Capítulo 2
Entrar al reino de Dios.
Wilford Woodruff conoció la iglesia el 29 de diciembre de 1833, su interés en ella nació al escuchar el testimonio de dos misioneros en una escuela pequeña cerca de su casa. Wilford dio testimonio de lo sucedido en esa ocasión, diciendo que era la primera vez que escuchaba un discurso sobre el Evangelio, a pesar de haber oído los sermones de muchos otros predicadores. Al fin había encontrado lo que desde niño había buscado.
Después de su discurso, los misioneros invitaron a todos los presentes a compartir sus sentimientos en cuanto a lo que habían escuchado. Wilford se puso de pie inmediatamente, en sus propias palabras explica el porqué, “El espíritu me instó a dar testimonio de las verdades que se habían declarado… de la boca de verdaderos siervos de Dios. Esa noche, nos enseñaron el Evangelio puro de Jesucristo”. Wilford pidió ser bautizado al día siguiente. Para Wilford, no fue una decisión tomada a la ligera ni apresurada, sino la culminación de años de búsqueda diligente y la respuesta a sus oraciones que Dios le había prometido. Así comenzaron sesenta y cinco años de total devoción hacia la iglesia y el reino de Dios sobre la tierra.
BUSCO LA SALVACIÓN Y LA VIDA ETERNA.
En su juventud, Wilford y su familia se afiliaron a la Sociedad Eclesiástica de Northington en Connecticut. El reverendo Rufús Hawley, ofició el casamiento de sus padres y era quien presidía la iglesia de Northington. También bautizó a Wilford y a sus hermanos cuando eran bebés. Beulah Thompson, la madre de Wilford, falleció cuando él tenía quince meses de nacido y fue criado por su madrastra Azubah Hart. Reconoció la buena influencia de su madrastra y describe a su padre Aphek, como un hombre honesto y lleno de caridad, “siempre dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitara”.
Sus padres observaban estrictamente el día de reposo, Wilford se refería a las restricciones del día de reposo como “las leyes azules” de Connecticut. Explica que en dichas leyes, “Ni los niños ni los adultos tenían permitido participar en actividades recreativas y era prohibido trabajar, empezando desde la puesta del sol el sábado en la noche, hasta la puesta del sol del domingo por la noche”. También escribió lo siguiente, ”Teníamos que sentarnos y estar muy quietos todo el día domingo, repitiendo los catecismos presbiterianos y algunos pasajes de la Biblia”. A pesar de que, de niño no estaba de acuerdo con tales restricciones, de adulto expresó agradecimiento por el tiempo invertido en la lectura de las escrituras.
Wilford escribió que Azubah lo ayudó a entender a través de las “palabras y espíritu de Dios”, que había existido una apostasía y que la religión pura e incontaminada se había perdido. Y que “un gran cambio estaba próximo”. Cuando iba a la escuela sabática del Dr. Noah Porter, Wilford leyó todos los capítulos del Nuevo Testamento, versículo tras versículo. Durante ese tiempo, dijo que aprendió en cuanto al Evangelio de vida y salvación, un Evangelio de “poder en la tierra así como en los cielos”; aprendió que la estructura de la iglesia consistía en apóstoles, profetas, pastores y maestros “con contribuciones y gobiernos”. Wilford escribió que los personajes de los que había leído “estaban en comunión con Dios” y tenían poder sobre los elementos, conversaban con ángeles y “contaban con los dones y la gracia de una religión que tenía el poder para salvar”.
Sin embargo, Wilford no encontraba una iglesia u organización que fuese similar sobre la faz de la tierra. Pensaba que todas las religiones de su época eran simplemente caminos distintos, que guiaban al cielo o al infierno, sin embargo, ninguna reflejaba el Evangelio que Jesucristo y sus apóstoles enseñaron. Wilford siguió adelante, buscando ese “gran cambio”. Declaró que estaría dispuesto a “caminar miles de kilómetros, para llegar a ver a un profeta, un apóstol o un hombre que fuese llamado por Dios”, que le pudiera enseñar cómo ser salvo; un hombre que tuviese el poder del sacerdocio y que contara con las bendiciones del espíritu, tal como los discípulos de Cristo en la antigüedad.
Era muy difícil que Wilford mantuviera esa perspectiva por sí solo, dado que, “En esa época, la gente de Connecticut tachaba de pecaminoso el creer en cualquier otra religión que no fuera el presbiterianismo”. Un amigo de la familia Woodruff, llamado Robert Masón, fue una de las pocas personas que no compartían dicha idea. Al igual que Wilford, creía que la iglesia de Jesucristo debía tener profetas, apóstoles, revelaciones y visiones; debía tener todos los dones, poderes y bendiciones que existieron durante otras épocas del mundo. El ejemplo de Masón, impactó profundamente a Wilford y lo ayudó a permanecer firme en su búsqueda de la iglesia verdadera en los años venideros.
ABIERTO A LA VERDAD.
De joven, Wilford trabajaba con las sierras y los molinos junto con su padre en Northington. En 1816, se vieron en la necesidad de vender sus propiedades y mudarse a Farmington, Connecticut. Tras completar su educación básica a la edad de catorce años, Wilford trabajó con otros granjeros y molineros durante el verano y reanudó sus estudios avanzados ese mismo año durante el invierno. Mientras trabajaba con el coronel George Cowles en Farmington, tuvo la oportunidad de atender a varias reuniones de renacimiento en la iglesia congregacional de Avon. Tras asistir a las reuniones dijo que no estaba ”contento con lo que vio” porque le pedían “entregar su corazón a Dios, sin explicar principios de una manera comprensiva”. Otros adolescentes se unieron a la iglesia presbiteriana durante dicho reavivamiento, sin embargo, Wilford “no deseaba burlarse de las cosas sagradas, profesando haber recibido luz, cuando realmente no había recibido nada”.
Un ministro predicaba durante una de las reuniones a las que Wilford asistió y una vez concluido el discurso, se invitó a la congregación a expresar sus sentimientos. Wilford dio un paso hacia el frente y preguntó: “Amigos míos, ¿podrían decirme porque no luchan por la fe que fue dada a los santos? ¿Podrían decirme porque no luchan por el Evangelio que enseñaron Jesucristo y sus Apóstoles? ¿Por qué no luchan por la religión que les brinda poder ante Dios, poder para sanar a enfermos, para hacer que el ciego vea, que los cojos anden, y donde mora el Espíritu Santo acompañado de dones y gracias que se han manifestado desde la creación del mundo? . . . Los santos contaban con la ministración de ángeles; tenían sueños, visiones y se les revelaba continuamente el camino por el que debían andar”.
Uno de los ministros le respondió que esas cosas eran tonterías, que solamente se creía en tales cosas durante el obscurantismo con el fin de que los hijos de los hombres creyeran en Dios. Después el ministro declaró que ese tipo de cosas ya no eran necesarias, a lo que Wilford respondió, ”Entonces deseo vivir durante el obscurantismo; deseo vivir en la época en que el hombre podía recibir esos principios”. Wilford concluyó esta experiencia declarando que, “Esa era mi situación en mi juventud. No podía creer que tales dones y virtudes se habían eliminado, abundaba la incredulidad entre los hijos de los hombres”. Wilford creía firmemente que la iglesia verdadera de Jesucristo debía contar con todos los dones espirituales, todos los oficios del sacerdocio y todas las bendiciones prometidas por Dios para su iglesia y reino, en cualquier época de la historia de la tierra.
A pesar de decidir no afiliarse a ninguna iglesia, Wilford reconocía la influencia positiva que tenían y estimaba a mucha gente buena que iba a las iglesias. Dijo, “Los presbiterianos, bautistas y otras sectas han tomado sobre si la responsabilidad de educar a la juventud y al mundo entero, enseñando principios morales sanos. Hasta ahora, parece que ha dado muy buenos frutos en esta generación”. No obstante, Wilford no creía que enseñaban la plenitud del Evangelio y suplicaba a Dios por esa luz y verdad guiadora. Expresó la razón de su creencia de la siguiente manera, “El hombre posee un espíritu que viene… de Dios; y si no se nutre de esa misma fuente de poder que lo creó, nunca se sentirá satisfecho”. Las oraciones de Wilford fueron contestadas y dijo que muchas cosas le fueron reveladas.
Él sabía que viviría y vería con sus propios ojos la iglesia verdadera de Jesucristo sobre la tierra y que se encontraría entre aquellos que guardarían todos los mandamientos de Dios.
CONVICCIONES COMPARTIDAS.
Cuando Wilford tenía veinte años, trabajaba con el administrador de un molino que pertenecía a su tía, Helen Wheeler. Este trabajo hizo posible que durante los siguientes tres años, de 1827 a 1830, ahorrara una cantidad considerable de dinero. Después, tras perder la mayoría de sus ahorros en una inversión con un hombre carente de principios, quien no le pagó una deuda y tras intentar ayudar a otros que tampoco le podían pagar, reflexionó en cuanto a las cosas que verdaderamente valen en la vida. Aprendió convincente y profundamente, que la paz y la felicidad verdaderas, se encuentran solamente en el servicio de Dios haciendo Su voluntad. Sintió que nadie es capaz de encontrar la felicidad sin tener una relación personal con Dios. Por tales razones, Wilford decidió buscar a Dios, hacer su voluntad, guardar sus mandamientos, escuchar los susurros del espíritu y dedicar el resto de su vida a “salvaguardar todas sus convicciones”.
La convicción de vivir para ver la iglesia verdadera de Jesucristo establecida, fue una respuesta a sus oraciones y le dio la esperanza que necesitaba para continuar su búsqueda. La influencia que Robert Masón tuvo sobre Wilford, reforzó su convicción. En 1830, Masón le compartió una visión que había tenido treinta años atrás, en la que se vio a sí mismo en un huerto, rodeado de árboles frutales y aunque tenía mucha hambre, no encontraba ningún tipo de fruta de la cual comer. De repente, el huerto fue destruido totalmente, y vio nuevos retoños brotando del suelo hasta que se convirtieron en árboles enormes. Los arboles florecían y los retoños maduraban espontáneamente de manera hermosa hasta convertirse en una fruta madura muy llamativa. Tomó un puñado para saciar su hambre, y antes de poder poner sus labios en la fruta, la visión cesó y no alcanzó a probarla.
Robert Masón oró pidiendo una interpretación de la visión, la respuesta que recibió era que los grandes árboles representaban a la generación en la cual se encontraba. Dios le prometió que establecería Su reino e iglesia sobre la tierra a través de él, y que “los frutos del reino e iglesia de Cristo, serían evidentes como en los días en que había profetas, apóstoles y santos en cada dispensación y que los frutos se hallarían de nuevo en todo su esplendor sobre la tierra”. Además, los frutos en los árboles nuevos representaban el Evangelio y entendió que la razón por la que no había podido probar el fruto, era porque no alcanzaría a participar de las bendiciones del Evangelio, a pesar de llegar a conocer la plenitud del mismo en su vida mortal.
Aunque no sería partícipe de las bendiciones del Evangelio restaurado en su vida mortal, Robert Masón profetizó que Wilford no solamente gozaría de las bendiciones del Evangelio, sino que también sería un “actor principal en el reino”. El cumplimiento de esta profecía comenzó tres años después y se evidencia con los sesenta y cinco años de servicio fiel a la iglesia y el gran impacto que Wilford tuvo en el desarrollo de enseñanzas, principios y prácticas de la iglesia.
UNA ORDENANZA SAGRADA.
Después de terminar de trabajar para su tía en mayo de 1830, Samuel y David Collins contrataron a Wilford para que se hiciera cargo de su molino en Cantón, Connecticut. Durante su estadía en Collinsville, dedicó muchas horas a la meditación y a la oración a Dios, procurando guía para encontrar una iglesia ”que luchara por la fe que fue dada a los santos”. Wilford recuerda que su estancia en Collinsville le trajo los días más felices de su vida en los que se sintió abundantemente bendecido debido a que “Vivía según la luz que se le había brindado.”
Wilford estaba consciente de sus errores e imperfecciones y deseaba superarlos para merecer la vida eterna. Organizó reuniones de oración en el condado de Collinsville con el fin de fomentar principios del Evangelio y pedir a Dios en grupo, que se les diera mayor luz y entendimiento. Escribió en cuanto a su deseo de recibir las ordenanzas del Evangelio, especialmente el bautismo por inmersión tal como lo había aprendido a través del estudio de la Biblia, que el bautismo era una ordenanza sagrada. Wilford había sido bautizado cuando tenía tres meses, sin embargo, no creía en que tal bautismo tuviera mérito alguno para salvar. Afirmó que el bautismo de infantes era una doctrina inútil echa por hombres, lo cual no solamente era incorrecto, sino desagradable ante Dios. Retó a cualquiera a encontrar “en cualquier registro de verdad eterna, evidencia alguna de ordenanzas instituidas para la salvación de bebés inocentes”.
Por lo tanto, a la edad de veintitrés años Wilford concluyó que necesitaba seguir el ejemplo de Cristo y ser bautizado por inmersión. En su empeño por cumplir con ese mandamiento, “y siendo ignorante en cuanto a la autoridad del santo sacerdocio y la verdadera autoridad para oficiar las ordenanzas de vida eterna”, le pidió a un ministro local que lo bautizara. En enero de 1831, Wilford le escribió una carta al reverendo George Phippen preguntándole si estaría dispuesto a administrar la ordenanza del bautismo sin importar que Wilford no tuviera planes de unirse a la iglesia bautista. La respuesta del reverendo Phippen expresaba que aquellos que se bautizan deben unirse a una iglesia, sin embargo, estaba dispuesto a bautizar a cualquiera que demostrara “evidencia de piedad evangélica”. Una vez que el hermano de Wilford, Asahel, estuvo preparado, ambos fueron bautizados por el reverendo Phippen el 5 de mayo de 1831.
LA SALVACIÓN ESTÁ CERCA.
Después de haber cumplido con el mandamiento de “nacer del agua”, Wilford siguió orando, implorando a Dios que lo guiara hacia su iglesia a través del espíritu. Consecuentemente, después de muchas oraciones fervientes, el espíritu lo instó a escudriñar las escrituras. Abrió la Biblia y leyó en el primer versículo del capítulo 56 de Isaías “Así ha dicho Jehová: Guardad el derecho y practicad la justicia, porque mi salvación está por venir y mi justicia por manifestarse”. Este pasaje de escritura brindó a Wilford la anhelada tranquilidad de conciencia que había buscado y estaba satisfecho con la certeza de que el Evangelio lo encontraría a él.
Poco tiempo después, a principios de 1832, Wilford leyó un editorial en un periódico acerca de una nueva iglesia llamada La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En otra columna de noticias de la misma época, el mismo autor del artículo que Wilford había leído, describió su experiencia en una ”Reunión mormonita” que se llevó a cabo en una escuela. Los dos jóvenes misioneros que predicaban esa noche eran Orson Pratt y Lyman Johnson. La noticia en el periódico decía que los dos misioneros afirmaban ser enviados por un profeta llamado José Smith y uno de ellos, Orson Pratt, enseñó en cuanto a la manera de recibir revelación directa de Dios, de la aparición del ángel Moroni y la entrega y traducción de las planchas. Lyman Johnson compartió su testimonio de que la nueva revelación era de suma importancia para preparar al mundo para la segunda venida de Cristo. El artículo concluía con la opinión del escritor, la cual decía, “Era obvio que los ponentes eran jóvenes ignorantes, el cristianismo no tenía por qué temer, me pareció que intentaban enseñar locuras modernas basados en fantasías antiguas”.
Quizás el editorial que Wilford leyó contenía un relato similar, pero a pesar del tono burlesco del autor, la noticia de que había una organización guiada por un profeta que recibe revelación de Dios fue lo que cautivó a Wilford.
VIAJE A RHODE ISLAND.
En la primavera de 1832, Wilford y su hermano Azmon, analizaban la posibilidad de mudarse a Nueva York donde vivía su hermano Thompson, pero Wilford sintió que debía ir a otro lugar. Escribió que: “El espíritu que me acompañaba día y noche me dijo, ‘Ve a Rhode Island.’ Mi mente estaba abrumada ya que no podía comprender el propósito de dicha impresión”. Wilford decidió poner en orden todos sus asuntos en Connecticut y mudarse a la casa de su hermano y su cuñada para finalizar los planes. Al llegar a la casa de Azmon, le compartió sus impresiones diciendo, “‘¡Me pregunto qué es lo que el Señor requiere de mí en Rhode Island! El espíritu de Dios descansó sobre mí y durante dos semanas me dijo ‘Ve a Rhode Island’”.
El medio hermano de Wilford, Asahel, llegó a la casa de Azmon una hora después de la conversación entre Wilford y Azmon; lo primero que dijo fue: “‘¡Me pregunto qué es lo que el Señor requiere de mí en Rhode Island! El espíritu de Dios me ha hablado durante dos o tres semanas diciéndome que vaya a Rhode Island.’” Wilford y Asahel se sorprendieron, no se habían visto durante varios meses; pero en ese momento Wilford se sintió seguro de que debía ir, aunque en ese momento la razón era un misterio para ambos.
El “misterio” se resolvería en Kirtland, Ohio, donde se asignó a Orson Hyde y a Samuel Smith para servir como misioneros en el mes de febrero de 1832. Tal como se encuentra escrito actualmente en la sección 75 de Doctrina y Convenios, el Señor instruyó a Orson y a Samuel que salieran hacia los estados del este y proclamaran las cosas que Él les había mandado. Caminaron alrededor de 1,600 kilómetros desde Ohio hasta Pensilvania y posteriormente hasta Nueva York donde comenzaron a proclamar el Evangelio en el mes de mayo. En junio, continuaron su labor misional en Massachusetts y llegaron a Rhode Island en julio.
Pese a todo, los dos misioneros no llegaron a conocer a Wilford, Azmon o Asahel Woodruff durante los diez meses que pasaron en los estados del este. Wilford dijo que la razón por la que no coincidieron, fue por no haber permitido que el espíritu lo guiara y se dejó controlar por circunstancias externas. Su hermano Azmon no creía prudente ir a Rhode Island ya que los tres habían hecho planes para ir a Nueva York y comprar una granja; Wilford accedió renuentemente, y después explicó que su decisión fue “Similar a la de Jonás”.
En lugar de ir a Rhode Island en donde se suponía que Wilford iba a encontrar el Evangelio restaurado, se fue junto con su hermano Azmon a Richland Township en el condado de Oswego, Nueva York y al poco tiempo, Asahel se estableció en Indiana. Como consecuencia, Wilford y Azmon habrían de esperar un año y medio para aceptar el Evangelio y ser bautizados. Asahel no tuvo la oportunidad de bautizarse debido a su inesperado fallecimiento en 1838.
EL SALVADOR ME MOSTRARÁ.
En diciembre de 1833 Dios inspiró a la persona menos probable para que llevara el mensaje del Evangelio a Wilford y Azmon Woodruff. Según los registros de la familia Pulsipher, mientras Zerah trabajaba en su granero trillando granos, tuvo la impresión de salir inmediatamente de su casa e ir a predicar el Evangelio. Sin pensarlo dos veces, Zerah acudió al llamado que recibió del espíritu. Sin darse tiempo para almorzar, desató los bueyes y se cambió de ropa para salir. Notando su exasperación, su esposa Mary le preguntó a donde iba, Zerah respondió “No lo sé, solo sé que voy a predicar el Evangelio. El Señor me mostrará a donde debo de ir”. “¿Cuánto vas a tardar?” preguntó Mary. “El tiempo necesario para completar la obra que Dios tiene para mí”, respondió Zerah.
Zerah pidió a su vecino Elías Cheney que lo acompañara en este inspirado viaje en el cual caminaron alrededor de 96 kilómetros por caminos cubiertos de nieve. Al pasar por la casa de Azmon y Wilford, sintieron que debían tocar la puerta. La esposa de Azmon, Elizabeth, abrió la puerta y reconoció a los misioneros quienes se presentaron y le explicaron “la razón de su visita. . . . Elizabeth dijo que su esposo y su cuñado creían los principios compartidos por los misioneros y que habían estado en su búsqueda durante muchos años”. Los Élderes preguntaron si les era posible reunirse esa misma noche en la escuela que estaba adyacente a la granja de la familia Woodruff.
Al regresar Wilford a su casa, Elizabeth le informó en cuanto a la reunión y sin detenerse para cenar, Wilford se dirigió a la escuela inmediatamente. En el camino, suplicaba a Dios que le permitiera saber por medio del Espíritu Santo, si eran realmente siervos enviados por El y que su corazón “estuviese preparado para recibir el mensaje divino que le iban a compartir”. Zerah estaba haciendo la primera oración cuando Wilford entró al edificio lo cual impactó de manera especial a Wilford, dijo que Zerah “se arrodilló y oró a Dios en el nombre de Jesucristo, pidiéndole lo que deseaba. Ese tipo de súplica y la evidente influencia que la acompañaba, me impresionó en gran manera. Sentí el espíritu del Señor descansar sobre mí y me dio testimonio de que eran siervos de Dios”.
Después del himno y la oración inicial, Zerah procedió a enseñar en cuanto al origen divino del Libro de Mormón y de la misión del profeta José Smith, tras sus palabras, Elías Cheney añadió su testimonio de la veracidad del Evangelio restaurado. Después de compartir sus testimonios, preguntaron si alguien deseaba hablar, ambos Wilford y Azmon se pusieron de pie y dieron testimonio de las palabras de los Élderes Pulsipher y Cheney afirmando que las enseñanzas que habían escuchado, eran el Evangelio puro de Jesucristo.
Después de la reunión, la familia Woodruff invitó a los misioneros a quedarse hasta el día siguiente y Wilford no durmió esa noche, pues estuvo despierto leyendo el Libro de Mormón. En su diario escribió que, “sintió el espíritu de Dios en abundancia, el cual testificó de la veracidad del Libro de Mormón”. Para Wilford, el libro era “una luz en la obscuridad y una verdad de la tierra”. Al día siguiente, Wilford le expresó a Zerah que deseaba ser bautizado y que sabía que las enseñanzas y principios eran verdaderos. Sus oraciones habían sido finalmente contestadas; había sido bendecido con la guía del espíritu tal como se le había prometido; y había encontrado la iglesia de Jesucristo que enseñaba los mismos principios que se habían enseñado en tiempos pasados por profetas de Dios. Se había otorgado el sacerdocio de Dios a los hombres, para que obrasen en el nombre de Dios y todos los dones del espíritu se pudieran manifestar a través del sacerdocio.
Wilford y su hermano Azmon sabían que era necesario ser bautizados, al igual que Jesucristo y que debían “nacer del agua y del espíritu” con la debida autoridad, por lo tanto, Wilford y Azmon fueron bautizados en Grindstone Creek el 31 de diciembre de 1833. Wilford escribió lo siguiente en cuanto a su bautismo, “Había casi tres metros de nieve y hacía mucho frio, el agua tenía hielo y nieve, no obstante, no sentí el frio”.
A la edad de veintiséis años, Wilford se unió a la iglesia, la cual constaba de 3,100 miembros, llevaba tres años desde su fundación y era dirigida por un joven de veintiocho años quien declaraba que había sido elegido por Dios para restaurar el Evangelio de Jesucristo y establecer Su iglesia de nuevo en la tierra. Cuando Wilford se bautizó en 1833, José Smith ya había traducido y publicado nuevas escrituras, —el Libro de Mormón— también el libro de mandamientos el cual contenía sesenta y cinco revelaciones nuevas, reintrodujo el sacerdocio de Melquisedec y el de Aarón con sus correspondientes oficios y había iniciado el gran recogimiento de Israel. Wilford exclamó, ”Finalmente encontré la plenitud del Evangelio sempiterno, el cual llena de gozo mi corazón. Este es el principio de una obra grande y maravillosa, la cual nunca imaginé que llegaría a presenciar en mi vida mortal”.
PROFECÍA CUMPLIDA.
Era evidente el deseo en Wilford de compartir el Evangelio tras su bautismo. La primera persona que acudió a su mente fue Robert Masón. A solo unos meses de haberse bautizado, Wilford le escribió a Robert diciéndole, que había encontrado el Evangelio verdadero sobre la tierra el cual poseía todos los dones de Dios. Dio testimonio de que la autoridad de Dios se había restaurado por medio de un profeta, José Smith, tal como Robert había profetizado y que Dios había establecido su iglesia de nuevo sobre la tierra.
La visión de Robert Masón se había cumplido, la iglesia de Jesucristo se había restaurado, sin embargo, Robert Masón falleció poco después de recibir la carta de Wilford y “no pudo participar del fruto en la carne” por medio del bautismo. Su profecía de que Wilford no solamente gozaría de las bendiciones del Evangelio, sino que sería un participante activo en el reino de Dios también se cumplió. Después de solo seis años desde su bautismo, Wilford fue ordenado como apóstol en 1839 y llamado a ser el líder de un grupo de 14,000 santos, que eran perseguidos y acosados. Sirvió fielmente en el cuórum de los doce durante cincuenta años y fue sostenido como presidente de la iglesia en 1889 presidiendo sobre 183,000 miembros.
Wilford sintió que desde el día de su bautismo, empezó su misión de ser conciudadano con los santos en el reino de Dios. Esa unión como conciudadanos en el reino, era el reflejo del nuevo y sempiterno convenio del bautismo, el cual era evidente tanto en Wilford como en los nuevos conversos. Sin embargo, el bautismo no era nada más que el principio, ya que a las revelaciones dadas al profeta José Smith antes del bautismo de Wilford, les seguirían anuncios radicales en cuanto a doctrina y requisitos que influenciarían el diario vivir de los miembros. Cada revelación nueva debía ser aceptada, con la fe puesta en el origen del cual provenían y a menudo, se requerían sacrificios personales de gran magnitud, de aquellos que deseaban vivir de acuerdo con las nuevas enseñanzas.
























