma tan quebrantada, ni corazón tan extraviado, que no sea bienvenido a Sus pies. Su Iglesia no es un lugar para los perfectos, sino un refugio para los que desean cambiar, sanar y crecer.

Sé que Él nos guía hoy como lo hizo con los santos de Kirtland. Él quiere que Su Iglesia sea un lugar de inclusión, revelación y redención, donde cada persona tenga un espacio para acercarse a Dios y descubrir Su amor.

También testifico que los dones espirituales son reales. El Espíritu Santo puede inspirarnos con sabiduría, fe, consuelo, discernimiento y muchas otras bendiciones que edifican el alma. Al buscar diligentemente estos dones con intención pura, nos volvemos instrumentos más útiles en las manos del Señor.

Y sobre todo, sé que el Salvador nos conoce, nos ama y nos recibe con gracia inagotable, cada vez que nos acercamos a Él con humildad y fe.


Doctrina y Convenios 46:7–33
El Padre Celestial me concede dones espirituales para bendecir a otras personas.


Estos versículos son una de las exposiciones más detalladas en las Escrituras sobre los dones espirituales, su origen, propósito y diversidad. El Señor revela que estos dones son concedidos por el Padre, mediante el Espíritu, “para beneficio de los que me aman y guardan todos mis mandamientos” (v.9).

1. Advertencia y preparación (versículo 7)

“Para que no seáis engañados…”

El Señor advierte que el enemigo también tiene poder para fingir manifestaciones espirituales. Por eso, el Señor manda a buscar diligentemente los mejores dones, no con orgullo, sino “recordando siempre para qué son dados”.

Principio clave: Los dones espirituales se buscan con intención pura y discernimiento, no con deseo de notoriedad.

2. Propósito de los dones espirituales (versículo 9)

“Para beneficio de los que me aman y guardan todos mis mandamientos…”

Los dones no son señal de superioridad espiritual, sino de la misericordia de Dios, destinada a edificar Su Iglesia, consolar a los que sufren, fortalecer a los débiles y guiar a los que dudan.

3. Diversidad de dones espirituales (versículos 11–26)

El Señor enumera una lista variada de dones, entre ellos:

Don espiritual Propósito
Conocer que Jesucristo es el Hijo de Dios (v.13) Testificar con certeza y poder
Creer en las palabras de los que lo saben (v.14) Apoyar el testimonio y edificar la fe
Don de sanidad (v.20) Aliviar a los enfermos física y espiritualmente
Hacer milagros (v.21) Mostrar el poder de Dios para confirmar Su obra
Profetizar (v.22) Comunicar la voluntad de Dios
Discernir espíritus (v.23) Proteger contra el engaño espiritual
Hablar en lenguas (v.24) y interpretarlas (v.25) Comunicar el evangelio a todo pueblo y lengua

Observación importante:
No todos reciben todos los dones, pero todos reciben al menos uno, como enseña también Pablo (1 Corintios 12). En conjunto, la Iglesia es un cuerpo donde cada miembro es esencial.

4. Orden y armonía en los dones (versículos 27–33)

“Todos estos dones vienen de Dios, para el beneficio de los hijos de Dios” (v.26)

El Señor recalca que todos los dones vienen del mismo Espíritu, que obra en armonía con el sacerdocio y el evangelio. No hay división ni competencia entre los que los poseen.

“…por tanto, procurad siempre, para que obréis en mi iglesia según el espíritu de Dios, sí, el Espíritu Santo…” (v.30)

Esto establece una norma de orden, reverencia e inspiración en todas las reuniones y servicios de la Iglesia.

Estos versículos nos revelan una visión celestial de cómo Dios equipa a Sus hijos. Él no espera que enfrentemos el mundo con nuestras propias fuerzas. Nos da poder espiritual personalizado, dones invisibles pero reales, que nos permiten cumplir nuestro propósito y bendecir a otros.

A veces deseamos un don espectacular, pero el Señor da el que más necesitamos para servir con eficacia. El que consuela con ternura, el que enseña con claridad, el que escucha con discernimiento, el que sana con fe —todos son igualmente valiosos. Nadie queda fuera del reparto divino.

La clave está en buscar los dones con humildad y amor. No para elevarnos, sino para edificar el cuerpo de Cristo. En la medida en que sirvo con mi don, fortalezco a los demás y también descubro mi lugar eterno en el Reino de Dios.

Testifico que nuestro Padre Celestial concede dones espirituales a cada uno de Sus hijos e hijas, no por mérito, sino por amor. Sé que estos dones son reales. Los he visto en la vida de personas humildes que, sin saberlo, han sido instrumentos poderosos de Dios para consolar, sanar y fortalecer.

Sé que si buscamos estos dones con sinceridad y rectitud, y los usamos para el bien de los demás, nos acercaremos más a Jesucristo, quien es la fuente de todo poder espiritual. Él nos da de Su plenitud, y a través del Espíritu Santo, nos guía a saber cómo servir mejor en nuestra familia, barrio y comunidad.

Invito a todos a orar, estudiar y actuar con fe, buscando esos dones que el Señor ha preparado para ustedes. Al hacerlo, sentirán que forman parte de algo sagrado, grande y eterno.


Doctrina y Convenios 47


El Señor desea que Su Iglesia lleve una historia.

La sección 47 fue recibida en marzo de 1831 en Kirtland, Ohio. En ese momento, la Iglesia estaba creciendo rápidamente, y con ese crecimiento venía la necesidad de documentar adecuadamente los acontecimientos, revelaciones y decisiones importantes.

José Smith había estado llevando algunos registros, pero ahora el Señor mandó que John Whitmer fuera designado formalmente como historiador y registrador de la Iglesia, a pesar de que él mismo había expresado cierta renuencia o falta de preparación para ello. Esta revelación lo llamó directamente y le aseguró que recibiría ayuda del Espíritu para cumplir su deber (v.4).

1. La historia de la Iglesia es sagrada. El Señor no manda esto por una mera formalidad organizativa. Él valora profundamente el registro escrito de Su obra, y espera que sus líderes lo documenten con diligencia y fidelidad. La historia es una herramienta para la memoria, la fe y la instrucción futura.

2. Los registros deben ser guiados por el Espíritu. La historia de la Iglesia no es solo una crónica de eventos, sino una interpretación espiritual de la mano de Dios en la vida de Su pueblo. Por eso, el historiador debe ser guiado por revelación y discernimiento espiritual.

3. El Señor llama a individuos específicos para registrar Su obra. Dios escogió a John Whitmer, no por ser el más capacitado profesionalmente, sino porque estaba dispuesto y era digno. Esto nos enseña que el Señor provee poder a los que llama, incluso cuando ellos sienten debilidad.

  • Preservar la historia personal y familiar
    Así como la Iglesia necesita historia, mi familia y yo también. Llevar un diario, escribir experiencias espirituales o registrar cómo hemos visto la mano del Señor en nuestras vidas fortalece nuestra fe y la de futuras generaciones.
  • Valorar la historia de la Iglesia
    Leer la historia de los pioneros, los profetas y los miembros fieles me ayuda a ver que el Señor guía Su Iglesia en cada época, incluso en medio de la oposición. Sus actos deben ser recordados y aprendidos.
  • Aceptar llamamientos con humildad
    Como John Whitmer, a veces sentimos que no somos capaces de cumplir ciertas asignaciones. Pero si el Señor nos llama, también nos capacita por medio de Su Espíritu.

El Señor desea que Su obra sea recordada. Cada conversión, cada sacrificio, cada milagro y cada revelación forman parte de una historia divina que no debe perderse ni olvidarse. Como miembros de Su Iglesia, podemos ser guardianes de esa historia, escribiéndola, compartiéndola y valorándola con fe.

Puntos clave que debes recordar del estudio de Doctrina y Convenios 46–48

Tema Enseñanza clave Aplicación personal
Inclusión en la Iglesia (D. y C. 46:1–7) Cristo recibe a todos los que desean adorarlo, sean o no miembros. Ser acogedor y no juzgar a los que asisten por primera vez.
Discernimiento espiritual No todo lo que parece espiritual proviene de Dios. Hay que buscar los mejores dones. Orar y estudiar para distinguir lo verdadero del error.
Dones espirituales (vv. 7–33) Dios da dones diferentes a cada persona para beneficio de todos. Descubrir mi don espiritual y usarlo para servir a otros.
Propósito de los dones No son para engrandecerse, sino para edificar la Iglesia. Servir con humildad, no buscar reconocimiento.
Unidad en los dones Todos los dones vienen del mismo Espíritu y deben operar en armonía. Respetar y valorar los dones de los demás en mi comunidad.
Registro de la historia (D. y C. 47) El Señor desea que Su obra se registre fielmente. Registrar experiencias espirituales personales y familiares.
Aceptación de llamamientos Dios capacita a quienes llama, como a John Whitmer. Aceptar con fe los llamados aunque me sienta incapaz.
Preparación temporal para Sion (D. y C. 48) El Señor instruyó a preparar tierras y recursos para los santos. Planificar con sabiduría y apoyar a quienes necesitan ayuda.

Conclusión:

A lo largo de Doctrina y Convenios 46–48, el Señor nos revela verdades profundas sobre el funcionamiento espiritual y práctico de Su Iglesia, verdades que siguen siendo vitales para nosotros hoy. Estas secciones nos muestran un equilibrio divino entre inclusión y discernimiento, entre revelación espiritual y organización temporal, entre los dones invisibles del Espíritu y las necesidades tangibles de los santos.

En Doctrina y Convenios 46, el Señor establece que Su Iglesia debe estar abierta a todos los que sinceramente desean adorarlo. Este principio contrasta fuertemente con cualquier intento de elitismo espiritual. La inclusión no es solo una política social, sino una expresión de la misericordia de Cristo, quien da la bienvenida a cada alma, sin importar su estado de membresía o pasado. Al mismo tiempo, el Señor nos advierte que no todo lo espiritual proviene de Él, por lo cual nos manda a buscar diligentemente los “mejores dones”, aquellos que edifican, consuelan y fortalecen.

Del versículo 7 al 33, aprendemos que los dones espirituales son muchos y diversos. Ninguno es superior a otro, y todos son dados con un propósito: bendecir a los hijos de Dios. Cada miembro tiene un don, y en conjunto, la Iglesia funciona como un cuerpo unido donde cada parte es esencial. La exhortación a buscar estos dones con humildad y con la intención de servir, no de destacar, nos recuerda que el verdadero liderazgo en el Reino de Dios es siempre servicio.

En Doctrina y Convenios 47, el Señor muestra que incluso los aspectos administrativos de Su Iglesia tienen un propósito espiritual. Llamó a John Whitmer como historiador, no porque se sintiera preparado, sino porque el Señor lo necesitaba. Al hacerlo, enseñó que Su obra debe ser registrada fielmente, ya que la historia es un testimonio perdurable de Su mano en medio de Su pueblo.

Finalmente, en Doctrina y Convenios 48, el Señor trata las necesidades temporales de los santos migrantes. En medio de un proceso de establecimiento físico, nos recuerda que la preparación para Sion no es solo espiritual, sino también práctica. Las tierras, los recursos y la organización deben disponerse con sabiduría y previsión, pensando en el bienestar común y en el futuro prometido.

En resumen, estas secciones nos enseñan que:

  • La Iglesia es para todos: Nadie debe ser excluido si busca sinceramente al Señor.
  • Los dones espirituales son reales y diversos: Cada uno puede recibirlos y usarlos para edificar.
  • Dios guía tanto lo espiritual como lo temporal: Él llama a registrar la historia y a planear con previsión.
  • El Señor capacita a quienes llama: No importa nuestra aparente debilidad; Él provee por medio de Su Espíritu.

Testifico que el Salvador Jesucristo vive y que dirige personalmente Su Iglesia hoy, como lo hizo en los días de Kirtland. Él nos recibe con brazos abiertos, sin importar cuán lejos hayamos estado o cuán débiles nos sintamos. Su gracia no tiene límites, y Su poder se manifiesta por medio de los dones del Espíritu, otorgados con sabiduría divina a Sus hijos e hijas fieles.

Sé que si buscamos estos dones con diligencia, humildad y amor, no solo seremos bendecidos personalmente, sino que seremos instrumentos en las manos del Señor para levantar, consolar, sanar y fortalecer a los que nos rodean.

También sé que el Señor valora nuestra historia —individual y colectiva— y que nos invita a escribirla con fidelidad. Él está presente tanto en las grandes revelaciones como en las decisiones prácticas del día a día.

Invito a todos a abrir sus corazones al Espíritu, a recibir con amor a quienes se acercan al Evangelio, a buscar con fe los dones divinos, y a confiar en que el Señor nos capacita para cumplir cualquier responsabilidad que nos encomiende.


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