Testigo del Martirio

Capítulo 2

Condiciones y agravios


En el año 1844, prevalecía una gran agitación en algunas partes de los condados de Hancock, Brown y otros condados vecinos de Illinois, en relación con los “mormones” [Nota del editor: Aquí y en otras partes, se ha conservado la puntuación irregular], y entre el pueblo se manifestaba un espíritu de odio vengativo y persecución, expresado en el lenguaje más amargo y acerbo, así como por actos de hostilidad y violencia, que con frecuencia amenazaban con la destrucción de los ciudadanos de Nauvoo y sus alrededores, y con la total aniquilación de los “mormones” y del “mormonismo”, estallando en algunos casos en los actos más violentos de bárbara brutalidad. Se secuestraba, azotaba y perseguía a personas, y se les acusaba falsamente de diversos crímenes; su ganado y viviendas eran dañados, destruidos o robados; se emprendían procesos judiciales maliciosos para hostigar y molestar. En algunos vecindarios remotos eran expulsados de sus hogares sin posibilidad de reparación, y en otros se amenazaba con violencia contra sus personas y propiedades, mientras que en otras partes se les colmaba de toda clase de insultos e indignidades, con el fin de inducirlos a abandonar sus hogares, el condado o el estado.

Estas molestias, procesos y persecuciones fueron instigadas por diferentes medios y por diversas clases de hombres, movidos por distintos motivos, pero todos unidos en un solo propósito: la prosecución, persecución y exterminio de los santos.

Había un número de hombres malvados y corruptos que vivían en Nauvoo y sus alrededores, que habían pertenecido a la Iglesia, pero cuya conducta era incompatible con el evangelio; por tanto, fueron disciplinados por la Iglesia y separados de su comunión. Algunos de estos habían sido miembros prominentes y ocupaban cargos oficiales, ya sea en la ciudad o en la Iglesia. Entre ellos estaban John C. Bennett, antiguo alcalde; William Law, consejero de José Smith; Wilson Law, su hermano de sangre y general en la Legión de Nauvoo; el Dr. R. D. Foster, un hombre con ciertos bienes, pero de muy mala reputación; Francis y Chauncey Higbee, este último un joven abogado, y ambos hijos de un hombre respetable y honrado en la Iglesia, conocido como el juez Elias Higbee, quien falleció aproximadamente doce meses antes.

Además de estos, había muchos otros apóstatas, tanto en la ciudad como en el condado, de menor notoriedad, que por sus transgresiones habían sido expulsados de la Iglesia. John C. Bennett y Francis y Chauncey Higbee fueron excomulgados de la Iglesia; el primero también fue destituido de su generalato por los actos más flagrantes de seducción y adulterio; y los hechos revelados en sus casos fueron tan escandalosos que el sumo consejo, ante el cual fueron juzgados, tuvo que sesionar a puertas cerradas.

William Law, aunque era consejero de José, resultó ser su más amargo enemigo y calumniador, y mantenía relaciones [según se alegaba], contrarias a toda ley, en su propia casa, con una joven que residía con él; y posteriormente se probó que había conspirado con algunos misurianos para quitarle la vida a José Smith, y [el Profeta] sólo fue salvado por Josiah Arnold y Daniel Garn, quienes, estando de guardia en su casa, impidieron que los asesinos lo vieran. Sin embargo, aunque albergaba asesinato en su corazón, sus modales eran generalmente corteses y suaves, y estaba bien capacitado para engañar.

El general Wilson Law fue excomulgado de la Iglesia por seducción, falsedad y difamación; ambos mencionados anteriormente fueron también sometidos a consejo de guerra por la Legión de Nauvoo y expulsados. Foster también fue excomulgado, creo, por deshonestidad, fraude y falsedad. Sé que era sumamente culpable de todo eso, pero si esos fueron los cargos específicos o no, no lo sé, aunque sí sé que era un hombre notoriamente malvado y corrupto.

Además de los personajes ya mencionados y los apóstatas “mormónicos”, había tres otros grupos. El primero de ellos puede denominarse religiosos, el segundo políticos, y el tercero falsificadores, tahúres, ladrones de caballos y asesinos.

El partido religioso estaba mortificado y enfurecido porque el “mormonismo” entraba en conflicto con su religión, y no podían oponérsele con las Escrituras. Así como los antiguos judíos, cuando se enfurecieron al ser exhibidas sus necedades e hipocresías por Jesús y sus apóstoles, así también éstos se enfurecieron contra los “mormones” debido al desconcierto que éstos les causaban; y en lugar de reconocer la verdad y regocijarse en ella, estaban dispuestos a rechinar los dientes contra ellos y a perseguir a los creyentes en principios que no podían refutar.

El partido político estaba compuesto por aquellos que eran de ideas políticas opuestas a las nuestras. Siempre existían dos partidos: los whigs y los demócratas, y no podíamos votar por uno sin ofender al otro, y no era raro que los candidatos a cargos públicos basaran su campaña en la oposición a los “mormones”, con el fin de obtener influencia política a partir del prejuicio religioso, en cuyo caso los “mormones” se veían obligados, en defensa propia, a votar en contra de ellos, lo cual resultaba casi invariablemente en perjuicio de nuestros opositores. Esto los enfurecía; y aunque era consecuencia de sus propias acciones, y no podía esperarse que los “mormones” actuaran de otra manera, sin embargo, se enfurecían por su fracaso y buscaban desquitarse con los “mormones”. Como ejemplo de lo anterior, cuando Joseph Duncan fue candidato para el cargo de gobernador de Illinois, se comprometió con su partido a que, si lograba ser elegido, exterminaría o expulsaría a los “mormones” del estado. El resultado fue que el gobernador Ford fue elegido. Los whigs, al ver que habían sido superados por los demócratas al asegurarse el voto “mormón”, se alarmaron seriamente y buscaron remediar su desastre organizando una especie de cruzada contra el pueblo. Los periódicos whigs rebosaban de relatos sobre las maravillas y enormidades de Nauvoo, y sobre la horrible maldad de un partido que podía consentir en recibir el apoyo de semejantes malhechores. El gobernador Duncan, quien en realidad era un hombre valiente y honesto, y que nada tuvo que ver con la aprobación de los estatutos “mormones” en la legislatura, se lanzó a hacer campaña sobre este asunto con toda seriedad, y esperaba ser elegido gobernador casi únicamente por esta cuestión.

El tercer partido, compuesto por falsificadores, tahúres, ladrones de caballos y asesinos, era una banda de canallas que infestaba todo el oeste del país en aquella época. En algunos distritos, su influencia era tan grande que llegaban a controlar cargos importantes a nivel estatal y de condado. Sobre este tema, el gobernador Ford tiene lo siguiente:—

Entonces, además, la parte norte del estado no carecía de sus bandas organizadas de bribones, dedicados a asesinatos, robos, robo de caballos y a la fabricación y circulación de dinero falso. Estos bribones estaban esparcidos por todo el norte, pero la mayoría de ellos se encontraban en los condados de Ogle, Winnebago, Lee y De Kalb.

En el condado de Ogle eran tan numerosos, fuertes y bien organizados que no se les podía condenar por sus crímenes. Al incluir a algunos de los suyos en los jurados, al presentar una multitud de testigos que respaldaban su defensa con testimonios perjurados, y al cambiar la jurisdicción de un condado a otro, al solicitar aplazamientos de término en término, y por la imposibilidad de que los testigos asistieran a condados distantes y ajenos, lograban en la mayoría de los casos ser absueltos.

Había una red de ladrones de caballos que se extendía desde Galena hasta Alton. Había falsificadores dedicados al comercio, negocios y tiendas en la mayoría de las ciudades y pueblos, y en algunos distritos, según me han informado de manera creíble personas a quienes ellos mismos les confiaron sus secretos, jueces, alguaciles, agentes de policía, carceleros, así como profesionales, estaban asociados con ellos en mayor o menor grado. Estos tenían a su servicio a los más temerarios y depravados miserables, dispuestos a llevar a cabo las empresas más desesperadas, sin importarles la vida humana ni la propiedad. Su objetivo al perseguir a los “mormones” era en parte encubrir sus propias fechorías, y en parte evitar ser expuestos y enjuiciados por ellos; pero la principal razón era el saqueo, creyendo que si los “mormones” podían ser removidos o expulsados, se enriquecerían con los despojos “mormones”, además de tener en la ciudad abandonada un buen refugio para continuar con sus diabólicas actividades.

Esta conglomeración de “mormones” apóstatas, fanáticos religiosos, fanáticos políticos y bribones, unieron todos sus esfuerzos contra los “mormones” y se organizaron en un partido denominado “antimormones”. Algunos de ellos, tenemos razones para creerlo, se unieron a la Iglesia con el fin de encubrir sus prácticas infames, y cuando fueron expulsados por su injusticia, no hicieron sino enfurecerse con mayor violencia. Difundieron toda clase de falsedades que pudieron recopilar o fabricar contra los “mormones”. También contaban con un periódico que les ayudaba en sus infames designios, llamado Warsaw Signal, editado por el Sr. Thomas Sharp, un hombre violento y sin principios, que no se retraía ante ninguna enormidad. Los antimormones celebraban reuniones públicas, muy concurridas, en las que adoptaban resoluciones de la índole más violenta e incendiaria, amenazando con expulsar, echar y exterminar a los “mormones” del estado, al mismo tiempo que los acusaban de todo mal contenido en el vocabulario del crimen.

Convocaban sus reuniones en varias partes de los condados de Hancock, McDonough y otros, lo cual pronto resultó en la organización de turbas armadas, bajo la dirección de oficiales que informaban a sus cuarteles generales, y cuyos reportes se publicaban en el periódico antimormón y se distribuían por los condados vecinos. Nosotros también publicábamos en el Times and Seasons y el Nauvoo Neighbor (dos periódicos publicados y editados por mí en ese entonces), un relato no solo de sus actividades, sino también de las nuestras. Pero tal era el sentimiento hostil, tan bien organizados sus planes, y tan desesperadas y fuera de la ley sus acciones, que nos resultaba sumamente difícil hacer circular nuestros periódicos; eran destruidos por los encargados de correo y otros, y rara vez llegaban a su destino, de modo que muchas personas que de otro modo habrían sido pacíficas, fueron agitadas por sus tergiversaciones e incitadas a unirse a sus bandas hostiles o predatorias.

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