Desarrollo de la Doctrina del Templo

Testimonio de Wilford Woodruff
Desarrollo de la Doctrina del Templo

Jennifer Ann Mackley


Este libro constituye una obra de enorme valor histórico y doctrinal al explorar el papel central que desempeñó Wilford Woodruff en el desarrollo y comprensión de la doctrina del templo dentro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Jennifer Ann Mackley, con una investigación meticulosa y una sensibilidad espiritual evidente, ofrece al lector no solo un análisis de los eventos y enseñanzas clave en la vida de Woodruff, sino también una mirada profunda a cómo se forjaron, revelaron y expandieron las ordenanzas del templo durante un período crítico del siglo XIX.

Lo fascinante de esta obra es cómo resalta que el desarrollo doctrinal no fue un evento único y acabado, sino un proceso vivo de revelación continua. Wilford Woodruff, como cuarto presidente de la Iglesia, es retratado no solo como un líder administrativo, sino como un hombre profundamente guiado por el Espíritu, cuya sensibilidad a la guía divina permitió que las prácticas del templo evolucionaran para abarcar a los muertos, y no solo a los vivos.

Uno de los aspectos más poderosos del libro es la forma en que documenta la transición desde la simple investidura personal hacia una comprensión mucho más amplia de la redención de los muertos. Los registros de Wilford Woodruff —sus diarios, discursos y cartas— se convierten en testigos invaluables de cómo recibió y aplicó revelación concerniente a ordenanzas como el sellamiento vicario, la adopción espiritual, y el papel de los profetas en la obra genealógica. En particular, su visión de que «ningún ser que tenga un cuerpo puede estar completo sin sus padres y sin su descendencia» refleja una teología expansiva de la salvación familiar.

Además, Mackley muestra cómo Woodruff tomó decisiones clave, como cesar la práctica de la adopción espiritual a líderes eclesiásticos y comenzar a enfatizar la vinculación biológica a través de los sellamientos, lo que hoy es una práctica estándar en la genealogía y en la obra del templo. Esta decisión no solo marca una inflexión en la historia doctrinal de la Iglesia, sino que también refleja la humildad de un profeta dispuesto a ajustar prácticas conforme llegaba más luz.

Finalmente, el libro se convierte en un testimonio en sí mismo: el testimonio de un profeta, de una obra restaurada, y de una doctrina eterna que ha sido revelada “línea por línea” a los siervos de Dios. El lector no solo obtiene conocimiento histórico, sino también inspiración espiritual al contemplar cómo la mano del Señor ha guiado a Sus profetas en la administración de las ordenanzas más sagradas del Evangelio.

Agradecimientos
Introducción de la autora
1El Señor obra de manera misteriosa
2Entrar al reino de Dios
3Kirtland y el poder de Elías
4Bautismos por los muertos y rebautismos
5Ordenanzas del templo en Nauvoo
6La casa del Señor
7Éxodo y nuevos comienzos
8Casa de investiduras
9Primer templo en Utah
10Una nueva era en Saint George
11Hombres y mujeres prominentes
12Templos y pruebas
13Libertad de religión
14El reino de Dios o el orden patriarcal
15Templos y el Manifiesto
16Sellamiento y la ley de adopción
17Promesas hechas a los padres

Agradecimientos


Sería imposible nombrar a todos los que me han ayudado durante esta odisea. Ante la posibilidad de omitir algunos nombres clave, quiero primero dar gracias a mi esposo Cárter, y a mis hijos, Tali, Elise, y Eli. Ellos han sido mi inspiración y motivación.

Deseo expresar agradecimiento del mismo modo a mi tutora, Ruth Maxwell. Ruth fue quien me hizo ver el por qué debía escribir este libro. Usando las palabras de Martha Graham me dijo, “Porque tu singularidad no existirá en ningún otro tiempo, tu expresión es única. Si la escondes, nunca existirá en otras formas y se perderá. El mundo nunca la conocerá. No te atañe decidir cuan valiosa o exitosa será, o si será mejor que otras expresiones. Tu papel es simplemente hacer lo tuyo, ser clara y directa, y así, dejar una posibilidad latente”.

A pesar de que esta es mi perspectiva y soy totalmente responsable por cualquier error de investigación o presentación, no hubiese podido publicar este libro sin el apoyo y esfuerzos de muchas personas. Especialmente aquellos que me dieron sugerencias e ideas muy valiosas, Brian H. Stuy, Gary James Bergera, Jonathan A. Stapley, Richard Latham, y editores Kate Coombs, Gigi Alor Turley, Debi Hales y Linda Lindstrom. Agradezco los consejos y el aliento de historiadores como Douglas D. Alder, Thomas G. Alexander, Richard E. Bennett, Laurel Thatcher Ulrich, Connell O’Donovan, Amy Tanner Thiriot, Todd M. Compton, Gerald Faerber, Kylie Nielson Turley, David A. Dye, D. Michael Quinn, Steven C. Harper, Richard E. Turley Jr., Russell Stevenson, Francis M. Gibbons, y Nora Oakes Howard; la ayuda de especialistas en historia de la iglesia Ardis Kay Smith y Anya Bybee, archivista de la biblioteca de historia de la iglesia William W. Slaughter; la biblioteca de la colección de libros de Christine Kelly; la paciencia de Krystyna Hales;  y  la  ayuda  de  investigación  e  inspiración  de  David  L.  y Alice Clarkson Turley. Expreso mi profundo agradecimiento a toda la familia Woodruff, Linda Andrews, Richard W. Price, Laura Woodruff Drew, Carolyn Woodruff Owen, Marge Woodruff Schwantes, Alan J. Hill, Ron Cobia, y de manera particular a Richard N. W. Lambert y W. Bruce Woodruff, por compartir sus impresiones y tesoros familiares tan especiales conmigo, al igual que su aprecio reverente hacia la vida ejemplar de Wilford Woodruff. Por último, quiero agradecer el consciente esfuerzo de Alejandro Melecio en la traducción de este libro.


Reconozco y agradezco a historiadores y expertos por sus investigaciones publicadas e inéditas de la vida de Wilford Woodruff, la cuales brindan contexto a mi obra. Entre ellos destacan: Thomas G. Alexander, Things in Heaven and Earth: The Life and Times of Wilford Woodruff, A Mormon Trophet (Salt Lake City: Signature Books, 1991) y el texto transcrito de Scott G. Kenney’s Wilford Woodruff’s Journal, 1833-1898, 9 vols. (Midvale, Utah: Signature Books, 1983-1984).

Por primera vez en un volumen, el Testimonio de Wilford Woodruff relata el desarrollo de la doctrina del templo y sus prácticas a lo largo del siglo diecinueve. Está acompañado de 94 imágenes de archivo —algunas publicadas por primera vez— y es una narración dada desde la perspectiva de Wilford Woodruff tal como se encuentra en sus discursos, cartas y en sus diarios.

Descúbralo usted mismo.

“Un relato detallado de los inicios del Mormonismo . . . una verdadera proeza de investigación y síntesis histórica, que brinda luz y profundidad. El trabajo de Mackley es notable”.
Kirkus Reviews


“Reafirma la fe y a la vez produce un cambio de paradigma. … La visión de la iglesia y del templo que Wilford tenía, brinda una perspectiva diferente incluso para aquellos que estén familiarizados con la historia del Mormonismo”.
Geoff Nelson, rationalfaiths.com


“The author has a very firm grasp of the subject matter. She has written a great tribute to a woefully under-appreciated leader. “

Brian H. Stuy, Editor de Colección de Discursos Dados por Wilford Woodruff, Sus Dos Consejeros, los Doce Apóstoles y Otros


“Jennifer Mackley’s background as an attorney is evident in her impeccable research and reliance on primary sources. Wilford Woodriiff couldn’t liave askedfor a more eloquent or convincing advócate.
Ruth H. Maxwell, Autor de Eighteen Roses Red


“Jennfer captures the intensity of Wilford’s commitment and the depth of his belief. Every reader willfeel Ilis spirit in the message. Although I have been a life-loiig student of Wilford Woodruff, Igained a better appreciationfior my own greatgrandfather. Truly inspiring.
Richard N. Woodruff Lambert, Presidente de la Asociación Woodruff


“. . . una historia emocionante que por momentos se toma intensa y personal. . . Compre uno ahora y segúrese de obsequiar ejemplares a sus amigos porque es un libro especial para estudiantes ávidos del mormonismo”.
Melvin C. Johnson, Asociación Mormon Letters


Introducción de la autora


En mi niñez, pasé mucho tiempo debajo de una máquina de microfilmes junto a mi madre, ella me demostró con su incansable ejemplo cómo se vuelve el corazón de un hijo hacia sus padres y madres al otro lado del velo. Mi mamá recuerda que su madre le relató la visión que tuvo Wilford Woodruff en el templo de Saint George, en la que vio a los firmantes de la Declaración de Independencia. El relato dejó una impresión tan profunda en mi madre, que desde entonces dedicó su vida a la investigación de historia familiar.

Al igual que mi madre, quedé intrigada con el relato y sentí la necesidad de aprender más en cuanto a las experiencias y la vida de Wilford Woodruff. La curiosidad me llevó a leer diarios, discursos, y cartas que estuviesen disponibles y también otros materiales contemporáneos de la historia de la iglesia. Descubrí que la vida de Wilford Woodruff, permite enlazar los sucesos del desarrollo de la doctrina del templo más eficazmente que la de cualquier otra persona. Este libro es el resultado de mi deseo de compartir lo que he aprendido.

El desarrollo de la doctrina del templo comenzó en 1823 cuando Moroni instruyó a José Smith en cuanto a la misión de Elias. Las ordenanzas del templo fueron reveladas a José Smith después de la restauración del sacerdocio en 1829 y después de la atribución de las llaves del sacerdocio a través de otros mensajeros celestiales en 1836. Después de la muerte de José en 1844, Brigham Young refino los rituales de acuerdo con las indicaciones del profeta José Smith, también introdujo ordenanzas nuevas y descontinuó otras a medida que las circunstancias cambiaban.

Wilford Woodruff asumió plenamente la responsabilidad de la misión de Elias, no fue solamente un testigo, sino el catalizador en la implementación de prácticas y ordenanzas. Sus experiencias en Nauvoo y Kirtland lo prepararon para recibir más revelación en cuanto a las ordenanzas del templo. Siguió buscando inspiración para comprender los rituales de una mejor manera y efectuó cambios en base a nuevas revelaciones y experiencias personales.

Wilford tuvo la oportunidad especial de enfocarse en las ordenanzas del templo sirviendo como presidente del templo de Saint George de 1877 a 1884. Wilford Woodruff y Brigham Young fueron los primeros en efectuar todas las ordenanzas para vivos y para muertos, por primera vez en esta dispensación, Wilford dijo que sus mentes fueron abiertas y que muchas cosas fueron reveladas. Las ordenanzas implementadas bajo el liderazgo de John Taylor y Wilford Woodruff, fueron codificadas y reproducida en los templos de Logan, Manti y Salt Lake. En 1894 siendo el profeta de la iglesia, Wilford recibió revelación en cuanto a los sellamientos generacionales, lo cual hizo posible el cumplimiento de la misión de Elías.

En esta cronología de acontecimientos, he limitado mis observaciones para que el relato refleje las palabras y la perspectiva de Wilford; me he valido de citas y fuentes primarias de información. He incluido discursos y notas escritas por otros contemporáneos de Wilford, con el fin de dar contexto a su relato. La historia es dada desde el punto de vista de Wilford, es su descripción de cómo ocurrieron los hechos. También se incluye su evaluación de las decisiones tomadas por José Smith, Brigham Young y John Taylor cuando estaban a cargo de las ordenanzas y ceremonias del templo.

Aunque he investigado el desarrollo de la doctrina del templo por medio de la vida de Wilford Woodruff, este libro no es una biografía exhaustiva. El libro de Thomas G. Alexander titulado,Things in Heaven and Earth: The Life and Times of Wilford Woodruff, A Monnon Trophet (Cosas en el Cielo y en la Tierra; La Vida y Epoca de Wilford Woodruff, ofrece una perspectiva completa de la vida de Wilford Woodruff, con un contexto basado en la historia de la iglesia y también en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica. Por mi parte, he elegido enfocarme en el aspecto personal de la vida de Wilford, con el fin de exhibir la magnitud de sus sacrificios por las cosas en las que creía. El poder redimir a su familia extendida, tanto a los vivos como a los muertos era lo que guiaba sus acciones diarias.

Este libro no es una narración de todos los textos habidos y por haber relativos al templo, más bien es un análisis comprensivo del desarrollo de la doctrina del templo en el siglo diecinueve y se supone que el lector tiene un conocimiento básico de personas y eventos clave en la historia de la iglesia. Hay miles de diarios y cartas que contienen alguna referencia a las ordenanzas del templo, y es muy probable que haya mucho más aún por descubrir. Existen también cientos de artículos y libros que datan desde los 1800s en los cuales las ordenanzas del templo se examinan de manera positiva y negativa y sería imposible incluir todas esas valiosas perspectivas en un volumen. Las referencias en las notas finales tienen como propósito fomentar el estudio de algunos detalles que brindan interpretaciones modernas, dentro de cada contexto general.

A pesar de que Wilford creía firmemente en la revelación y la función de un profeta, no demostraba un entendimiento perfecto al respecto. Es mi deseo que los relatos con la perspectiva de Wilford brinden a los lectores la oportunidad de entender los experimentos de Wilford con la fe. A los que consideran que la historia de la iglesia, ha avanzado de forma ininterrumpida, “línea por línea”, quizás se sorprendan al leer las palabras de Wilford; sus palabras demuestran que Wilford y los santos de su época estaban dispuestos a poner un pie adelante del otro hasta llegar a los límites de su fe y conocimiento, confiando en que si actuaban de acuerdo a lo que se les había mostrado, se les daría más. Lo distintivo del testimonio de Wilford en cuanto al desarrollo de la doctrina del templo, fue su aprecio por lo que aprendió durante el proceso. Adquirió un entendimiento especial del significado eterno de las ordenanzas del templo y el papel esencial que tienen los vivos en el plan de Dios de exaltar a todos sus hijos.


Capítulo 1
El Señor obra de manera misteriosa.


Un malhumorado caballo corría desbocado por una pendiente rocosa sacudiendo a su jinete de 17 años de edad, Wilford Woodruff. Colgando del cuello, se sujetó desesperadamente de las orejas del animal y se preparó para lo inevitable. Unas rocas causaron que el caballo tropezara y cayera violentamente lanzando a Wilford unos 5 metros en el aire. La caída a dos pies le fracturó la pierna izquierda, y le dislocó ambos tobillos. Ocho horas después, llegó su padre acompañado por un doctor para reacomodarle los huesos. Consciente de que no habría sobrevivido a tal accidente si hubiese caído de cabeza, dio gracias a Dios por haberle salvado la vida.

A pesar de su corta edad, esta no era la primera, ni la segunda instancia en la que Wilford casi perdía la vida, era la décima. Wilford escribió lo siguiente en su diario: “Desde mi infancia hasta el día de hoy, he sido víctima de los ataques y del poder del destructor. Me he enfrentado en incontables ocasiones a accidentes, desgracias y a la muerte en sus diversas formas. Desde el principio de mis días, han existido dos fuerzas que influyen en mí constantemente: una insiste en matarme y la otra en salvarme. Hasta ahora, la fuerza que salva mi vida ha prevalecido. Solo el tiempo dirá cuánto tiempo más podré disfrutar de esta bendición y de la fuerza que me preservan y me cuidan”.

Para ilustrar la preservación milagrosa de su vida, Wilford hizo una recopilación de accidentes, enfermedades y circunstancias peligrosas que había vivido. La lista de todo lo que padeció y a lo que sobrevivió desde su niñez, hasta su vida adulta es impresionante. Igualmente asombrosos fueron sus logros y contribuciones a la iglesia a pesar de todos esos desafíos.

CALAMIDADES DE LA NIÑEZ.

Nacido el 1 de marzo de 1807, Wilford fue el tercer hijo de Aphek y Beulah Woodruff. Su madre contrajo fiebre maculosa y murió cuando él tenía quince meses y fue criado por la segunda esposa de su padre, Azubah Hart. Las calamidades de su niñez empezaron a la edad de tres años cuando cayó en una olla grande llena de agua hirviendo. Aunque lo sacaron del agua rápidamente, sufrió quemaduras severas y luchó por su vida durante los siguientes nueve meses. A la edad de cinco años, se cayó de cara desde el poste más alto del establo de su familia. Sobrevivió a esa caída sin fracturas, pero tres meses más tarde no correría con la misma suerte.

Un sábado por la noche, Wilford y sus hermanos mayores, Azmon y Thompson, estaban jugando de manera brusca ignorando las instrucciones de su padre de no hacerlo. Wilford resbaló y rodó por las escaleras y se fracturó el brazo. En cuanto a la escritura de Efesios 6:2 en la cual se habla del mandamiento de honrar a los padres, Wilford dijo, “Aquí termina la desobediencia. Soporté el intenso dolor, y aunque me recuperé rápidamente, determiné que si habría de sufrir en el futuro, no sería por desobediencia a mis padres”. Ese mismo año se fracturó el otro brazo en una caída en el porche de la casa de su tío.

La narración de otro incidente que ocurrió cuando Wilford tenía seis años, ilustra su carácter cuando era niño. Wilford y su padre estaban dando de comer calabazas al ganado cuando de repente un toro empujó a la vaca de Wilford para quitarle su comida. Indignado por el egoísmo del toro, Wilford tomó la calabaza para dársela a la vaca. Escribió, “Al levantar la calabaza, el toro embistió furiosamente en mi dirección”. Viendo lo que sucedía y reconociendo el peligro que Wilford corría, su padre le gritó que la soltara y corriera. “Empeñado en que se respetaran los derechos de la vaca”, Wilford corrió colina abajo con la calabaza en sus manos mientras el toro iba pisándole los talones, Wilford pisó un bache y cayó. El toro saltó por encima de Wilford y embistió la calabaza “destrozándola con los cuernos”. Wilford sabía que el toro le habría hecho lo mismo a él si no se hubiera caído. Le atribuyó este y muchos otros escapes a la protección divina.

Tres años después, cuando tenía 9 años, quedó inconsciente tras caerse de un árbol de espalda desde casi 5 metros. Su primo pensó que había muerto y corrió para informar a sus padres lo sucedido. Grande fue su sorpresa cuando llegaron los padres de Wilford a recoger su cuerpo, y vieron que se había levantado y ya iba en camino a casa. A los 12 años casi se ahoga en el rio Farmington. Se hundió 9 metros y, para poder rescatarlo, otro joven se ató una piedra al cuerpo para descender a esa profundidad y rescatarlo. Wilford dijo, ”sufrí mucho para que mi vida se restaurara”.

Cuando tenía 13 años casi murió congelado. Al cruzar las praderas de Farmington en pleno invierno, su cuerpo se debilitó debido al frio al grado de no poder caminar. Una persona que pasaba a la distancia se percató de Wilford, quien gateaba tratando de refugiarse bajo un árbol, cuando la persona se acercó, vio que Wilford se había quedado dormido. Consciente del peligro de las inclemencias del tiempo, lo hizo volver en sí y lo ayudó a llegar a casa. Antes de cumplir 18 años, estuvo a punto de quebrarse la pierna en un aserradero, lo mordió un perro infectado con la rabia, y casi se sofoca atrapado bajo un cerro de alfalfa que le cayó encima.

LA MANO DE DIOS.

Una niñez de este tipo se podría pensar que fue el resultado de una crianza negligente por parte de los padres, la mala suerte o simplemente el ser propenso a accidentes. Pero el hecho de que el mismo patrón continuó durante su vida adulta hasta el final de sus días, llevó a Wilford a una conclusión distinta. Cuando tenía 50 años, escribió que solamente la mano de Dios pudo haberlo rescatado de la muerte, y ayudado a escapar “por un pelito” de los muchos peligros que enfrentó. Su conclusión y la protección de Dios se ponían a prueba constantemente.

En el campamento de Sion en 1834, un rifle se disparó accidentalmente y la bala pasó a unos centímetros de su cuerpo. Unos meses después, un mosquete sobrecargado de pólvora apuntado directamente a su pecho disparó erróneamente sin hacerle daño. Sobrevivió naufragios cruzando el lago Michigan en dos ocasiones. Cuando servía como misionero, se vio atrapado en medio de una tormenta descomunal. Describe que después de estar extraviado durante cinco horas, una luz celestial salvó su vida y la de sus compañeros evitando que cayeran en un abismo, y les alumbró el camino correcto. Unos años después, unos caballos desbocados lo arrastraron y no sufrió fracturas ni rotura de huesos, posteriormente estuvo a punto de quedar gravemente herido mientras intentaba quitarle el hielo a la rueda de una sierra, también estuvo dentro de un edificio que fue arrancado del suelo por un tornado y salió intacto.

En el año 1843, Wilford expresó sus sentimientos a José Smith en cuanto al poder invisible que constantemente intentaba quitarle la vida. Escribió en su diario la explicación de José en cuanto a un principio en el cual “pocos hombres han pensado”. Con el entendimiento de que nadie puede ser salvo sin las experiencias de una vida mortal, y sabiendo que un cuerpo físico es parte de la mortalidad, José le dijo a Wilford que Satanás cree que puede frustrar los planes de Dios destruyendo los cuerpos físicos de sus hijos aquí en la tierra. Tal enseñanza confirmó el conocimiento de Wilford de que su vida se había preservado gracias a la intervención y protección de Dios.

BENDICIONES DEL SACERDOCIO.

Después de su conversión en 1833, el sacerdocio jugó un papel vital en la preservación de la vida de Wilford y en su salud. En 1842 estuvo en cama durante cuarenta y dos días debido a una ”fiebre biliosa”. Luchó contra la muerte y estuvo a punto de rendirse. Dijo, “Hubo momentos en los que sentí el impulso de tomar mi último aliento y dormir junto a mis padres”. Después de recibir unciones y bendiciones de parte de algunos apóstoles, se sintió seguro de su recuperación.

El 15 de octubre de 1846, mientras talaba árboles para construir un techo para la casa de su familia, Wilford vivió “una de las desgracias más dolorosas” de su vida. Un roble que caía lo golpeó en el pecho y lo lanzó violentamente contra otro árbol lo cual le causó rotura de esternón, de tres costillas y otros daños internos. Brigham Young acompañado de otros dos poseedores del sacerdocio le ministraron con el poder del sacerdocio y “en el nombre de Dios reprendieron el sufrimiento y la angustia” que le aquejaban y le prometieron que viviría. Estuvo totalmente inmóvil durante nueve días y volvió a caminar después de tres semanas. Un mes más tarde pudo volver a sus actividades cotidianas. Una semana después, su hijo José falleció de manera trágica con solo dieciséis meses de edad un 12 de noviembre debido a inclemencias del tiempo. Su esposa Phebe tenía seis meses de embarazo cuando el pequeño José falleció, y el 8 de diciembre dio a luz de forma prematura a su quinto hijo, Ezra, quien vivió solo dos días.

Diez años después, en el año de 1856, Wilford necesitaría una vez más la ayuda de una bendición. Se había establecido en la ciudad de Salt Lake y sobrevivido dos viajes muy difíciles entre las llanuras en los años 1847 y 1850. Contrajo una infección en el brazo mientras ayudaba a un animal que se había envenenado. En cuestión de ocho días, la infección se había extendido por todo su cuerpo y comenzó a perder sus facultades mentales. Brigham Young lo bendijo con la autoridad del sacerdocio y le hizo la siguiente promesa, “No morirás, vivirás y podrás completar la obra que se te ha asignado en la tierra. El adversario ha intentado quitarte la vida en muchas ocasiones, pero el Señor te ha preservado y te preservará hasta que concluyas tu obra”.

Su lucha no terminó a pesar de este consuelo ya que su cuerpo sería probado una vez más al contraer fiebre de pulmón en 1859. Su descripción de esa experiencia dice así, “La enfermedad, el dolor y el sufrimiento por poco apagan la luz de mi vida. . . . No solo lidiaba con la miseria de la tos, el dolor en los pulmones y mis costados, sino también con alucinaciones terribles que el diablo o la enfermedad inventaban y las apilaban en mi cabeza intentando atacar a mi espíritu debilitado que luchaba por mantenerse en su tabernáculo. Tales sensaciones. . . no se pueden describir con un lápiz ni las puede expresar la lengua”. Su familia se reunió a su alrededor para escuchar sus palabras una última vez, asignar sus pertenencias y hacer arreglos para su entierro. Daniel H. Wells le dio una bendición en la que le prometió que no moriría. Confiando en la promesa pronunciada en la bendición, Wilford recuperó sus fuerzas y sanó.

Continuó desempeñándose en su llamamiento como Apóstol, como legislador territorial y en especial como proveedor para sus esposas e hijos. Siguió trabajando arduamente como ganadero, horticultor, jardinero y hombre de negocios. Un día, en el mes de septiembre de 1873, a la edad de sesenta y cuatro años, describe a detalle los síntomas de lo que pudo ser un paro cardiaco. Escribió, “Parecía una parálisis previa a la muerte. Sentí que no duraría vivo más de una hora. Parecía que la sangre, el espíritu y la vida salían de mis extremidades y se acumulaban alrededor de mi corazón y órganos vitales”. Cuando estaba a punto de “entregar su espíritu”, su vecino le dio una bendición y se sintió “liberado instantáneamente”. Trece años después, volvió a sentir lo que pudo haber sido un paro cardiaco o un derrame cerebral. Wilford dijo que fue “un sentimiento inusual”. En esta ocasión, escribió que durante más o menos treinta minutos, no podía ver ni hablar y que perdió la memoria. Sin embargo, no exhibió efectos permanentes de ninguno de los dos acontecimientos. Además, a pesar de haberse fracturado, nunca cojeó ni mostró efectos visibles de los accidentes que sufrió.

A la edad de setenta y dos años padeció de ataques de cólico biliar. Describe que los ataques le aquejaban de noche y eran tan violentos que lo sofocaban, el último ataque ocurrió una mañana y debido a la fatiga, fue casi fatal; según Wilford, su cuerpo no habría sobrevivido otro ataque. “Los azotes” sobre su cuerpo debilitaron sus defensas y causaron que orinara sangre. ”Sin embargo”, escribe, “mi vida fue preservada gracias a la misericordia de Dios y a la ministración de los Élderes”. Catorce años después, tras la dedicación del templo de Salt Lake, padeció otro caso severo de la misma enfermedad. Los doctores dijeron que no viviría y reunieron a la familia para acompañarlo mientras se “encontraba a punto de morir y tomaba sus últimos respiros”. Sentía que su obra en la tierra terminaría tras la construcción del templo de Salt Lake en 1893, y testificó que en esta ocasión, su vida se había preservado gracias a las incontables oraciones de los santos por él.

UNA VIDA CONSAGRADA.

En 1834 Wilford dedicó y consagró al Señor su vida y todas sus preciadas posesiones terrenales —su preciado baúl lleno de libros, ropa, su reloj, sus armas, incluso deudas que no había cobrado— para llegar a ser un “heredero legítimo” del reino celestial de Dios.

La dedicación de su vida fue inequívoca e inquebrantable. Entre los años 1834 y 1898, Wilford sirvió en el reino de Dios viajando más de 289,000 kilómetros, en ocasiones caminaba hasta 96 kilómetros al día. Estuvo en 34 estados y en los países de Canadá, Inglaterra, Escocia y Gales. Fungió como misionero y presidente de misión durante más de diez años y ayudó a apartar a otros 5,550 misioneros. Pronunció más de 3,600 discursos en su tiempo como misionero y líder de la iglesia. Administró bendiciones a por lo menos 930 individuos, y a más de 280 niños y fue partícipe en la ordenación al sacerdocio de alrededor de 11,000 hombres quienes recibieron el sacerdocio Aarónico o de Melquisedec, entre ellos, nueve Apóstoles. Wilford ayudó en la construcción de siete templos y participó en la dedicación de cinco de ellos. Entre 1877-1884 presidió en el templo de Saint George y selló a 11,550 parejas, y fue testigo en la mayoría de los 33,541 sellamientos que se efectuaron en ese periodo de tiempo. También sirvió personalmente en el sellamiento vicario de 1,117 parejas y ofició en el sellamiento de más de 800 niños a sus padres. Fue parte de 41,398 bautismos en el templo, los cuales se efectuaron por los vivos y también de manera vicaria por los muertos, entre ellos había 3,188 miembros de su familia.

Respondiendo a la pregunta de por qué Satanás intentó quitarle la vida, Wilford dijo, “Solamente existe una respuesta, la cual es que el diablo sabía que si me unía a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, escribiría la historia de la iglesia y. . . atendería los asuntos de las ordenanzas de la casa del Señor… para los vivos y para los muertos”. Precisamente fue lo que hizo de manera fiel. Wilford, escribió más de 7,000 páginas de historia personal e historia de la iglesia en sus diarios, los cuales se han utilizado durante treinta y cuatro años en las oficinas de historiadores de la iglesia. Participó en miles de ordenanzas de miembros de su propia familia y recibió revelaciones concernientes al crecimiento y al impacto de las ordenanzas del templo en la vida de millones de personas de futuras generaciones.

En 1858 hizo la siguiente declaración profética, “Cada vez que el Señor ha establecido su iglesia sobre la tierra, se ha valido de instrumentos, cuyas circunstancias les permiten reconocer naturalmente la mano de Dios en todas las cosas”. Wilford fue uno de esos instrumentos que reconocían la mano de Dios en todo momento. A pesar de quizás no comprender por qué Dios permitió que sufriera tanto —después de tantas dificultades personales— Wilford al igual que Job, nunca culpó a Dios, ni perdió la fe en El. De hecho, fue todo lo opuesto, siempre mostró agradecimiento por sus bendiciones y pedía en oración el poder estar al servicio de Dios durante toda su vida, sin importar cuantos años viviera. Y así lo hizo.

Wilford fue sostenido como presidente del cuórum de los doce apóstoles en el año de 1880 y sucedió a John Taylor como presidente de la iglesia a los ochenta y dos años en 1887. Después de sesenta y cuatro años de servicio continuo en la iglesia, el día de su cumpleaños número noventa, escribió lo siguiente, “Es extraordinario ver la manera en que se ha o preservad o mi vida… El Señor obra de manera misteriosa”.

Wilford es reconocido como uno de los grandes misioneros en la historia de la iglesia. Para Wilford, el compartir el Evangelio y redimir a los muertos, era de igual importancia que el predicar el Evangelio y redimir a los vivos. Siempre reconoció la mano de Dios en la preservación de su vida y consideraba como algo milagroso el poder aportar a la iglesia restaurada y dedicó su vida al servicio en la obra.

Las siguientes páginas cuentan la historia de sus contribuciones a través de su énfasis en la obra de las ordenanzas del templo y su comprensión de la importancia del templo en la vida de los Santos de los Últimos Días. Este es el testimonio de Wilford en cuanto a la fe que los primeros santos mostraron al aceptar y actuar de acuerdo con las nuevas doctrinas reveladas en relación a las ordenanzas del templo. Son registros que mantuvo de “las cosas que Dios mostró”, su testimonio de la misericordia de Dios y “las cosas que Él ha obrado en la vida de los hombres”.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario