Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 71-75

Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 71-75
30 junio – 6 julio: “No hay arma forjada en contra de vosotros que haya de prosperar”


Era el crudo invierno de 1831 en Kirtland, Ohio. La joven Iglesia de Jesucristo, restaurada apenas hacía un año y medio, se encontraba nuevamente bajo ataque. Surgían enemigos no solo desde fuera, sino incluso desde dentro de su círculo cercano. Entre ellos destacaba Ezra Booth, un antiguo miembro fiel y compañero de viaje de Joseph Smith. Tras apostatar, Booth empezó a escribir cartas llenas de críticas y falsas acusaciones contra el profeta y la Iglesia. Estas cartas, publicadas en un periódico local de Ohio llamado The Ohio Star, comenzaron a sembrar dudas entre los nuevos conversos y a enfriar la fe de algunos.

Frente a esta oposición, el Señor respondió con una revelación directa. En Doctrina y Convenios 71, dada en diciembre de 1831, mandó a Joseph Smith y Sidney Rigdon a dejar momentáneamente la traducción de la Biblia y salir a predicar públicamente, refutando las calumnias y defendiendo la verdad del Evangelio. No debían temer a sus enemigos, pues el Señor les prometía poder y protección. Esta fue una instrucción temporal, pero clara: el Evangelio también debe defenderse con la palabra cuando es atacado injustamente.

En los días siguientes, Doctrina y Convenios 72 trajo un mensaje organizativo importante. Edward Partridge, obispo en Misuri, enfrentaba crecientes responsabilidades. La Iglesia crecía y la ley de consagración empezaba a implementarse en Kirtland y sus alrededores. Por revelación, se llamó a Newel K. Whitney como obispo en Kirtland, marcando así un momento clave en el establecimiento del orden temporal y espiritual en la Iglesia. Esta revelación también explica el deber de los obispos, el registro de las consagraciones, y la necesidad de orden entre los santos.

Luego, en enero de 1832, llegó Doctrina y Convenios 73. El Señor, complacido con la defensa que Joseph y Sidney habían hecho del Evangelio, ahora les mandó volver a la traducción de la Biblia, recordándoles que esta obra era esencial para edificar el reino de Dios. Fue una transición breve pero significativa: primero defender la verdad, luego continuar edificando la doctrina.

Doctrina y Convenios 74, aunque breve, responde a una inquietud doctrinal de ese tiempo. Se trataba de una explicación de 1 Corintios 7:14, versículo que había causado confusión entre los santos. El Señor aclaró que Pablo hablaba del peligro de criar hijos en hogares donde solo uno de los padres era creyente, particularmente cuando los judíos cristianos aún apegaban sus hijos a la ley de Moisés. Esta revelación ilumina la tensión entre el judaísmo tradicional y el cristianismo naciente, y reafirma la necesidad de enseñar a los hijos en la fe verdadera desde la infancia.

Finalmente, en Doctrina y Convenios 75, dada en conferencia en Amherst, Ohio, en enero de 1832, el Señor llama a nuevos misioneros de dos en dos, incluyendo a Orson Hyde, Luke Johnson, Lyman Johnson y otros. También dirige palabras a aquellos que estaban enfermos o con cargas familiares, mostrándoles que el Señor los conocía y les asignaba su lugar dentro de la obra según sus circunstancias. A Joseph Smith se le dio apoyo para que la Iglesia ayudara a mantener a su familia mientras él se dedicaba plenamente al ministerio.

Estos cinco capítulos, revelados en apenas dos meses, muestran una Iglesia dinámica, viva, y guiada por el Señor paso a paso. Las persecuciones externas no detuvieron la obra; más bien, fueron el catalizador para su fortalecimiento. En medio de oposición, falsas acusaciones y ajustes organizativos, el Señor mostró que está al timón de Su Iglesia, guiando a Sus siervos con sabiduría, poder y consuelo.


Doctrina y Convenios 71
El Espíritu me guiará al proclamar el Evangelio del Salvador.


Era diciembre de 1831, y el viento invernal soplaba con fuerza sobre las colinas de Ohio. La Iglesia apenas tenía unos meses de haber trasladado su centro de operaciones a Kirtland, y los santos, aunque firmes en la fe, empezaban a sentir el peso de la oposición. Las calles, los templos y los hogares se llenaban de rumores. No eran simples comentarios; eran acusaciones maliciosas, artículos publicados en la prensa y cartas incendiarias, escritas por un antiguo amigo y converso, Ezra Booth, quien había dado la espalda a la Iglesia y ahora usaba su pluma como arma.

En medio de esta tormenta, José Smith y Sidney Rigdon estaban absortos en una tarea sagrada: la traducción de la Biblia bajo la inspiración del Señor. Pero su paz fue interrumpida. Las mentiras comenzaban a afectar la fe de muchos, y el Señor, siempre consciente de las necesidades de Su pueblo, les habló con claridad: “Dejad por un tiempo la obra de traducción. Salid, id entre el pueblo, y defended mi causa”.

Así nació la revelación que hoy conocemos como Doctrina y Convenios 71. No era una orden para contender, ni para pelear con los detractores, sino una invitación divina a proclamar la verdad con el poder del Espíritu Santo. El Señor les prometió que si hablaban conforme a ese Espíritu, ningún enemigo prevalecería contra ellos, que las armas forjadas en su contra no prosperarían, y que su palabra confundiría a los adversarios y fortalecería a los fieles.

José y Sidney obedecieron sin demora. Se levantaron, dejaron de lado la obra de traducción y se dedicaron por completo a predicar públicamente, aclarar dudas, corregir falsedades y testificar con valentía del Evangelio restaurado. No fue una campaña de defensa personal, sino de defensa de la verdad. Y el Señor cumplió Su promesa: dondequiera que hablaban, el Espíritu tocaba corazones, y muchos se unieron a la causa del Reino.

Esta escena, que parece lejana en el tiempo, guarda ecos profundos para nosotros hoy. En un mundo donde la fe en Jesucristo y Su Iglesia sigue siendo desafiada, tergiversada o ridiculizada, también nosotros sentimos a veces el peso de la oposición. ¿Qué hacer cuando se cuestiona lo que creemos? ¿Cómo actuar cuando se malinterpreta nuestra fe o se nos acusa injustamente?

El ejemplo del Salvador durante Su ministerio terrenal se convierte en guía. Cuando lo atacaban con preguntas capciosas, respondía con sabiduría (Mateo 22). Cuando era llevado ante falsos testigos, guardaba silencio o hablaba con firmeza sobre Su divinidad (Mateo 26). Cuando dudaban de Él, invitaba a observar Sus obras como evidencia de Su misión divina (Juan 10).

Y además, nos dejó instrucciones prácticas a través de Sus apóstoles: corregir con amor y en privado (Mateo 18), ser pacientes, amables y prontos para oír (Santiago 1), y entender que la oposición es parte natural del discipulado (2 Timoteo 3).

Al contemplar esta escena de 1831, uno puede imaginar a Sidney Rigdon, en un pequeño salón o en la plaza pública, hablando con el corazón encendido, no por ira, sino por el Espíritu. Y a José, testificando con poder que Jesús es el Cristo, que el Libro de Mormón es verdadero, y que el Señor ha restaurado Su Iglesia en estos últimos días. No levantaban la voz para herir, sino para sanar con la verdad.

Ese mismo espíritu puede guiarnos hoy. Cuando nos toque defender nuestra fe, ya sea en una conversación casual, en redes sociales, o en el aula, podemos responder con respeto, humildad y firmeza. Podemos comenzar reconociendo la dignidad del otro, y luego, con la calma del Espíritu, dar razón de la esperanza que hay en nosotros.

Podemos prepararnos para esos momentos practicando con nuestros seres queridos, repasando las Escrituras, orando por guía, y confiando en que el Espíritu Santo sabrá darnos en el momento preciso lo que debemos decir.

Porque, como aprendieron José y Sidney, y como todos los discípulos verdaderos del Señor descubrirán tarde o temprano, el Evangelio no necesita ser defendido con contienda, sino proclamado con amor y poder divino.


Una Historia “El valor de hablar con el Espíritu”


Martes por la tarde. Julia estaba sentada en el aula de su facultad de historia moderna. Ese día, el profesor había abierto un espacio para discutir el impacto de la religión en la sociedad contemporánea. Pronto, la conversación tomó un giro inesperado.

Un estudiante levantó la mano y, con tono burlón, comentó:
—Sinceramente, me cuesta creer que haya gente que todavía crea que Dios habla con profetas hoy en día. Especialmente esos mormones, que creen en libros “aparecidos” de la tierra…

Algunos rieron, otros se quedaron en silencio. Julia sintió cómo el corazón le latía con fuerza. Sabía que había llegado ese momento temido por muchos creyentes: defender la fe frente a la burla y la duda.

Por un instante pensó en quedarse callada. ¿Y si se reían de ella? ¿Y si lo tomaban a mal? Pero recordó lo que había leído esa misma mañana en su estudio personal de Doctrina y Convenios 71: “Habla por el poder de mi Espíritu, y confundirás a tus enemigos”. También recordó cómo el Salvador había respondido con calma y sabiduría a Sus críticos.

Levantó la mano con suavidad. El profesor le dio la palabra.
—Solo quería decir que soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días —comenzó con voz serena—, y creo sinceramente que Dios aún guía a Sus hijos mediante revelación, como lo ha hecho siempre. No pretendo convencer a nadie, pero me gustaría compartir por qué eso tiene sentido para mí.

El aula guardó silencio. Julia explicó brevemente cómo José Smith, siendo un joven buscador de la verdad, había orado y recibido una respuesta. Contó sobre el Libro de Mormón y cómo ese libro la había acercado más a Cristo que cualquier otro.
—Para mí, no se trata de misterios antiguos —dijo con una leve sonrisa—. Es real, porque me ha cambiado la vida. Me ha enseñado a perdonar, a tener esperanza, a buscar lo bueno en los demás.

Hubo un momento de quietud. Nadie se rió. De hecho, varios asintieron con respeto. El mismo joven que había hecho el comentario inicial la miró, sorprendido, y murmuró:
—Bueno, nunca lo había oído explicado así. Gracias por compartirlo.

Cuando terminó la clase, algunos compañeros se le acercaron con preguntas. Uno le dijo:
—No sé si creo todavía, pero admiro tu valentía y tu forma de hablar. No fue ofensiva, fue sincera.

Julia salió del aula con una sensación extraña: no de triunfo, sino de paz. No había discutido, no había vencido a nadie. Solo había hablado con el Espíritu, y había testificado con amor. Tal como el Señor le había pedido a José y Sidney casi dos siglos antes.

Hoy más que nunca, el Señor necesita discípulos como Julia: firmes, pero amables; valientes, pero guiados por el Espíritu. Porque, como en los días de la Restauración, el Evangelio brilla más intensamente cuando se proclama con verdad, amor y poder divino.

Esta experiencia nos recuerda tres verdades eternas:

  1. No estamos solos cuando defendemos la verdad. El Espíritu Santo puede darnos las palabras adecuadas en el momento preciso.
  2. La verdad puede proclamarse sin contienda. El respeto y la humildad abren corazones mucho más que los argumentos acalorados.
  3. El Señor promete proteger a quienes testifican de Él. Como en Doctrina y Convenios 71, las “armas forjadas” no prosperan cuando hablamos por inspiración divina.

Queridos hermanos y hermanas, llegará el momento en que se nos pondrá a prueba: en el trabajo, en una clase, en una conversación inesperada. En esos momentos, recordemos que no es necesario pelear ni callar. Basta con hablar con el Espíritu. El Señor no solo nos dará fuerza, sino también paz.

¿Estás preparándote para esos momentos? ¿Podrías practicar cómo responderías con humildad y testimonio ante una crítica? Tal vez esta semana puedas ensayar con un amigo o familiar. Porque el mundo necesita más voces como la de Julia: discípulos valientes, guiados por el Espíritu.


Diálogo entre maestro y alumno


MAESTRO: Hoy vamos a hablar sobre una revelación muy significativa dada a José Smith y Sidney Rigdon en diciembre de 1831: Doctrina y Convenios 71. ¿Sabes en qué contexto fue dada?

ALUMNO: Creo que fue en Ohio, ¿verdad? La Iglesia se había trasladado a Kirtland y enfrentaban mucha oposición.

MAESTRO: Exactamente. Aunque los santos estaban llenos de fe, surgieron críticas muy duras, especialmente de un antiguo miembro, Ezra Booth. Escribía cartas y artículos cargados de burla y falsedades que afectaban la fe de muchos.

ALUMNO: ¿Y qué hizo el Señor ante esa situación?

MAESTRO: Dio instrucciones muy claras a José y a Sidney: detener temporalmente la traducción de la Biblia y salir a predicar. Pero no se trataba de responder con contienda, sino con el poder del Espíritu Santo. ¿Por qué crees que el Señor eligió esa manera de actuar?

ALUMNO: Tal vez porque el Espíritu convence mejor que los argumentos. Las discusiones no suelen cambiar corazones.

MAESTRO: ¡Muy bien dicho! El Señor les prometió que si hablaban por el Espíritu, sus enemigos no prevalecerían. ¿Puedes imaginar esa escena? Dos hombres, en medio de una tormenta de críticas, hablando con poder y amor.

ALUMNO: Es impresionante. Y me hace pensar en Julia, la joven que se menciona en la historia moderna. Estaba en clase y defendió su fe con calma y respeto, como lo hizo el Salvador.

MAESTRO: ¡Exacto! ¿Qué fue lo que marcó la diferencia en la forma en que Julia respondió?

ALUMNO: Que no habló con enojo, sino con serenidad. Usó su testimonio, no para ganar una discusión, sino para compartir algo sagrado.

MAESTRO: Eso es ser guiado por el Espíritu. ¿Te das cuenta de cómo se repite el patrón? Primero en 1831, luego en una clase moderna… y podría ser en nuestra propia vida.

ALUMNO: ¿Usted cree que yo también podría hacer algo así si alguien se burla de mi fe?

MAESTRO: Estoy seguro de que sí. Pero se necesita preparación. ¿Recuerdas qué hizo Julia antes de ese momento?

ALUMNO: Estudió Doctrina y Convenios 71 esa misma mañana. O sea, se había preparado espiritualmente.

MAESTRO: Así es. El Espíritu puede guiarnos, pero tenemos que estar sintonizados. ¿Qué podrías hacer tú esta semana para prepararte mejor?

ALUMNO: Podría repasar escrituras, orar por guía, y tal vez practicar con alguien cómo explicaría mi fe con respeto.

MAESTRO: Excelente idea. Así como José y Sidney, y como Julia, tú también puedes proclamar la verdad con amor. No necesitas ser elocuente, solo sincero y lleno del Espíritu.

ALUMNO: Gracias, maestro. Me anima saber que no estoy solo. Que el Señor me puede ayudar a hablar, aun cuando me sienta nervioso o inseguro.

MAESTRO: Él lo hará. Esa es una de las grandes promesas de Doctrina y Convenios 71: “Ningún arma forjada contra ti prosperará” cuando hablas por el Espíritu. Y ahora te pregunto: ¿te sientes más preparado para ese tipo de situaciones?

ALUMNO: Sí. Y quiero seguir preparándome. Porque creo que el mundo necesita más personas que hablen como Julia: con fe, respeto y verdad.


Doctrina y Convenios 72
El Señor me bendice a través del ministerio de líderes como los obispos.


En los fríos días de diciembre de 1831, mientras la joven Iglesia crecía y se organizaba, el Señor habló nuevamente a Su profeta José Smith. En un momento de expansión y necesidad de orden, el Señor llamó a Newel K. Whitney como obispo, un oficio que apenas comenzaba a adquirir su forma moderna. Esta revelación, registrada como Doctrina y Convenios 72, revela la seriedad y la santidad del oficio del obispado, así como el modo en que Dios guía a Su pueblo mediante líderes justos y consagrados.

El llamado de Newel K. Whitney no fue menor. Fue instruido para actuar como juez en Israel, vigilante de las almas y administrador de los bienes consagrados. En aquel entonces, el obispo debía recibir y administrar las propiedades que los santos ofrecían voluntariamente, con el deseo de construir la Sion de Dios. Cada persona debía «entregar un informe» de su mayordomía, de sus bienes, de sus intenciones. El obispo, a su vez, debía discernir las necesidades y repartir conforme al espíritu de justicia y equidad. (D. y C. 72:5, 17)

Pero aunque el contexto haya cambiado, el principio eterno permanece: el obispo sigue siendo hoy un pastor del rebaño, un siervo que vigila con amor, que cuida, que escucha, que aconseja. En nuestros días, ese “informe” ya no se da mediante la entrega de propiedades, sino a través de entrevistas, llamamientos, reuniones de consejo y visitas. Cada conversación con el obispo es, en esencia, una oportunidad para “dar cuenta” de nuestro corazón, de nuestras luchas, y de nuestras decisiones. No lo hacemos con temor, sino con la esperanza de recibir dirección divina a través de él.

Además, el concepto del “almacén del Señor” que aparece en los versículos 10 y 12 se ha transformado en algo mucho más amplio. Ya no se limita a depósitos físicos, sino que abarca donaciones de ayuno, servicio cristiano, tiempo dedicado a los necesitados, talentos ofrecidos al Señor. Al dar, nos convertimos en parte de esa red de apoyo celestial que sostiene a los pobres y fortalece a los quebrantados de corazón.

¿Y cómo se reflejan estas verdades en nuestra vida cotidiana? Tal vez recuerdes a un obispo que te tendió la mano en un momento de dolor. O quizás fue él quien te dio la oportunidad de servir, quien te entrevistó con amor antes de entrar al templo, quien ayudó a tu familia con sabiduría temporal o espiritual. El obispo no es un funcionario lejano; es una bendición del Señor, un testigo constante de Su cuidado por ti y por tu familia.

Tal como enseñó el élder Quentin L. Cook, los obispos son “pastores del rebaño del Señor”, siervos humildes que, a semejanza del Buen Pastor, velan por las ovejas, aun cuando eso signifique cargar con penas ajenas y ofrecer consuelo en el silencio de una oficina sencilla.

Doctrina y Convenios 72 nos recuerda que el liderazgo en la Iglesia es un canal sagrado de ministración y amor divino. El obispo, antiguo o moderno, encarna esa labor de servicio fiel. Nuestra respuesta debe ser de gratitud, de apoyo y de disposición a contribuir al “almacén del Señor” con lo mejor de lo que somos y tenemos. Porque al hacerlo, no solo bendecimos a otros, sino que nos acercamos al corazón mismo de Sion.


Diálogo entre maestro y alumno


MAESTRO: Ahora vamos a hablar sobre la importancia del ministerio de los obispos en la Iglesia, y cómo el Señor lo instituyó en los primeros días de la Restauración. ¿Sabes quién fue llamado obispo en esta revelación?

ALUMNO: Sí, fue Newel K. Whitney, ¿cierto?

MAESTRO: Correcto. ¿Y sabías que en ese entonces el obispo no solo tenía funciones espirituales, sino también responsabilidades temporales?

ALUMNO: Algo había oído… que manejaba propiedades o algo así.

MAESTRO: Así es. Los miembros consagraban sus bienes para ayudar a edificar Sion, y el obispo era el encargado de administrar esas ofrendas con justicia. Pero más allá de eso, ¿qué nos enseña esto sobre el papel del obispo hoy?

ALUMNO: Que todavía sigue siendo un guía. Aunque ya no administra propiedades, sí cuida de nuestras almas.

MAESTRO: Muy bien. ¿Y cómo entregamos nosotros ese “informe” del que habla la revelación?

ALUMNO: Supongo que es cuando hablamos con él en una entrevista, o cuando le pedimos consejo. Le abrimos el corazón.

MAESTRO: Exactamente. El obispo no está ahí para juzgarnos fríamente, sino para ofrecernos dirección espiritual como representante del Señor. ¿Has sentido alguna vez la guía del Señor a través de un obispo?

ALUMNO: Sí, en una ocasión en que necesitaba orientación. Me habló con tanto amor que sentí que no era solo su opinión, sino inspiración.

MAESTRO: Esa es la función del obispo como “pastor del rebaño”. ¿Y qué podemos ofrecer nosotros al “almacén del Señor” hoy día?

ALUMNO: Nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestras ofrendas… y también nuestro servicio y disposición.

MAESTRO: Perfecto. Doctrina y Convenios 72 nos recuerda que el obispado es un canal sagrado por donde fluye el amor de Dios. ¿Cómo puedes tú fortalecer ese canal?

ALUMNO: Con gratitud, obediencia y apoyando en lo que se me pida. Porque sé que al servir, también soy bendecido.


Doctrina y Convenios 73 Una Vida Equilibrada entre el Ministerio y la Responsabilidad Personal


El invierno de 1831 marcaba una época de transición para José Smith y Sidney Rigdon. Habían cumplido recientemente con una asignación dada por el Señor: dejar momentáneamente la obra de traducción de la Biblia para proclamar el Evangelio públicamente y enfrentar las calumnias de Ezra Booth y otros opositores, como se narra en la sección 71. Al regresar de esta misión especial, quizás esperaban una pausa o una nueva instrucción clara. Y el Señor, fiel en Su guía, no tardó en hablar nuevamente.

En Doctrina y Convenios 73, el Señor se dirige a Sus siervos con palabras sencillas, pero profundamente significativas: debían retomar la traducción de la Biblia. Esta labor doctrinal no era menor: por medio de ella se restauraban verdades esenciales que habían sido perdidas o mal interpretadas con el tiempo. No obstante, el Señor no les ordenó enfocarse únicamente en este proyecto. Les recordó algo fundamental del discipulado cristiano: la predicación del Evangelio nunca se detiene.

Aquí vemos un principio que puede resonar poderosamente en nuestras vidas modernas. José y Sidney estaban ocupados con una tarea reveladora y exigente, pero el Señor los instruyó a no descuidar la proclamación del Evangelio. La obra del Reino no es exclusiva de un momento; es constante, adaptable y cotidiana.

El versículo 4 es especialmente revelador:

“Y hasta tanto se prepare una hora para su continuación, enséñese el evangelio con diligencia, conforme sea practicable”.

La palabra “practicable” revela el amoroso realismo del Señor. Él no espera de Sus siervos que abandonen todas sus otras responsabilidades para ser predicadores a tiempo completo, sino que integren la proclamación del Evangelio dentro de su vida diaria, en la medida que sea posible y apropiado.

Esto nos invita a reflexionar: ¿Cómo puedo, en medio de mi vida llena de deberes familiares, laborales, educativos y personales, hacer del compartir el Evangelio una parte natural y continua de mi existencia? No necesariamente implica estar siempre en las calles con folletos, sino vivir de tal manera que nuestras acciones y palabras inviten a otros a Cristo. Puede ser una conversación con un amigo, una publicación en redes sociales, un testimonio en una clase o un acto de servicio inspirado.

En el contexto más amplio, Doctrina y Convenios 73 nos enseña que no hay separación artificial entre nuestras labores personales y el ministerio. El Señor reconoce nuestros compromisos y nos enseña a equilibrar nuestras prioridades, sin nunca olvidar que la invitación al Evangelio es parte de quiénes somos, no sólo algo que hacemos cuando hay tiempo libre.

Doctrina y Convenios 73 nos recuerda que el discipulado no se suspende ni se delega a ciertas temporadas de la vida. Aun cuando estemos centrados en labores esenciales, como lo era para José Smith la traducción de las Escrituras, siempre hay oportunidades para compartir el Evangelio de maneras “practicables”. El Señor nos guía para que nuestra vida, con todos sus aspectos, sea una expresión viva de Su mensaje. Así como José y Sidney aprendieron a equilibrar sus deberes, nosotros también podemos aprender a hacer del Evangelio una parte realista, constante y poderosa de nuestro diario vivir.


Diálogo entre maestro y alumno


MAESTRO: ¿Recuerdas qué estaban haciendo José Smith y Sidney Rigdon antes de recibir la instrucción en la sección 73?

ALUMNO: Estaban predicando públicamente por orden del Señor, para enfrentar las críticas que recibía la Iglesia, según leí en la sección 71.

MAESTRO: Exactamente. Ahora, en esta nueva revelación, el Señor les dice que retomen la traducción de la Biblia. ¿Qué te enseña eso?

ALUMNO: Que hay tiempos y estaciones para cada tarea, y que el Señor guía cuándo enfocarse en cada cosa.

MAESTRO: Muy cierto. Y en el versículo 4 se menciona algo muy especial: “enseñen el Evangelio… conforme sea practicable”. ¿Qué entiendes tú por “practicable”?

ALUMNO: Que el Señor no espera que abandonemos todas nuestras responsabilidades, sino que compartamos el Evangelio de una manera realista, dentro de nuestras posibilidades.

MAESTRO: Exacto. No todos estamos a tiempo completo en una misión, pero todos podemos ser misioneros de forma natural. ¿Puedes pensar en una forma de compartir el Evangelio en tu vida cotidiana?

ALUMNO: Tal vez con un acto de servicio, una publicación con propósito, o dar mi testimonio si surge la oportunidad.

MAESTRO: ¡Muy bien! El Señor quiere que la proclamación del Evangelio sea parte de nuestra vida normal, no algo apartado. ¿Qué podrías hacer esta semana para integrar mejor ese principio?

ALUMNO: Tal vez orar por oportunidades pequeñas, estar más atento y no tener miedo de hablar cuando surjan momentos adecuados.

MAESTRO: Eso es vivir el Evangelio de forma “practicable”. Recuerda: el discipulado no se delega a los domingos ni se limita a una etapa. Es parte de nuestro diario vivir.


Doctrina y Convenios 75:1–16
“Obréis con vuestro poder […], proclamando la verdad”


En enero de 1832, en medio del fervor de la naciente Restauración y del entusiasmo por proclamar el Evangelio del Salvador, varios élderes se ofrecieron para servir en misiones. En respuesta, el Señor reveló la sección 75 de Doctrina y Convenios, dirigiéndose personalmente a quienes habían presentado sus nombres para predicar Su palabra. Esta revelación no solo asignó compañerismos misionales, sino que también dio principios eternos para la obra misional de todos los tiempos.

El Señor comienza con una clara advertencia y un llamado: “de cierto os digo, que es mi voluntad que obréis con vuestro poder en la proclamación del Evangelio” (v. 3). Aquí, la expresión “obrar con vuestro poder” implica que el esfuerzo en la obra misional debe ser diligente, con energía espiritual, compromiso, preparación y fe. No se trata de una obra pasiva o casual, sino de consagrarse plenamente a proclamar la verdad.

Por contraste, el Señor reprocha a quienes se “demoran” o están “ociosos”, es decir, aquellos que, teniendo la capacidad y la oportunidad de compartir el Evangelio, se detienen por temor, comodidad o distracción. Estar ocioso en este contexto no se refiere solo a no hacer nada, sino a no hacer lo que el Señor ha mandado. Como discípulos, se espera que estemos activos, decididos, alineados con la voluntad divina.

Cómo compartir el Evangelio eficazmente

La sección nos proporciona una guía práctica y espiritual para cumplir con esta gran obra:

  1. Con fe y sin temor: “sea reprendido el que se demora y no es diligente en el mandamiento” (v. 3). La valentía y el compromiso son fundamentales.
  2. En compañerismo: el Señor envía a Sus siervos “de dos en dos” (v. 5–12), lo que refleja un modelo de apoyo mutuo, testimonio doble y compañerismo cristiano.
  3. Guiados por el Espíritu: no se prescribe un solo lugar fijo, sino que algunos debían predicar en diferentes ciudades, mostrando que el Espíritu guía la obra según las necesidades.
  4. En unidad y orden: el Señor establece estructuras, asigna compañeros y da instrucciones específicas, subrayando que Su obra no es caótica, sino guiada por revelación.

Cómo el Señor bendice y apoya al compartir el Evangelio

  1. Promete Su Espíritu: “los llenaré con el Espíritu Santo” (v. 10). Es el poder divino lo que da eficacia al mensaje, no solo la elocuencia humana.
  2. Proveerá lo necesario: promete que aquellos que salgan y trabajen diligentemente “no padecerán hambre ni sed” (v. 11). Esto implica tanto sustento físico como espiritual.
  3. Recompensa eterna: el Señor declara que si son fieles, “gran será su galardón” (v. 5). Esta promesa trasciende esta vida y se extiende a la eternidad.
  4. Paz al alma: hay una bendición espiritual implícita: el gozo y la seguridad de estar cumpliendo con la obra del Maestro.

Esta revelación nos invita hoy a examinarnos: ¿estamos obrando con nuestro poder? ¿O nos demoramos espiritualmente, dejando pasar oportunidades diarias de testificar de Cristo? No todos somos llamados a salir en misiones de tiempo completo, pero todos podemos proclamar la verdad donde estemos: en nuestros hogares, barrios, redes sociales y conversaciones cotidianas.

El himno “A donde me mandes iré” expresa este compromiso con dulzura y firmeza:
“A donde me mandes iré, Señor; tu senda feliz seguiré.” Este espíritu de disposición voluntaria es lo que el Señor busca: obreros fieles, activos, dispuestos a levantar la voz en medio de un mundo que necesita desesperadamente la verdad.

Proclamar el Evangelio no es solo un deber, es un privilegio. Y al hacerlo, nunca estamos solos: el Señor promete Su compañía, Su Espíritu y Su recompensa.


Diálogo entre maestro y alumno


MAESTRO: ¿Has escuchado la expresión “obrar con tu poder”? Aparece en el versículo 3 de Doctrina y Convenios 75. ¿Qué crees que significa?

ALUMNO: Suena a dar lo mejor de uno. No hacer las cosas a medias, sino con dedicación y energía espiritual.

MAESTRO: Excelente interpretación. El Señor dice que aquellos que se demoran o están ociosos no están cumpliendo su deber. ¿Qué crees que es “demorarse” en el contexto de compartir el Evangelio?

ALUMNO: Tal vez tener oportunidades para hablar de Cristo, pero callar por miedo o por no querer incomodar.

MAESTRO: Exacto. Esta revelación fue dada a élderes que se ofrecieron para predicar. El Señor les asignó compañeros y les prometió bendiciones. ¿Recuerdas alguna?

ALUMNO: Sí. Les prometió que serían llenos del Espíritu Santo, que no pasarían necesidad, y que tendrían un gran galardón.

MAESTRO: Muy bien. ¿Y qué nos enseña eso a nosotros hoy?

ALUMNO: Que si somos diligentes en compartir el Evangelio, el Señor nos fortalecerá, proveerá lo que necesitemos y nos dará paz.

MAESTRO: ¿Y tú te consideras alguien que “obra con su poder”? ¿O a veces te “demoras”?

ALUMNO: A veces me demoro… por temor o por sentir que no sé cómo decir las cosas. Pero quiero mejorar eso.

MAESTRO: Eso es lo importante. Reconocerlo y actuar. El himno dice: “A donde me mandes iré, Señor”. ¿Estás dispuesto a seguir esa invitación?

ALUMNO: Sí. Quiero ser más valiente y testificar con amor, como se nos ha enseñado.

MAESTRO: Entonces prepárate. Ora, estudia, y practica. El mundo necesita discípulos como tú, que obren con su poder, guiados por el Espíritu.


Comentario Final:

Lo que más me impacta de este compendio es la forma en que logra tender un puente entre el pasado y el presente, entre las colinas nevadas de Kirtland en 1831 y las aulas universitarias de nuestros días. La Restauración no fue un evento aislado en la historia; fue y sigue siendo un proceso dinámico, guiado paso a paso por el Señor. Cada sección analizada —desde la defensa del Evangelio hasta la organización temporal y espiritual— muestra a un Dios que no está ausente, sino profundamente involucrado en los asuntos de Su pueblo.

La narrativa de Doctrina y Convenios 71 me recuerda que el testimonio no necesita gritar para ser poderoso. La historia de Julia, defendiendo su fe con humildad y serenidad, es un reflejo conmovedor de lo que significa hablar «por el poder del Espíritu». En tiempos donde el ruido de la crítica puede ser ensordecedor, la verdad se proclama más eficazmente con la quietud de la convicción y el amor. Esto me hace pensar que quizá el Señor no espera que todos seamos grandes apologistas, sino discípulos sinceros que sepan hablar con el corazón.

En la sección 72, veo una muestra clara del liderazgo inspirado. El llamado del obispo Whitney y la forma en que se administraban los recursos consagrados me hacen reflexionar sobre cuán sagrado es el principio de la mayordomía. Hoy, aunque no llevamos sacos de harina al almacén del obispo, sí podemos consagrar nuestro tiempo, talentos y amor para bendecir al prójimo. Qué bendición es tener líderes locales que, aunque imperfectos, están investidos con autoridad divina para guiarnos, corregirnos y ministrarnos.

Doctrina y Convenios 73, con su invitación a enseñar el Evangelio de manera “practicable”, me habla como esposo, padre, trabajador y miembro. A menudo me he sentido dividido entre las responsabilidades del hogar, del trabajo y del reino. Esta revelación me dio consuelo: el Señor no espera que lo dejemos todo, sino que integremos Su obra en nuestra vida diaria. La proclamación del Evangelio puede y debe ser natural, contextual, vivida, no solo enseñada.

La sección 74 es breve, pero profunda. Su explicación doctrinal sobre la crianza en la fe me recuerda que no se trata solo de enseñar “cosas buenas” a nuestros hijos, sino de centrar su educación en el Evangelio restaurado. En un mundo saturado de opiniones, ideologías e incertidumbre, qué relevante es recordar que la firmeza espiritual de nuestros hijos comienza con una crianza fundamentada en verdades eternas.

Finalmente, la sección 75 me impulsa a actuar con más diligencia. Me confronta con una pregunta directa: ¿estoy “obrando con mi poder” o me estoy demorando? Hay tanto que hacer, y a veces tan poco valor para hacerlo. Pero el Señor promete bendiciones concretas —Espíritu, provisión, paz— si salimos a compartir Su luz. El testimonio no es una obligación pesada, es un privilegio santificador.

Este estudio no solo es un repaso histórico y doctrinal, sino una poderosa invitación a vivir con mayor intención y fe. Me hace ver que el Señor sigue guiando a Su pueblo de la misma manera que lo hizo en los inicios: con revelación directa, instrucción adaptada a las circunstancias, y promesas que trascienden generaciones. Doctrina y Convenios 71–75 nos enseña que, en medio de la oposición, la organización y el cansancio, el Señor está al timón. Él guía, consuela y capacita a Sus siervos —entonces y ahora.


— Un análisis de Doctrina y Convenios Sección 71; Sección 72; Sección 73; Sección 74; y Sección 75

Dándole Sentido a Doctrina y Convenios 71; 72; 73; 74; 75

La Restauración de Todas las Cosas lo que dice Doctrina y Convenios

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1 Response to Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 71-75

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias, por compartir nos ayuda muchísimo a comprender y reforzar nuestras enseñanzas

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