Capítulo 17
Promesas hechas a los padres.
TUVE LAS LLAVES PARA SU SALVACIÓN.
Wilford enseñó a los santos en cuanto a la función singular que tienen en la última dispensación, “El Señor … nos hará responsables por lo que hagamos con el santo sacerdocio, con las ordenanzas en esta casa y con el poder que está en nuestras manos para hacer la obra de Dios y construir templos en Su nombre”. Les recordó a los santos en 1896 la oportunidad de la que gozaban, muy pocos la tuvieron en el pasado. Preguntó, “Además de los Santos de los Ultimos Días, ¿Quién más ha enseñado el principio de la redención de los muertos, desde los días de Cristo y sus apóstoles?” “Aquí en este estado tenemos cuatro templos construidos por los Santos de los Últimos Días, y decenas de millares de muertos han sido redimidos por medio de la administración del Evangelio de Cristo a su posteridad o amigos. Es una de las evidencias del cumplimiento del Evangelio de Jesucristo. El profeta dice, ‘salvadores en el monte de Sion … y el reino será del Señor’. Si no fuésemos los santos de Dios, no podríamos hacer esta obra”.
En 1897, deseando que los santos no pasaran por alto sus responsabilidades y renunciaran a las bendiciones que se derivan de la obediencia Dios, les preguntó, “¿Que hay en esta vida que nos pueda brindar todas las bendiciones que pertenecen a la primera resurrección y al reino de los cielos? Si somos obedientes, tenemos a nuestro alcance el poder de levantarnos de nuestros sepultos vestidos de inmortalidad, con cuerpos celestiales, con nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros padres, nuestras madres, nuestros familiares y amigos, y ocupar puestos elevados y exaltados en la presencia de Dios y del Cordero, y morar con ellos para siempre jamás”.
Wilford compartía a menudo su gozo por el privilegio de haber efectuado más de cuatro mil ordenanzas por sus familiares y muchos otros. Consideraba una bendición y un privilegio, “la plenitud y la gloria que no conoceremos hasta que se parta el velo”993. Creía que las reuniones familiares que ocurrirían al otro lado del velo, estarían llenas de felicidad y gozo, siempre y cuando los santos no ignorasen sus responsabilidades hacia sus familiares fallecidos. Usándose a sí mismo como ejemplo, preguntó, “¿Cómo me sentiría después de vivir todo lo que he vivido y gozado de privilegios como el poder entrar en estos templos, si llego al mundo de los espíritus sin haber hecho esta obra?” No quería encontrar a sus antepasados y que le dijeran,
“Tuviste el poder en tus manos para redimirme, y no lo hiciste”. Tampoco quería que a los santos les pasara esto.
Wilford sabía que todo hombre y todo pueblo a quienes se les confían el santo sacerdocio y sus llaves, han rendido y rendirán cuentas ante Dios —por el tiempo y la eternidad— por la manera en que usen los dones, bendiciones y promesas de Dios. De hecho, afirmó que esa es la diferencia entre los que guardan la ley celestial y los que no. “Porque todo hombre conoce las leyes que guarda, y las mismas determinaran su posición en la otra vida; serán preservados por esas leyes y recibirán las bendiciones predicadas sobre esas leyes”. Consciente de que los miembros de la iglesia darían cuentas ante Dios por el sacerdocio y las llaves que Dios les había confiado, les recordó que debían usar “las bendiciones, privilegios y poderes que gozamos, concienzudamente”.
También les dijo que la responsabilidad de las ordenanzas del templo no debían ser vistas como cargas. Wilford sentía que era una bendición tanto para los que están al otro lado del velo como para los santos. Les dijo, “Esta obra es lo que le da sentido a nuestras vidas”. Después de décadas de ser testigo del impacto de la obra del templo en los santos, Wilford llegó a saber que el servir en representación de otros, les permitía a los santos renovar y revisar sus propios convenios: la obediencia a los mandamientos de Dios, el ser discípulos del Salvador, el buscar la verdad y el estar dispuestos a sacrificar su tiempo y talentos para la edificación del reino de Dios.
Los santos habían sacrificado mucho para construir seis templos y cumplir con lo que Wilford consideraba una de sus obligaciones más importante en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Miles de ordenanzas por los vivos y por los muertos se efectuaban anualmente en los cuatro templos de Utah y la obra de la salvación universal se estaba llevando a cabo en cuatro templos dedicados. Contrastando el valor de la salvación y las riquezas del mundo, Wilford dijo que las riquezas, “perecen con el uso”. Por otra parte, dijo, “¡El salvarnos a nosotros mismos y poder salvar a nuestros semejantes es algo glorioso!” No había “ningún otro principio revelado por el Señor” que le causara más gozo. Testificó diciendo, “Estos principios son magníficos”, “valen la pena el sacrificio”.
BUSCAMOS LA GLORIA CELESTIAL.
Cuando Wilford aceptó el Evangelio, lo hizo porque a pesar de tener un conocimiento del Evangelio y una gran fe, deseaba algo más. Le suplicaba a Dios que le permitiese ser fiel porque el objetivo de su vida era el ser salvo. Proclamaba que su meta era la vida eterna y dijo que este principio lo sostuvo desde el día en que se unió a la iglesia y reino de Dios en la tierra. En 1833, Wilford se unió a una iglesia de 3,100 conversos a la edad de veintiséis años y a la edad de ochenta, esa misma iglesia contaba con 180,000 miembros. Tras su fallecimiento en 1898, la iglesia se había expandido mundialmente y contaba con una membresía de 280,000.
Wilford pasó sus primeros diez años como miembro de la iglesia predicando el Evangelio para redimir a los vivos. Después pasó cincuenta años trabajando en el perfeccionamiento de los santos. En su perspectiva, el perfeccionamiento de los santos significaba redimir a los muertos, ya que creía con todo su corazón que sin ellos no podemos perfeccionarnos. El mensaje de Moroni a José Smith en 1823 señala que todo miembro de la iglesia de Jesucristo en la tierra, debe participar en el plan de Dios para su salvación y la de sus antepasados. Wilford entendía que para que se efectuase la obra de Dios de, “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, los santos debían recordar las promesas hechas a sus padres y redimirlos. Dios reveló que si las promesas a los padres no se cumplían, la existencia mortal del hombre sería un desperdicio; la obra de Dios fracasaría. Wilford no sólo enseñó con claridad el mensaje de la redención universal, sino que expandió los esfuerzos para ofrecer salvación y vida eterna a todos.
NO HAY NADA IGUAL.
Wilford es considerado como uno de los mejores misioneros en la historia de la iglesia. Pero para él, deben hacerse los mismos esfuerzos que se hacen por predicar el Evangelio a los vivos, en la predicación del Evangelio a los que viven en el cielo. Alentó a los santos a seguir esforzándose, les dijo, “¿Que otro llamamiento pudiera tener el hombre en la tierra, que sea mayor que tener el poder y autoridad en sus manos para administrar las ordenanzas de salvación? ¿Apreciamos estas cosas como debemos? .. . Sin duda alguna, nada en esta obra me ha traído más consuelo que el poder predicar el Evangelio a mis semejantes y administrar las ordenanzas de la casa de Dios a favor de los vivos y de los muertos. Brinden estos principios de salvación y de vida a cualquier alma y serán instrumentos en las manos de Dios en la salvación de esa alma. No hay nada igual que se haya dado a los hijos de los hombres”.
El 19 de marzo de 1897, Wilford grabó lo que ahora es la única grabación de su voz. Inmortalizó su testimonio de la restauración inspirada de los principios y ordenanzas del sacerdocio por medio de José Smith. También testificó que José “fue el autor de las investiduras tal como fueron recibidas por los santos de los últimos días. Yo recibí mi investidura de sus manos y bajo su dirección, yo sé que son principios verdaderos. … El profeta José dio su vida por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, se le coronará como mártir en la presencia de Dios y el Cordero. El poder de Dios estaba con el profeta José y se manifestaba cada vez que daba su testimonio”.
Ese mismo año, Wilford les preguntó a los santos si había otro individuo o iglesia sobre la tierra que tuviesen el poder de “redimir a los muertos”. Les testificó, “No había existido alma alguna que pudiera hacer esto hasta que Dios organizó Su iglesia sobre la tierra”. Posteriormente en abril de 1898, les recordó a los santos la experiencia que tuvo en el templo de Saint George con los firmantes de la Declaración de Independencia. La nobleza de sus espíritus era evidente porque reconocieron que Wilford, “como Eider de Israel”, poseía la autoridad del sacerdocio y tenía la habilidad de efectuar las ordenanzas del templo por ellos.
Dado que los santos poseen el sacerdocio restaurado, les declaró, “No hay excusas las bendiciones se nos han dado; están a nuestro alcance y es su privilegio y el mío el disfrutarlas”. Simple y sencillamente, deseaba permanecer fiel para que al final de sus días probatorios, supiera que hizo todo lo que estaba a su alcance y tras haber obrado según la luz que tenía, ser bienvenido en el reino de Dios”.
Wilford dio su último discurso de conferencia general el 10 de abril de 1898. Había celebrado el aniversario número 50 de la llegada de los santos al valle de Utah el año anterior y su última aparición pública fue el 24 de julio de 1898 en la dedicación del parque Pioneer, el mismo lugar en el que construyó un fuerte en 1847. Falleció en San Francisco California a la edad de 91 años, seis semanas después de la dedicación. Sus tres esposas lloraron su muerte, así como sus veinte hijos, 103 nietos, dieciséis bisnietos y cientos de miles de santos.
TENEMOS UNA GRAN TAREA ANTE NOSOTROS.
Wilford creía en que el Salvador había organizado a huestes terrenales previo a su muerte. Organizó a sus seguidores en la tierra, a los apóstoles, para predicar el Evangelio a los vivos. Así como enseñó Pedro a los santos de antaño por medio de epístolas, Wilford enseñó que durante el tiempo entre la muerte y la resurrección del Salvador, Jesucristo comenzó el proceso de compartir “la luz del Evangelio a quienes estaban en la obscuridad” en el mundo de los espíritus. Además, dijo que la obra de Jesucristo en el mundo de los espíritus, era en preparación para el llamado de los santos de representar vicariamente a quienes vivan “según los mandatos de Dios en el espíritu”, y que serán juzgados “según el hombre en la carne”. Para Wilford, la participación de los santos en la redención de los muertos era evidencia de la creencia que tenían en la expiación infinita de Jesucristo y en la resurrección universal: de que “en Cristo todos serán vivificados”.
Testificó de la segunda venida de Jesucristo y de lo que esperaba de los Santos de los Ultimos Días con respecto a la salvación de todos los hijos de Dios antes de su venida. Alentó a los santos a que tomaran estas cosas con seriedad y les pidió que continuaran reuniendo registros familiares “rectamente ante Dios”. Les prometió que Dios los bendeciría y que los que han sido redimidos, los bendecirían en días futuros. Explicó que, “Si atendemos esta obra”, “conoceremos a nuestros amigos en el reino celestial y nos dirán, ‘Eres mi salvador, tuviste el poder para hacerlo. Trabajaste en las ordenanzas que Dios ha requerido.’” En contraste dijo, “Si no hacemos lo que se requiere de nosotros en esta obra, estamos bajo condenación”.
Su ruego era que los ojos de los santos se abrieran y que sus corazones entendieran la gran obra que descansaba sobre sus hombros, ya que consideraba que era más importante de lo que se podían imaginar.
¿TENEMOS FE EN NUESTRA RELIGION?.
Wilford llegó a entender la función especial de los santos en el plan de Dios y en la obra de redención de Sus hijos. Añadió sus esfuerzos a los de otros profetas que lo antecedieron y después de su muerte, el desarrollo de las ordenanzas y prácticas del templo continuaron su curso.
La súplica de Wilford hace más de un siglo habiendo solamente cuatro templos sobre la tierra, se aplica más a una generación de santos con acceso a casi 150 templos: “Tienen el poder de . . . redimir a sus muertos. Muchos de ustedes lo han hecho y espero que continúen haciéndolo con todos sus muertos. Jamás abandonen esta obra mientras tengan la bendición de entrar en el templo”.
Así que, ¿Qué hará esta generación con todo lo que ha recibido? Cito palabras de Wilford, “¿Estamos respondiendo a las expectativas de nuestros privilegios? ¿Estamos efectuando la obra que se requiere de nuestras manos?”
























