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Doctrina y Convenios 85–87
4 – 10 agosto: “Permaneced en lugares santos”
A comienzos de la década de 1830, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se encontraba en una etapa temprana pero crucial de su desarrollo. Joseph Smith y los primeros santos estaban trabajando para organizar la Iglesia bajo revelación divina, mientras enfrentaban crecientes desafíos tanto dentro como fuera de sus filas. Es en este contexto que surgen las secciones 85 a 87 de Doctrina y Convenios, revelaciones que reflejan preocupaciones prácticas, espirituales y proféticas.
Sección 85 – El registro de los santos y el “uno poderoso y fuerte”
Recibida el 27 de noviembre de 1832, esta revelación fue dirigida a William W. Phelps, quien se encontraba en Misuri. Allí, los líderes estaban enfrentando dificultades administrativas relacionadas con el establecimiento de Sion y la herencia de tierras por parte de los santos. Joseph Smith estaba preocupado por las personas que se unían a la Iglesia pero no seguían las instrucciones reveladas, especialmente en lo referente a la ley de consagración. Esta revelación ordena llevar un registro detallado de los miembros fieles y habla de un misterioso “uno poderoso y fuerte” que vendrá a poner en orden la casa de Dios, si los líderes actuales fallaban en sus deberes. La declaración causó debates posteriores sobre su cumplimiento o carácter futuro.
Sección 86 – La parábola del trigo y la cizaña
Recibida el 6 de diciembre de 1832, poco más de una semana después de la sección 85, esta revelación profundiza en la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13). En ella, el Señor aclara que el “grano de trigo” representa a los hijos del reino (los fieles), mientras que la cizaña representa a los impíos que serán separados en el tiempo de la cosecha. Esta sección también introduce una visión dispensacionalista de la historia: después de la apostasía que siguió a los apóstoles primitivos, la restauración del Evangelio marca el inicio de la cosecha, la preparación para la Segunda Venida. Fue una confirmación para los primeros santos de que estaban viviendo los tiempos profetizados.
Sección 87 – La guerra y la Segunda Venida
El 25 de diciembre de 1832, mientras los demás celebraban la Navidad, Joseph Smith recibió una profecía sobre la guerra, conocida más tarde como la Profecía sobre la Rebelión de Carolina del Sur. La revelación advertía que el conflicto entre los estados del norte y del sur comenzaría en Carolina del Sur y se extendería hasta involucrar a todas las naciones. Esta profecía, dada casi 30 años antes del estallido de la Guerra Civil de los Estados Unidos, fue vista por los miembros como un testimonio del don profético de Joseph Smith. Más allá de los conflictos políticos, la sección 87 advierte de tribulaciones futuras y reafirma la necesidad de que los santos permanezcan firmes en “lugares santos”.
En conjunto, las secciones 85–87 muestran un período de intensificación espiritual y organización interna, en medio de un mundo que Joseph Smith y los primeros santos veían como caótico y condenado al juicio. Estas revelaciones no solo trataron asuntos inmediatos de registro y liderazgo, sino que también proyectaron la mirada profética hacia el porvenir de la Iglesia y el destino de las naciones.
Doctrina y Convenios 85:1–2
El Señor desea que yo “llev[e] una historia”.
En los versículos 1 y 2 de Doctrina y Convenios 85, el Señor instruye a Joseph Smith que debe llevar “un registro de los nombres de todos los que vienen a Sion”, especificando que este registro debe incluir a quienes consagran propiedades conforme a los mandamientos. También se indica que aquellos que no lo hagan debidamente no tendrán “herencia entre el pueblo del Señor”.
Detrás de esta instrucción administrativa se encuentra una doctrina profunda sobre la importancia de llevar una historia sagrada. El Señor no solo está interesado en propiedades y registros temporales; desea que se documente la fidelidad de su pueblo, sus sacrificios, sus convenios y su obediencia. Esta es una enseñanza que trasciende la ley de consagración del siglo XIX y llega hasta nosotros hoy: el Señor desea que cada uno de nosotros lleve una historia espiritual, una crónica de nuestro discipulado.
La escritura sugiere que nuestras obras tienen un lugar en los registros del cielo, y que nuestros esfuerzos por seguir a Cristo no pasan desapercibidos ante Él. Al llevar un registro —sea personal, familiar o eclesiástico— estamos participando en la obra de Dios de recordar, preservar y santificar la historia de su pueblo. Esto da un nuevo sentido al acto de escribir en un diario, guardar registros genealógicos o incluso compartir testimonios: estamos escribiendo nuestra historia ante el Señor.
Además, esta instrucción resalta la doctrina de que el registro personal está vinculado a la herencia eterna. Así como los santos de Sion solo podían recibir herencia terrenal si eran fieles a las instrucciones divinas y quedaban registrados como tales, nosotros también debemos vivir de modo que nuestros nombres estén escritos “en el libro de la vida del Cordero”, como se menciona en Apocalipsis 21:27. Por lo tanto, llevar una historia fiel es una forma de preparar nuestra herencia celestial.
En un mundo donde las experiencias se olvidan fácilmente y la historia personal se diluye en lo inmediato, el Señor nos invita a detenernos, reflexionar y registrar. Nos llama a escribir nuestra historia como un acto de fe y obediencia. Tal historia puede ser un legado para nuestra posteridad, un testimonio para nosotros mismos en tiempos de duda, y una ofrenda espiritual ante Dios.
Doctrina y Convenios 85:1–2 enseña que el Señor valora los registros fieles de Su pueblo. Llevar una historia no es solo una tarea práctica, sino una responsabilidad espiritual. Nuestra historia de fe, escrita y vivida, forma parte de nuestra herencia eterna y de la obra continua del Reino de Dios en la tierra.
¿De qué manera el llevar una historia personal podría ayudarte a venir a Cristo?
Llevar una historia personal —ya sea a través de un diario, registros espirituales, memorias o testimonios escritos— puede ayudarte a venir a Cristo de varias maneras profundas y sagradas:
- Reconoces la mano del Señor en tu vida.
Al escribir sobre tus experiencias, comienzas a ver patrones, tender puentes entre momentos difíciles y bendiciones inesperadas. Descubres que Dios ha estado más presente de lo que creías. Esa conciencia te llena de gratitud, humildad y deseo de acercarte más a Él.
“¿Recordáis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de Adán?” (Alma 5:6)
La escritura nos lleva a hacer ese mismo ejercicio en nuestra propia historia.
- Te ayuda a arrepentirte y crecer.
Registrar tus pensamientos y acciones puede ayudarte a reflexionar honestamente sobre tus decisiones. Esto te da la oportunidad de reconocer errores, buscar perdón y ver tu progreso espiritual con claridad. El arrepentimiento se vuelve más intencional, más consciente y más sincero.
- Fortalece tu testimonio.
Escribir tus experiencias espirituales fortalece lo que ya sabes. Al dar testimonio en papel, ese testimonio se raíz más hondo en tu corazón. Además, cuando leas tus escritos en el futuro, revivirás esos momentos sagrados y sentirás de nuevo el Espíritu.
- Te prepara para consolar y enseñar a otros.
Tu historia no solo te bendice a ti: puede inspirar y ayudar a otros. Como enseña el Salvador, debemos “recordar cuán grande es el valor de las almas” (D. y C. 18:10), y tu historia puede ser una herramienta para rescatar, consolar o edificar a alguien más que está buscando a Cristo.
- Invita al Espíritu.
El acto de escribir con intención espiritual se convierte en una forma de oración, de meditación. Es un espacio donde el Espíritu puede revelarte cosas que no sabías que necesitabas saber. Viene la inspiración, la paz, la claridad. Y con ello, Cristo se vuelve más cercano.
Llevar una historia personal es una forma de buscar, reconocer y caminar con Cristo. Te convierte en un discípulo más consciente, más humilde y más agradecido. Y como cada página se llena, tu corazón también se llena del deseo de seguir al Salvador con más fe y devoción.
Doctrina y Convenios 85:6
El Espíritu habla con una “voz suave y apacible”.
En medio de una advertencia seria sobre los que no serían recordados en los libros celestiales, el Señor introduce una verdad profunda y reconfortante: “se hablará por la voz del Espíritu” (DyC 85:6). Esta frase, breve pero poderosa, nos revela algo fundamental sobre la forma en que Dios se comunica con Sus hijos: el Espíritu Santo no grita, no impone, no empuja—habla. Y lo hace con ternura, con claridad, con una voz suave y apacible.
Esta es la misma voz que habló a Elías en la cueva—no a través del viento, ni del fuego, ni del terremoto, sino con un silbo apacible y delicado. Es la misma voz que susurró a los nefitas tras la destrucción de su tierra: apenas perceptible, pero más penetrante que el trueno, una voz que “penetraba hasta lo más íntimo del alma” (3 Nefi 11:3). Así es la voz del Espíritu: una voz interior, clara, inconfundible, pero que solo se oye cuando el corazón está en calma.
En este versículo, el Señor dice que esa voz reprenderá a los que no estén inscritos en el libro de la vida. Pero incluso esa reprensión no es estridente, ni violenta. Es la corrección amorosa de un Padre que aún llama a Sus hijos, que aún los invita a regresar. Es una señal de que Dios no ha cerrado la puerta: aún envía Su Espíritu a advertir, a conmover, a despertar.
Y sin embargo, para oír esa voz, hay que hacer silencio. Silencio en la mente, en las emociones, en las opiniones apresuradas. El ruido del mundo puede ahogar el susurro divino. Pero cuando uno aprende a escuchar, ese susurro se convierte en guía, en consuelo, en dirección clara. Uno aprende a reconocer al Espíritu no solo en momentos de grandeza espiritual, sino en lo cotidiano: en una oración sincera, en una escritura que toca el alma, en una impresión que nos mueve a actuar.
Así, el Espíritu nos habla. Y lo hace como Cristo mismo lo haría: con poder, pero con mansedumbre. Con claridad, pero con compasión. Con justicia, pero siempre con amor.
¿En qué sentido es la voz del Espíritu “suave” y “apacible”?
En las Escrituras, el Espíritu Santo rara vez se manifiesta con ruido o espectáculo. Su voz, como se enseña en Helamán 5:30, no es una voz de trueno ni de conmoción, sino “una voz apacible de perfecta suavidad, cual si hubiese sido un susurro”. Esta descripción —suave, apacible, penetrante— nos ayuda a entender que el Espíritu se comunica de manera íntima, personal y profundamente espiritual.
El profeta José Smith también recibió revelación sobre cómo se siente y se reconoce esa voz:
- En Doctrina y Convenios 6:22–23, el Señor recuerda a Oliver Cowdery cómo le habló en su mente y corazón y le pregunta: “¿No te hablé en paz a tu mente concerniente al asunto?” Esa palabra clave —paz— nos enseña que la voz del Espíritu no solo transmite palabras, sino un sentimiento, uno que llena el alma de calma y certeza.
- En DyC 8:2–3, el Señor aclara que el Espíritu habla tanto a la mente como al corazón. Es decir, no es solo un pensamiento lógico ni una emoción pasajera: es una combinación armónica de comprensión espiritual e impresión emocional. Es saber con claridad, y sentir con convicción.
- En DyC 9:7–9, aprendemos que el Espíritu confirma lo correcto con un “ardor en el pecho”, pero advierte con un “estupor de pensamiento”. Esta comparación es poderosa: la voz del Espíritu no empuja, sino que invita, ilumina, aquieta o retira su presencia cuando estamos en error.
- DyC 11:12–13 describe que el Espíritu guía con “mansedumbre” y llena el alma de “alegría”. Estas son emociones tranquilas, no intensas ni compulsivas. Son como una luz creciente, como una brisa cálida, como una conciencia suave de que Dios está cerca.
- Incluso en momentos de instrucción práctica como en DyC 128:1, cuando José escribe sobre bautismos por los muertos, vemos que el Espíritu sigue inspirando con claridad y dirección firme, aunque sin imponerse.
Este patrón también se repite en las escrituras del Libro de Mormón y el Nuevo Testamento:
- En Lucas 24:32, los discípulos en el camino a Emaús dijeron: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros?” Esa es otra manera de describir esa voz suave que transforma desde dentro.
- En Mosíah 5:2, el pueblo de Benjamín siente un cambio tan grande en su corazón que “no tienen más disposición a obrar mal”. El Espíritu los convierte, no por temor, sino por amor.
- En Alma 32:28, se describe la palabra como una semilla que comienza a “ensanchar el alma, iluminar el entendimiento y ser deliciosa”. Otra imagen de cómo la voz del Espíritu trabaja sutil pero poderosamente en el corazón creyente.
¿Cómo me habla el Espíritu?
Para muchos, incluyéndome, el Espíritu habla cuando hay quietud interna, cuando mi alma está dispuesta y receptiva. Lo siento cuando leo escrituras y una frase “salta” de la página, como si me hablara directamente. Lo percibo cuando oro y una idea clara, serena, me llega sin ansiedad ni duda. A veces es un ardor, otras veces una profunda calma. A menudo es una impresión que persiste, incluso cuando todo a mi alrededor es cambiante.
La voz del Espíritu es suave porque no compite con el ruido del mundo, y apacible porque refleja el carácter mismo de Dios: manso, paciente, amoroso. Él no nos fuerza a seguirle, sino que nos invita con ternura, y guía con constancia a quienes lo escuchan con fe. Aprender a reconocer esa voz requiere práctica, reverencia y sensibilidad espiritual, pero una vez que la reconocemos, no hay duda: es la voz del Maestro, hablándonos por medio del Espíritu Santo.
Diálogo entre un maestro y un alumno
Maestro: Hoy vamos a hablar sobre una enseñanza que se encuentra en Doctrina y Convenios 85:1–2. ¿Puedes leerlo, por favor?
Alumno: Claro: “Es preciso que haya un registro de los nombres de todos los que vienen a Sion…”. Habla sobre llevar un registro de los que consagran propiedades y reciben herencia.
Maestro: Exacto. Ahora, ¿qué impresión te da esa instrucción? ¿Crees que solo se refiere a algo administrativo?
Alumno: Al principio parece que sí, como si fuera un censo o algo legal, pero imagino que hay algo más profundo detrás.
Maestro: Muy bien observado. En realidad, este mandamiento revela una doctrina poderosa: al Señor le importa que llevemos una historia, no solo un registro de bienes. ¿Qué crees que significa llevar una historia personal ante Dios?
Alumno: Tal vez… escribir en un diario espiritual, contar cómo vivo mi fe, mis decisiones… ¿eso?
Maestro: Justamente eso. El Señor desea que documentemos nuestra fidelidad, nuestros convenios y hasta nuestros sacrificios. ¿Y sabes por qué?
Alumno: ¿Para que no se olviden?
Maestro: Exacto. Lo que registramos puede convertirse en un legado para nuestras familias, pero también en un testimonio que nos fortalece a nosotros mismos. Al hacerlo, estamos reconociendo la mano del Señor en nuestra vida. ¿Alguna vez has sentido eso al escribir o reflexionar?
Alumno: Sí, cuando escribí sobre una experiencia espiritual, como que la entendí mejor y sentí más gratitud. Me ayudó a ver que Dios estaba ahí, aunque no me había dado cuenta en el momento.
Maestro: Esa es la voz del Espíritu. Y eso nos conecta con otro principio de Doctrina y Convenios 85, en el versículo 6. ¿Lo tienes?
Alumno: Sí. Dice que “se hablará por la voz del Espíritu”.
Maestro: ¿Cómo describirías esa voz?
Alumno: Es… suave. Tranquila. No impone. Es como un susurro que se siente más que se oye.
Maestro: Hermosa descripción. El Espíritu no grita; guía con ternura. ¿Por qué crees que Dios elige hablar así?
Alumno: Tal vez para que tengamos que hacer un esfuerzo, para que lo escuchemos con el corazón.
Maestro: Exactamente. Él nos invita, no nos obliga. Y cuando aprendemos a escuchar esa voz suave, encontramos dirección, consuelo y corrección. ¿Cómo reconoces tú cuando el Espíritu te habla?
Alumno: A veces es como una paz que no sé explicar. Otras veces es una idea que no había pensado, pero que me hace sentir bien, seguro.
Maestro: Esa es la experiencia que muchos tienen: claridad, paz, un ardor en el corazón como dicen las Escrituras. Llevar un registro de esas experiencias fortalece nuestro testimonio y nos acerca más a Cristo. ¿Cómo te ayuda todo esto a prepararte para recibir una herencia eterna?
Alumno: Creo que al escribir mi historia de fe, estoy mostrando que quiero seguir a Cristo. Es como una forma de decirle: “Estoy aquí, tratando de serte fiel”.
Maestro: Hermoso. Y cuando tu nombre esté escrito no solo en un diario, sino en el libro de la vida del Cordero, sabrás que tu historia importa, aquí y en la eternidad.
Historia espiritual. “Nombre en el libro”
Cuando Clara cumplió 54 años, decidió hacer algo que había evitado toda su vida: comenzar un diario.
No era que no le gustara escribir; era que temía enfrentar su propia historia. Durante décadas había vivido días intensos —algunos llenos de fe, otros marcados por la culpa, el silencio y la lucha. Había sido esposa, madre, hermana, líder en la Iglesia… y también una mujer que muchas noches se había sentido sola, incluso estando rodeada de gente.
Fue una charla en la reunión sacramental lo que la impulsó. El obispo habló de Doctrina y Convenios 85, y citó: “Es preciso que haya un registro…”. Luego agregó:
—El Señor desea que llevemos una historia. No solo los pioneros o los profetas. Nosotros. Porque Él escribe con nosotros una obra eterna.
Algo en esa frase atravesó el corazón de Clara. Esa noche, sacó un cuaderno nuevo, respiró hondo y escribió:
“Hoy decidí dejar constancia de que mi vida ha tenido luz, aunque a veces haya vivido en sombra. Y que mi fe no ha sido perfecta, pero sí persistente.”
Desde entonces, escribir se convirtió en un ejercicio espiritual. A través de sus palabras, comenzó a ver patrones. Recordó promesas. Redescubrió cómo Dios la había sostenido en momentos en que pensó que Él estaba ausente. Cada entrada era como desempolvar una bendición olvidada.
Una noche, al escribir sobre una herida familiar que aún dolía, sintió una impresión clara: “Tu historia no termina en dolor. Yo la estoy redimiendo.”
Fue una voz interior, suave y apacible. Clara se detuvo. No era su pensamiento. No era una conclusión lógica. Era el Espíritu.
Cerró los ojos, y una paz profunda la envolvió. No necesitaba respuestas inmediatas. Solo la certeza de que Dios aún estaba escribiendo con ella.
Años después, al enfrentar una enfermedad grave, Clara no se sintió sola. Su diario se convirtió en un altar: lleno de testimonios, oraciones, revelaciones pequeñas. Lo llamó “Mi libro de vida”.
Antes de partir, le dijo a su hija:
—Guarda esto. No porque hable de mí, sino porque en él verás cómo el Señor nunca me abandonó. Aun cuando yo no sabía cómo escuchar, Él siempre habló. Y siempre escribió conmigo.
Llevar una historia personal no es una costumbre sentimental: es una práctica espiritual. Es construir un altar donde el Señor deposita impresiones, reprensiones suaves, promesas cumplidas. Es escribir nuestro nombre en el libro del discipulado —no por perfección, sino por fidelidad constante.
Comentario final:
Doctrina y Convenios 85:1–2 nos revela una verdad que, si bien se disfraza en apariencia administrativa, encierra una doctrina profundamente espiritual: el Señor desea que llevemos una historia. No simplemente para llenar archivos, sino para consagrar con memoria y devoción nuestra travesía de fe.
En un mundo donde lo efímero reina, donde lo importante suele diluirse entre lo urgente, esta escritura nos invita a detenernos y a recordar. Nos recuerda que cada acto de fidelidad, cada lucha silenciosa, cada testimonio susurrado, merece ser registrado no solo en papel, sino en la eternidad. Porque el Señor no olvida —Él escribe con nosotros una historia de redención, y esa escritura sagrada comienza cuando decidimos ser conscientes de Su mano en nuestra vida.
Además, este pasaje vincula la historia personal con la herencia eterna. No basta con profesar una fe superficial; el Señor busca una vida consagrada que pueda quedar registrada como evidencia viva de nuestro discipulado. Tal registro —cuando es fiel y sincero— se convierte en un eco del libro de la vida del Cordero, donde no solo se anotan nombres, sino también corazones.
Y así como el Señor pide registros, también promete hablarnos por medio de Su Espíritu (v. 6), con una voz suave y apacible. Es decir, Él no solo registra, también se comunica. Y lo hace con ternura, invitándonos a responder con gratitud, obediencia y humildad.
En suma, llevar una historia personal es una forma de adoración. Es un acto de fe silenciosa que se convierte en testimonio, en legado, en santuario. Es declarar con nuestras palabras —y con nuestras vidas— que deseamos ser recordados por Dios, no por nuestras obras perfectas, sino por nuestro deseo constante de seguir al Salvador. En la historia que llevamos, Él nos encuentra. Y en la voz que susurra, Él nos guía.
Nuestra historia es Su obra. Y cuando la escribimos con Él, nos preparamos para recibir Su herencia.
Doctrina y Convenios 86
En los últimos días se recoge a los justos en Cristo.
A lo largo de la historia sagrada, el Señor ha plantado semillas de verdad en el corazón de Sus hijos. Como un sembrador diligente, Él envió a Sus apóstoles a proclamar el Evangelio en el mundo antiguo, estableciendo Su Iglesia y extendiendo Su reino entre los hijos de los hombres. Pero, tal como lo muestra la parábola del trigo y la cizaña, no todo en el campo creció en rectitud. Mientras los siervos dormían —una imagen poderosa de la apostasía que siguió a la muerte de los apóstoles—, el enemigo entró y sembró cizaña entre el trigo. El mal, la confusión doctrinal y la pérdida de autoridad comenzaron a mezclarse con la verdad.
Sin embargo, el Señor no abandonó el campo. Él permitió que el trigo y la cizaña crecieran juntos por un tiempo, con la promesa de que un día enviaría a Sus siervos para recoger el trigo, es decir, a los justos que siguieran Su voz y Su Evangelio restaurado. Esa promesa se ha cumplido en nuestros días.
En diciembre de 1832, el Señor reveló a José Smith que el tiempo de la siega ya había comenzado. En esta revelación, registrada en Doctrina y Convenios 86, el Salvador enseña que los ángeles —Sus siervos en la tierra, tanto mortales como celestiales— han sido enviados a recoger a los justos. Este recogimiento no es solo una migración física o una reunión visible de personas; es algo mucho más profundo. Es un acto espiritual de congregar a aquellos que han oído la voz del Buen Pastor y han respondido con fe. Es una obra de amor divino: reunir, sellar y preparar a los santos para el día en que Cristo vendrá en gloria.
El recogimiento ocurre en Cristo. Aquellos que aceptan Su Evangelio, que entran en convenios por medio del bautismo y que son fieles a Su nombre, son “ligados en manojos” —una imagen hermosa que representa a los justos reunidos en congregaciones, estacas, familias, y comunidades que se preparan para la venida del Señor. En este recogimiento hay seguridad, pertenencia, y dirección. No es un acto aleatorio ni una organización humana: es la mano del Señor obrando entre las naciones para identificar, reunir y santificar a los que le pertenecen.
La revelación también mira hacia adelante, hacia el día en que la siega será completa. La cizaña será separada y destruida, mientras que el trigo —los justos— será preservado. Y entonces, como lo prometió el Salvador, los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. Esta es la gloriosa culminación del recogimiento: no solo escapar de la destrucción, sino ser glorificados con Cristo.
Hoy, vivir el Evangelio, guardar los convenios y participar en la edificación del reino de Dios es parte de este recogimiento profetizado. Cada alma que se bautiza, cada familia que se sella, cada misionero que comparte la verdad, está cumpliendo la visión de esta revelación. En los últimos días, el Señor no solo recoge a los justos: los forma, los santifica y los prepara para recibir Su presencia.
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Símbolo |
Posible significado |
Aplicación personal |
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El sembrador de trigo |
Jesucristo; quien planta la verdad y el Evangelio en el mundo. |
Acepta al Salvador como fuente de verdad y permite que Su palabra crezca en tu corazón. |
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El campo |
El mundo entero, donde se predica el Evangelio. |
Dondequiera que estés, puedes vivir y compartir el Evangelio; el recogimiento ocurre en todo lugar. |
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El trigo |
Los hijos del reino; los justos que aceptan y siguen a Cristo. |
Esfuérzate por ser parte del “trigo” al guardar tus convenios y seguir al Salvador con fidelidad. |
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La cizaña |
Los impíos; falsedades y corrupción sembradas por el enemigo. |
Mantente alerta frente a la influencia del pecado y la confusión, y busca siempre la verdad revelada. |
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El enemigo |
Satanás, quien siembra la cizaña durante la apostasía. |
Reconoce que el adversario actúa con sutileza; protege tu fe con estudio, oración y obediencia diaria. |
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Los siervos dormidos |
Representa la pérdida de autoridad y vigilancia tras la era apostólica. |
No seas un discípulo adormecido: mantente espiritualmente despierto y activo en tu discipulado. |
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La siega |
La obra misional y el recogimiento de los justos en los últimos días. |
Participa en la obra misional, en la edificación de Sion y en preparar a otros para la venida de Cristo. |
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Los manojos de trigo |
Congregaciones de santos justos, listos para la venida del Señor. |
Rodéate de personas que te fortalezcan espiritualmente; sé parte activa de la comunidad del Evangelio. |
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El quemar la cizaña |
El juicio y la destrucción del mal en la Segunda Venida. |
Busca vivir en santidad para que cuando llegue el día del Señor estés preparado y sin temor. |
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Brillar como el sol |
La glorificación final de los justos en el reino celestial. |
Confía en que tu fidelidad será recompensada eternamente; tu futuro en Cristo es glorioso. |
La revelación en Doctrina y Convenios 86 no termina con la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña (vv. 1–7); en los versículos 8–11, el Señor amplía la visión al conectar esa parábola con el sacerdocio, la Restauración y la salvación de Su pueblo.
Después de explicar el significado del trigo y la cizaña, el Señor dirige Su palabra a aquellos que poseen el sacerdocio y participan activamente en la obra de recogimiento. Él dice: “Por tanto, no os acongojéis por los que han muerto en el Señor… porque son ellos quienes son los justos…” (v. 8), y luego se enfoca en los hijos del reino, los que han sido llamados para ayudar en la obra de la siega.
Aquí se revela algo profundo: la parábola no solo trata del destino final de los justos e impíos, sino también del papel activo del sacerdocio en el proceso de recogimiento y salvación. El trigo no se recoge solo; el Señor envía a Sus siervos, aquellos investidos con autoridad, para identificar, reunir y preparar a los justos. Así, el sacerdocio restaurado en los últimos días es el instrumento mediante el cual se lleva a cabo esta obra divina.
La Restauración del Evangelio —y con ella, la restauración del sacerdocio— marca el comienzo de la siega. Sin esa autoridad, no podría realizarse la obra de recogimiento con el poder, la dirección y las ordenanzas necesarias. Por tanto, la restauración del sacerdocio es el puente entre la interpretación de la parábola y su cumplimiento literal en los últimos días.
Además, el Señor menciona que esta obra ocurre “para la salvación de mi pueblo Israel” (v. 10). En otras palabras, el recogimiento no es solo general, sino parte de la gran promesa de reunir a Israel, tanto literal como espiritualmente. Los justos de todas las naciones, tribus y lenguas son invitados a entrar en el nuevo convenio, y esto se hace por medio del sacerdocio y la Iglesia restaurada.
En resumen, la parábola del trigo y la cizaña muestra el plan profético del Señor, mientras que los versículos finales nos revelan los medios por los cuales se ejecuta ese plan:
- El sacerdocio como la autoridad divina para recoger y sellar.
- La Restauración como el punto de partida del recogimiento final.
- La salvación de Israel como el objetivo eterno de todo el proceso.
¿Cuál es tu función como “luz a los gentiles” y “salvador para el pueblo del Señor”? (Versículo 11).
Doctrina y Convenios 86:11 dice:
“Por tanto, vuestro llamamiento es para edificar mi iglesia y para llevar a luz a los gentiles, y ser para mi pueblo Israel un salvador.”
Este versículo es profundamente significativo, porque no solo revela lo que el Señor está haciendo en los últimos días, sino cuál es nuestro papel personal y sagrado en Su obra.
“Luz a los gentiles”
En las Escrituras, ser una “luz” significa reflejar la verdad, la rectitud y el testimonio de Cristo en un mundo que, espiritualmente, vive en tinieblas. Cristo es “la luz del mundo” (Juan 8:12), y cuando seguimos Sus pasos, nos convertimos en portadores de esa luz para otros.
¿Qué implica ser luz a los gentiles?
- Compartir el Evangelio restaurado con aquellos que no lo conocen.
- Vivir de manera que tu fe y tus obras inspiren a otros a acercarse a Cristo.
- Enseñar principios verdaderos con amor y claridad.
- Ayudar a disipar el error, la confusión y el escepticismo con el testimonio y la verdad revelada.
Tú puedes ser esa luz en tu familia, comunidad, redes sociales, vecindario, lugar de trabajo o misión. A veces es con palabras, pero más a menudo con tu ejemplo.
“Salvador para el pueblo del Señor”
Esto no significa que sustituyamos a Jesucristo en Su papel redentor. Él es el único Salvador. Pero el Señor nos permite participar en Su obra salvadora. En las palabras de Obadías 1:21: “Y subirán salvadores al monte de Sion…”.
¿Cómo puedes ser un “salvador” para Su pueblo?
- Al ayudar a reunir a Israel, tanto misionando como haciendo historia familiar y obra del templo.
- Al enseñar y fortalecer a otros en su fe.
- Al ministrar a los necesitados, levantando manos caídas y fortaleciendo rodillas debilitadas.
- Al ser un instrumento para que otros hagan convenios con Dios y los guarden.
Cuando ayudas a alguien a arrepentirse, a ser bautizado, a hacer convenios o a volver al camino del discipulado, estás siendo “salvador” para esa alma. No porque tú salves, sino porque Cristo salva a través de ti.
El Señor te llama a ser parte activa en Su obra. Como “luz a los gentiles”, reflejas el Evangelio a quienes lo necesitan. Como “salvador para el pueblo del Señor”, participas en el recogimiento y exaltación de Su pueblo. En ambos roles, estás colaborando con Cristo, llevando Su nombre y extendiendo Su reino.
Comentario final
Esta revelación, centrada en la parábola del trigo y la cizaña, ofrece una visión profética que trasciende la interpretación simbólica y nos ubica en el corazón mismo de la obra divina de los últimos días. Es un mensaje que abarca el pasado —con la plantación del Evangelio en el mundo antiguo—, el presente —con el recogimiento espiritual que ya ocurre— y el futuro —con la glorificación de los justos y el juicio final sobre el mal.
El Señor nos muestra que el campo sigue siendo suyo, y aunque la apostasía sembró confusión, Él nunca dejó de tener un plan. El recogimiento del trigo no es solo un evento profetizado: es una realidad en curso, una obra viva que nos envuelve hoy. Cada vez que compartimos el Evangelio, participamos en la obra misional, fortalecemos a los santos o realizamos ordenanzas salvadoras, estamos literalmente ayudando a recoger el trigo del Señor.
Pero la revelación va más allá de lo general; se vuelve personal. Nos llama a asumir un rol activo y sagrado: ser luz a los gentiles y salvadores para el pueblo del Señor. Esto transforma nuestra comprensión del discipulado. No somos simples observadores de la obra de Dios; somos colaboradores, siervos en la siega, portadores de luz en medio de la oscuridad.
Este llamado implica responsabilidad, pero también honra. Participar en la edificación del reino, en el recogimiento de Israel y en la preparación para la Segunda Venida es uno de los privilegios más grandes que un hijo o hija de Dios puede recibir.
Y todo esto ocurre en Cristo. No se trata de un esfuerzo humano aislado ni de una causa social: es la obra del Salvador, ejecutada mediante Su sacerdocio, Su Iglesia y Sus siervos escogidos.
En conclusión, Doctrina y Convenios 86 no es solo una interpretación inspirada de una parábola: es un mapa espiritual para los últimos días, un recordatorio de que la siega ha comenzado, y que cada uno de nosotros está llamado a ser trigo, a ayudar en la recolección, y a prepararse —junto a otros— para brillar como el sol en el reino del Padre. Nuestra fidelidad hoy es parte de esa cosecha gloriosa del mañana.
Doctrina y Convenios 87
La paz se encuentra en “lugares santos”.
Doctrina y Convenios 87 es una profecía poderosa dada a José Smith el 25 de diciembre de 1832. En ella, el Señor predice con gran exactitud el inicio y las consecuencias de la Guerra Civil de los Estados Unidos, pero también amplía la visión hacia conflictos más globales que marcarán los últimos días. Sin embargo, en medio de esa visión sombría de guerras, destrucción y desorden, el Señor ofrece un principio eterno de seguridad y consuelo:
“Por tanto, estad vosotros preparados para toda contingencia; fortaleceos en vuestra fe; ceñíos los lomos y sed sobrios; guardados en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor” (DyC 87:8).
Esta frase resalta un principio doctrinal vital: en tiempos de confusión y tribulación, la paz verdadera solo se encuentra en los lugares santos.
- Un mundo en conflicto y desorden (vv. 1–7)
La sección inicia con la predicción de guerras devastadoras, comenzando con la secesión de Carolina del Sur y extendiéndose a muchas naciones. La imagen es de una humanidad desgarrada por el odio, la destrucción y el colapso de los gobiernos. Es un retrato de los “últimos días” en los que las promesas de paz del mundo se desvanecen.
Doctrinalmente, estas guerras simbolizan no solo la violencia física, sino también el caos espiritual y moral de un mundo que ha rechazado a Cristo. En ese contexto, la única seguridad real no es geográfica, política o militar, sino espiritual.
- “Guardaos en lugares santos” (v. 8)
El versículo 8 es el punto doctrinal central de la sección. Después de describir los horrores que vendrán, el Señor no dice simplemente “resistan” o “refúgiense”. Dice: “guardaos en lugares santos”. Esta frase tiene múltiples significados:
- Lugares físicos santos, como el templo, el hogar centrado en el Evangelio y las reuniones de los santos.
- Lugares espirituales santos, como la obediencia a los convenios, la santidad personal y la fidelidad al Señor.
Ser guardado en lugares santos implica no solo estar en esos sitios, sino vivir de tal manera que uno mismo se convierta en un lugar santo, donde el Espíritu del Señor pueda morar.
- Paz en medio del caos
La promesa es clara: si nos “guardamos en lugares santos” y no nos dejamos mover —ni por el miedo, ni por el pecado, ni por la presión del mundo—, encontraremos paz en el día del Señor. Esa paz no es la ausencia de problemas, sino la presencia de Cristo en nuestras vidas. Él mismo prometió: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27).
Por tanto, los lugares santos se convierten en espacios de refugio espiritual, donde:
- Podemos recibir revelación.
- Somos protegidos del engaño y la confusión.
- Se fortalece nuestra fe y esperanza.
En los últimos días, los conflictos externos aumentan —políticos, sociales, espirituales— pero el Señor nos ha provisto una respuesta:
¿Dónde puedes encontrarlos hoy?
- En el templo, al hacer ordenanzas y buscar revelación.
- En tu hogar, si lo conviertes en un centro de fe, oración y estudio del Evangelio.
- En tu corazón, cuando vives en rectitud y el Espíritu puede habitar contigo.
- En la Iglesia, al participar de los convenios y el servicio.
Doctrina y Convenios 87 nos recuerda que el caos de los últimos días no es una señal de derrota, sino una invitación a encontrar seguridad en Cristo. Los “lugares santos” no son solo refugios físicos; son espacios sagrados donde el Señor puede hablarnos, protegernos y llenarnos de Su paz.
En un mundo lleno de guerras y rumores de guerras, la paz verdadera solo se encuentra al lado del Príncipe de Paz, y Él mora en lugares santos.
¿Qué aprendes sobre la profecía a partir de esta revelación y la forma en que se cumplió?
Doctrina y Convenios 87 fue dada en 1832, casi tres décadas antes del inicio de la Guerra Civil de los Estados Unidos. En ella, el Señor profetizó que Carolina del Sur se rebelaría, que se levantaría contra otras naciones, y que la guerra se extendería a muchas naciones —todo lo cual se cumplió con exactitud.
Esto nos enseña que las profecías no dependen del calendario humano, sino del tiempo del Señor. Él ve el fin desde el principio. Cuando Él habla, lo hace con una visión eterna. El cumplimiento puede demorarse según nuestra perspectiva, pero no según Su fidelidad.
¿Qué le dirías a alguien que tiene dudas acerca de una profecía, porque no se cumple de inmediato?
Le diría: “La demora no es negación.”
En las Escrituras, muchas promesas tardaron años o siglos en cumplirse:
- Abraham esperó décadas por un hijo.
- Moisés guio al pueblo 40 años hacia una tierra prometida.
- Los santos esperaron siglos por la venida del Mesías.
Dudar por el tiempo es mirar con ojos mortales. Le recordaría que la fe verdadera incluye confiar en que Dios cumple lo que promete, aun cuando no entendamos el “cuándo” o el “cómo”. El tiempo del cumplimiento no disminuye la veracidad de la palabra profética, solo prueba nuestra confianza en el Profeta divino.
¿Qué consejo da el Señor en el versículo 8?
El Señor dice:
“Por tanto, estad vosotros preparados para toda contingencia; fortaleceos en vuestra fe; ceñíos los lomos y sed sobrios; guardaos en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor.”
Este versículo es una guía espiritual para los últimos días:
- Prepárate para cualquier situación.
- Fortalece tu fe.
- Vive con sobriedad espiritual.
- Refúgiate en lugares santos.
- Permanece firme.
Es como si el Señor dijera: “El mundo se sacudirá, pero tú no tienes por qué hacerlo si estás firme en mí.”
¿Cuáles son los “lugares santos” en los que encuentras paz y seguridad? ¿Qué hace que un lugar sea santo?
Un lugar se vuelve santo no solo por su función física, sino porque en él mora el Espíritu del Señor y se viven Sus principios. Estos lugares incluyen:
- El templo, donde recibes revelación y haces convenios eternos.
- Tu hogar, si está centrado en Cristo, lleno de oración, estudio y amor.
- Tu mente y corazón, cuando tus pensamientos son puros y tus intenciones justas.
- Momentos santos, como el sacramento, la oración personal o el estudio sincero de las Escrituras.
- Palabras santas, como las enseñanzas de los profetas vivos, que pueden ser un refugio espiritual para tu alma.
¿Cómo pueden las palabras de los profetas ser un lugar santo para ti?
Las palabras de los profetas no solo enseñan: protegen, advierten y consuelan. Cuando haces de esas palabras parte de tu vida diaria —como si vivieras dentro de ellas—, te colocas en un lugar seguro.
Tal como un templo ofrece refugio físico del mundo, sus enseñanzas ofrecen refugio espiritual del ruido, la confusión y el engaño que abundan. Al atesorarlas y obedecerlas, estás espiritualmente “dentro” de un lugar santo, incluso si estás en medio de un mundo agitado.
¿Qué significa “permanecer” en esos lugares y “no ser movidos”?
“Permanecer” implica fidelidad constante. No es suficiente visitar ocasionalmente un lugar santo —ya sea físico o espiritual—. El llamado del Señor es a habitar en santidad, a vivir en rectitud sin ser arrastrado por las modas, presiones o temores del mundo.
“No ser movido” significa mantenerte firme aunque soplen los vientos del conflicto, la tentación o la incertidumbre. Significa que tu identidad como discípulo de Cristo es tan profunda que nada te puede arrancar de tu fe.
Doctrina y Convenios 87 no solo profetiza sobre guerras; también ofrece el antídoto: la paz en Cristo. Esa paz no vendrá de las circunstancias externas, sino de vivir en lugares santos —espiritualmente seguros— donde el Señor puede fortalecerte, hablarte y sostenerte.
En los días que vienen, más que nunca, necesitaremos refugiarnos en esos lugares, y permanecer allí sin ser movidos, hasta que venga el día del Señor.
Diálogo entre un maestro y un alumno
MAESTRO: Hoy vamos a estudiar una revelación profética profundamente relevante para nuestros tiempos: Doctrina y Convenios 87. ¿Has tenido la oportunidad de leerla recientemente?
ALUMNO: Sí, la leí esta semana. Me impactó la precisión con la que profetiza sobre guerras y conflictos, especialmente la Guerra Civil de los Estados Unidos.
MAESTRO: Así es. Fue dada el 25 de diciembre de 1832, casi treinta años antes de que comenzara la guerra. ¿Qué aspectos específicos predijo el Señor en esta revelación?
ALUMNO: Que Carolina del Sur se rebelaría contra el gobierno federal, que se aliaría con otras naciones, y que la guerra se extendería a muchas partes del mundo.
MAESTRO: Exactamente. Y todo eso se cumplió. Es un ejemplo muy claro de que Dios habla con conocimiento perfecto del futuro. ¿Qué nos enseña eso sobre el carácter de la profecía divina?
ALUMNO: Que Dios ve el fin desde el principio. Sus promesas y advertencias no están atadas al calendario humano. Aunque parezca que tardan, se cumplen en Su debido tiempo.
MAESTRO: Muy bien. Algunas personas pierden la fe cuando las profecías no se cumplen rápidamente. ¿Qué les dirías tú?
ALUMNO: Les diría que “la demora no es negación”. Hay muchos ejemplos en las Escrituras donde las promesas de Dios tardaron años o siglos en cumplirse, como el hijo prometido a Abraham o la venida del Mesías. La clave es confiar en la fidelidad de Dios, no en nuestro propio calendario.
MAESTRO: Perfectamente expresado. Ahora, después de la descripción de tantos conflictos y tribulaciones en los primeros siete versículos, ¿qué ofrece el Señor como respuesta o solución en el versículo 8?
ALUMNO: El Señor dice: “Estad preparados para toda contingencia; fortaleceos en vuestra fe; ceñíos los lomos y sed sobrios; guardaos en lugares santos y no seáis movidos, hasta que venga el día del Señor”.
MAESTRO: ¿Qué te sugiere esa expresión: “guardaos en lugares santos”?
ALUMNO: Creo que tiene múltiples significados. Por un lado, habla de lugares físicos, como el templo o el hogar. Pero también pienso que se refiere a un estado espiritual: vivir de tal forma que uno mismo se convierta en un lugar donde el Espíritu pueda habitar.
MAESTRO: Muy buena observación. ¿Podrías nombrar algunos ejemplos de esos lugares santos físicos y espirituales?
ALUMNO: Claro. El templo es el ejemplo más claro de un lugar santo. También el hogar, si está centrado en Cristo, lleno de amor, oración y estudio del Evangelio. En el plano espiritual, nuestra mente y nuestro corazón pueden ser lugares santos si cultivamos pensamientos puros, obediencia a los convenios, y una vida justa.
MAESTRO: Exactamente. Y no olvidemos otros lugares santos, como las reuniones sacramentales, los momentos de oración personal, o incluso las palabras de los profetas. ¿Qué función cumplen estos “lugares santos” en un mundo que, como describe esta sección, está lleno de confusión, guerras y destrucción?
ALUMNO: Nos brindan refugio. Nos protegen del engaño, de la desesperanza y del caos espiritual. En esos lugares podemos recibir revelación, renovar nuestra fe y sentir la paz del Señor.
MAESTRO: Muy cierto. ¿Y qué tipo de paz ofrece el Señor, en contraste con la que ofrece el mundo?
ALUMNO: La paz del Señor no depende de que todo esté bien afuera, sino de que todo esté en orden adentro. Él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da”. Su paz es duradera, firme, y puede sostenernos incluso en medio de la tormenta.
MAESTRO: Excelente. Entonces, ¿qué significa “no ser movidos” en este contexto?
ALUMNO: Significa permanecer fiel, no dejarse arrastrar por el miedo, el pecado o las presiones del mundo. Es estar espiritualmente anclado, sin importar lo que pase alrededor. Es vivir de tal forma que ni la tentación ni la tribulación te saquen del camino del discipulado.
MAESTRO: Has captado muy bien el mensaje. Y para cerrar, ¿cómo pueden las palabras de los profetas convertirse en un “lugar santo” para ti?
ALUMNO: Si las escucho, las estudio y las aplico, se vuelven una guía segura. Me protegen del error y me llenan de consuelo. Es como tener un refugio espiritual dentro de mi mente y corazón. Incluso si estoy rodeado de confusión, sus palabras me recuerdan quién soy y hacia dónde voy.
MAESTRO: Qué poderosa reflexión. En resumen, ¿qué le dirías a alguien que siente temor por el estado actual del mundo?
ALUMNO: Que no estamos indefensos. El Señor ya nos dio la receta: buscar Su paz en lugares santos. Si vivimos en santidad, permanecemos firmes y nos refugiamos en Su presencia, no tenemos por qué temer. La seguridad no viene del mundo, sino de Cristo. Y Él nos promete que si no nos movemos, Él vendrá y nos sostendrá.
MAESTRO: Amén. Ese es el corazón de Doctrina y Convenios 87: una advertencia, sí, pero también una promesa gloriosa. Que el mundo tiemble si quiere —los santos, en lugares santos, permanecerán en paz.
Comentario final
Doctrina y Convenios 87 no solo es una revelación profética de notable precisión histórica —anticipando la Guerra Civil de los Estados Unidos y los conflictos mundiales que vendrían—; es también un poderoso llamado a la preparación espiritual. En medio de las advertencias sobre guerras, caos político y colapsos morales, el Señor extiende una invitación clara, directa y llena de esperanza: “Guardaos en lugares santos y no seáis movidos.”
Ese mandato resume la promesa divina de refugio en los últimos días. No se trata simplemente de una supervivencia física, sino de una permanencia espiritual en un mundo que se sacude. El Señor no está interesado solo en protegernos del peligro, sino en santificarnos a través de nuestra fidelidad. Y esa santificación ocurre en “lugares santos”: espacios físicos como el templo y el hogar, pero también espacios espirituales como la obediencia a los convenios, el estudio de Su palabra, la comunión con el Espíritu y la guía de los profetas vivientes.
El gran mensaje de esta revelación es que la paz verdadera no es la ausencia de conflicto externo, sino la presencia constante de Cristo en nuestra vida. Cuando el mundo grita, el discípulo escucha la voz apacible del Espíritu. Cuando la sociedad tambalea, los fieles están anclados en su fe. Cuando las naciones caen, los santos permanecen firmes.
Además, esta sección nos enseña una lección profunda sobre el tiempo del cumplimiento profético. Que una profecía tarde en cumplirse no significa que sea falsa; significa que Dios actúa según Su sabiduría eterna, no según nuestras urgencias temporales. Esto fortalece nuestra fe en el carácter inmutable del Señor y nos llama a confiar más en Su palabra que en nuestros relojes.
Finalmente, Doctrina y Convenios 87 es tanto una advertencia como una promesa: el caos vendrá, pero la paz también está disponible—y se encuentra en lugares santos. Nuestra preparación para los últimos días no consiste solo en acumular provisiones, sino en construir santuarios de fe en nuestros hogares, corazones y comunidades. Así, cuando venga el día del Señor, no seremos sorprendidos ni sacudidos, sino hallados en paz, firmes en Cristo, esperando Su gloriosa venida.
— Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 85 — 86 — 87
— Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 85 — 86 — 87
— Discusiones sobre Doctrina y Convenios
El Juramento y Convenio del Sacerdocio D.y C. 84–87
— “¿Acaso no hemos tenido un profeta entre nosotros?”
— “Hace que mis huesos tiemblen”: Enseñando Doctrina y Convenios 85
— ¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 85–87?

























