Testigo del Martirio

Capítulo 5

Consejo convocado en Nauvoo


Alrededor de las cinco de la tarde emprendimos nuestro regreso, y no precisamente con los sentimientos más agradables. Las compañías del gobernador, el espíritu que manifestó de transigir con aquellos canallas, el tiempo que nos tuvo esperando, y su comportamiento general, junto con el espíritu infernal que vimos manifestarse en aquellos a quienes él había admitido en sus consejos, hacían que el panorama fuera todo menos alentador.

Regresamos a caballo y llegamos a Nauvoo, creo, alrededor de las ocho o nueve de la noche, acompañados por el capitán Yates al mando de una compañía de hombres montados, quienes venían con el propósito de escoltar a Joseph Smith y a los acusados en caso de que accedieran a la solicitud del gobernador y fueran a Carthage. Nos dirigimos directamente a casa del hermano Joseph, donde el capitán Yates le entregó la comunicación del gobernador. Se convocó un consejo, compuesto por el hermano de Joseph, Hyrum, el Dr. Richards, el Dr. Bernhisel, yo mismo, y uno o dos más.

Entonces dimos un informe detallado de nuestra entrevista con el gobernador. El hermano Joseph se mostró muy insatisfecho con la carta del gobernador, así como con su comportamiento general, y lo mismo ocurrió con el consejo, y surgió una seria cuestión respecto al curso que debíamos seguir. Se discutieron varios proyectos, pero durante algún tiempo no se tomó ninguna decisión definitiva.

En ese intervalo llegaron dos caballeros; uno de ellos, si no ambos, hijos de John C. Calhoun. Habían venido a Nauvoo, y estaban muy ansiosos de tener una entrevista con el hermano Joseph.

Estos caballeros lo retuvieron durante algún tiempo; y como nuestro consejo se celebraba en la habitación del Dr. Bernhisel en la Mansion House, el doctor se acostó; y como ya eran entre las 2 y 3 de la mañana, y yo no había descansado la noche anterior, me encontraba fatigado, y pensando que el hermano Joseph quizá no regresaría, me fui a casa a descansar.

Estando muy fatigado, dormí profundamente, y me sorprendí un poco por la mañana cuando la hermana Thompson entró en mi habitación alrededor de las 7 en punto, exclamando con sorpresa: “¿Qué, tú aquí? los hermanos ya han cruzado el río hace un buen rato.”

“¿Qué hermanos?” pregunté.

“El hermano Joseph, y Hyrum, y el hermano Richards,” respondió ella.

Inmediatamente me levanté al enterarme de que habían cruzado el río, y que no pensaban ir a Carthage. Reuní a varias personas en quienes tenía confianza, y mandé sacar los tipos, planchas de estereotipo y la mayoría de los objetos valiosos de la imprenta, creyendo que si el gobernador y su fuerza llegaban a Nauvoo, lo primero que harían sería quemar la imprenta, pues sabía que estarían furiosos si el hermano Joseph se marchaba. Habíamos hablado de estos asuntos la noche anterior, pero no se había decidido nada. La opinión del hermano Joseph era que, si nos ausentábamos por un tiempo, se calmaría la agitación pública, que era tan intensa; que eso colocaría sobre el gobernador la responsabilidad de mantener la paz; que, en caso de producirse un atropello, la carga recaería sobre el gobernador, quien estaba suficientemente preparado con tropas, y podía comandar todas las fuerzas del estado para preservar el orden; y que el acto de sus propios hombres sería una prueba abrumadora de sus designios sediciosos, no solo para el gobernador, sino para el mundo. Además, pensaba que en el Este, adonde planeaba ir, se corregiría la opinión pública respecto a estos asuntos, y su expresión influiría parcialmente en el Oeste, y que, después del primer estallido, las cosas asumirían una forma que justificaría su regreso.

Hice arreglos para cruzar el río, y los hermanos Elías Smith y Joseph Cain, quienes trabajaban conmigo en la imprenta, prestaron toda la ayuda que les fue posible, junto con el hermano Brower y varios obreros de la imprenta. Como no pudimos averiguar con exactitud el paradero de Joseph y los hermanos, crucé el río en un bote facilitado por el hermano Cyrus H. Wheelock y Alfred Bell; y después de haber trasladado los materiales de la imprenta, Joseph Cain me llevó los libros de cuentas para que hiciéramos los arreglos para su ajuste; y el hermano Elías Smith, primo del hermano Joseph, fue a conseguir dinero para el viaje, y también a averiguar y comunicarme la ubicación de los hermanos.

Como Cyrus Wheelock era un hombre activo y emprendedor, y en caso de no encontrar al hermano Joseph yo tenía previsto ir a Canadá Superior por el momento, y necesitaría un compañero, le dije al hermano Cyrus H. Wheelock:
—¿Puedes venir conmigo unos mil quinientos kilómetros?

Él respondió:
—Sí.

—¿Puedes partir en media hora?

—Sí.

Sin embargo, le dije que sería mejor que viera a su familia, que vivía al otro lado del río, y preparara un par de caballos y el equipamiento necesario para el viaje; y que, si no encontrábamos al hermano Joseph antes, partiríamos al anochecer.

Ocurrió un incidente gracioso en la víspera de mi partida. Después de hacer todos los preparativos posibles antes de salir de Nauvoo, y de haberme despedido de mi familia, fui a una casa junto al río, propiedad del hermano Eddy. Allí me disfracé para no ser reconocido, y la transformación fue tan efectiva que quienes habían venido por mí con el bote no me reconocieron. Bajé al bote y me senté en él. El hermano Bell, creyendo que era un desconocido, me observó durante un buen rato con mucha impaciencia, y luego le dijo al hermano Wheelock:
—Ojalá ese viejo se fuera; ha estado rondando el bote durante un buen rato y me temo que el élder Taylor llegará en cualquier momento.

Cuando descubrió su error, no pudo evitar reírse bastante.

El hermano Bell me condujo a una casa rodeada de árboles al otro lado del río. Allí pasé varias horas en una habitación con el hermano Joseph Cain, ajustando mis cuentas; e hice los arreglos para que las planchas estereotipadas del Libro de Mormón y Doctrina y Convenios fueran enviadas al Este, pensando en obtener dinero para la manutención de la compañía mediante la venta de estos libros en esa región.

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