Desarrollo de la Doctrina del Templo

Capítulo 14.
El reino de Dios o el orden patriarcal.


La decisión de publicar el Manifiesto en 1890 en contra de matrimonios plurales futuros, puso a prueba la fe de muchos, incluso la suya. El Manifiesto sorprendió a muchos, no por lo que se declaraba en el, sino por lo que se omitía y por el hecho de que eran las palabras de Wilford Woodruff. Wilford, al igual que sus antecesores John Taylor y Brigham Young, era un defensor de la doctrina y la práctica del matrimonio plural. Declaró muchas veces su confianza en que Dios libraría a la iglesia de sus enemigos, el gobierno federal era uno de ellos, y que se les permitiría vivir su religión —incluso el matrimonio plural— en paz. El rendirse o negociar tras cuarenta y cinco años de rechazos era un trago amargo para muchos tanto dentro como fuera de la iglesia.

YA BASTA.

Eran pocos los miembros de la iglesia que practicaban el matrimonio plural pero la persecución por dicha práctica era en contra de todos los miembros. Al igual que Abraham acostó a su hijo Isaac sobre el altar, los santos estaban dispuestos a sacrificar lo que fuese —libertades personales, estatus público, derechos civiles, seguridad económica— para hacer lo que Dios les mandó. Pero el “carnero trabado en un zarzal” que fue revelado en septiembre de 1890, no era lo que Wilford y los santos esperaban. En vez de destruir a sus enemigos y la tan esperada teocracia milenaria que les proveería una oportunidad de reivindicarse, Dios simplemente dijo, “ya basta”. La liberación oportuna aparentaba ser una capitulación dirigida a influencias exteriores, en vez de una respuesta a oraciones.

Los apóstoles ya habían considerado la idea de suspender la poligamia hasta que fuese posible “practicar ese principio de su religión sin interrupciones”797. En una ocasión el apóstol Francis M. Lyman señaló al presidente Woodruff y dijo que si la poligamia habría de suspenderse, “será por la palabra de Dios a través de ese hombre”.

Los sacrificios de los santos hasta este momento habían sido de índole personal, política, social y económica pero no espiritual. El reino de Dios podía seguir adelante aun sin tener estatus como ciudadanos y sin tener derecho al voto. La unidad política podía esperar hasta la venida de Cristo. El estatus social y el respeto no eran requisitos esenciales para la salvación y la iglesia, sin estatus legal, sobreviviría como corporación. El recogimiento de Sion seguiría adelante, aunque lento, sin los recursos del fondo perpetuo de emigración. Lo único que era realmente imprescindible era el poder del sacerdocio para administrar las ordenanzas salvadoras, y un templo para efectuar tales ordenanzas.

Para Wilford, la opresión había incrementado pero no al punto de ser determinante, y en 1890 llegó a niveles críticos. Justo cuando el gobierno se preparaba para poner a los líderes de la iglesia y a los templo “en el altar”, la pregunta en oración de Wilford fue sencilla: ¿Desea el Señor que los santos continúen la práctica del matrimonio plural, “a costa de la confiscación y pérdida de todos los templos y de dejar de hacer las ordenanzas que solo allí se pueden hacer por los vivos y por los muertos”? La respuesta del Señor fue un “No”. Wilford recibió una visión y se le mostró lo que sucedería si continuaban practicando el matrimonio plural. Si los poseedores del sacerdocio terminaban en la cárcel, si confiscaban todos los templos y si cesaban las ordenanzas, el reino de Dios dejaría de ofrecer salvación y exaltación y la obra se frustraría.

Wilford había tenido una preparación única en su vida y entendía los sacrificios implícitos al tratar de mantener los templos, pero también entendía que los sacrificios serían mayores aún, si decidían continuar la práctica de la poligamia a pesar de la instrucción revelada por Dios. Si alguien entendía la importancia de la obra del templo, o tenía conocimiento del papel de los vivos en la redención de los muertos, ese alguien era Wilford.

De todos los profetas, Wilford fue el único que participó en la construcción de principio a fin, de los templos de Kirtland, Nauvoo, Saint George, Logan, Manti y Salt Lake. Además, estuvo entre los que recibieron una “investidura de poder” a manos de José Smith en el templo de Kirdand. Estuvo presente durante la primera ordenanza del templo de Nauvoo en 1841, acompañó a Orson Hyde en la dedicación en 1846 y estuvo entre los últimos que efectuaron ordenanzas allí, antes que la persecución los forzara a abandonar el templo. Sirvió y ofició en la casa del consejo en Salt Lake durante años y en la casa de investiduras durante décadas. Brigham Young le pidió a Wilford que lo acompañara en la dedicación del templo de Saint George y que se encargara de la implementación de todas las ordenanzas tanto para los vivos como para los muertos. En la década de 1880, Wilford presenció las primeras ordenanzas de los templos de Logan y Manti y participó en ambas dedicaciones. Estuvo involucrado en la redacción de todas las ceremonias del templo en 1877 y posteriormente en la administración y armonización de las mismas. Gracias a todo esto, Wilford entendió la visión de Dios en 1890, la cual precipitó su decisión de escribir el Manifiesto.

MOTIVOS DE ESPERANZA.

Los fallos adversos en los tribunales y las legislaciones del congreso en contra de los santos, guiaron la creación del Manifiesto. Los tres años entre la muerte de John Taylor y la creación del Manifiesto, fueron especialmente difíciles para los santos y para Wilford. En medio de todas sus pruebas, habló a los santos en cuanto a sus bendiciones. En una conferencia de estaca en Tooele dijo, “Tenemos motivos de esperanza. Tenemos el Evangelio de Cristo y sus bendiciones”. Les dijo que estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario para lograr estar con su familia “en los mundos eternos” y que esa esperanza compensaba los dolores y sufrimientos de este mundo.

Anteriormente se había dirigido a “todos los hombres que poseen el sacerdocio y a los que han hecho convenio con Dios”. Les dijo “Somos capaces de mantener nuestra integridad en esta época, entre los de esta generación, como individuos y como pueblo sin importar las consecuencias. Podemos ser leales y fieles a Dios; podemos observar todo principio y mandamiento que Dios nos ha dado . . . cualesquiera que sean las repercusiones”803. Por otro lado, continuo diciendo, “No hay alma alguna entre nosotros que se pueda dar el lujo de poner en juego aunque sea uno de los mandamientos que se nos han comisionado. No existe hombre alguno que pueda darse tal lujo habiendo sido llamado por Dios para edificar su reino”. Finalmente añadió que para él existían dos opciones, el reino de Dios o nada.

Deseaba que los santos estuviesen preparados para cualquier cosa que el futuro les deparara. Los sucesos posteriores a las declaraciones que dio en 1881 hasta el año clave de 1893, representan la culminación de décadas de trabajo arduo edificando el reino de Dios —-y el templo de Salt Lake— y la pérdida de casi todo lo que habían logrado hasta ese momento.

Una de las bendiciones más significativas que los santos recibieron en la década de 1880 fue la dedicación de dos templos, el de Logan y el de Manti. Wilford tuvo el privilegio de presidir en la dedicación del de Manti el 17 de mayo de 1888. Resaltó la hermosura del templo —hecho con piedra caliza pintada color crema— diciendo que era “el mejor templo, con los mejores acabados y el más caro que se haya construido desde la organización de la iglesia”807. En esta ocasión declaró de manera enfática “No vamos a dejar de practicar el matrimonio plural hasta que el Hijo del Hombre venga otra vez”.

Ese día se le informó a Wilford que Frank Dyer, el receptor del gobierno, había hecho una demanda en contra de la iglesia para embargar todas las propiedades, incluso el templo de Logan, el tabernáculo y las oficinas de diezmos. La preocupación de Wilford por los templos se refleja en sus diarios. El 17 de mayo escribió, “Sentí deseos de agradecerle a Dios por otra oportunidad de dedicarle un templo más en las montañas rocosas al Dios altísimo, y ruego que Dios el Eterno Padre, proteja el templo de Manti y todos los que hemos construido . . . por Su santo nombre que nunca caigan en manos de los gentiles, nuestros enemigos, para que no los profanen”. Dos años después, la respuesta a su oración en conflicto con la enfática súplica en cuanto al matrimonio plural.

COMPROMISO POR CUESTIONES RELIGIOSAS.

 Wilford registró numerosas reuniones con abogados de la iglesia en los meses subsiguientes, y con otros asesores a medida que trabajaban en la redacción de un acuerdo con representantes del gobierno federal para salvaguardar los templos. El acta Edmunds-Tucker estipulaba que los edificios que se usaran exclusivamente con “propósitos religiosos” estaban exentos de la ley que privaba a la iglesia de sus propiedades que valían más de $50,000 dólares. Las negociaciones se enfocaban en las capillas, los templos de Saint George, Manti, Logan, el tabernáculo y el parcialmente terminado templo de Salt Lake.

La versión final del contrato, considerada por Wilford como un “laborioso trabajo”, establecía que los templos quedarían bajo el control de la iglesia. El Tribunal Supremo Territorial aprobó el acuerdo y el 8 de octubre de 1888 ordenó a Frank Dyer que devolviera a la iglesia todas sus propiedades, por las cuales habían estado pagando renta.

Durante el mismo lapso de tiempo, la reorganización de la iglesia puso a prueba la paciencia y la habilidad de perdonar de Wilford. La unión dentro del cuórum era algo indispensable que precisaba conversaciones sinceras y largas, separación de asuntos personales y negocios, arrepentimiento y perdón. Después de más de un año y medio intentando reorganizar la Primera Presidencia, Wilford le dijo a su secretario L. John Nuttall que tan pronto hubiera una reunión del cuórum de los doce, “también habrá un funeral”. El trabajo diligente y la paciencia de Wilford mientras el resto de los apóstoles arreglaban sus diferencias, rindieron frutos. Se tomó una decisión unánime de continuar con Wilford Woodruff como Presidente y con George Q. Cannon y Joseph F. Smith como consejeros.

Casi dos años después de la muerte de John Taylor, se sostuvo a Wilford Woodruff como profeta y presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, durante una asamblea solemne llevada a cabo un domingo 7 de abril de 1889. A menudo se preguntaba porque había vivido más tiempo que otros apóstoles más jóvenes que él y como sería un “actor principal en el reino”, tal como se había profetizado sesenta años antes. La experiencia obtenida a través de los años de servicio a la iglesia y la naturaleza de su personalidad, lo hacían el candidato idóneo para el papel había de desempeñar. Ese día, “el día más importante”, escribió, “Este es el oficio más alto que se ha conferido al hombre en la carne, es una gran responsabilidad”. También registró su oración en la que le pidió a Dios que lo protegiera y le diera poder para magnificar este llamamiento “hasta el fin de sus días”.

La década subsiguiente, los últimos diez años de vida de Wilford, fueron años de reconciliación entre la iglesia y el gobierno federal. Los líderes de la iglesia publicaron una declaración política en 1889 y publicaron el Manifiesto en cuanto a la poligamia se publicó en 1890. El templo de Salt Lake se completó en 1893 y después de la publicación del Manifiesto, el presidente Harrison permitió un perdón a quienes obedecieran las leyes federales. Regresaron propiedades que habían sido confiscadas a la iglesia y en 1894 el presidente Cleveland concedió una amnistía general. La admisión de Utah a la Unión en 1896 como nuevo estado, significaba que los santos de nuevo tendrían derechos civiles. Los templos fueron clave en la realización de todos estos eventos.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario