
“Camina Conmigo”
Julene Judd
1 de mayo de 2025 – Conferencia de Mujeres de BYU
“Camina Conmigo”, Julene Judd nos invita, con profunda sensibilidad y testimonio, a considerar nuestra travesía mortal como una caminata sagrada junto al Salvador Jesucristo. Dirigiéndose a mujeres del convenio reunidas en la Conferencia de Mujeres de BYU, la hermana Judd entrelaza vivencias personales, escrituras, enseñanzas proféticas y conmovedores relatos de fe desde Zimbabue hasta Utah para reforzar un mensaje central: la caminata con Cristo transforma el dolor en gozo, el sufrimiento en santidad y la soledad en fortaleza divina.
A través de cuatro invitaciones espirituales —caminar hacia el Árbol, caminar con ángeles, caminar ancho en lo angosto y caminar en santidad— la hermana Judd nos guía a reflexionar sobre cómo vivimos nuestros convenios, cómo percibimos a los demás y cómo podemos fortalecer nuestra conexión con Dios. En sus palabras resuena la empatía por los desafíos visibles e invisibles que cada mujer carga, recordándonos que Cristo camina con nosotras incluso (y especialmente) en los desiertos oscuros y tenebrosos.
Con sensibilidad maternal, humor sencillo y poderosa doctrina restaurada, Julene Judd nos recuerda que nuestra identidad como discípulas de Jesucristo va más allá de las etiquetas sociales o las fotografías imperfectas de nuestras vidas. Su testimonio concluye con una poderosa declaración de esperanza en Cristo, cuya mano extendida nos invita, cada día, a caminar con Él.
Este discurso es un llamado cálido y lleno de fe a reconocer el poder que proviene de guardar convenios, y a sostenernos mutuamente con compasión en nuestro viaje colectivo hacia la Sión prometida.
“Camina Conmigo”
Julene Judd
Discurso de Apertura 1 de mayo de 2025
Conferencia de Mujeres de BYU
“Como mujeres que honramos nuestros convenios en este momento y en este lugar, tanto colectivamente como de manera muy personal, estamos llenas de misericordia y gracia por medio de la Expiación de Jesucristo y nuestra conexión de convenio con Él.”
Hasta ayer, tengo más de 46,000 fotos en mi celular. ¿Te pasa lo mismo? La mayoría refleja momentos dulces y rostros que nunca quiero olvidar. Ojalá pudiera tomar una foto de esto… de ustedes. He estado pensando mucho en todas las imágenes grabadas en nuestra memoria, recordatorios de nuestra experiencia terrenal mientras caminamos juntas por esta vida.
Ahora bien, no puedo responder a todas las preguntas ni hablar de las cargas específicas que cada una de ustedes trajo hoy, pero sé que el Espíritu Santo sí puede hacerlo, y lo hará, si están atentas a escucharlo.
Si hoy estuvieran caminando conmigo por las calles de Zimbabue, algunas cosas captarían su atención. Inmediatamente, sus sentidos se activarían. Notarían los olores y los sonidos de una comunidad vibrante que se levanta mucho antes del amanecer.
Nuestros misioneros caminaban a todas partes. Un día, dos misioneros pasaron junto a una familia que vendía cabras vivas. Compraron una y planearon asarla esa noche para celebrar el cumpleaños de uno de ellos. (En Zimbabue, “de la granja a la mesa” suele ser solo un paso). Como querían seguir trabajando, pensaron que sería buena idea dejar la cabra en el apartamento de los líderes de zona hasta que llegara la hora de volver a casa. Lo que no consideraron fueron todas las puertas de vidrio y espejos en ese apartamento. ¿Y qué hace una cabra cuando ve otra cabra mirándola? Estas son solo dos de las fotos en mi celular.
Sí, si estuvieras caminando al borde del camino en Zimbabue, podrías ver misioneros y cabras. Definitivamente verías mujeres – muchas mujeres – caminando. Caminar es la norma en Zimbabue. Notarías a la mujer con las manos llenas… un bebé en la espalda, un niño pequeño de la mano, una carga sobre la cabeza y la cena en las manos. Las mujeres en todo el mundo saben caminar cargando cosas pesadas. ¿Qué trajiste tú hoy? Al entrar, no pude evitar notar tus sonrisas, a pesar de las cargas que llevas en tu mochila metafórica, como ha enseñado la presidenta Camille Johnson. Tu carga puede parecer considerable incluso antes de visitar la Librería de BYU.
Como lo describe un himno favorito: “En el corazón callado se esconde la pena que el ojo no puede ver.” Pero Dios la ve. Él conoce nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas. Su invitación personal hacia nosotras es la misma que Jesucristo le ofreció a Enoc. Tomada de Moisés capítulo 6, versículo 34, es nuestro tema de la conferencia de mujeres este año:
“He aquí, mi Espíritu está sobre ti… y tú morarás en mí, y yo en ti; por tanto, camina conmigo.”
El Diccionario Bíblico describe a Enoc de esta manera: “fue un predicador de rectitud y un vigoroso expositor del evangelio de Jesucristo.” Como hijas de Dios, hijas del convenio y discípulas de Jesucristo, creo que esa descripción también nos aplica a nosotras. Escuchamos. Conocemos la rectitud. Queremos crecer en confianza ante el Señor. Esa es la razón por la que todas estamos aquí hoy. Al aceptar la invitación de Dios de caminar con Él, pueden ocurrir milagros en nuestras vidas y en las vidas de quienes amamos.
Enoc y sus seguidores crearon Sion en medio de gran iniquidad. Me recuerda a otro profeta que luchó con el mismo dilema de esforzarse por vivir en santidad en medio de la contención, no solo en su ciudad, sino también en su propia familia. Solo tenemos que leer hasta la página 14 del Libro de Mormón para que el Señor le dé a Lehi – y a nosotras – una visión clara del único lugar seguro por donde caminar y adónde conduce. El camino para todas nosotras nos lleva al Árbol.
Tengo cuatro invitaciones para que consideren mientras caminan.
Invitación N.º 1:
CAMINA HACIA EL ÁRBOL. La dirección importa.
El élder David A. Bednar enseñó: “El nacimiento, la vida y el sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo son las mayores manifestaciones del amor de Dios por Sus hijos. Como testificó Nefi, ese amor fue ‘el más deseable sobre todas las cosas’ y ‘el más dulce para el alma’. El capítulo once de Primer Nefi presenta una descripción detallada del árbol de la vida como símbolo de la vida, el ministerio y el sacrificio del Salvador… El árbol puede considerarse una representación de Jesucristo.” Visualiza el árbol en tu mente.
Sobre el Cristo viviente, el profeta José escribió: “Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su rostro brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, la voz misma de Jehová, que decía: ‘Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive, el que fue muerto; yo soy vuestro abogado ante el Padre’.”
En nuestro jardín trasero hay arbustos de frambuesas, cultivados a partir de retoños que florecieron por generaciones en la tierra fértil del campo de Utah. Son deliciosas.
Ahora bien, puedo decirte cuán dulces y jugosas son, pero no basta con mis palabras: tienes que probarlas tú misma.
Me gustaría mostrar un video de nuestro nieto, Henry. Su madre lo invitó a probar las frambuesas de nuestro jardín por primera vez. Sus cejas lo dicen todo.
Nuestro Padre Celestial invitó a Lehi a probar un fruto delicioso. Lehi respondió, y luego llamó a su esposa e hijos para que vinieran y lo probaran por sí mismos. Algunos eligieron participar, pero otros no. No todos vendrán a probar mis frambuesas. No todos aceptarán la invitación del Salvador de caminar con Él, ir hacia Él y participar del fruto de Su expiación, que es más deseable que cualquier otro fruto.
Si las invitaciones a los que amas para que “vengan y vean” no han sido bien recibidas todavía, la hermana Tammy Runia ofrece un gran consejo: “Tú quédate donde estás y llámalos. Ve al árbol, quédate en el árbol, sigue comiendo del fruto y, con una sonrisa en el rostro, continúa llamando a los que amas y muestra con tu ejemplo que comer del fruto es algo feliz.”
El Padre Celestial quiere que vengamos, que vengamos y participemos como lo hizo Henry… con las dos manos llenas, la boca llena, el jugo chorreando, cubriéndonos y llenándonos con Su luz y Su amor, por medio de Él, a través de Él y de Él mismo. Al caminar con Él, en la dirección correcta por el sendero del convenio, hay fruto sin fin, blanco y delicioso. “…Nos alimentaremos por los caminos, y nuestros pastos estarán en todos los lugares altos… no tendremos hambre ni sed… porque el que tiene misericordia de nosotros nos guiará…” (véase Isaías 49:9–10)
Invitación N.º 2:
CAMINA CON ÁNGELES.
Al comienzo del sueño de Lehi, me parece interesante que el ángel que lo llamó a seguirlo no lo condujo lejos del desierto oscuro y tenebroso, ni alrededor de él, sino directamente a través de él.
¿Has podido evitar el desierto oscuro y tenebroso? ¿Estás en él ahora mismo? ¿A veces te cuesta sentir la luz y el amor del Señor a través de la niebla? Si respondiste que sí a alguna de estas preguntas, te ofrezco las palabras del profeta José Smith: “…Si vivís de acuerdo con vuestros privilegios, los ángeles no podrán evitar ser vuestros compañeros…” Yo creo en los ángeles.
Cuando nació Quincy, nuestra primera nieta, le regalé a ella y a su madre esta imagen creada por una querida amiga. Quería que Quincy recordara cada día que nunca está sola. Hay guardianes del convenio a ambos lados del velo que la aman y están trabajando para apoyarla y protegerla en todo momento, en todas las cosas y en todos los lugares. John Taylor enseñó: “Dios vive, y sus ojos están sobre nosotros, y sus ángeles nos rodean, y están más interesados en nosotros de lo que nosotros estamos en nosotros mismos, diez mil veces más, pero no lo sabemos.” El élder Gary E. Stevenson enseñó: “Recuerda que nunca estás, ni estarás, sola. Tienes derecho a recibir ayuda del otro lado del velo.” El profeta Joseph F. Smith enseñó que quienes han partido: “están tan interesados en nuestro bienestar hoy —si no con mayor capacidad— con mucho más interés, detrás del velo, que cuando estaban en la carne. Nos ven, se preocupan por nuestro bienestar, nos aman ahora más que nunca.” El élder Stevenson añadió: “Esos ángeles ministrantes saben quién eres. Se preocupan por ti. Te aman. Se convertirán en una parte vital de la fortaleza de tu hogar.” Hermanas, testifico que esto es verdad. He sentido la ministración de los ángeles.
Mi esposo y yo sabemos que no fuimos los únicos líderes de misión enviados a un país en vías de desarrollo donde la obra se había visto severamente afectada por una pandemia mundial. Sin embargo, en esos días y semanas iniciales, al adentrarnos de lleno en una nueva cultura y enfrentar situaciones difíciles, hubo noches en las que sentimos que nadie más podía realmente comprender, entender o soportar lo que estábamos viviendo. ¿Alguna vez te has sentido así?
Hubo muchas noches —demasiadas para contarlas— en que colapsábamos en la cama y, en la oscuridad, yo lloraba. Tratábamos de tener suficiente fe, pero a veces, en nuestra debilidad, nos decíamos el uno al otro: “No creo que podamos hacer esto otra vez mañana.” Pero mientras dormíamos, venían los ángeles y nos ministraban. A la mañana siguiente, sin importar cuánto habíamos dormido, era suficiente. No solo nos levantábamos, sino que sentíamos gozo y entusiasmo por el nuevo día, y decíamos: “¡OK! ¡Vamos!” Cristo nos promete ángeles. Él dice: “Y a cualquiera que os reciba, allí estaré también, porque iré delante de vuestro rostro. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones, y mis ángeles alrededor de vosotros para sosteneros.” (D. y C. 84:88) El élder James E. Talmage enseñó: “Cuando a veces las dificultades nos abruman y sentimos que casi caemos en la desesperación, y creemos que hemos sido abandonados por los amigos, pensemos en los compañeros celestiales que Dios nos ha asignado… Leamos nuevamente y reflexionemos sobre la maravillosa experiencia del profeta de antaño, quien, acompañado solo por un siervo, se encontró rodeado por el ejército de un rey malvado. El siervo, asustado, exclamó: ‘¡Ay, señor mío! ¿Qué haremos?’ Pero el profeta respondió: ‘No temas, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.’ Entonces oró Elíseo para que el Señor abriera los ojos del joven, y este vio que las montañas estaban llenas de caballos y carros de fuego, y huestes de ángeles…”
Hermanas, ¿“ay, qué haremos”? Al seguir adelante, en conexión con el Señor por medio de nuestros convenios, Él puede abrir nuestros ojos a los ángeles ministrantes en nuestras vidas. Me encantó la experiencia personal que compartió la hermana Wendy Watson Nelson en la Conferencia de Mujeres de BYU exactamente hace diez años: “El élder Holland estaba dando un consejo (en la Conferencia General) sobre cómo protegernos contra la tentación. Dijo: ‘Pidan ángeles que los ayuden.’ Lo dijo con tanta claridad… de una forma que implicaba que esto era algo que todos sabíamos… pero para mí, fue un principio completamente nuevo… Esas seis palabras del élder Holland cambiaron mi vida: ‘Pidan ángeles que los ayuden.’ Ese consejo cambió mis oraciones. Cambió mi comprensión de la ayuda muy real del cielo que siempre está disponible para nosotros al guardar nuestros convenios.”
El élder Holland también enseñó: “En ocasiones… podemos sentir que estamos lejos de Dios, excluidos del cielo, perdidos, solos en lugares oscuros y tenebrosos. Con frecuencia esa angustia es resultado de nuestras propias decisiones, pero aun entonces, el Padre de todos nosotros está observando y asistiendo. Y siempre hay ángeles que vienen y van a nuestro alrededor, vistos e invisibles, conocidos y desconocidos, mortales e inmortales… A veces el propósito angelical es advertir… pero con mayor frecuencia es consolar, brindar atención misericordiosa, orientación en tiempos difíciles.” Hermanas, los ángeles están en todas partes. Llevan sus nombres contigo al templo. Los cruzas en los pasillos de la iglesia. Puede que tengas uno sentado a tu lado ahora mismo. El camino del convenio se describe como recto y angosto. Pero me gustaría sugerir que mientras caminamos por ese sendero angosto, también podemos caminar ancho: abrir nuestros corazones y ser bondadosas.
Y eso me lleva a la tercera invitación…
Invitación N.º 3:
CAMINA ANCHO EN LO ANGOSTO.
¿Recuerdan mis 46,000 fotos? La mayoría me traen alegría. Algunas me hacen llorar. Unas pocas son desagradables de mirar, pero las conservo para recordarme cuánto he avanzado y como motivación para seguir adelante cuando lo necesito.
Ahora bien, a veces una sola imagen no cuenta toda la historia. A menudo me he preguntado sobre esos momentos de una sola toma que vemos. Aquellos que muestran solo un instante aislado en la experiencia de vida de una persona, y esa interacción —esa imagen— es donde seguimos manteniendo a esa persona, o a nosotras mismas, sin dar espacio para el cambio, el crecimiento o el arrepentimiento.
Como ejemplo, compartiré una imagen de nuestra misión que ruego no resuma mi servicio.
Por cierto, también fui la enfermera de la misión. No soy enfermera en realidad, pero el Padre Celestial me ayudó, y todos sobrevivimos. Aun así, a veces fue doloroso y tuvimos muchas falsas alarmas.
Un día, una dulce misionera me llamó y me dijo:
—“Hermana Judd, creo que anoche se me metió un bicho en la oreja.”
Le dije: —“Dudo que haya un bicho en tu oreja. Probablemente sea solo polvo del viento. Intenta limpiarla y vuelve al trabajo.”
Segundo día, me llama de nuevo:
—“Hermana Judd, de verdad creo que tengo un bicho en la oreja.”
Le respondí: —“Veamos cómo sigues. Dale un día más.”
Esa misma tarde me llama nuevamente, ya con más desesperación:
—“¿Podemos pasar por la clínica de regreso a casa y que lo revisen?”
Le dije: —“Probablemente no sea un bicho, pero está bien, solo vuelve a tu área lo antes posible.”
Una hora más tarde, su compañera me llama:
—“Sí, es un bicho… pero no pueden sacarlo. Tendrá que ir al hospital mañana porque la clínica no tiene el equipo adecuado.”
Y así, al tercer día, recibo esta imagen: ¡Tres días y tres noches con una cucaracha en su oreja!
No fue mi mejor momento. Pero no representa toda mi experiencia en la misión, ¡ni la de ella!
Este insecto me recuerda otra imagen, de la historia de la Iglesia. A principios de la década de 1850, el esposo de Sarah Nelson Peterson fue llamado a servir una misión. Ella quedó sola para asumir la responsabilidad de proveer para su familia y cuidar la granja, lo cual incluía sembrar el trigo.
Lamentablemente, ninguno de los vecinos le ofreció ayuda. En cambio, pasaban a señalar sus errores, diciéndole que había sembrado tarde y demasiado profundo como para que la cosecha fuera exitosa.
Pronto, el trigo de todos los alrededores crecía y prosperaba—excepto el suyo.
Solo puedo imaginar el estrés que debió sentir, preguntándose cómo alimentaría a su familia sin una cosecha exitosa, mientras resonaban en su mente las críticas de sus vecinos.
Pero esa era solo una imagen, un momento en el tiempo.
Entonces, al igual que con los primeros colonos en el valle del Lago Salado, una gran calamidad ocurrió: una plaga de grillos mormones descendió sobre los campos.
A pesar de todos los esfuerzos por espantarlos, los grillos destruyeron cada cosecha de trigo a la vista.
Pero cuando los grillos finalmente se fueron, algo notable sucedió: El trigo de Sarah comenzó a crecer. Contra todo pronóstico, sus campos produjeron sesenta fanegas de trigo.
Su arduo trabajo ayudó a alimentar a su familia, a sus vecinos y a toda la comunidad ese invierno.
Hubo suficiente, y aún sobró.
Sarah colocó algo de ese trigo en un frasco como recordatorio. Se mantuvo sobre la repisa de la chimenea y todos lo conocían como “el trigo de la salvación.”
En la época de Sarah Peterson, el mayor obstáculo para obtener una fotografía precisa no era la iluminación ni el enfoque, sino el movimiento. Las cámaras requerían hasta 30 segundos para capturar una sola imagen. Y para un bebé o niño pequeño, 30 segundos quietos era el equivalente a una reunión sacramental entera.
¿Cómo lograban entonces los fotógrafos que los bebés se quedaran quietos? Con ingenio: esta fotografía se titula “La madre escondida.” Interesante, ¿verdad? Hermanas, ¿alguna vez se han sentido así? Escondidas—invisibles—olvidadas—abandonadas? Cuando veo esta foto pienso en las mujeres heroicas a mi alrededor, especialmente en las jóvenes madres de mis nietos. Las que viven con gracia y cafeína, en casas que rara vez están tranquilas o limpias, cumpliendo con el ciclo de alimentar-lavar-enjuagar-repetir, con propósito y gozo. Estás haciendo mucho mejor de lo que crees.
Recuerdo cuando mis hijos eran adolescentes. Si esta foto fuera de ellos, yo todavía estaría escondida… y la cámara capturaría sus ojos en blanco.
Muéstrame a un adolescente que no pueda poner los ojos en blanco durante 30 segundos.
Caminar ancho en lo angosto significa expandir nuestros corazones para ver verdaderamente a los demás, especialmente a aquellos que podrían sentirse inclinados a esconderse. En el versículo justo después de nuestro tema en Moisés 6:34, el Señor invita a Enoc —y a cada una de nosotras— a: “…ungir tus ojos con barro, lavarlos y ver.” Hermanas, ¿qué necesitas ver?
El capítulo 4 de Juan nos ofrece una poderosa visión de alguien que hizo todo lo posible para esconderse y evitar ser vista. Aunque el momento ideal para ir por agua es por la mañana, una mujer samaritana sin nombre eligió ir más tarde al pozo de Jacob. ¿Fue para evitar a las otras mujeres que ya tenían en mente una imagen de ella? El Salvador la estaba esperando. No solo ignoró la foto actual de su situación, sino que le ofreció una nueva perspectiva de sí misma y le habló con respeto, diciendo: “Mujer, créeme.” El élder Robert C. Gay enseñó: “Jesús no tenía que pasar por Samaria… Pero eligió ir allí para declarar ante el mundo por primera vez que Él era el Mesías prometido. Para este mensaje, no eligió solo a un grupo marginado, sino también a una mujer —y no cualquier mujer, sino una mujer en pecado— alguien considerada en esa época como la más baja de las bajas. Creo que Jesús hizo esto para que cada uno de nosotros entienda que Su amor es mayor que nuestros miedos, heridas, adicciones, dudas, tentaciones, pecados, familias rotas, depresión y ansiedad, enfermedades crónicas, pobreza, abusos, desesperación y soledad. Quiere que sepamos que no hay nada ni nadie que Él no pueda sanar y llevar a un gozo duradero… El mensaje de la mujer en el pozo es que Él conoce nuestra situación y que siempre podemos caminar con Él, sin importar dónde estemos…”
No solo creyó en Jesucristo, sino que dejó atrás su cántaro y dejó de esconderse. El Salvador cambió la imagen de su vida. Al caminar ancho en lo angosto, permitimos que la Fuente de Aguas Vivas obre ese mismo milagro en nosotras. Nuestras historias no han terminado. Quedan más fotos por tomar, con filtros que reflejen una perspectiva precisa de quienes somos como mujeres: elegidas y llamadas a preparar al mundo para la segunda venida del Señor Jesucristo.
Como mujeres santas, caminamos en la dirección correcta, haciendo el mayor bien, ganando impulso espiritual al guardar las promesas hechas en el bautismo: recordarlo siempre. Fortalecemos las rodillas debilitadas de quienes nos rodean, que, como nosotras, tienen fotos en sus vidas que preferirían olvidar: espejos rotos, relaciones quebradas, campos estériles, vientres estériles o corazones desolados, angustia oculta o esperanza velada. La misión de los ángeles nos ha sido dada. Y ofrecemos un lugar seguro para que otros vuelvan a intentarlo, mientras caminamos con Jesucristo.
Hermanas, sean amables. Cada mujer en tu vida lleva un vello en la barbilla del que no sabe nada.
Así que sé amable. “Comprendemos las profundas trincheras de la vida y podemos encontrar el humor, el amor y el apoyo, sin importar lo que haya sucedido. Confiamos en la vida que el Señor nos ha dado. Tenemos el poder del amor, la fe, el ayuno y la oración, una visión del futuro y la paciencia para esperar.” Caminamos con los brazos abiertos en lo angosto, para sostener, abrazar, estabilizar y reunir a otros mientras caminamos con Él. Al meditar sobre las invitaciones que deseaba extenderles hoy —caminar hacia el árbol, caminar con ángeles, y abrir nuestros brazos al andar para reunir mientras vamos— podemos hacerlo con confianza. El presidente Nelson nos prometió esa confianza, así como mayor capacidad y acceso al poder de Dios por medio del convenio, al aumentar nuestro tiempo en la Casa del Señor. Y eso nos lleva a mi última invitación…
Invitación N.º 4:
CAMINA EN SANTIDAD
Me encanta esta escritura: “Y aconteció que yo, Nefi, vi que el poder del Cordero de Dios descendía sobre los santos de la iglesia del Cordero, y sobre el pueblo del convenio del Señor, que estaba esparcido sobre la faz de la tierra; y fueron armados con justicia y con el poder de Dios en gran gloria.” (1 Nefi 14:14) “Cada persona que hace convenios en las pilas bautismales y en los templos —y los guarda— tiene mayor acceso al poder de Jesucristo. ¡Por favor, mediten en esa asombrosa verdad! La recompensa por guardar convenios con Dios es el poder celestial: poder que nos fortalece para resistir mejor nuestras pruebas, tentaciones y sufrimientos. Ese poder alivia nuestro camino.” (Presidente Russell M. Nelson) La promesa del presidente Nelson me trae a la mente un rostro: el de mi querida amiga Pamella Guveya.
Perdió a ambos padres siendo niña, y fue criada por familiares que no siempre fueron amables con ella. Sufrió mucho en su infancia. En su juventud encontró el Libro de Mormón y se unió a la Iglesia.
La hermana Guveya sirvió una misión en Uganda y, al regresar, se casó con otro misionero retornado. Juntos abrazaron su nueva cultura como discípulos de Jesucristo, dejando atrás ciertas tradiciones de su aldea, y oraron para que el Señor abriera el camino para ser sellados en la Casa del Señor. Dios puso ángeles en su camino que les prestaron suficiente dinero para comprar dos pasajes de autobús en un viaje de 17 horas hacia Sudáfrica, donde fueron sellados en el Templo de Johannesburgo. Su deseo era criar una familia justa para el Señor y caminar con Él cada día de sus vidas.
Poco después de casarse, Pamella quedó embarazada, pero pronto perdió al bebé.
Varias semanas después, volvió a quedar embarazada. Nueve meses más tarde, rompió fuente.
El médico la envió de vuelta a casa desde la clínica, diciéndole que regresara en dos semanas. Cuando comenzaron los dolores, Pamella regresó caminando a la clínica, donde tuvo trabajo de parto y empujó, pero el bebé no salía. El médico determinó que necesitaba una cesárea, pero la clínica no estaba equipada para realizarla.
Mientras seguía en trabajo de parto, Pamella y su esposo tomaron transporte público.
Aun con contracciones y luchando contra el impulso de empujar, viajó en un vehículo abarrotado hacia un modesto hospital cercano. La pequeña instalación tenía solo una sala de operaciones, y ella no era la primera ni la segunda en la fila. Se acostó en una camilla en el pasillo, esperando su turno. Sin medicación, sin agua, sin comodidades del sistema de salud del primer mundo. Cuando finalmente sacaron del cuerpo de Pamella a su hermosa bebé, la niña era demasiado débil para sobrevivir. Llevaron el cuerpo de su hija a la aldea familiar y la enterraron allí.
Varios meses después, el corazón de la hermana Guveya recobró ánimo al descubrir que estaba nuevamente embarazada. Esta vez no esperaron un parto natural; programaron una cesárea, y su hermoso hijo nació sano y fuerte. Su nacimiento restauró su esperanza y alegría. Lo llamaron Prince. Pocos días antes de su primer cumpleaños, Prince cayó dentro de un balde con agua y se ahogó. Comparto sus palabras: “En nuestra cultura, se cree que si algo así ocurre, el esposo debe golpear y divorciarse de su esposa porque no fue lo suficientemente cuidadosa. Fue negligente. No mostró el debido cuidado.” Pero su compañero eterno no lo hizo, lo cual sorprendió a toda la comunidad de su aldea. Paul y Pamella, gracias a su relación de convenio con Dios, habían aprendido a recurrir al poder de la compasión, la misericordia, el perdón y la gracia por medio de la Expiación de Jesucristo.
Al año siguiente, nació su dulce hija Melanie. Ella es la niña que el presidente Nelson sostiene en esta foto, tomada cuando él y la hermana Nelson visitaron Zimbabue en 2018, justo antes de la pandemia. Su hijo menor, su último hijo, se llama Marion, en honor a Russell Marion Nelson.
Kahlil Gibran, escritor y artista libanés, dijo: “Tu alegría es tu dolor sin máscara. Y el mismo pozo del que brota tu risa fue muchas veces llenado con tus lágrimas. Cuanto más profundamente el dolor labra en tu ser, más alegría puedes contener…
Cuando estés triste, vuelve a mirar en tu corazón, y verás que en verdad estás llorando por lo que ha sido tu deleite.”
La familia Guveya ha aprendido a aferrarse a su relación de convenio con el Padre Celestial, y han comprobado la veracidad de esta promesa de nuestro profeta: “Siempre que ocurra cualquier tipo de trastorno en tu vida, el lugar más seguro espiritualmente es vivir dentro de tus convenios del templo.” Cuando los miro, recuerdo lo que dijo el élder Kearon: “¡Bienvenidos a la Iglesia de la alegría!” La historia de Pamella refleja con exactitud la vida y circunstancias de muchas mujeres en Zimbabue. Su fe también es la fe de ellas.
Entre mis 46,000 fotos hay cientos de imágenes de este tipo de guardianas del convenio.
Mis amigas, que probablemente nunca tendrán la bendición de sentarse en el Marriott Center rodeadas por miles de mujeres fieles, como nosotras hoy. Pero Dios las conoce. Y ellas lo conocen a Él. Son cumplidoras de promesas, y confían en que Él las bendecirá con el descanso que anhelan sus almas. Ellas me enseñaron a abrazar el sufrimiento. Esperan con gran anticipación y gozo la dedicación del Templo de Harare, Zimbabue, a celebrarse a finales de este año. Casi puedo escuchar sus voces entrelazadas con los ecos de nuestras hermanas pioneras, quienes escribieron en las paredes de su amado Templo de Nauvoo al verse obligadas a partir: “El Señor ha visto nuestro sacrificio. Vengan en pos de nosotras.”
Hermanas, ese es nuestro deber y nuestro llamado. Uno de los momentos más difíciles de mi misión fue quitarme la placa con el nombre del Salvador y de Su Iglesia. Tuve que quitarme esa placa, pero nunca me quitaré mi prenda sagrada.
Mi placa misional me identificaba como discípula de Jesucristo, como alguien que ha prometido representarlo y hacer lo que Él haría si estuviera aquí.
Para mí, mi prenda del templo significa lo mismo.
En un devocional de BYU, el élder Allen D. Haynie enseñó: “…Antes de ser obligados a salir del jardín para enfrentar los desafíos de la mortalidad y los constantes ataques del adversario, (Adán y Eva recibieron) un abrigo de pieles —o, como lo llamamos hoy, una prenda. El acto de dar una prenda por parte de Dios a Sus hijos del convenio, y el de recibirla y vestirla por parte de ellos, no debe considerarse ordinario. Es un intercambio profundamente sagrado.” El presidente Nelson promete: “…Cada vez que sirvas y adores dignamente en el templo, sales armado con el poder de Dios, y con Sus ángeles que tienen “encargo sobre ti”.” La prenda del Santo Sacerdocio es un recordatorio tangible de mi relación de convenio con Dios el Padre, posible gracias a Su Hijo, Jesucristo.
Me ayuda a reconocer la verdad, me orienta hacia el Salvador, me alimenta y fomenta una mayor humildad mientras CAMINO EN SANTIDAD.
¿Quién puede olvidar cómo se sintió al escuchar al presidente Nelson en la Conferencia General hace solo tres semanas? ¿O el poder del himno final, Redentor de Israel, cantado por el Coro del Tabernáculo?
Esta vez, las palabras de este himno familiar nos llegaron de forma diferente:
“¡Oh hijos de Sion, buenas nuevas para nosotros!
Las señales ya aparecen.
No temáis, sed justos,
Porque el reino es nuestro.
La hora de la redención está cerca.”
Creo que el Señor invitó a Enoc a permanecer en Él y a caminar con Él porque el Señor lo deseaba a él. Quería una relación con él. Quería mostrarle a Enoc quién era realmente y en quién podía convertirse, y con ese conocimiento, capacitarlo para hacer grandes milagros. Creo que el Señor nos está invitando a nosotras a permanecer y caminar con Él por las mismas razones, y tu respuesta a esa invitación hará toda la diferencia.
Al caminar con Él, dejas atrás una versión antigua de ti misma.
Suelta el peso del pecado.
Dejas ir el miedo.
Relajas el agarre de esas imágenes inexactas de ti misma y de los demás.
Abandonas el juicio y los celos.
Te despojas del manto del mendigo.
Y si alguna vez dejas de caminar, o te alejas, o pierdes terreno, Él es generoso en paciencia. Cuando finalmente vuelvas a extender la mano —una y otra vez— descubrirás que Su mano ya está allí, extendida aún.
Al caminar con Él, te recoge en el hueco de Su brazo para dejarte descansar, porque están unidos en yugo. Al caminar con Él, está lo suficientemente cerca para ver el sudor en tu frente, cuando la subida se vuelve muy difícil. Te escucha esforzarte por respirar, cuando la vida te ha quitado el aliento. Al caminar con Él, está tan cerca que seca la lágrima de tu mejilla, mientras lloras en silencio y oras por alivio, en lo que se siente como el “infierno-leluya” antes del aleluya.
Mientras camino con Él, Él es paciente cuando murmuro y tengo una perspectiva limitada.
A lo largo de mi camino, hay barrancos empinados y cañones que no puedo cruzar, por más que lo intente. Lloro por relaciones rotas y suplico gracia sanadora y misericordia a través de la Expiación de Jesucristo, para reparar el desastre que yo misma ayudé a crear y que no logro corregir.
Al caminar con Él, puede que no escuchemos los caballos, los carros y las huestes de ángeles enviados para protegernos, o que no veamos personalmente los tentáculos de la providencia divina extendiéndose tras nuestros hijos y familias para atraerlos de vuelta al redil. Sin embargo, sé que, PORQUE CAMINAMOS CON ÉL, podemos confiar en Su promesa cuando dice: “Dios tendrá misericordia de muchos; y nuestros hijos serán restaurados, para que lleguen a conocer aquello que les dará el verdadero conocimiento de su Redentor.” (véase Mosíah 27:8, adaptado)
Durante los próximos dos días, mientras caminas con Él, te invito a meditar sobre las imágenes que tienes en tu teléfono:
- Encuentra una por la cual regocijarte.
- Encuentra una que te recuerde arrepentirte.
- Encuentra una relación que puedas renovar o recuperar.
- Y encuentra una imagen que represente tu propio “trigo de salvación”.
Gracias a Él, podemos estar agradecidas por cada experiencia y cada imagen.
Y podemos confiar en aquellas que nunca cambiarán: Jesús es el Cristo viviente, el Hijo inmortal de Dios. Él es el gran Rey Emmanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que conduce a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. ¡Demos gracias a Dios por el incomparable don de Su divino Hijo! “He aquí, mi Espíritu está sobre ti… y tú morarás en mí, y yo en ti; por tanto, camina conmigo.”
En el nombre de Jesucristo, amén.
























