Enseñen… Palabras de Sabiduría
Élder Levi Edgar Young
Del Primer Consejo de los Setenta
Conferencia General, octubre de 1956, págs. 118–119
Mis hermanos y hermanas: Al igual que ustedes, he disfrutado de esta gran conferencia. Las palabras divinas y las enseñanzas del presidente McKay y de todos los hermanos permanecerán con nosotros, para que podamos crecer en sabiduría y verdad.
A medida que los hermanos han hecho referencia a los nobles siervos que recibieron las revelaciones del Señor en los días en que vivía el profeta José Smith, pienso en un acontecimiento que guardaré por siempre en mi corazón y mente. Habiendo sido llamado a presidir la Misión Suiza-Austríaca hace muchos años, fui enviado a visitar la Universidad de Viena. Me llevaron a recorrer la biblioteca, una de las más grandes del mundo, y el encargado que me acompañaba tomó un libro de un estante, y al abrirlo, leí su título. Era el Principia, escrito por Sir Isaac Newton a comienzos del siglo XVIII, y conocido como la obra científica más importante del mundo. Estaba escrito en latín, el idioma universal de la ciencia en aquella época, y era la guía principal del pensamiento científico mundial. “Newton murió en paz” —dice un autor— “y con el conocimiento de que las maravillas insondables del universo habían recibido su forma y su movimiento de la mano segura de Dios”.
Mientras contemplaba el Principia, mi guía tomó de otro estante otro libro, el cual, según él, era una obra maravillosa de ciencia. Era un volumen sobre matemáticas escrito por el apóstol Orson Pratt. Pueden imaginar mis sentimientos al leer el título. El volumen fue publicado en Londres y se utilizaba en las instituciones superiores de enseñanza en Alemania, Austria y Francia. Allí lo habían colocado junto al Principia.
Deseo expresar algunas palabras de gratitud al presidente McKay y a sus consejeros, y a todos los hermanos que nos han hablado. En estos tres días de reuniones, estoy seguro de que todos sentimos que hemos sido alentados y fortalecidos por lo que hemos oído. Esta tarde no les daré un discurso preparado, sino que simplemente expresaré mi gratitud por las enseñanzas divinas que he recibido al escuchar palabras de sabiduría y verdad.
Todos hemos renovado nuestra fe, fortalecido nuestro testimonio, y nuestro ser espiritual ha sido vivificado con luz divina. Nuestros caminos se han aclarado ante nosotros, y ahora estamos resueltos a servir con mayor diligencia a nuestro Señor en justicia. Al referirme a los hermosos mensajes de nuestra Presidencia y de otros, creemos todo lo que Dios ha revelado, y que aún revelará muchas cosas grandes e importantes pertenecientes al Reino de Dios. Los ideales del amor, del gobierno, de la inteligencia, han sido inspiradores, y debemos contemplar estos ideales con nuestros mejores pensamientos—cada uno de nosotros—y ponerlos en práctica, especialmente nuestros misioneros y nuestros líderes de clase. Los maestros siempre deben recordar que, al hablar al pueblo, deben convencerlo de que estamos interesados en las cosas buenas y poderosas en las que ellos creen.
Debemos mostrar, tanto con nuestras palabras como con nuestra actitud, siempre la dignidad y autoridad del hombre, y hablar de la noble posición que ocupa entre las obras de Dios. Debemos actuar con el poder digno del pensamiento puro y dejar que nuestros ideales prevalezcan. Tratemos con mayor diligencia de convertirnos en hombres y mujeres cultivados.
Se nos ha dicho que nos purifiquemos, que nos acerquemos más al ideal perfecto que enseñó Jesús, nuestro Redentor. El camino está recto ante nosotros. Debemos amar a Dios; debemos amar a nuestro prójimo (Mateo 22:37–39); debemos hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieran con nosotros (Mateo 7:12). Se nos ha recordado los Diez Mandamientos, el Sermón del Monte, la oración del Señor, el nacimiento y la resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Debemos tener fe en la humanidad, y la divinidad del hombre debe ser dada a conocer a nuestros hijos. Debemos estar más decididos que nunca a cumplir con la gran tarea que se espera de nosotros: hacernos mejores, hacer de este un mundo mejor en el cual vivir, y acercar a la humanidad a Dios. Se nos ha enseñado que nuestra salvación, y la salvación de toda la humanidad, se halla en el verdadero y eterno evangelio.
El presidente Joseph Young, quien por muchos años fue presidente del Primer Consejo de los Setenta, fue escogido por el profeta José Smith para esta importante posición. En una ocasión dijo, al hablar de los cuórums de los Setenta:
“La manera más efectiva de satisfacer los impulsos nobles de uno mismo es cultivar la inteligencia, tener una fe profunda en el Dios Todopoderoso y desarrollar amor por la Verdad. Deberíamos dedicar años al estudio de buenos libros, años de devoción en la búsqueda de la Verdad. El Evangelio exige esto de los hermanos que poseen el sacerdocio de Dios”.
En su oración dedicatoria del Templo de Kirtland, tenemos las palabras del profeta José Smith:
“Procurad diligentemente y enseñad el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad en los mejores libros palabras de sabiduría; procurad el conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
En esta era de escuelas y universidades, ¡qué declaración tan maravillosa es esta!
Recordemos las palabras que hemos oído en esta conferencia y hagámoslas parte de nuestras vidas, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

























