Conferencia General Octubre 1956

“No vayáis en pos de ellos”

Presidente J. Reuben Clark, Jr.
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Conferencia General, octubre de 1956, págs. 93–96


Hermanos y hermanas, como todos nosotros, me presento ante ustedes con humildad, con una oración en el corazón de que pueda decir algo que sea útil para edificar nuestra fe, fortalecer nuestros testimonios, y les pido que extiendan hacia mí su fe y sus oraciones con ese mismo propósito, para que todos podamos ser beneficiados.

Me gustaría comenzar lo que tengo que decir esta mañana con una cita de algunas escrituras. Ya se ha citado con frecuencia un pasaje que proviene de la gran oración intercesora que el Salvador pronunció la noche antes del día en que fue crucificado: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Luego me gustaría citar los tres primeros versículos y el catorce del primer capítulo de Juan:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

“Este era en el principio con Dios.

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”.

Y el versículo catorce: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1–3, 14).

Y finalmente, citaré el pasaje de Primera a los Corintios, donde Pablo, hablando a los corintios descarriados —entre quienes ya comenzaban a aparecer los elementos que finalmente se convertirían en la gran apostasía— y quejándose de ellos y de sus pensamientos, dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

Existen toda clase de sectas, toda clase de matices de lo que hemos llamado cristianismo. Hay un grupo de eruditos que actúan insidiosamente a veces, pretendiendo ser cristianos y creyentes en Cristo, pero que sin embargo enseñan sutil e insidiosamente cosas que no encajan dentro de lo que entendemos como cristianismo. La postura de estos ha sido expresada por un erudito de esta manera:

“Cristo… no pudo haber sido tanto el pensador claro y sereno de los dichos morales como el fanático apocalíptico de los pasajes escatológicos”.

Y escatología se define como: “La doctrina de las últimas cosas: la muerte, la resurrección, la inmortalidad, el fin del mundo, el juicio final y el estado futuro; la doctrina de las cosas finales”.

Estos maestros que proclaman esta diferencia respecto a la vida del Salvador y sus enseñanzas —algunos de ellos— se encuentran entre nosotros.

Estos críticos afirman que debe descartarse uno de estos dos aspectos —las enseñanzas morales o la escatología— como histórico, y el que se elige desechar es la escatología. Todo lo que va más allá de las enseñanzas morales se coloca en el ámbito del mito, la leyenda, la exageración popular, el simbolismo, la alegoría, o la transferencia de lo milagroso desde otras tradiciones a la vida de Jesús.

Su norma de eliminación es que cualquier “evento que esté fuera del alcance de las leyes conocidas de la Naturaleza” debe ser descartado. Esto destruye el origen divino de Jesús, sus milagros, su resurrección y gran parte de su doctrina.

Ahora quiero leer solo unos versículos del Discurso del Monte de los Olivos, el discurso que el Salvador pronunció en el Monte de los Olivos al concluir, o casi concluir, el tercer día de la Semana de la Pasión, que había pasado en el templo o en sus alrededores. Voy a leer de los tres evangelios sinópticos, porque cada uno dice esencialmente lo mismo, aunque con un lenguaje algo diferente. Estoy leyendo del capítulo 24 de Mateo. Habían salido al Monte de los Olivos, Jesús y sus discípulos; ellos le preguntaron si deseaba que le hablaran sobre el templo, y así sucesivamente, y fue entonces cuando Él predijo que el templo sería destruido, y después, en este discurso, se refirió no solo a la destrucción del templo, sino también a la Segunda Venida. No siempre se puede discernir con claridad a cuál de los dos se refería, pero los pasajes que leeré tienen relación con lo que finalmente debería acontecer.

“Decidnos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá de tu venida y del fin del mundo?”

“Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe.

“Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán.

“Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis.

“Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos.

“Ya os lo he dicho antes.

“Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; mirad, está en los aposentos, no lo creáis” (Mateo 24:3–5, 23–26).

Marcos dijo: “Y Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: Mirad que nadie os engañe. “Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y engañarán a muchos. “Y entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo; mirad, allí está, no lo creáis. “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos. “Mas vosotros mirad; os lo he dicho todo antes” (Marcos 13:5–6, 21–23).

Y Lucas lo dice, en forma más breve que los otros: “Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y: El tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos”
(Lucas 21:8).

Creo que, tal vez, al leer por primera vez estos pasajes, pensemos que el Salvador se refiere principalmente a una persona, a alguien que vendrá a hacerse pasar por Cristo y a proclamar ser el Cristo. Sin embargo, me parece, por la manera en que están redactados estos registros y lo que dicen, que el Salvador también tenía en mente a cualquiera que viniera y dijera: “Este es el Cristo que yo enseño; aquel es el Cristo que yo enseño; esta es la doctrina cristiana.” En ese sentido, creo que estos eruditos de los que ya he hablado, que descartan todo aquello que no puedan explicar mediante las leyes conocidas de la naturaleza, son en efecto falsos Cristos, pues nos están diciendo que las cosas en las que creemos acerca de Cristo son mitos, tradición, simbolismo, alegoría; que no existieron.

Ahora bien, ese tipo de religión, ese tipo de cristianismo, exigiría que descartáramos todo lo que sabemos sobre el Gran Concilio en los cielos y lo que allí se determinó, porque estas cosas están fuera del ámbito de las leyes naturales tal como las entienden esos eruditos.

Tendríamos que desechar la Caída como si fuera un mito, una alegoría, un simbolismo.

Tendríamos que desechar el nacimiento virginal, la concepción divina, el mismo fundamento de nuestra religión; eso tendría que desaparecer.

Tendríamos que desechar el testimonio del Padre en el momento del bautismo del Salvador; eso sería considerado mito, simbolismo, alegoría.

Tendríamos que desechar prácticamente todos los milagros, considerándolos como si no hubieran ocurrido, y aquellos que pudieran ser aceptados serían considerados solo señales. Una señal puede ser un milagro, pero no necesariamente. Un milagro es una señal, pero es más que eso.

Tendríamos que desechar el testimonio del Padre en el momento de la transfiguración, cuando declaró que Jesús era su Hijo.

Tendríamos que desechar aquella gran ocasión en que Lázaro fue resucitado y los hechos que la rodearon, como la respuesta del Salvador a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. “Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”
(Juan 11:25–26). Eso también tendría que ser descartado como mito, alegoría, simbolismo, tradición.

Finalmente, tendríamos que desechar todo lo que sabemos acerca de la resurrección y su efecto; todo eso desaparecería.

Respecto a todas estas cosas, y a casi incontables otras: no seáis engañados, no las creáis, no vayáis en pos de los falsos Cristos.

Quisiera que comprendieran que, sin la escatología de los registros de la vida del Salvador, no nos quedaría más que bagazo: enseñanzas morales y éticas que, si se vivieran, nos convertirían en un gran pueblo, un pueblo humanitario, un pueblo pacífico, pero no nos llevarían de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial.

A mi entender, esa doctrina no solo es sacrílega, sino que para mí es también blasfema, algo que debe ser completamente rechazado. Después de que estos críticos han terminado de desecharlo todo, nos queda menos incluso que el viejo paganismo, pues aquel paganismo, la antigua mitología griega, reconocía y rendía cierto tipo de culto a seres divinos en los que creían; creían en ellos y los adoraban.

Mi alma entera se rebela contra esta emasculación del cristianismo. Jesús vivió. Primero, hubo un gran plan en los cielos; ese plan realmente ocurrió. Todo lo que sabemos al respecto tuvo lugar allí. Existió el plan; se formó la tierra; vino Adán; le siguió la familia humana. Vinimos aquí para probarnos a nosotros mismos. Finalmente, Cristo nació en la meridiana dispensación del tiempo. Vivió. Enseñó. Dio instrucciones. Fue crucificado. Luego, en la mañana del tercer día, resucitó, trayendo así a cada uno de nosotros las bendiciones de la resurrección. Todos resucitaremos. Todo eso ha sido descartado por las personas a las que me refiero. Para ellos, todo es mito, tradición, alegoría. No seáis engañados por ellos; no los creáis; no vayáis en pos de ellos.

Tendríamos entonces que desechar todo lo que ocurrió en la restauración del evangelio: la Visión del Padre y del Hijo, la aparición del Libro de Mormón, la entrega de los grandes mandamientos que conforman nuestras Doctrinas y Convenios. Tendríamos que desechar La Perla de Gran Precio y todo lo que contiene.

Ahora bien, hermanos y hermanas, estemos atentos a este falso Cristo, este falso cristianismo que está echando raíces entre algunos de nuestros intelectuales. No seáis engañados, no lo creáis, no vayáis en pos de ello, tal como lo dijo el Señor en esos varios registros.

Doy testimonio, como ya lo he indicado, de la veracidad del evangelio, de la restauración de sus grandes principios, de la restauración del sacerdocio, de la entrega de todas estas cosas al profeta José, de su transmisión desde el profeta José a través de los presidentes de la Iglesia hasta el presente; de que nuestro Presidente de la Iglesia, el presidente David O. McKay, posee todos los derechos, prerrogativas, poderes y autoridades que le fueron conferidos al profeta José.

Les doy este testimonio con sobriedad. Repito: mi alma clama contra esta herejía que es enseñada por este grupo de supuestos cristianos.

Que Dios esté con nosotros y nos ayude siempre, es mi humilde oración, en el nombre de Jesús. Amén.

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