¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 85–87?
Doctrina y Convenios 85
“Un Compromiso Sagrado con Promesas Eternas”
“Para desarrollar una fe perdurable, es esencial tener un compromiso perdurable de pagar un diezmo íntegro. Al principio, se necesita fe para pagar el diezmo. Luego, quien paga el diezmo desarrolla más fe, hasta el punto de que el diezmo se convierte en un privilegio preciado. El diezmo es una ley antigua dada por Dios. Él hizo una promesa a Sus hijos de que abriría ‘las ventanas de los cielos, y derramar[ía] bendición hasta que sobreabunde’ (Malaquías 3:10). No solo eso, el diezmo mantendrá su nombre inscrito entre el pueblo de Dios y lo protegerá en ‘el día de la venganza y de la quema’ (Doctrina y Convenios 85:3).”
— Presidente Russell M. Nelson, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 2011, “Enfrentemos el futuro con fe”.
Imagina a una madre joven, recién convertida al Evangelio, que escucha por primera vez una enseñanza sobre el diezmo. La idea de entregar el diez por ciento de sus ingresos le parece abrumadora. Con dos hijos pequeños, cuentas por pagar y recursos limitados, siente que no puede permitirse dar tanto. Sin embargo, algo dentro de ella —una chispa de fe— la impulsa a confiar en el Señor. Decide pagar su diezmo.
Al principio, cada cheque que escribe parece un sacrificio enorme. Pero con el tiempo, comienza a notar algo sorprendente: aunque sus ingresos no aumentan mágicamente, su hogar se llena de paz. Las cosas duran más, las oportunidades llegan en momentos oportunos, y lo más importante, siente una conexión más profunda con el cielo. Su corazón se ensancha. Lo que al comienzo era un sacrificio, con los años se convierte en un privilegio. Ya no se pregunta si puede dar el diezmo; se pregunta cómo vivía sin hacerlo.
Estas experiencias reflejan lo que enseñó el presidente Russell M. Nelson: que una fe perdurable comienza con un pequeño acto de confianza, y esa fe crece hasta que el diezmo se convierte en una expresión gozosa de gratitud. La promesa del Señor en Malaquías se cumple: “abriré las ventanas de los cielos”. Pero esa promesa no es solo económica; es espiritual. Quien paga el diezmo se convierte en alguien sobre quien el cielo puede derramar revelación, consuelo, y protección.
El presidente Nelson también cita Doctrina y Convenios 85:3, donde el Señor promete que quienes son fieles en esta ley tendrán su nombre registrado entre el pueblo de Dios y serán protegidos en el día de la quema. En otras palabras, el diezmo nos define como pueblo del convenio, como aquellos que el Señor reconocerá y preservará cuando vengan los tiempos difíciles.
Así, el diezmo no es simplemente una transacción financiera. Es un acto de consagración, una señal de confianza, y una llave que abre las bendiciones del cielo. En su raíz más profunda, es una declaración de que Dios está primero, y que confiamos en Él más que en nuestras propias cuentas. Y a medida que esa confianza se fortalece, también lo hace nuestra fe.
“La Voz Apacible y Delicada del Espíritu”
“Meditar aparta nuestros pensamientos de las cosas triviales de este mundo y nos acerca más a la suave y orientadora mano de nuestro Hacedor al prestar atención a la ‘voz apacible y delicada’ del Espíritu Santo (véase 1 Reyes 19:12; 1 Nefi 17:45; Doctrina y Convenios 85:6). … Meditar en las cosas del Señor — Su palabra, Sus enseñanzas, Sus mandamientos, Su vida, Su amor, los dones que nos ha dado, Su expiación por nosotros — produce un profundo sentimiento de gratitud hacia nuestro Salvador y por la vida y las bendiciones que Él nos ha dado.”
— El difunto élder Robert D. Hales, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de octubre de 1998, “Sanar el alma y el cuerpo”.
Imagínate a alguien sentado junto a un lago tranquilo al amanecer. No hay ruido, no hay prisas, solo el suave movimiento del agua y el susurro del viento entre los árboles. En ese ambiente de calma, la mente deja de correr y el corazón comienza a escuchar. Así es la meditación espiritual en su forma más pura: una pausa sagrada para que el alma recuerde lo eterno.
Élder Hales enseña que meditar es más que pensar; es contemplar con el corazón, y enfocar nuestra mente y espíritu en las verdades del Evangelio. Al hacerlo, se despejan las nubes de lo trivial y pasajero, y sentimos con mayor claridad la guía del Espíritu. Él no grita ni impone, sino que susurra al alma humilde que decide detenerse y escuchar (véase 1 Reyes 19:12; 1 Nefi 17:45; DyC 85:6).
Cuando meditamos en la vida y enseñanzas del Salvador, en Su expiación y en las bendiciones que hemos recibido, nace espontáneamente en nuestro interior un profundo sentimiento de gratitud. Esa gratitud purifica, sana y fortalece. Nos eleva por encima del egoísmo, el temor y la ansiedad.
Así, la meditación en las cosas del Señor no solo cura el alma, como dice el título del discurso, sino que también prepara el corazón para recibir revelación, consuelo y dirección divina. Es un medio por el cual el Espíritu puede enseñarnos, corregirnos y consolarnos con suavidad y amor.
En un mundo que exige movimiento constante, el Evangelio nos invita a detenernos y meditar. Al hacerlo, dejamos espacio para que el Señor entre, no solo en nuestra mente, sino en nuestro corazón. Y al llenarnos de gratitud, entendimiento y paz, nuestras almas son realmente sanadas por el toque amoroso del Maestro.
“Escuchar al Espíritu Requiere Quietud”
“Es el Espíritu quien dará testimonio a tu corazón mientras lees las Escrituras, mientras escuchas a los siervos autorizados del Señor y cuando Dios habla directamente a tu corazón. Puedes escuchar y oír si crees que las Escrituras son precisas al describir al Espíritu Santo de esta manera:
‘Sí, así dice la voz apacible y delicada, la cual susurra por entre todas las cosas y penetra todas las cosas, y a menudo hace que mis huesos tiemblen mientras manifiesta’ (Doctrina y Convenios 85:6).
Ahora testifico que es una voz suave. Susurra, no grita. Y por eso debes estar muy tranquilo interiormente. Por eso, puede ser sabio ayunar cuando deseas escuchar. Y por eso escucharás mejor cuando sientas: ‘Padre, hágase tu voluntad y no la mía’. Sentirás un deseo sincero de decir: ‘Quiero lo que Tú quieres’. Entonces, la voz apacible y delicada parecerá como si te atravesara. Puede hacer que tus huesos tiemblen. Más a menudo, hará que tu corazón arda dentro de ti, suavemente, pero con un ardor que eleva y da consuelo.”
— Presidente Henry B. Eyring, entonces primer consejero del Obispado Presidente, conferencia general de abril de 1991, “Acercarnos más a Dios”.
Imagina a un joven que está pasando por una decisión difícil: tiene muchas opciones delante de él, voces del mundo que lo empujan en distintas direcciones, y su mente está llena de ruido. En medio de su confusión, decide leer las Escrituras. Las palabras le resultan familiares, pero algo diferente ocurre: siente que ciertas frases parecen saltar de la página y tocar su alma. Es como si Dios mismo estuviera susurrándole a través de esas palabras. No oye una voz audible, pero siente un ardor suave en el pecho, una claridad inesperada en la mente, una paz que sobrepasa el entendimiento. Esa es la voz del Espíritu Santo.
El presidente Eyring explica que esa voz es tal como se describe en Doctrina y Convenios 85:6: una voz apacible y delicada, que susurra entre todas las cosas y las penetra, incluso hasta hacer temblar los huesos. No viene con gritos ni imposiciones. Por eso, para oírla, debemos estar interiormente tranquilos, humildes, receptivos.
Ayunar, orar sinceramente, y rendir la voluntad propia ante Dios —diciendo “Padre, hágase tu voluntad y no la mía”— son las condiciones que preparan el corazón para escuchar esa voz divina. Es un proceso espiritual en el que el alma se aquieta, el ego se retira, y el corazón se alinea con el cielo.
Y cuando eso sucede, el Espíritu no solo guía, sino que también consuela, eleva y transforma. A veces su impacto es tan fuerte que nos sacude físicamente, pero con mayor frecuencia enciende un fuego interno de esperanza, de consuelo y de gozo puro, como lo vivieron los discípulos en el camino a Emaús (véase Lucas 24:32).
El mensaje del presidente Eyring nos recuerda que la revelación no es un privilegio reservado para unos pocos. Todo aquel que busque a Dios con sinceridad y se someta humildemente a Su voluntad puede experimentar esa dulce comunión del Espíritu. El secreto está en estar quietos, creer que Él hablará, y desear profundamente saber lo que Él quiere decir. Entonces, en ese silencio sagrado, la voz apacible y delicada susurrará, y sabremos que hemos estado en la presencia del Señor.
“La Voz del Señor: Suave, pero Poderosa”
“He pensado: ‘Si tan solo pudiera hablar con la voz de siete truenos o proclamar la palabra con 10,000 trompetas, entonces los hombres escucharían el mensaje’.
“Pero… sé que el Señor no obra de esa manera. Su palabra se transmite por boca de Sus siervos mientras ministran y trabajan en su debilidad. Luego, esa palabra es llevada a corazones receptivos por la voz apacible y delicada del Espíritu (véase Doctrina y Convenios 85:6).”
— El difunto élder Bruce R. McConkie, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 1982, “La doctrina del sacerdocio”.
Alguna vez, al contemplar la magnitud de la misión de predicar el Evangelio, el élder McConkie imaginó lo que sería proclamar el mensaje de salvación con la voz de siete truenos o con 10,000 trompetas resonando en todo el mundo. ¿Quién no escucharía algo así? ¿Quién podría ignorar un llamado tan majestuoso?
Pero rápidamente reconoció una realidad mayor: Dios no obra así. El Padre Celestial no impone la verdad a gritos, ni obliga a nadie a creer por medio del asombro. En cambio, obra mediante Sus siervos mortales —hombres y mujeres con debilidades— que proclaman Su palabra con sencillez, humildad y poder espiritual. La eficacia de esa palabra no está en el volumen con que se pronuncia, sino en la preparación del corazón que la escucha.
La clave está en Doctrina y Convenios 85:6: la palabra del Señor es llevada a los corazones por la voz apacible y delicada del Espíritu. Esta es una doctrina crucial: el Espíritu es quien convierte, no el mensajero. Aunque el mensajero sea débil, si el oyente está receptivo y humilde, el Espíritu puede penetrar hasta lo más profundo del alma. No se necesita un trueno celestial; basta con un susurro que el corazón reconozca como verdadero.
Así es como ha obrado el Señor desde el principio: Moisés temblaba, pero fue Su portavoz. Nefi era joven, pero proclamó la verdad con poder. José Smith era un muchacho sin influencia, pero fue el profeta de la Restauración. Y así también hoy, misioneros, líderes locales, padres y maestros —todos débiles ante el mundo— pueden ser instrumentos en las manos de Dios, si son fieles y el Espíritu los acompaña.
El mensaje del élder McConkie es claro y esperanzador: no necesitas truenos ni trompetas para que tu testimonio tenga poder. Solo necesitas hablar con fe, y permitir que el Espíritu haga Su obra. El Señor no elige a los poderosos del mundo, sino a los humildes, para que Su gloria sea evidente. En Su plan, la verdad no conquista por fuerza, sino por el Espíritu —uno que susurra y transforma corazones dispuestos.
Doctrina y Convenios 86
“El vínculo vertical y las bendiciones del convenio”
“Para mantener el vínculo vertical con Dios, somos fieles a los convenios del templo que hemos hecho en cuanto a las leyes de obediencia, sacrificio, el evangelio, castidad y consagración. También hacemos convenio con Dios de recibir a nuestro compañero eterno y de ser un cónyuge y padre justo. Al mantener el vínculo vertical, nos hacemos acreedores a las bendiciones de formar parte de la familia de Dios mediante el convenio abrahámico, incluidas las bendiciones de posteridad, el evangelio y el sacerdocio (véase Doctrina y Convenios 86:8–11; 113:8; Abraham 2:9–11). Estas bendiciones también son el fruto que permanece.”
— Élder Matthew L. Carpenter, Setenta Autoridad General, conferencia general de abril de 2024, “El fruto que permanece”
El élder Matthew L. Carpenter nos recuerda que nuestra relación con Dios —el “vínculo vertical”— se fortalece y mantiene al ser fieles a los convenios del templo. Estos compromisos sagrados —obediencia, sacrificio, el evangelio, castidad y consagración— no solo son manifestaciones externas de devoción, sino canales por los cuales fluye el poder espiritual en nuestras vidas.
Parte central de ese vínculo es el convenio de recibir y honrar a nuestro compañero eterno, lo cual eleva el matrimonio y la paternidad a un nivel sagrado. En este contexto, el hogar se convierte en una extensión del templo, y nuestras relaciones familiares, cuando están basadas en los convenios, se insertan en el gran plan de Dios.
Al honrar estos convenios, nos convertimos en herederos de las promesas del convenio abrahámico: una posteridad eterna, la plenitud del evangelio y el poder del sacerdocio. Estas bendiciones, lejos de ser simbólicas, son reales y eternas; son “el fruto que permanece” (véase Juan 15:16), el legado duradero de una vida consagrada a Dios y centrada en Cristo.
Doctrina y Convenios 86:8–11 y Abraham 2:9–11 enseñan que al ser fieles al sacerdocio y a nuestros convenios, participamos en la gran obra de bendecir a todas las familias de la tierra. Así, mantener el vínculo vertical con Dios no solo nos santifica a nosotros, sino que también transforma generaciones.
“Del bautismo al templo: el sendero de los convenios hacia la exaltación”
“En el bautismo hacemos convenio de servir al Señor y guardar Sus mandamientos. Cuando participamos de la Santa Cena, renovamos ese convenio y declaramos nuestra disposición a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. De ese modo, somos adoptados como Sus hijos e hijas y se nos conoce como hermanos y hermanas. Él es el padre de nuestra nueva vida. En última instancia, en el santo templo, podemos llegar a ser coherederos de las bendiciones de una familia eterna, como se prometió en su momento a Abraham, Isaac, Jacob y su posteridad (véanse Gálatas 3:29; Doctrina y Convenios 86:8–11). Así, el matrimonio celestial es el convenio de la exaltación.”
— Presidente Russell M. Nelson, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de octubre de 2011, “Convenios”
El presidente Russell M. Nelson traza aquí el recorrido espiritual del discípulo de Cristo a través de una secuencia de convenios cada vez más profundos y sagrados. Comienza con el bautismo, en el cual hacemos convenio de servir al Señor y obedecer Sus mandamientos. Esta promesa es renovada semanalmente en la Santa Cena, donde declaramos nuestra disposición a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, lo que nos identifica como Sus hijos e hijas en una nueva vida espiritual (véase Mosíah 5:7).
Esta adopción espiritual nos incorpora a una comunidad de santos: hermanos y hermanas que comparten el mismo compromiso y herencia divina. Pero el proceso de convertirse en herederos de Dios culmina en el templo, donde los convenios más elevados —incluido el del matrimonio eterno— nos permiten ser coherederos con Cristo de todas las bendiciones del Padre (véase Romanos 8:17).
El presidente Nelson conecta esta doctrina con el convenio abrahámico, por el cual se prometieron bendiciones eternas de posteridad, tierra y sacerdocio a Abraham y su descendencia (véase Gálatas 3:29; DyC 86:8–11). Así, el matrimonio celestial no es solo una relación conyugal eterna, sino la puerta de entrada a la exaltación: la plenitud de la gloria divina y la continuación de la familia en la eternidad.
En resumen, el camino del discípulo es un proceso de creciente consagración por medio de los convenios, cada uno conduciendo al siguiente, hasta llegar a la plenitud de las bendiciones eternas.
“Herederos de un destino divino”
“La manera en que afrontes las pruebas de la vida forma parte del desarrollo de tu fe. La fortaleza llega cuando recuerdas que tienes una naturaleza divina, una herencia de valor infinito. El Señor te ha recordado a ti, a tus hijos y a tus nietos que son herederos legítimos, que han sido reservados en los cielos para su tiempo y lugar específicos a fin de nacer, crecer y llegar a ser portadores de Su estandarte y pueblo de convenio. Al andar por la senda de rectitud del Señor, serás bendecido para continuar en Su bondad y ser una luz y un salvador para Su pueblo (véase Doctrina y Convenios 86:8–11).”
— Presidente Russell M. Nelson, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 2011, “Enfrentemos el futuro con fe”
El presidente Russell M. Nelson ofrece una visión inspiradora de nuestra identidad y propósito eterno en el plan de Dios. En tiempos de prueba, recordar quiénes somos espiritualmente —hijos e hijas de Dios con una naturaleza divina— nos brinda fortaleza y perspectiva. Esta verdad no es simbólica, sino literal: somos parte de una herencia eterna, con promesas y responsabilidades que trascienden esta vida.
Al referirse a nosotros y nuestras generaciones como herederos legítimos, reservados para este tiempo específico, el presidente Nelson alude a la doctrina revelada en Doctrina y Convenios 86:8–11. Allí el Señor explica que aquellos que reciben el sacerdocio y el evangelio son parte de la simiente de Abraham —el pueblo del convenio— y tienen la misión de ser “una luz y un salvador para el pueblo del Señor”.
Esto implica que nuestras pruebas no son obstáculos accidentales, sino parte del proceso divino de refinamiento y preparación. Ser portadores del estandarte del Señor requiere valor, fe y fidelidad. A medida que caminamos en rectitud, Él promete bendecirnos con Su bondad, guiarnos y fortalecer nuestra capacidad de cumplir con nuestra misión.
Esta enseñanza transforma nuestra visión de la vida: no somos víctimas de las circunstancias, sino protagonistas en el cumplimiento de profecías antiguas. En nuestra fidelidad, llevamos a cabo la obra de salvación y exaltación para nosotros mismos y para los que nos rodean.
“Herederos de bendiciones por medio del sacerdocio”
“Jacob recibió su bendición en esta experiencia maravillosa, y como herederos de Abraham por medio de la sangre de Israel, nosotros también recibimos nuestras bendiciones de favor divino. Como dijo el Señor en Doctrina y Convenios:
‘Porque sois herederos legítimos, conforme a la carne…
‘Por tanto, vuestra vida y el sacerdocio han permanecido y es necesario que permanezcan por medio de vosotros y de vuestra descendencia hasta la restauración de todas las cosas que han hablado por boca de todos los santos profetas desde el principio del mundo’ (Doctrina y Convenios 86:9–10).
A diferencia de Jacob, no necesitamos luchar físicamente durante gran parte de la noche para obtener bendiciones que nos fortalezcan y magnifiquen. En la Iglesia, las bendiciones están disponibles para todos los que sean dignos, mediante aquellos que están autorizados e incluso designados para impartir bendiciones del sacerdocio. Los presidentes de estaca, obispos, presidentes de quórum y maestros orientadores están autorizados para dar bendiciones. Los padres y abuelos dignos, así como otros poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, pueden dar bendiciones a los miembros en tiempos de enfermedad o cuando ocurren acontecimientos importantes. Tales bendiciones individuales forman parte de la revelación continua que reclamamos como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.”
— El fallecido presidente James E. Faust, entonces segundo consejero de la Primera Presidencia, conferencia general de octubre de 1995, “Bendiciones del sacerdocio”
El presidente James E. Faust destaca la conexión espiritual que los santos de los últimos días tienen con los patriarcas antiguos, especialmente con Jacob e Israel, al afirmar que somos herederos legítimos de Abraham “conforme a la carne” (DyC 86:9). Esta declaración no solo reafirma nuestra identidad dentro del pueblo del convenio, sino que también nos recuerda que las bendiciones divinas están disponibles para nosotros de manera directa y organizada a través del sacerdocio restaurado.
Jacob recibió su bendición tras una noche de lucha intensa (Génesis 32:24–30), una experiencia simbólica de perseverancia espiritual. En contraste, los miembros fieles de la Iglesia pueden recibir bendiciones del sacerdocio sin esa lucha física, gracias a la organización divina establecida por medio de revelación. Los líderes del sacerdocio —padres, abuelos, obispos, presidentes de quórum, etc.— actúan como canales autorizados por Dios para ministrar consuelo, guía y sanación.
Estas bendiciones no son genéricas ni simbólicas: forman parte de la revelación continua que distingue a la Iglesia restaurada. Al ser dignos y ejercer fe, los miembros pueden acceder a orientación divina personalizada, similar a las bendiciones patriarcales que reflejan la herencia espiritual de Israel. Esta accesibilidad al poder de Dios por medio del sacerdocio demuestra el amor del Señor y Su deseo de bendecir a Sus hijos en toda circunstancia.
En esencia, el mensaje es claro: las bendiciones prometidas a los antiguos patriarcas están vivas hoy, disponibles para cada miembro digno, y son un testimonio del poder continuo del sacerdocio en la vida de los santos.
Doctrina y Convenios 87
“Un pueblo de convenio en un mundo de conmoción”
“Ante esta conmoción y esta incredulidad profetizadas en el mundo, el Señor prometió que habría un pueblo de convenio, un pueblo que aguardaría con anhelo Su regreso, un pueblo que permanecería en lugares santos y no sería movido de su sitio (véase Doctrina y Convenios 87:8). Él habló de un pueblo justo que resistiría los engaños del adversario, que disciplinaría su fe, pensaría de manera celestial y confiaría plenamente en el Salvador Jesucristo.”
— Élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 2024, “Templos, casas del Señor esparcidas por toda la tierra”
El élder Neil L. Andersen subraya una verdad profética y profundamente relevante: en medio de un mundo sacudido por la incredulidad, el engaño y la confusión —como fue profetizado en las Escrituras— el Señor ha preparado un pueblo de convenio. Este pueblo no es solo un grupo de creyentes, sino una comunidad consagrada que ha hecho convenios sagrados y que aguarda con anhelo la venida del Salvador.
Doctrina y Convenios 87:8 describe a este pueblo como firme, inamovible y espiritualmente resguardado en lugares santos. Esta estabilidad espiritual no es producto de comodidad o aislamiento, sino el resultado de una fe disciplinada y de una visión espiritual centrada en Cristo. “Pensar de manera celestial”, como dice el élder Andersen, implica adoptar una perspectiva eterna, una mente y un corazón anclados en las promesas del Señor, más allá de las apariencias y presiones del mundo.
Este pueblo justo será capaz de resistir los engaños del adversario no por su fuerza propia, sino por su fidelidad al Salvador y a Sus mandamientos. Confían plenamente en Él y en Su poder redentor, lo cual los convierte en faros de esperanza y testimonio viviente en medio de la oscuridad.
El mensaje es claro: en un mundo cada vez más turbulento, el Señor no ha dejado al mundo sin una luz. Ha levantado un pueblo de convenio —nosotros, si somos fieles— para preparar el camino de Su venida y testificar que aún hay verdad, seguridad y santidad para quienes escogen estar firmes en lugares santos.
“Haz de tu hogar un lugar verdaderamente santo”
“A menudo, cuando el Señor nos advierte sobre los peligros de los últimos días, nos aconseja así: ‘Estad en lugares santos y no seáis movidos’ (Doctrina y Convenios 87:8). Esos ‘lugares santos’ ciertamente incluyen los templos y centros de reuniones del Señor. Pero, dado que nuestra capacidad de reunirnos en esos lugares ha sido restringida en diversos grados, hemos aprendido que uno de los lugares más sagrados en la tierra es el hogar —sí, incluso tu hogar. …
¿Te has preguntado alguna vez por qué el Señor desea que hagamos de nuestros hogares el centro del aprendizaje y la vivencia del Evangelio? No es solo para prepararnos para una pandemia ni para ayudarnos a sobrellevarla. Las restricciones actuales sobre las reuniones acabarán por terminar. Sin embargo, tu compromiso de hacer de tu hogar tu santuario principal de fe nunca debe terminar. A medida que la fe y la santidad disminuyen en este mundo caído, tu necesidad de lugares santos aumentará. Te insto a seguir haciendo de tu hogar un lugar verdaderamente santo, ‘y no seáis movidos’ (Doctrina y Convenios 87:8) de esa meta esencial.”
— Presidente Russell M. Nelson, conferencia general de abril de 2021, “Lo que estamos aprendiendo y nunca olvidaremos”
El presidente Russell M. Nelson nos ofrece una enseñanza profunda y práctica al conectar la advertencia profética de Doctrina y Convenios 87:8 con una de las realidades más significativas de los últimos tiempos: la necesidad de convertir el hogar en un refugio sagrado. En medio de restricciones sociales, pandemias y desafíos globales, hemos redescubierto una verdad eterna: uno de los lugares santos más accesibles y duraderos es nuestro propio hogar.
Aunque los templos y centros de reuniones son indudablemente lugares santos, las circunstancias han demostrado que el hogar también puede —y debe— ser un santuario de fe. El Señor no quiere que esto sea una solución temporal, sino una transformación permanente: que el hogar sea el centro del aprendizaje y la vivencia del Evangelio. Esta visión requiere una conversión personal y familiar continua, donde el estudio de las Escrituras, la oración, el servicio y los principios del Evangelio sean parte integral de la vida diaria.
El llamado a “no ser movidos” implica firmeza espiritual frente a la inestabilidad del mundo. A medida que la fe y la santidad decrecen en la sociedad, el hogar debe elevarse como baluarte de luz, verdad y testimonio. Esta enseñanza transforma nuestra perspectiva del discipulado: no solo se trata de asistir a lugares santos, sino de crear uno en donde vivimos.
El mensaje es tanto una advertencia como una invitación profética: el hogar, santificado por la fe y el convenio, será cada vez más esencial en los últimos días. Es allí donde formamos discípulos, edificamos familias eternas y nos preparamos para recibir al Señor.
“No seáis movidos: un llamado a la firmeza espiritual”
“No se me ocurre un consejo más importante de un amoroso Padre Celestial que Su amonestación para cada uno de ustedes: ‘Estad … en lugares santos y no seáis movidos’ (Doctrina y Convenios 87:8). Él está diciendo: Mantente firme. Sé constante. Defiende la verdad y la rectitud. Da testimonio. Sé un estandarte para el mundo. Permanece en lugares santos. Así que mi mensaje para cada uno de ustedes es sencillo: No seáis movidos.”
— Hermana Elaine S. Dalton, entonces presidenta general de las Mujeres Jóvenes, conferencia general de abril de 2013, “No seáis movidos”
La hermana Elaine S. Dalton transmite con poder y claridad una de las exhortaciones más reiteradas y amorosas del Señor para Sus hijos en los últimos días: “Estad … en lugares santos y no seáis movidos” (DyC 87:8). Esta declaración, tomada de una revelación profética dada a José Smith, resuena como una voz divina que atraviesa la agitación del mundo con una invitación clara: mantente firme.
Ser inamovible implica más que simple permanencia física; es un estado de lealtad espiritual, integridad moral y firmeza en la fe. Significa sostener la verdad aun cuando sea impopular, dar testimonio de Cristo sin temor y levantar un estandarte de rectitud frente a un mundo que con frecuencia rechaza lo sagrado. Esta postura no es pasiva; es un acto consciente y valiente de discipulado.
Los lugares santos incluyen templos, hogares, reuniones de adoración, pero también estados del alma donde mora el Espíritu: un corazón limpio, una mente centrada en Cristo, una vida consagrada al bien. Allí, en lo íntimo y lo cotidiano, decidimos no movernos, no ceder ante la presión del mundo, y seguir a Cristo con determinación.
Este consejo del Padre Celestial, como destaca la hermana Dalton, no es solo una advertencia sino una expresión de amor. Él sabe que al permanecer en lugares santos, estamos protegidos, fortalecidos y preparados para afrontar cualquier desafío. En los últimos días, ser constantes en la verdad no será opcional, sino esencial para la seguridad espiritual y la exaltación eterna.
“Lugares santos: la clave para la protección espiritual”
“Esta instrucción se encuentra en tres secciones distintas [de Doctrina y Convenios]; evidentemente, la amonestación es importante. Explica cómo podemos recibir protección, fortaleza y paz en tiempos de incertidumbre. La instrucción inspirada es: ‘Estad en lugares santos y no seáis movidos’ (Doctrina y Convenios 87:8).”
— Hermana Ann M. Dibb, entonces segunda consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, conferencia general de abril de 2013, “Tus lugares santos”
La hermana Ann M. Dibb resalta el poder y la urgencia de una instrucción divina que se repite en múltiples revelaciones: “Estad en lugares santos y no seáis movidos” (DyC 87:8). Su reiteración en las Escrituras es evidencia clara de su importancia eterna. En un mundo de creciente confusión, incertidumbre y oposición a los principios del Evangelio, el Señor nos ofrece esta fórmula sencilla pero poderosa para recibir protección, fortaleza y paz.
Los lugares santos no se limitan al templo, aunque este es el centro supremo de santidad en la tierra. También incluyen nuestras capillas, nuestros hogares consagrados, y cualquier entorno donde el Espíritu del Señor pueda morar. Pero más aún, estos lugares santos pueden y deben reflejarse en nuestra vida interior: una mente que honra a Dios, un corazón dispuesto a obedecer, y una voluntad alineada con la de Cristo.
El mandato de “no ser movidos” nos llama a permanecer firmes, constantes y fieles, incluso cuando las circunstancias cambian, cuando surgen dudas o cuando las presiones sociales nos tientan a ceder. No se trata de rigidez, sino de fidelidad: de mantenernos anclados a la verdad revelada y al convenio hecho con Dios.
En resumen, esta enseñanza no solo es un consejo sabio, sino una promesa divina: quienes eligen habitar en lugares santos —física y espiritualmente— y rechazan ser movidos por el mundo, hallarán refugio en Cristo. Allí, el alma encontrará la seguridad que el mundo no puede ofrecer.
“Permanecer firmes en la doctrina de Cristo”
“Mis amados hermanos del sacerdocio, jóvenes y mayores, glorifiquemos el nombre de Dios al permanecer firmes junto a nuestro Salvador, Jesucristo. Doy mi testimonio especial de que Él vive y de que hemos sido ‘llamados con un santo llamamiento’ (Alma 13:3) para participar en Su obra. ‘Por tanto, estad en lugares santos y no seáis movidos’ (Doctrina y Convenios 87:8). Al permanecer obedientes y firmes en la doctrina de nuestro Dios, permanecemos en lugares santos, porque Su doctrina es sagrada y no cambiará ante los vientos sociales y políticos de nuestros días.”
— El fallecido élder Robert D. Hales, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 2013, “Permanece firme en lugares santos”
El élder Robert D. Hales dirige un llamado solemne y poderoso a los poseedores del sacerdocio —jóvenes y mayores— para que permanezcan firmes junto al Salvador y fieles a Su doctrina, en medio de un mundo agitado por cambios sociales, políticos y espirituales. Citando Doctrina y Convenios 87:8, él reafirma que estar en lugares santos no es solo una cuestión de ubicación física, sino de fidelidad doctrinal y firmeza espiritual.
La doctrina del Evangelio es, en sí misma, un lugar santo. Cuando elegimos permanecer obedientes a la verdad revelada —sin ceder a presiones externas ni reinterpretar los principios eternos para adaptarlos a las tendencias del mundo— nos colocamos en terreno sagrado. La fidelidad a la doctrina de Cristo no se negocia ni se ajusta al viento del relativismo moral o las corrientes sociales pasajeras.
El élder Hales también nos recuerda que hemos sido “llamados con un santo llamamiento” (Alma 13:3), lo cual añade un sentido de propósito eterno a nuestra fidelidad. No estamos simplemente resistiendo por tradición, sino participando activamente en la obra del Salvador como Sus siervos consagrados. Glorificamos el nombre de Dios cuando, en medio de las pruebas, decidimos estar con Cristo y no ser movidos.
El mensaje es directo y profético: la obediencia a la doctrina verdadera y la firmeza en la fe nos anclan espiritualmente. Al hacerlo, cumplimos nuestra misión divina y hallamos paz, poder y protección en un mundo inestable. Permanecer en lugares santos significa permanecer en Cristo, con convicción y sin temor.
“Una generación inamovible en lugares santos”
“Puedo visualizar un ejército de jóvenes justos, preparados y dignos para asistir al templo. Puedo ver familias selladas para la eternidad. Puedo ver a jóvenes que comprenden lo que significa ser ‘salvadores … en el monte de Sion’ (Abdías 1:21). Puedo ver a jóvenes cuyos corazones se vuelven hacia sus padres. Y puedo imaginar a jóvenes que crecen de tal manera que saldrán de los templos llenos de fortaleza para resistir las presiones del mundo. Puedo ver una generación de jóvenes que ‘estará … en lugares santos y no será movida’ (Doctrina y Convenios 87:8).”
— Hermana Elaine S. Dalton, entonces segunda consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, conferencia general de octubre de 2004, “Hicimos esto por ustedes”
La hermana Elaine S. Dalton expresa una visión profética y esperanzadora: una generación de jóvenes santos de los últimos días que no solo resiste las presiones del mundo, sino que las supera con rectitud, fe y poder espiritual. Esta generación —visualizada como un ejército de jóvenes justos— encuentra su fuerza en la adoración en el templo, en el poder de los convenios y en su identidad divina como hijos e hijas del convenio.
Doctrina y Convenios 87:8 describe este ideal con palabras que se han vuelto emblema de preparación espiritual: “Estad … en lugares santos y no seáis movidos.” La hermana Dalton aplica este principio a los jóvenes de hoy, imaginándolos no solo asistiendo al templo, sino saliendo de él fortalecidos, con un claro sentido de propósito y poder.
Esta visión se alinea con las profecías de los últimos días, en las que los jóvenes jugarán un papel fundamental en la edificación del Reino de Dios. Al comprender su responsabilidad como salvadores en el monte de Sion (véase Abdías 1:21), participan activamente en la obra vicaria por sus antepasados y permiten que el espíritu de Elías transforme corazones y familias enteras.
La clave para esta transformación es clara: fidelidad al templo, a los convenios, y a los principios del Evangelio. Así se forma una juventud inamovible —no porque estén aislados del mundo, sino porque están espiritualmente anclados en lugares santos, con corazones consagrados y una visión eterna. Esta es la generación que Dios está preparando para liderar Su obra en los últimos días.
“Lugares santos: preparación constante para la Segunda Venida”
“¿Estamos siguiendo el mandato del Señor: ‘Estad en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor; porque he aquí, ya viene pronto’? (Doctrina y Convenios 87:8). ¿Cuáles son esos ‘lugares santos’? Sin duda incluyen el templo y los convenios fielmente guardados. Sin duda incluyen un hogar donde se valora a los hijos y se respeta a los padres. Ciertamente, los lugares santos incluyen nuestros puestos de deber asignados por la autoridad del sacerdocio, incluidas las misiones y los llamamientos fielmente cumplidos en ramas, barrios y estacas.”
— Presidente Dallin H. Oaks, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, conferencia general de abril de 2004, “Preparación para la Segunda Venida”
El presidente Dallin H. Oaks plantea una pregunta directa y vital: ¿estamos siguiendo el mandato del Señor de permanecer en lugares santos y no ser movidos (DyC 87:8)? Esta instrucción no es simbólica ni abstracta, sino una guía concreta para prepararnos activamente para la Segunda Venida del Salvador. La revelación deja claro que Su regreso está cercano: “ya viene pronto”. Por tanto, la fidelidad a esta amonestación es urgente.
El presidente Oaks amplía la comprensión de lo que constituye un lugar santo. No se limita al templo —aunque este sigue siendo el lugar sagrado por excelencia— sino que se extiende a otros entornos donde se vive la verdad con fidelidad. Un hogar donde se valora a los hijos y se honra a los padres se convierte en tierra santa. Asimismo, nuestros deberes en la Iglesia, ya sea una misión de tiempo completo o un llamamiento local, se convierten en espacios de santificación personal y colectiva.
Este enfoque doctrinal enseña que los lugares santos no dependen exclusivamente del espacio físico, sino de la presencia del Espíritu y de la obediencia a los convenios. Allí donde cumplimos con diligencia nuestros deberes asignados por la autoridad del sacerdocio, se manifiesta la santidad. En otras palabras, el lugar santo es donde estamos fieles a lo que el Señor nos ha pedido.
Permanecer en lugares santos, entonces, implica lealtad, obediencia, preparación y servicio. Es un acto constante de consagración en el que la vida diaria —el hogar, la Iglesia, la misión— se convierte en preparación espiritual para recibir al Señor cuando venga en gloria. Esta es la preparación real y diaria para la eternidad.
“Lugares santos: ecos del hogar celestial”
“Un lugar santo es aquel donde nos sentimos seguros, protegidos, amados y consolados. Así era en nuestro hogar celestial. Permanecer en lugares santos y estar en buena compañía nos brinda sentimientos de cómo debió haber sido ese hogar que dejamos atrás, ese hogar que a veces parece tan lejano.
Dos años y medio después de que se organizara la Iglesia, el Señor advirtió a José Smith sobre guerras, hambres y plagas que vendrían a causa de la maldad. Luego nos dijo cómo estar seguros en un mundo así: ‘Estad en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor’ (Doctrina y Convenios 87:8).”
— Hermana Sharon G. Larsen, entonces segunda consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, conferencia general de abril de 2002, “Permanecer en lugares santos”
La hermana Sharon G. Larsen ofrece una perspectiva tierna y profundamente espiritual sobre el significado de los lugares santos, vinculándolos con la memoria de nuestro hogar celestial. En un mundo marcado por guerras, hambres y plagas —tal como lo profetizó el Señor en Doctrina y Convenios 87:8— Su consejo para hallar seguridad no es construir fortalezas físicas, sino habitar espiritualmente en lugares santos.
Un lugar santo, según esta enseñanza, no es simplemente un espacio religioso, sino un entorno donde el alma se siente segura, protegida, amada y consolada. Es una reconexión con el hogar eterno, con esa esfera de luz que dejamos atrás al venir a la mortalidad. Al buscar esos lugares —el templo, un hogar de fe, amistades edificantes, momentos de revelación— recreamos destellos de nuestra vida preterrenal y del amor perfecto del Padre.
Además, la hermana Larsen subraya que no basta con estar en lugares santos: debemos permanecer en ellos, lo cual implica elección diaria, fidelidad continua y discernimiento espiritual. También destaca el valor de la buena compañía; no solo el entorno físico nos santifica, sino también las personas con quienes compartimos la jornada de la fe.
En resumen, los lugares santos son espacios donde sentimos el Espíritu, donde nos fortalecemos para enfrentar un mundo caído y donde recordamos quiénes somos y de dónde venimos. Al permanecer en ellos, nos preparamos para el día del Señor, con corazones firmes y anhelos celestiales.



























