Sacerdocio

Seis Preguntas Acerca del Sacerdocio

Presidente N. Eldon Tanner


Es un gran privilegio, una bendición y una responsabilidad ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, donde el sacerdocio y la autoridad de Dios dirigen y administran los asuntos de la Iglesia. Por medio de esta autoridad y bajo ella se administran y reciben todas las ordenanzas de la Iglesia. Aún mayor privilegio, bendición y responsabilidad es poseer este sacerdocio y esta autoridad, y es sobre este poder divino que deseo escribir.

Parecería que lo mejor sería hacerlo respondiendo preguntas que se me han hecho, tales como:

  1. ¿Qué es el sacerdocio?
  2. ¿En qué se basa su afirmación de que su Iglesia es la única que posee el sacerdocio o autoridad de Dios?
  3. ¿Por qué afirman que el sacerdocio es necesario para administrar los asuntos de la Iglesia?
  4. ¿Quién posee el sacerdocio?
  5. ¿Cuáles son las responsabilidades de quien posee el sacerdocio?
  6. ¿Cuáles son las bendiciones del sacerdocio?

¿Qué es el sacerdocio?

Aunque deseo tratar el tema del sacerdocio tal como se aplica en los últimos días, debemos comprender, como lo explicó Brigham Young, que el sacerdocio es la ley mediante la cual los mundos son, fueron y serán creados y poblados. Es el poder que les da sus revoluciones, sus días, semanas, meses, años y estaciones.

Además, él declaró que el sacerdocio es “un sistema perfecto de gobierno, de leyes y de ordenanzas, mediante el cual podemos estar preparados para pasar de una puerta a otra, y de un centinela a otro, hasta llegar a la presencia de nuestro Padre y Dios.” (Journal of Discourses, 2:139)

El sacerdocio de Dios fue delegado a Adán y se transmitió hasta Abraham, quien lo recibió del gran sumo sacerdote Melquisedec:
“El cual sacerdocio permanece en la iglesia de Dios en todas las generaciones, y no tiene principio de días ni fin de años.
“Y el Señor confirmó también un sacerdocio sobre Aarón y su descendencia, por todas sus generaciones; el cual sacerdocio también permanece y permanece para siempre con el sacerdocio que es según el orden más santo de Dios.
“Y este sacerdocio mayor administra el evangelio y posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios.
“Por tanto, en las ordenanzas de este sacerdocio, se manifiesta el poder de la divinidad.
“Y sin las ordenanzas de este sacerdocio y la autoridad del mismo, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne.” (DyC 84:17–21)

La autoridad del sacerdocio

Ahora hablemos del sacerdocio y su restauración en los últimos días, y respondamos a la pregunta de por qué afirmamos que nuestra Iglesia es la única que posee el sacerdocio o autoridad de Dios.

Nuestro quinto Artículo de Fe declara claramente:
“Creemos que el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía, y por la imposición de manos por aquellos que tienen la autoridad, para predicar el Evangelio y administrar sus ordenanzas.”

Esta declaración concuerda plenamente con la que Pablo hizo a los hebreos. Refiriéndose a las ordenaciones al sacerdocio, dijo:
“Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.” (Hebreos 5:4)

Una de las características más distintivas e importantes de la Iglesia es su sacerdocio, definido tan hermosamente por el presidente Joseph F. Smith:
“El sacerdocio no es otra cosa que el poder de Dios delegado al hombre, por medio del cual el hombre puede actuar en la tierra para la salvación de la familia humana, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y actuar legítimamente; no asumiendo esa autoridad, ni tomándola prestada de generaciones ya muertas y desaparecidas, sino autoridad que ha sido dada en este día en que vivimos por ángeles ministrantes y espíritus de lo alto, directamente desde la presencia del Dios Todopoderoso…” (Doctrina del Evangelio, págs. 139–140)

Cuando José Smith y Oliver Cowdery estaban traduciendo el Libro de Mormón, se les apareció Juan el Bautista. Anunciando que actuaba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan —los antiguos apóstoles que poseían las llaves del sacerdocio mayor— confirió el Sacerdocio Aarónico a José y Oliver con estas palabras:

“Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías confiero el Sacerdocio de Aarón, que posee las llaves del ministerio de ángeles, del evangelio de arrepentimiento y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este no será quitado de la tierra hasta que los hijos de Leví vuelvan a ofrecer al Señor una ofrenda en justicia.” (DyC 13)

José Smith registra que, posteriormente, Pedro, Santiago y Juan lo ordenaron a él y a Oliver Cowdery como apóstoles y testigos especiales de Jesucristo, para llevar las llaves del ministerio de Su reino y de una dispensación del evangelio para los postreros tiempos y la dispensación del cumplimiento de los tiempos. (Véase DyC 27:12–13)

En el momento de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el Señor dio la siguiente revelación a José Smith:

“He aquí, se llevará entre vosotros un registro; y en él se te llamará vidente, traductor, profeta, apóstol de Jesucristo, élder de la iglesia por la voluntad de Dios el Padre y la gracia de tu Señor Jesucristo, siendo inspirado por el Espíritu Santo para establecer los fundamentos de la iglesia y edificarla en la fe más santa.” (DyC 21:1–2)

La autoridad del sacerdocio no puede ser asumida ni arrogada por uno mismo, sino que debe ser delegada por Dios mediante alguien que tenga autoridad. Una de las razones de la confusión que existe hoy en día entre las iglesias es que el hombre ha asumido esta autoridad sin la debida delegación del Señor.

Un hombre no tendría más derecho a arrogarse esta autoridad del sacerdocio que el que tendría un ciudadano cualquiera para decidir ser representante del rey, del parlamento o del presidente de los Estados Unidos. De hecho, si alguien comenzara a firmar documentos como su representante sin haber sido debidamente nombrado, se le acusaría de falsificación y sería juzgado conforme a la ley.

Si el mundo pudiera comprender y aceptar esta verdad evidente por sí misma, no sería difícil aceptar que la autoridad ha sido dada o delegada por el Señor, así como lo fue a José Smith, para organizar Su Iglesia. Pero debemos recordar que siempre que Dios coloca el verdadero sacerdocio sobre la tierra, también hay presente un sacerdocio falso, que pretende tener los poderes del verdadero sacerdocio. Mediante la fe, la oración y el testimonio del Espíritu Santo, podemos distinguir la verdad.

¿Por qué es necesario el sacerdocio?

Llegamos ahora a la tercera pregunta sobre la necesidad del sacerdocio en la administración de los asuntos de la Iglesia. Solo mediante la autoridad del sacerdocio pueden recibirse o administrarse las ordenanzas del evangelio. Sin ella, nadie puede bautizar, confirmar, ordenar, oficiar ni ocupar ningún cargo de presidencia en la Iglesia. En las organizaciones de mujeres, quienes ocupan cargos como líderes o maestras son llamadas y apartadas mediante la autoridad del sacerdocio.

En cada dispensación del tiempo ha habido un líder que ha poseído el sacerdocio de Dios. En esta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, el sacerdocio ha sido restaurado y se encuentra ahora en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la cual, por lo tanto, está plenamente autorizada para predicar el evangelio y administrar las ordenanzas. Es evidente que la fuente del sacerdocio es la Deidad, y que el sacerdocio que posee el hombre es autoridad delegada, sin la cual nuestras labores no tendrían eficacia.

Otra razón por la cual el sacerdocio es necesario se encuentra en otro Artículo de Fe, el número nueve, que declara:

“Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos concernientes al Reino de Dios.”

Sabemos que Dios revela su mente y su voluntad a sus siervos los profetas, y es necesario que el Señor tenga un representante del sacerdocio por medio del cual pueda dar a conocer su mente y su voluntad, y que a su vez pueda servir como Su portavoz ante los miembros de la Iglesia. Así, es necesario tener el sacerdocio a fin de interpretar y llevar a cabo los propósitos de Dios.

¿Quién posee el sacerdocio?

Nuestra cuarta pregunta es: ¿Quién posee el sacerdocio? Respondemos que cualquier varón que califique y sea ordenado puede poseer el sacerdocio y oficiar en el oficio que se le haya conferido. Sin embargo, parece haber hoy en la Iglesia una tendencia a pensar que cuando un niño cumple los doce años automáticamente debe recibir el Sacerdocio Aarónico y ser ordenado diácono, y que debe avanzar conforme a su edad en cada uno de los oficios del sacerdocio; y que nuevamente, cuando cumple los dieciocho años, debe ser ordenado élder automáticamente.

Esto es contrario a las enseñanzas de la Iglesia y al orden del sacerdocio. Cualquier hombre, joven o adulto, para recibir el sacerdocio o avanzar en él, debe vivir conforme a los convenios que hizo al entrar en las aguas del bautismo, y debe ser digno en todo sentido.

El sacerdocio es uno de los dones y bendiciones más grandes que un hombre puede recibir. Cada padre, cada maestro, cada obispo y cada presidente de estaca debe enseñar al solicitante qué es el sacerdocio, y la autoridad que preside debe asegurarse mediante una entrevista minuciosa, antes de la ordenación, de que el joven es digno en todo sentido, y de que comprende lo que el sacerdocio significa para él y cuáles son sus responsabilidades. Además, debe ser aprobado por el cuerpo del sacerdocio.

Sin duda, cuando Dios autoriza a un hombre a hablar o actuar en Su nombre—ya sea diácono, maestro, sacerdote, élder, setenta o sumo sacerdote—espera que ese hombre sea un representante digno.

Imaginemos a un joven de dieciocho años recibiendo la autoridad para enseñar, bautizar y ordenar a otros jóvenes como diáconos, maestros, sacerdotes y élderes, con la misma eficacia que quienes ocupan posiciones superiores en la Iglesia. Imaginemos la gran responsabilidad, privilegio y honor que eso representa para él. Una vez más, no podemos recalcar lo suficiente la importancia de ser dignos de esta gran bendición y de ser un ejemplo para el mundo.

Responsabilidades y bendiciones del sacerdocio

Las preguntas cinco y seis abordan las responsabilidades y bendiciones del sacerdocio. Quien posee el sacerdocio debe aceptar cualquier oficio al que sea llamado o cualquier asignación que le dé la autoridad que preside, magnificar su sacerdocio y servir a su prójimo. Recuerden que el Señor dijo:

“Porque todos los que son fieles para obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.” Y sigue con esta gran promesa:
“… por consiguiente, todo lo que tiene mi Padre le será dado.” (DyC 84:33, 38)

Todo está condicionado a magnificar el sacerdocio.

Todos deberíamos leer, estudiar y comprender las secciones 84 y 107 de Doctrina y Convenios, que tratan sobre el sacerdocio.

Nunca olvidaré la importancia que mi padre daba a las responsabilidades de quien posee el sacerdocio. Aunque vivíamos en una granja y estábamos siempre ocupados, él recalcaba que mis deberes del sacerdocio venían primero. Me crie con el lema y la creencia de que “si buscas primeramente el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas te serán añadidas para tu bien”, lo cual mi experiencia y observación han demostrado ser cierto. Mi padre también me dio oportunidades en nuestro hogar para ejercer mi oficio y llamamiento del sacerdocio, como al bendecir a los enfermos u ofrecer otros servicios apropiados.

Uno nunca sabe qué influencia puede tener sobre aquellos con quienes se relaciona ni cómo afectará sus vidas. Como poseedores del sacerdocio, debemos dar ejemplo de rectitud, ser honestos en todos nuestros tratos, evitar la vulgaridad y la blasfemia, y demostrar a nuestros vecinos y a todos los que nos rodean que vivimos vidas limpias y honorables. Guardemos los mandamientos.

Debemos esforzarnos por lograr paz y armonía en nuestros hogares y permitir que esa influencia se extienda por todo el mundo. Es responsabilidad de los poseedores del sacerdocio mantener los estándares de la Iglesia en todo momento y alentar a otros a hacer lo mismo. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y extender una mano de ayuda a quienes lo necesiten.

El sacerdocio es para bendición de todos: hombres, mujeres y niños. Por medio del sacerdocio recibimos y administramos las ordenanzas del evangelio, que incluyen el bautismo, la confirmación, la Santa Cena y todas las ordenanzas del templo, incluyendo los sellamientos por el tiempo y por toda la eternidad, así como la obra por los muertos.

Por el poder del sacerdocio, los enfermos son sanados, los cojos caminan, los ciegos ven y los sordos oyen, conforme a su fe y a la voluntad de nuestro Padre Celestial. Las bendiciones del sacerdocio consuelan a los que lloran y dan ayuda a los afligidos.

De hecho, si comprendiéramos plenamente el poder de lo que todo esto significa, probablemente sentiríamos lo mismo que expresó Oliver Cowdery al describir la aparición de Juan el Bautista para restaurar el Sacerdocio Aarónico y así dar comienzo al establecimiento del Reino de Dios en la tierra:

“De repente, como desde el seno de la eternidad, la voz del Redentor nos habló paz, mientras se descorría el velo y el ángel de Dios vino revestido de gloria y entregó el tan anhelado mensaje, y las llaves del Evangelio del arrepentimiento. ¡Qué gozo! ¡Qué maravilla! ¡Qué asombro! Mientras el mundo se hallaba agitado y en confusión — mientras millones andaban a tientas como ciegos en busca del muro, y mientras todos los hombres descansaban en la incertidumbre, como una masa general, nuestros ojos vieron — nuestros oídos oyeron. Como a plena luz del día; sí, más aún — por encima del resplandor del rayo de sol de mayo, que entonces derramaba su brillantez sobre el rostro de la naturaleza. Entonces su voz, aunque suave, penetró hasta el centro, y sus palabras, ‘Soy tu consiervo’, disiparon todo temor. Escuchamos, contemplamos, ¡admiramos! Era la voz de un ángel de gloria — era un mensaje del Altísimo, y al escucharlo nos regocijamos, mientras Su amor se encendía en nuestras almas y fuimos arrebatados en la visión del Todopoderoso. ¿Dónde había lugar para la duda? ¡En ninguna parte! La incertidumbre había huido, la duda se había hundido para no levantarse jamás, mientras la ficción y el engaño habían huido para siempre!” (Historia de la Iglesia, 1:43)

En una disertación sobre el sacerdocio, el presidente J. Reuben Clark hizo esta observación:
Si el gobierno civil de cualquiera de nuestras comunidades fuera repentinamente destruido, la organización de la Iglesia podría gobernar la comunidad si se le otorgara la debida autorización civil. Él declaró que los maestros orientadores, cuya función es mantener el orden en la Iglesia, podrían actuar como fuerza policial. Los obispos estarían autorizados para presidir tribunales; los sumos consejos y los presidentes de estaca presidirían otros tribunales, tanto de jurisdicción original como de apelación, y habría derecho a apelar ante la Primera Presidencia de la Iglesia. Luego señaló que la autoridad reside en el Presidente de la Iglesia para establecer todas las reglas y regulaciones necesarias para el gobierno del pueblo. Es evidente que la organización del sacerdocio es completa y perfecta, y está disponible y lista para ser implementada cuando el Señor venga a gobernar sobre la tierra.

Un ejemplo sobresaliente de la organización perfecta y del poder del sacerdocio es el que explicó el presidente Harold B. Lee con respecto a su experiencia cuando fue llamado, en 1935, para organizar el programa de bienestar de la Iglesia, a fin de revertir la dependencia de la asistencia gubernamental y poner a la Iglesia en condiciones de cuidar de sus propios necesitados.

Él dijo que, mientras oraba fervientemente al Señor en busca de guía sobre qué tipo de organización debía establecerse, recibió una respuesta clara:

“No es necesaria ninguna organización nueva para atender las necesidades de este pueblo. Lo único que se necesita es poner a trabajar al sacerdocio de Dios. No hay nada más que necesiten como sustituto.”

Y eso fue lo que se hizo, y el programa de bienestar ha progresado y hoy en día es un monumento al poder del sacerdocio y un modelo para el mundo.

Hoy, comprometámonos cada uno a mostrar lealtad y devoción al sacerdocio de Dios, y a seguir al líder que es el portavoz del Señor en la tierra. Al hacerlo, no solo contribuiremos a la paz y felicidad propias y de nuestras familias, sino que, mediante el servicio a nuestro prójimo, estaremos sirviendo al Señor y preparándonos para morar en Su casa para siempre.

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