Parte 3
Epílogo y Apéndices
Epílogo
Después del martirio, el élder Taylor se recuperó en su hogar. La gravedad de sus heridas lo obligó a permanecer prácticamente inactivo durante varias semanas; su vida pendió de un hilo durante algún tiempo.
Toda la experiencia vivida en Carthage se convirtió, sin lugar a dudas, en un momento profundamente definitorio para él. Seis años antes, había sido convocado a Far West, Misuri, tras recibir una carta de José Smith en la que se le comunicaba que había sido designado para ocupar una vacante en el Consejo de los Doce. En la reunión del consejo donde tuvo lugar su ordenación, testificó ante los miembros del Quórum que estaba dispuesto a hacer todo lo que el Señor requiriera de su parte. Poco imaginaba entonces lo que pronto recaería sobre él como consecuencia de su lealtad a su nueva fe y al profeta José Smith.
Como nuevo converso con menos de dos años en la Iglesia, ya había demostrado públicamente su lealtad al defender al profeta José Smith ante una multitud exaltada en el Templo de Kirtland. En aquella reunión en el templo, uno de los críticos más acérrimos de José, Warren Parrish, había lanzado un ataque violento contra el carácter del profeta. Hacia el final de la reunión, John Taylor se puso de pie para dirigirse a la congregación, y defendió con valentía al Profeta y su llamamiento, advirtiendo que el espíritu combativo manifestado en esa reunión conduciría a la rebelión y a la idolatría, tal como ocurrió con los hijos de Israel cuando comenzaron a criticar el llamamiento profético de Moisés.
Pero testificar ante una multitud era una cosa, y defender al Profeta ante una turba de asesinos era algo muy distinto. En Carthage, John Taylor volvió a ponerse en defensa del profeta al enfrentar a los asesinos con un bastón de nogal, intentando desviar la lluvia de balas disparadas por los mosquetes de la turba, aun a riesgo de su propia vida. Demostró su disposición a sacrificar todo lo que tenía, incluso su propia vida si fuese necesario, por el reino de Dios en la tierra. No cabe duda de que la experiencia en Carthage y el sufrimiento posterior definieron y refinaron quién era John Taylor y dónde se hallaba su lealtad—tema que surgiría una y otra vez durante el resto de su vida. Sería llamado en repetidas ocasiones a defender a la Iglesia a lo largo de los más de cuarenta años que duraría su carrera apostólica.
Mientras los demás miembros del Consejo de los Doce regresaban a Nauvoo tras el martirio, los élderes Taylor y Richards actuaron como oficiales presidentes. Inmediatamente escribieron un artículo en el Times and Seasons, el 1 de julio de 1844, dirigido a las ramas de la Iglesia, exhortando a los Santos a permanecer firmes en la fe y a ser ciudadanos pacíficos. Declararon que tan pronto como los Doce, o la mayoría de ellos, pudieran reunirse, se determinaría el curso futuro de la Iglesia.
A medida que los demás miembros del Quórum regresaban a Nauvoo y surgía la necesidad de realizar consejos, se reunían en la casa del élder Taylor para llevar a cabo los asuntos de la Iglesia hasta que él estuviera suficientemente recuperado de sus heridas. Bajo la dirección del presidente del Quórum, Brigham Young, abordaron las consecuencias del martirio y continuaron con la construcción del Templo de Nauvoo.
Durante algún tiempo, la muerte de José pareció apaciguar la oposición, pero el respiro fue breve. No pasó mucho tiempo antes de que los Doce se vieran obligados, por sus perseguidores, a comenzar a abordar la enorme tarea de organizar y avanzar en los planes para la migración de los Santos hacia las Montañas Rocosas.
Con el tiempo, las heridas del élder Taylor sanaron, aunque conservó una leve cojera al caminar, la cual se hizo más notoria a medida que envejecía. Esa cojera fue, con toda probabilidad, consecuencia de la bala que se alojó en su rodilla izquierda en Carthage y que nunca fue extraída—la misma bala que él permitía que sus hijos tocaran y sobre la cual les instruía que nunca olvidaran cómo había llegado allí. Sin embargo, cualquier discapacidad que conservara no logró disminuir el ritmo de su ministerio. Su preservación milagrosa confirmó aún más, de manera incuestionable para él, que el Señor realmente tenía una obra que aún debía realizar, y rara vez otro interés desvió sus esfuerzos.
El élder Taylor es probablemente más conocido por los años en que sirvió como presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sin embargo, ese servicio fue tan solo la culminación de un compromiso con el reino que comenzó en 1836 en Toronto, Canadá, cuando aceptó el mensaje de la Restauración.
La conversión del élder Taylor al evangelio está entretejida con una maravillosa profecía que el élder Heber C. Kimball le entregó a Parley P. Pratt en Kirtland, Ohio, en 1836. En ese año, el élder Pratt estaba endeudado, su esposa se encontraba enferma, y la pareja aún no tenía hijos después de varios años de matrimonio. Una noche, después de que el élder y la hermana Pratt se habían retirado a descansar, el élder Kimball los despertó y entregó el siguiente mensaje:
Hermano Parley, tu esposa será sanada desde esta hora, y dará a luz un hijo… Levántate, pues, y sal a tu ministerio, sin dudar… Irás al Alto Canadá, incluso a la ciudad de Toronto… y allí encontrarás a un pueblo preparado para el evangelio, y te recibirán, y organizarás la Iglesia entre ellos… y de las cosas que surgirán de esta misión, se esparcirá la plenitud del evangelio en Inglaterra, y se realizará una gran obra en esa tierra.
En ese tiempo, John Taylor, aunque estaba afiliado a la iglesia metodista, se había sentido insatisfecho con las marcadas diferencias entre el cristianismo moderno y el cristianismo primitivo. Había organizado un grupo de estudio con varios hermanos con el propósito de investigar las doctrinas del cristianismo tal como se enseñaban en la Biblia. A través de sus estudios, el grupo llegó a la conclusión de que todas las sectas estaban en error y no tenían autoridad para predicar el evangelio ni administrar sus ordenanzas. El grupo eventualmente atrajo la atención de las autoridades metodistas locales, quienes convocaron una audiencia. Los ministros decidieron censurar las doctrinas del grupo, despojarlos de cualquier cargo eclesiástico, pero retenerlos como miembros. La moción fue aprobada, pero los miembros del grupo de estudio continuaron ayunando y orando para que, si Dios tenía un pueblo sobre la tierra que poseyera la autoridad para predicar y administrar las ordenanzas del evangelio, enviara a uno de sus ministros hacia ellos.
Mientras tanto, poco después de la visita del élder Kimball, el élder Pratt emprendió viaje a Toronto. Al llegar, un comerciante local que conocía a John Taylor y a su grupo de estudio le entregó al élder Pratt una carta de presentación y le dio indicaciones para llegar a la casa de los Taylor. La reacción inicial de John Taylor hacia el élder Pratt fue todo menos amigable, ya que había oído algunos de los “matices” del mormonismo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sus prejuicios iniciales hacia aquel mormón itinerante comenzaran a desvanecerse, y empezó a hallar motivos para considerar el mensaje de Pratt.
Con el tiempo, el élder Pratt fue presentado en las reuniones que John Taylor y su grupo de disidentes metodistas celebraban, y se sintieron sumamente intrigados por el mensaje del apóstol. Poco después, John declaró que haría una investigación sincera del mormonismo, y comenzó a seguir al élder Pratt de lugar en lugar, anotando sus sermones y comparándolos con las escrituras. La convicción no tardó en llegar, y John y su esposa Leonora se bautizaron el 8 de mayo de 1836. Se sumergieron por completo en la nueva vida del evangelio restaurado.
El élder Taylor comenzó rápidamente su labor en el ministerio, siendo ordenado élder en la Iglesia poco después de su bautismo. Fue apartado para presidir las ramas en Canadá en agosto de ese mismo año. En marzo del año siguiente, el élder Taylor visitó Kirtland, Ohio, y allí conoció al profeta José Smith, quien lo hospedó en su casa y lo instruyó en varios puntos doctrinales. Regresó a Canadá con renovadas energías en su esfuerzo ministerial. Cuando el profeta José Smith, acompañado por Sidney Rigdon y Thomas B. Marsh, visitó Canadá en agosto de 1837, el élder Taylor lo asistió en la organización de conferencias en toda la región, tras lo cual José ordenó al élder Taylor como sumo sacerdote antes de regresar a Kirtland.
Fue en el otoño de 1837 cuando la profecía de Heber C. Kimball al élder Parley P. Pratt sobre la expansión del evangelio desde Canadá hasta Inglaterra comenzó a cumplirse—en parte gracias a los esfuerzos de John Taylor. A petición del élder Joseph Fielding, John Taylor escribió a un hermano de Fielding, ministro en Preston, Inglaterra, respecto a la Restauración del evangelio. Aquella carta se convirtió en el primer anuncio de la Restauración en esa tierra. Cuando se anunció el llamamiento del élder Taylor al apostolado, el profeta también solicitó que se trasladara a Far West, lo cual hizo junto a su familia, llegando allí en el otoño de 1838.
Entre ese momento y el martirio, el élder Taylor fue ordenado apóstol. También experimentó las persecuciones en Misuri, trasladó a su familia a Illinois, y cumplió una misión en Inglaterra junto con los demás miembros del Cuórum de los Doce. A su regreso a Nauvoo, fundó el periódico local Nauvoo Neighbor, y se convirtió en editor de The Times and Seasons, consolidándose como escritor, editor y “atalaya en la torre”.
Entre las tareas más significativas que el élder Taylor enfrentó tras el martirio se encontraba la migración hacia el oeste. Él y su familia partieron de Nauvoo el 16 de febrero de 1846 con ocho carretas, un carruaje y los animales necesarios. Como los demás miembros de la Iglesia, descubrieron que cruzar Iowa sería una empresa temible. Los recursos eran escasos, y las condiciones de viaje, desastrosas. La travesía se volvió extremadamente tediosa mientras las lluvias primaverales caían sin cesar sobre las compañías migrantes, convirtiendo todo el trayecto en un lodazal formidable. Sin embargo, los Taylor llegaron finalmente a Council Bluffs, Iowa, junto al río Misuri, en junio de 1846, aproximadamente cuatro meses después de haber partido de Nauvoo.
Poco después de que las compañías líderes llegaran a Council Bluffs, el Cuórum de los Doce recibió noticias de que algunos de los hermanos apartados como líderes de la Iglesia en Gran Bretaña estaban cometiendo ciertos actos de apostasía e iniquidad. Se designó a los élderes John Taylor, Parley P. Pratt y Orson Pratt para regresar a Inglaterra, a fin de restablecer el orden y purificar la Iglesia. Partieron hacia Inglaterra a inicios de julio de 1846, dejando atrás a sus familias y confiando en que el Señor protegería y cuidaría de sus seres queridos hasta su retorno.
Los hermanos cumplieron con fidelidad las tareas que se les habían asignado. Luego de ello, el élder Taylor visitó otras ramas de la Iglesia en Inglaterra, Escocia y Gales. Regresó a los Estados Unidos y pudo reunirse con su familia en Council Bluffs el 25 de marzo de 1847, pocos días antes de la partida de la compañía pionera encabezada por Brigham Young.
Al regresar a Council Bluffs, el élder Taylor se enteró de que él y el élder Pratt habían sido designados para liderar la primera gran compañía de colonos hacia las Montañas Rocosas, siguiendo a la compañía pionera. La enorme caravana Pratt–Taylor partió de Winter Quarters el 21 de junio de 1847, siguiendo la ruta que había abierto la compañía de pioneros del presidente Young. La travesía fue larga y ardua, pero la compañía del élder Taylor alcanzó el valle del Gran Lago Salado el 5 de octubre de 1847.
Durante los más de treinta años que el presidente Brigham Young presidió la Iglesia, el élder Taylor fue llamado por el presidente para cumplir numerosas asignaciones relacionadas con su llamamiento como apóstol. Dado que el élder Taylor poseía un dominio inusual del idioma inglés, el presidente Young lo situó en circunstancias donde esos talentos pudieran utilizarse del mejor modo posible.
Poco después de que el élder Taylor estableciera a su familia en Salt Lake City, Brigham Young lo llamó para cumplir una serie de misiones dentro y fuera del país. En 1849, el presidente Young lo envió a abrir misiones tanto en Francia como en Alemania. Mientras estuvo en Europa, organizó y supervisó la traducción del Libro de Mormón al francés y al alemán. Durante esa misión, tuvo numerosas oportunidades de defender la fe y a su fundador, y regresó al Valle en 1852. En la primavera de 1853, fue apartado para predicar el evangelio de Jesucristo en los “valles de las montañas”. Al cumplir esa misión, visitó casi todos los asentamientos y comunidades periféricas de Utah, llevando a los miembros de la Iglesia el mensaje con el que había sido comisionado.
Mientras tanto, la Iglesia había hecho pública una doctrina de su fe: el principio del matrimonio celestial, que incluía la pluralidad de esposas. No bien se hizo el anuncio, la tergiversación distorsionó la doctrina hasta convertirla en todo lo vil e impuro. Utah fue rápidamente vista como un hervidero de inmoralidad. En respuesta a la oleada de malentendidos que surgieron, el presidente Young envió a varios miembros del Cuórum de los Doce a establecer periódicos en diferentes partes del país. Al élder Taylor se le asignó la tarea de fundar un periódico en el corazón del periodismo: la ciudad de Nueva York. Asumiendo el desafío de frente, el élder Taylor estableció el periódico justo entre los dos gigantes periodísticos de la ciudad. A un lado de la sede de The Mormon estaban las oficinas del New York Herald, y al otro, las del Tribune.
Sin embargo, los recursos disponibles para iniciar un periódico eran escasos. El élder Taylor tuvo que recaudar fondos para poner en marcha la publicación, ya que la Iglesia no podía proporcionar los medios necesarios.4 No obstante, de algún modo lo logró, y la primera edición de The Mormon salió a las calles de Nueva York el 1 de febrero de 1855. Al lanzar el periódico, entró en la batalla desde sus primeros editoriales, y desafió a “todos los editores y escritores de los Estados Unidos” a probar legítimamente que el “mormonismo era menos moral, escritural o filosófico”.5 Su defensa de la fe fue valiente y evocaba el papel que había desempeñado en Carthage. Sus artículos eran contundentes y elegantes, expresados en un inglés impecable y con un estilo vigoroso, y daban testimonio de la lealtad inquebrantable del élder Taylor hacia la Iglesia, su fundador José Smith y su liderazgo actual.
Junto con su misión editorial, también se le había asignado presidir la Misión de los Estados del Este de la Iglesia. Esas labores ocuparon su tiempo hasta el otoño de 1857, cuando fue llamado a regresar a casa. Cabe recordar que fue durante esta misión que preparó el Manuscrito del Martirio, mientras se encontraba en Connecticut en el verano de 1856.
Durante las décadas de 1860 y 1870, las corrientes de sentimientos antimormones se intensificaron tanto por motivos políticos como por parte de predicadores de otras iglesias. El élder Taylor aprovechó toda oportunidad para defender los derechos de los santos mediante la prensa pública, tanto en el país como en el extranjero.
Un episodio en el que sus talentos e influencia trascendieron los círculos de la Iglesia y alcanzaron a una audiencia pública más amplia, ocurrió cuando el élder Taylor debatió en la prensa con el vicepresidente de los Estados Unidos, Schuyler Colfax, en 1869. Colfax visitó Utah varias veces para intentar persuadir a los líderes de la Iglesia a ceder ante la opinión pública respecto a la práctica del matrimonio plural. En una alocución pública durante su segunda visita, el vicepresidente ridiculizó a los santos por anteponer las leyes de Dios por encima de las leyes de la nación, atacando con dureza la autoridad del presidente Young como portavoz del Señor.
El élder Taylor, quien se encontraba en una misión proselitista en Boston en ese momento, respondió de inmediato a los comentarios del vicepresidente con una carta que fue publicada en el New York Tribune y en el Deseret News de Salt Lake City. En ella, atacó el discurso del vicepresidente, sugiriendo que la sociedad del este (es decir, el gobierno federal) debía primero poner orden en su propia casa y que el vicepresidente debería atender los males de su sociedad, como el crimen, el divorcio, el infanticidio y la prostitución, antes de intentar “salvar” a los mormones.
Cuando el élder Taylor regresó a Salt Lake City, comenzó a ser conocido como “el león del valle”. Jamás antes se había presentado ni defendido la posición de la Iglesia con tanta maestría. Y cuando su respuesta punzante llevó a Colfax a preparar una réplica, el élder Taylor respondió con una serie de cinco cartas al New York Herald, que fueron reproducidas por el Deseret News y distribuidas en todo el mundo. Estas cartas formaron una declaración elocuente de las circunstancias actuales, exponiendo con persuasión el lado de la Iglesia en el conflicto con el gobierno federal, así como los abusos cometidos contra la Iglesia por parte de funcionarios federales locales—”pequeños señores del desgobierno”—en Salt Lake City. Las cartas planteaban la posición de los santos de una manera que muchos lectores del país podían entender, si no apreciar y empatizar con ella. Muchos años después, el élder B. H. Roberts escribió que, “tomándolo en su totalidad, [el intercambio público entre el élder Taylor y el vicepresidente] es, sin duda, el más importante en la historia de la Iglesia”.6
Además de realizar importantes aportes literarios en las publicaciones de la Iglesia y en la prensa pública, el élder Taylor también efectuó contribuciones significativas en la doctrina y en su clarificación. En 1852, mientras se hallaba en su misión en Francia y Alemania, escribió The Government of God (El gobierno de Dios), obra que continúa siendo una referencia doctrinal hasta el día de hoy. Su obra Items on Priesthood (Temas sobre el sacerdocio), escrita en 1877, proporcionó nuevas instrucciones a los obispos y otros líderes del sacerdocio respecto a los orígenes, las funciones y los poderes del sacerdocio. Asimismo, el élder Taylor dio un renovado énfasis a la misión del Salvador y su posición central en la doctrina mormona en su libro The Mediation and Atonement of Our Lord and Savior Jesus Christ (La mediación y expiación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo), publicado en 1880.
En junio de 1875, nuevas responsabilidades recayeron sobre el élder Taylor cuando el presidente Young aclaró su posición en el Cuórum de los Doce. Durante algún tiempo había existido confusión respecto al tema de la antigüedad en el Cuórum. De los llamados al Cuórum original de los Doce bajo la dirección de José Smith, solo Brigham Young, Orson Hyde y Orson Pratt seguían en funciones. Pero en 1839, Orson Hyde había renunciado a su posición en el Cuórum debido a diferencias con José Smith. Posteriormente, el élder Hyde regresó al Cuórum y asumió su cargo anterior. Además, Orson Pratt apostató brevemente entre 1842 y 1843. También él reasumió su lugar en el Cuórum a su regreso. Incluso Wilford Woodruff, quien fue ordenado después del élder Taylor, había sido anotado inadvertidamente en los registros de la época como de mayor antigüedad que el élder Taylor, quizá debido a que era ligeramente mayor en edad. Habiendo sido ordenado el 19 de diciembre de 1838, el élder Taylor había estado en el círculo y había participado en la ordenación del élder Woodruff al Cuórum de los Doce cuando este se reunió sobre la piedra angular de los cimientos del templo en Far West, Misuri, el 26 de abril de 1839.
Como consejero en la Primera Presidencia, el élder George A. Smith inició una conversación entre los miembros de la Presidencia respecto a este asunto, tras lo cual el presidente Young sintió la inspiración de actuar y así lo hizo durante una reunión de consejo en el condado de Sanpete, Utah, en 1875. El presidente Young declaró que la antigüedad se basaba en el tiempo continuo en el Cuórum, y no en ninguna otra consideración. Los élderes Hyde y Pratt perdieron su antigüedad al salir del Cuórum, y los élderes Taylor y Woodruff ocuparon automáticamente sus lugares. Por tanto, el élder Taylor era el Apóstol más antiguo, seguido por el élder Woodruff, luego el élder Hyde y después el élder Pratt. Al proclamar este cambio al consejo, el presidente Young se volvió hacia el élder Taylor y declaró: “Aquí está el hombre a quien le corresponde presidir el consejo en mi ausencia, por ser el Apóstol de mayor antigüedad”.⁷
El élder Taylor había estado al tanto de las discrepancias en cuanto a la antigüedad en el Cuórum mucho antes de que el presidente Young efectuara el cambio, pero había permanecido en silencio al respecto, optando por no “agitar ni provocar una cuestión de esa índole”.⁸ Este reajuste, que se dio sin intervención alguna por parte del élder Taylor, fue ratificado por los Doce y posteriormente por los miembros de la Iglesia durante la conferencia general de octubre. El nuevo rol que el élder Taylor asumió como presidente del Cuórum de los Doce trajo consigo nuevos desafíos y bendiciones en su vida, ya que dirigía las actividades del Cuórum en todo el mundo.
A pesar de los altos cargos a los que habían sido llamados, el presidente Young y el élder Taylor no estaban exentos de bromas amistosas. El presidente sentía gran respeto por los talentos literarios y misionales del élder Taylor, y en varias ocasiones expresó públicamente ese respeto. Sin embargo, puede que el presidente haya sentido cierta envidia del refinamiento social del élder Taylor y de su estilo inglés tan caballeroso. Un día, el presidente Young conversaba con varios miembros de cierta familia en su oficina, dejando la puerta entreabierta. Al pasar un grupo de personas, el presidente notó la figura alta, bien parecida y elegantemente vestida del élder John Taylor. Tal vez sintiéndose un tanto superado en estilo, el presidente Young exclamó: “¡Vaya, si no es el Príncipe Juan!” Al oír el comentario mientras pasaba, y siendo perfectamente capaz de defenderse, el élder Taylor volvió a la puerta de la oficina y replicó: “Como persona, Brigham Young, puedes ser terriblemente pequeño; pero aún así te respeto como un gran líder”.⁹
No pasó mucho tiempo después de haber sido sostenido como presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles cuando las responsabilidades del élder Taylor volvieron a aumentar considerablemente. Brigham Young, quien había presidido la Iglesia durante más de tres décadas después del martirio y bajo cuya dirección la Iglesia había crecido y prosperado en el desierto, experimentó un marcado deterioro en su salud durante el verano de 1877. Falleció el 25 de agosto de ese año. Poco después, el élder Taylor, como Apóstol de mayor antigüedad, fue sostenido como líder de la Iglesia y eventualmente como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
En el momento de la muerte del presidente Young, los desafíos políticos, económicos y sociales que enfrentaba la Iglesia eran graves. Pero el élder Taylor parecía haber sido preparado para afrontar esos tiempos difíciles. Comprendiendo que el cuerpo de la Iglesia podría sobrellevar los desafíos con mayor eficacia si sus miembros estaban unidos, se propuso fortalecer y unificar la Iglesia desde dentro. Con ese fin, el año 1880, el quincuagésimo aniversario de la organización de la Iglesia, fue proclamado el Año del Jubileo, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento. Bajo la dirección del presidente Taylor, la Iglesia organizó celebraciones notables y a gran escala, y perdonó una gran parte de las deudas que los santos inmigrantes habían contraído. Además, el presidente Taylor también autorizó la publicación de nuevas ediciones de las Escrituras ese mismo año.
El presidente Taylor continuó también con la expansión de los asentamientos que había establecido el presidente Young, autorizando la fundación de más de cien comunidades adicionales. Impulsó la construcción de los templos de Salt Lake y Manti, y vio la finalización del Templo de Logan, dedicándolo en una serie de sesiones que comenzaron el 17 de mayo de 1884. También siguió utilizando su talento literario para defender la Iglesia y sus doctrinas.
En cuanto a la organización, el presidente Taylor reestructuró los programas auxiliares de la Iglesia. Habiendo estado involucrado en la organización de mujeres desde el día de su inauguración, comisionó a Eliza R. Snow para que visitara los asentamientos de la Iglesia en el Oeste con el propósito de revitalizar la Sociedad de Socorro, la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Jóvenes, y la Primaria para los niños. Designó a miembros del Cuórum de los Doce para dirigir los asuntos de la Escuela Dominical y de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Jóvenes.
Muchos de los discursos y escritos del élder Taylor tendían a revelar una firmeza o valentía en su carácter, especialmente cuando defendía o afirmaba un principio del evangelio. Pero también poseía un lado tierno que, quizás, se vio magnificado como resultado de su experiencia cercana a la muerte en Carthage. Esa ternura se manifestó en una ocasión en que las circunstancias fácilmente podrían haber justificado no responder a las necesidades presentes. Cuando él y su familia cruzaron el río Misisipi hacia Iowa tras su salida de Nauvoo en 1846, uno de sus hijos—quizá el joven Joseph—se volvió inconsolable durante varios días. Finalmente, los padres lograron darse cuenta de que el niño extrañaba un caballito de madera que atesoraba, el cual habían tenido que dejar atrás junto con muchas otras pertenencias en la mansión Taylor en Nauvoo. Con pleno conocimiento del peligro que implicaba regresar a Nauvoo, el élder Taylor se disfrazó, cruzó el río bajo el amparo de la noche y recuperó el caballito, que luego trajo consuelo durante el viaje.
Ese lado sensible del carácter del élder Taylor también se manifiesta en muchas de sus interacciones administrativas con los miembros de la Iglesia. Parecía tener una paciencia constante ante sus luchas, siempre procurando edificarlos y animarlos a seguir adelante. Un ejemplo de esta disposición se encuentra durante la época en que presidía la Iglesia, cuando llamó a un nuevo presidente de estaca. Se consideró a un joven empresario exitoso, que aún no cumplía los veinticinco años, para la presidencia de la Estaca de Tooele. El joven fue entrevistado por el presidente Taylor y su consejero Joseph F. Smith, y aceptó el cargo con cierta renuencia. En la sesión matutina de la conferencia de estaca, se anunció el nombre del joven. Se le invitó a ponerse de pie y compartir unas palabras, y así lo hizo. Al concluir la sesión, los presidentes Taylor y Smith se retiraron a la casa del antiguo presidente de estaca para almorzar. Durante ese tiempo, el presidente Smith comentó al nuevo presidente de estaca que no había testificado que sabía que la Iglesia era verdadera en sus palabras. “¿No sabes con cada fibra de tu alma que esta iglesia es la única iglesia verdadera sobre la tierra?”, preguntó el presidente Smith.
—No, no lo sé —respondió—. Creo que es la única Iglesia verdadera, pero no lo sé.
Atónito por lo que acababa de oír, el presidente Smith se volvió hacia el presidente Taylor y dijo:
—Presidente Taylor, propongo que volvamos a la sesión de esta tarde y deshagamos todo lo que hicimos esta mañana. No creo que debamos permitir que un hombre sea presidente de estaca a menos que sepa que la Iglesia es verdadera.
El joven respondió:
—Bueno, presidente Smith, no lo sé. Yo no busqué este cargo y estaría más que feliz de ser relevado de él.
Sin palabras ante tal revelación, el presidente Smith miró al presidente Taylor con incredulidad. Pero el presidente Taylor soltó una carcajada, echó la cabeza hacia atrás y replicó:
—¡Joseph, Joseph, Joseph! Este hombre sabe que la Iglesia es verdadera tanto como tú y yo. Lo único que no sabe… es que lo sabe. Y no pasará mucho tiempo antes de que pueda testificar que la Iglesia es verdadera. No vamos a deshacer lo que hicimos esta mañana.
Y así fue: el joven fue sostenido en su cargo, y no tardó en adquirir ese conocimiento, y pronto dio ferviente testimonio. El resto de la historia es que, menos de dos años después, fue llamado a llenar una vacante en el Cuórum de los Doce Apóstoles. Ese hombre no era otro que Heber J. Grant, quien años después sería sostenido en el mismo cargo que entonces ocupaba el presidente Taylor: presidente de la Iglesia.
Lamentablemente, durante el período en que más se necesitaba la visibilidad de los líderes principales de la Iglesia, debido a la crisis por el matrimonio plural, el presidente Taylor (junto con otros importantes líderes) se retiró a regañadientes de la vista pública para proteger a su familia, a la Iglesia y a sí mismo. Habiendo regresado recientemente de una gira por unidades de la Iglesia en el suroeste, predicó su último sermón público el 1 de febrero de 1885 en el Tabernáculo de Temple Square, y desde entonces se trasladó a la clandestinidad. Poco sabían los que asistieron a esa reunión que no volverían a verlo jamás.
Aunque continuó dirigiendo asuntos de la Iglesia mientras estaba en la clandestinidad, esa vida pronto cobró un alto precio en su salud. Su cuerpo fue sometido a la tensión física y mental de tener que moverse constantemente, eludiendo a los alguaciles federales que intentaban hacer cumplir leyes antipoligamia que él consideraba abiertamente inconstitucionales. Si bien pudo pasar buena parte de ese tiempo con personas cercanas, anhelaba estar entre los miembros de su familia. Sin embargo, rara vez se quejaba y seguía mostrando sensibilidad hacia quienes lo cuidaban.
Durante una estadía en Parowan, Utah, en la temporada navideña de 1885, se hospedó en casa del obispo Charles Adams y su familia. Se liberaba del estrés de la vida en la clandestinidad participando en el cuidado de los niños del hogar. Por las noches los sentaba en su regazo, les contaba historias y les cantaba. En la mañana de Navidad, mientras los niños abrían sus regalos, se alegró al ver que la hermana Adams le había tejido un par de calcetines con lana que ella misma había lavado, cardado y hilado.
—¡Miren! ¡Tengo el mejor regalo de todos! —dijo entusiasmado. Se quitó los zapatos y los calcetines y exclamó—: ¡Un par de medias calentitas para mantener mis “piececitos” bien abrigados!
Al ver sus pies largos, huesudos y con juanetes, los niños se rieron y se sonrojaron. Riendo aún más, le respondieron que “piececitos” eran los pies de los bebés. Riéndose con ellos, replicó:
—Bueno, ¡me están consintiendo como a un bebé aquí, ¿no?!
Con el tiempo, la condición física del presidente Taylor sucumbió a las presiones del confinamiento. Su salud comenzó a deteriorarse en el verano de 1887. Joseph F. Smith, quien se hallaba entonces en las Islas Sándwich, fue notificado de inmediato para regresar a casa, ya que la salud del presidente corría un peligro inminente. Días antes del fallecimiento del presidente Taylor, el presidente Smith llegó, y los tres miembros de la Primera Presidencia—el presidente John Taylor, el presidente George Q. Cannon y el presidente Joseph F. Smith—se reunieron por primera vez en tres años y medio. Aunque estaba muy débil cuando llegó el presidente Smith, el presidente Taylor exclamó: “¡Siento dar gracias al Señor!” Falleció apaciblemente el 25 de julio de 1887 en Kaysville, Utah.
John Taylor concebía su misión en la vida con sencillez. Como presidente de la Iglesia, reiteró esa visión, cuyas semillas habían sido sembradas en su corazón por el Espíritu del Señor mucho antes de haber oído siquiera la palabra “mormón”. Declaró:
“Mi misión fue predicar el evangelio de salvación a las naciones de la tierra, y he viajado cientos de miles de millas para hacerlo, sin alforja ni bolsa, confiando en el Señor”.
De manera significativa, la conclusión de la vida de John Taylor reflejó la de su estimado Profeta, como mártir de la verdad; al igual que el profeta José Smith, John Taylor dio su vida por el evangelio de Jesucristo.
El presidente Taylor sufrió los inmensos dolores de una pérdida gradual de salud en el confinamiento de la clandestinidad. Sus consejeros, al anunciar su fallecimiento, lo recordaron como un doble mártir, al leer un tributo que se había escrito en su honor muchos años antes. Poco después del martirio, el 27 de julio de 1844, la hermana Eliza R. Snow, reconocida por su habilidad poética, y al sentir la magnitud y profundidad de la experiencia que el élder Taylor había vivido en Carthage, escribió los siguientes versos en su honor. Sus líneas aparecieron en la edición del 1 de agosto de 1844 del Times and Seasons (con estilo y gramática originales preservados):
A Elder John Taylor
¡Oh caudillo de Sion! tu nombre desde hoy
Será con los mártires contado, y compartirá su honor;
Por las edades eternas de ti se dirá:
“Con los más grandes profetas sufrió y sangró ya.”
Cuando flechas de injusticia volaban hacia ti—
Cuando el cáliz del dolor hasta el borde llenó por fin—
Cuando tu sangre inocente fue vilmente vertida,
Tú compartiste su pena, y con él diste tu vida.
Cuando como granizo las balas silbaban sin fin—
Cuando el umbral de la muerte se abría ante ti—
Cuando el espíritu del profeta por martirio voló,
En tu sangre yacías—con los mártires sangraste tú.
Cada herida que ostentas, como trofeo sin par,
Será emblema de honra hasta tu último andar;
Y por todas las generaciones se dirá de tu ser:
“Con los mejores profetas, en prisión supo padecer.”
Ciertamente, John Taylor fue y es recordado como un sobreviviente de la carnicería de Carthage. Y esa experiencia definió gran parte de quién fue y en qué se convirtió. Su vida da testimonio de su valentía e intrepidez al defender el evangelio restaurado de Jesucristo. Al igual que las vidas de sus dos predecesores en la Presidencia, su existencia fue en cierto modo un tipo y sombra de la del Salvador. Aunque cada uno recorrió un sendero único, como todos los ungidos del Señor tanto en la obra antigua como en la moderna, sus vidas son testimonio del Salvador y de la Restauración que Él ha llevado a cabo en esta dispensación. John Taylor murió con precio sobre su cabeza, pero fiel a la misión que el Señor le había encomendado. Consideró que la causa de su confinamiento en los últimos años de su vida fue una persecución y una flagrante violación de sus derechos constitucionales. Si las circunstancias hubiesen sido otras, podría haber vivido otra década. Pero no había de ser así. El presidente John Taylor había cumplido la obra para la cual había sido preservado tantos años atrás en una cárcel desconocida del estado de Illinois.
























