Ven sígueme ― Doctrina y Convenios 88

Ven sígueme ― Doctrina y Convenios 88
11 – 17 agosto: “Estableced […] una casa de Dios”


Era el invierno de 1832 en Kirtland, Ohio. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días apenas contaba con unos cientos de miembros, dispersos en pequeñas ramas. José Smith, de tan solo 27 años, estaba dirigiendo un momento de gran agitación y también de enorme revelación. Ese año había sido particularmente intenso: en septiembre, había recibido una revelación conocida como “la profecía sobre la guerra” (DyC 87), y en noviembre, los primeros élderes habían regresado de sus misiones, trayendo noticias de conversos y desafíos.

En ese ambiente, José Smith reunió a los líderes para instruirlos sobre una obra que el Señor quería que emprendieran: la Escuela de los Profetas. El objetivo era preparar espiritualmente y mentalmente a los élderes para la predicación del evangelio y para la edificación de Sion. El Señor había mandado que “buscaran conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (v. 118), no solo en las Escrituras, sino también en todas las áreas del saber que pudieran fortalecer la obra divina.

La revelación que ahora conocemos como Doctrina y Convenios 88 comenzó a recibirse el 27 de diciembre de 1832 y se completó el 3 de enero de 1833. Fue descrita por José Smith como “la oración y bendición de paz” para la Iglesia. Sin embargo, más que un simple mensaje de consuelo, fue un texto doctrinal profundo: habló del papel de Jesucristo como la luz que da vida a todas las cosas, de las leyes eternas que gobiernan el universo, del recogimiento de Israel, y de la preparación para la Segunda Venida.

A los élderes reunidos se les instruyó en cómo organizar sus vidas, en la importancia de la pureza y la paz, y en la urgencia de estar listos para encontrarse con el Señor. También se establecieron principios que guiarían el funcionamiento de la Escuela de los Profetas, donde los líderes aprenderían no solo teología, sino idiomas, ciencias y todo conocimiento útil para edificar el reino de Dios.

En un tiempo en que la Iglesia estaba en su infancia, rodeada de opositores y con recursos limitados, la sección 88 fue un llamado a elevar la visión: a prepararse para una misión mundial, a vivir en santidad, y a comprender que la obra de Dios abarca tanto lo espiritual como lo intelectual. Esta revelación marcó el inicio formal de un esfuerzo educativo y espiritual que se convertiría en un rasgo distintivo del mormonismo: la búsqueda de la verdad en todas las cosas, bajo la luz de Cristo.


Doctrina y Convenios 88:6–67
La luz y la ley provienen de Jesucristo.


  1. Lo que enseñan los versículos sobre la luz y la ley

En estos versículos, el Señor describe a Jesucristo como la fuente universal de luz:

  • Jesucristo es la luz que está en todas las cosas (v. 6–13). Esa luz es Su influencia vivificante, la que da vida física, ilumina el entendimiento y guía espiritualmente a todo ser humano.
  • La luz de Cristo está en el sol, la luna, las estrellas y la tierra misma (v. 7–10). Todo lo que existe recibe su energía, orden y propósito de Él.
  • Esta luz es también la ley por la cual todas las cosas son gobernadas (v. 12–13). No hay separación entre Su luz y Su ley: Su luz es el poder que organiza, mantiene y dirige todo el universo, tanto física como espiritualmente.
  • La ley de Cristo es universal: cada reino y grado de gloria recibe luz según su capacidad y disposición para obedecerla (v. 21–32). El que obedece recibe más luz; el que la rechaza, pierde la que tenía (v. 32–35).
  • La luz crece en la medida en que vivimos la ley (v. 66–67). Llegar a recibir la “plenitud” significa estar llenos de luz hasta ser semejantes a Cristo.
  1. Lo que aprendemos de Jesucristo
  • Él descendió debajo de todas las cosas y ascendió sobre todas las cosas para poder llenarlo todo con Su luz (v. 6).
  • Él es el centro de todo orden cósmico y espiritual: nada vive ni se mantiene sin Su luz.
  • Él es el dador de la ley que rige tanto el universo material como el reino espiritual.
  • La relación con Él no es solo de obediencia legal, sino de transformación: a medida que recibimos Su luz, nos vamos asemejando más a Él.
  1. Inspiración personal: recibir luz y vivir la ley de Cristo

Leyendo estos versículos, surge una invitación doble:

  • Recibir más luz: esto implica buscar a Cristo de forma constante, abrirnos a Su influencia por medio de oración, estudio de las Escrituras y obediencia a las impresiones del Espíritu. La luz se recibe gradualmente y con fidelidad.
  • Vivir la ley de Cristo: no se trata solo de cumplir reglas, sino de armonizar nuestra vida con los principios divinos que Él ha revelado. Su ley es la “ley de amor” que purifica las intenciones y moldea el carácter.

Me siento inspirado a cuidar más mi receptividad a la luz de Cristo, eliminando aquello que me distrae o entorpece el Espíritu. También deseo estudiar más Sus palabras y aplicarlas con más exactitud, recordando que cada acto de obediencia es una invitación a recibir más luz y a entender mejor Su ley.

 

Texto resumido

Enseñanza sobre

Enseñanza sobre la luz

6

“Jesucristo descendió debajo de todas las cosas y ascendió sobre todas las cosas para llenarlo todo.”, “Jesucristo es la fuente de toda luz y poder”

Jesucristo descendió debajo de todas las cosas

 

7

Él es la luz del sol y el poder por el cual fue hecho.

La luz física proviene de Cristo

Ley cósmica

8

Es la luz de la luna.

Toda luz natural procede de Él

 

9

Es la luz de las estrellas.

Cristo ilumina todo el firmamento

 

10

Es la luz que está en la tierra y su poder de orden.

Es la luz que está en la tierra y su poder de orden.

Ley de creación

11

La luz de Cristo da vida a todas las cosas y vivifica todo entendimiento.

La luz espiritual e intelectual viene de Él

 

12

La luz de Cristo da vida a todas las cosas y vivifica todo entendimiento.

La luz espiritual e intelectual viene de Él

Ley universal

13

La luz de Cristo llena la inmensidad del espacio y es la ley por la cual todas las cosas son gobernadas.

Su luz es omnipresente

Ley de gobierno divino

21

El que no vive la ley de un reino no puede soportar su gloria.

 

Ley de gloria

22

El que no soporta la ley celestial no puede soportar su gloria.

 

Ley celestial

23

Lo mismo con las leyes terrenal y telestial.

 

Leyes de gloria menor

32

El que no vive ninguna ley será privado de gloria y luz.

La luz se pierde si se rechaza la ley

Ley de causa y efecto

35

El que es injusto permanecerá injusto; la ley y la luz no cambian para acomodar al hombre.

La luz es constante

Ley inmutable

66

Cristo promete dar la plenitud de Su gloria a los que le aman y guardan Sus mandamientos.

Recibir la plenitud de luz

Ley de amor

67

El ojo es único y lleno de luz; el cuerpo entero estará lleno de luz.

Pureza de intención permite recibir más luz

Ley de santidad

En conclusión: En Doctrina y Convenios 88:6–67, el Señor revela que la luz y la ley tienen un mismo origen: Jesucristo. Él no solo ilumina el sol, la luna, las estrellas y la tierra, sino que también da vida y entendimiento a toda persona. Su luz es, a la vez, la ley que sostiene y gobierna todo el universo. Cada ser recibe luz según su disposición para vivir de acuerdo con esa ley, y quien la obedece recibe aún más luz, acercándose gradualmente a la plenitud divina. Rechazarla implica perder la luz que se tenía.

La invitación final es clara: buscar a Cristo con pureza de intención, vivir Su ley de amor y armonizar nuestra vida con Sus principios. Así, nuestra existencia se llenará de luz, hasta reflejar Su misma gloria. Recibir Su luz no es solo comprender verdades, sino permitir que nos transformen, moldeando nuestro carácter a Su semejanza. En este proceso, cada acto de obediencia se convierte en un paso más hacia la plenitud de vida que Él ofrece.


Doctrina y Convenios 88:62–64
“Allegaos a mí”.


Imagina que el Salvador te habla directamente, con una voz llena de ternura y poder: “Allegaos a mí…”. No es una orden fría ni un llamado distante; es una invitación personal, como la de un amigo que extiende la mano para sacarte de la oscuridad y conducirte a la luz. Él no dice “cuando estés perfecto, ven”, sino “ven ahora”, tal como eres, con tus dudas, tus heridas y tus anhelos.

Sus palabras describen un camino de cercanía progresiva: buscar diligentemente, pedir con fe, llamar con perseverancia. Cada acción requiere de ti un pequeño acto de confianza. Y en cada paso, Él promete una respuesta: si te acercas, Él se acercará; si buscas, le encontrarás; si llamas, la puerta se abrirá. No es un intercambio mecánico, sino una relación viva donde tu iniciativa es respondida con Su gracia.

Este pasaje revela que Cristo no se esconde; Él está atento, esperando cualquier señal de que deseas tenerlo más presente en tu vida. Allegarse a Él no es un evento único, sino un proceso diario: abrir el corazón en la oración, aprender de Sus palabras, y vivir de tal forma que Su Espíritu pueda morar contigo. Con cada acto de fe, aunque sea pequeño, la distancia entre tú y el Salvador se acorta hasta que Su presencia se convierte en tu refugio constante.

Estos versículos contienen una invitación muy personal del Señor: “Allegaos a mí y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente y me hallaréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá”.

En la experiencia de muchos discípulos, estas promesas se han cumplido de maneras distintas:

  • En la oración sincera, cuando uno se abre al Señor con todo el corazón, no siempre recibiendo una respuesta inmediata, pero sí sintiendo paz y dirección en el momento justo.
  • En el estudio diligente de las Escrituras, al hallar respuestas y consuelo que parecen escritos específicamente para nuestra situación.
  • En la obediencia diaria, donde pequeños actos de fe (guardar un mandamiento, prestar servicio, perdonar) se convierten en oportunidades para sentir la cercanía del Salvador.

Allegarse a Cristo implica tanto iniciativa (buscar, pedir, llamar) como confianza en que Él cumplirá su parte. El siguiente paso podría ser algo concreto y personal:

  • Dedicar más tiempo a la oración reflexiva, no solo para pedir, sino para escuchar.
  • Hacer un estudio más enfocado en Sus palabras, buscando cómo aplicarlas hoy.
  • Servir a alguien que Él ponga en tu camino, como un acto de amor hacia Él.

Cada paso dado hacia Cristo abre la puerta para que Él se acerque más a ti, y sus promesas se vuelvan experiencias vividas, no solo palabras leídas.


En conclusión: Este pasaje de Doctrina y Convenios 88:62–64 nos recuerda que la cercanía con Cristo no es un privilegio reservado para unos pocos, sino una posibilidad abierta para todo aquel que quiera dar el primer paso hacia Él. Su invitación “Allegaos a mí” es un llamado lleno de amor y paciencia, que reconoce nuestras imperfecciones pero nos asegura que no necesitamos esperar a ser perfectos para acudir a Él.

Buscar, pedir y llamar son acciones sencillas, pero constantes, que abren nuestro corazón para recibir Su luz. Cada esfuerzo sincero —una oración sentida, un versículo estudiado con atención, un acto de servicio hecho con amor— es correspondido por Su presencia más real en nuestra vida. Allegarse a Cristo es un proceso de todos los días, donde nuestra intención y nuestra fe son respondidas con Su paz, Su guía y Su compañía.

Al final, la promesa es segura: si nos acercamos a Él, Él se acercará a nosotros, hasta que Su presencia deje de ser un momento ocasional y se convierta en el refugio constante que sostiene nuestra alma.


Doctrina y Convenios 88:67–76
Yo puedo llegar a ser limpio mediante la Expiación de Jesucristo.


El Señor describe un proceso profundo de purificación que tiene como centro Su propia luz. Él declara que si nuestro ojo es “sincero” —es decir, si nuestro corazón y nuestros deseos están plenamente enfocados en Él— todo nuestro cuerpo se llenará de luz. Esa luz no es meramente simbólica; es la luz de Cristo, la cual disipa la oscuridad espiritual y nos permite ver las cosas como realmente son.

Ser limpio mediante la Expiación de Jesucristo comienza con este enfoque sincero: rendirle el corazón sin reservas, dejando de lado distracciones, pecados ocultos o intereses divididos. La luz que proviene de Él no solo revela nuestras manchas, sino que también tiene el poder de limpiarlas. Él nos promete que, al permanecer en esa luz, recibiremos “la plenitud de la gloria de Dios” y seremos transformados.

El pasaje también conecta la pureza personal con la preparación para recibir al Señor. Los versículos hablan de estar listos para la venida del Hijo del Hombre, de participar en la gran reunión de los justos y de recibir Su paz. Esta preparación no se logra por mérito propio, sino por el poder purificador de Su sacrificio expiatorio. Cuando nos acercamos a Él con fe y arrepentimiento sincero, Su sangre limpia nuestras manos, Su luz ilumina nuestra mente, y Su Espíritu llena nuestro ser.

En otras palabras, llegar a ser limpio no es un evento aislado, sino un proceso continuo de permanecer en la luz de Cristo. Cuanto más dejamos que esa luz penetre en nosotros, más nos alejamos de la oscuridad y más nos acercamos a nuestro estado final: estar ante Él, sin mancha, vestidos de pureza, listos para recibirle con gozo.

El mandamiento del Señor: “Santificaos” aparece dos veces en la sección 88 (versículos 68, 74). ¿Qué crees que significa?

En la sección 88, cuando el Señor repite el mandamiento “Santificaos” (vv. 68, 74), está subrayando la necesidad de prepararnos espiritualmente para estar en Su presencia. En el lenguaje de las Escrituras, “santificarse” significa apartarse del pecado, consagrarse a Dios y permitir que Él purifique nuestro corazón y nuestras acciones.

En el versículo 68, el énfasis está en la preparación personal: “Santificaos para que vuestras mentes se enfoquen en Dios”. Aquí la santificación comienza en lo interno: pensamientos, deseos y prioridades alineados con la voluntad del Señor. En el versículo 74, el mandamiento se vincula con la comunidad de los santos: “Santificaos para que seáis limpios… para estar listos para el día del Señor”. Esto resalta que la santificación no es solo individual, sino también una preparación colectiva para recibirle.

En ambos casos, el mensaje es que la santidad no se logra por nuestras propias fuerzas, sino mediante la Expiación de Jesucristo. Él es quien nos limpia cuando ejercemos fe, nos arrepentimos y renovamos nuestros convenios. Santificarse, entonces, es un llamado a vivir de manera tal que Su luz permanezca en nosotros y nos transforme, hasta que seamos dignos de estar en Su presencia sin mancha.

¿Cómo podemos ser santificados?

Podemos ser santificados siguiendo un camino que las Escrituras describen con claridad, siempre centrado en Jesucristo y Su Expiación:

  1. Por la sangre expiatoria de Jesucristo
    La santificación no es posible sin la expiación del Salvador. Él limpia nuestras manchas cuando ejercemos fe en Su nombre y nos arrepentimos sinceramente (Moroni 10:32–33; DyC 20:31).
  2. Mediante la obediencia a los mandamientos
    Guardar los mandamientos abre la puerta para que el Espíritu Santo permanezca con nosotros. La obediencia no es solo un requisito, sino el medio por el cual nuestro carácter se moldea según la voluntad de Dios (Juan 14:15–17).
  3. Por el poder del Espíritu Santo
    El Espíritu es el agente santificador (3 Nefi 27:20). Él limpia nuestro corazón, nos enseña la verdad y nos ayuda a vencer las tendencias del hombre natural.
  4. Al renovar nuestros convenios
    Participar dignamente de la Santa Cena y recordar nuestras promesas de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo nos permite recibir Su Espíritu, que nos purifica continuamente (DyC 20:77, 79).
  5. Mediante la consagración de nuestra vida a Dios
    Apartar tiempo, talentos y recursos para Su obra, y dedicar nuestros pensamientos y deseos a Él, es una forma práctica de “apartarnos” para Su servicio (Romanos 12:1–2).

En resumen, somos santificados al permanecer en Cristo: creer en Él, arrepentirnos, guardar Sus mandamientos y permitir que Su Espíritu transforme nuestro corazón día tras día, hasta que estemos listos para verle “tal como Él es” (Moroni 7:48).


En conclusión:  Este pasaje de Doctrina y Convenios 88:67–76 nos enseña que la pureza no es simplemente la ausencia de pecado, sino el resultado de vivir en la luz de Cristo, una luz que revela, limpia y transforma. La invitación a tener un “ojo sincero” implica un enfoque total en el Salvador, sin corazones divididos ni prioridades dispersas. Cuanto más lo buscamos y permanecemos en Su luz, más nos acercamos a recibir la plenitud de Su gloria.

El mandamiento “Santificaos” subraya que esta preparación es tanto personal como colectiva: apartarnos del pecado, consagrarnos a Dios y vivir de tal manera que estemos listos para Su venida. No se logra por esfuerzo humano aislado, sino por el poder purificador de Su Expiación, la guía del Espíritu Santo y la renovación constante de nuestros convenios.

Ser santificados es un proceso diario de fe, arrepentimiento y obediencia, en el que Cristo moldea nuestro carácter y limpia nuestro corazón hasta que podamos estar ante Él sin mancha, vestidos de pureza y con gozo en Su presencia. En última instancia, la santificación es la evidencia de que Su luz ha transformado lo que somos, preparándonos para la eternidad.


Doctrina y Convenios 88:77–80, 118–126
“Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”.


Cuando el Señor declaró en Doctrina y Convenios 88 que debíamos “enseñar diligentemente” y “buscar conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”, no estaba simplemente dando un consejo académico. Nos estaba revelando una ley celestial que conecta la mente y el espíritu en un mismo propósito.

El aprendizaje, según el Señor, no es un fin en sí mismo, sino un medio para servir mejor, enseñar con mayor poder y prepararnos para Su venida. Por eso, en los versículos 77 al 80, Él nos instruye a enseñar “doctrina, principios, leyes del evangelio” y también cosas “de la tierra y de lo que está debajo de la tierra”, “del cielo y de las estrellas”. En otras palabras, nuestro campo de estudio es tan amplio como la creación misma, porque todo lo verdadero y bueno proviene de Él.

Más adelante, en el versículo 118, la invitación se vuelve personal: “buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”. No basta con acumular datos o dominar teorías; necesitamos la luz del Espíritu para que ese conocimiento se convierta en sabiduría. El estudio nos da las herramientas; la fe nos da la perspectiva eterna. Uno sin el otro es incompleto: el estudio sin fe puede endurecer el corazón, y la fe sin estudio puede dejar nuestras convicciones superficiales.

Finalmente, los versículos 119 al 126 nos muestran que esta búsqueda de conocimiento no se da en el caos, sino en un ambiente de orden, pureza y amor fraternal. Un corazón lleno de contención o egoísmo no puede recibir plenamente la luz de Cristo. Por eso el Señor nos pide que vivamos de tal manera que nuestra mente y nuestro espíritu estén siempre listos para aprender, escuchar y enseñar.

Así, “buscar conocimiento por el estudio y por la fe” es más que una disciplina intelectual o un deber religioso: es un camino de preparación para ver las cosas como Dios las ve, amar como Él ama y actuar con el poder que Él concede a quienes unen la verdad de los libros con la luz del Espíritu.

En Doctrina y Convenios 88:77–80, 118–126, el Señor deja claro que el aprendizaje no es simplemente una ventaja en la vida terrenal, sino una parte esencial de Su plan eterno.

  1. Por qué el aprendizaje y la educación son importantes para el Señor
    El Señor es la fuente de toda verdad. Él sabe que, al aprender, ampliamos nuestra capacidad de servir, de discernir y de comprender Sus caminos. La educación nos prepara para enseñar, edificar y guiar a otros; nos hace más útiles en Sus manos. Además, el conocimiento nos ayuda a cumplir con la gran comisión de predicar el evangelio y de preparar la tierra para Su venida. Para el Señor, aprender no es llenar la mente de datos, sino agrandar el corazón y la fe para que podamos actuar con mayor sabiduría y rectitud.
  2. Qué quiere Él que estudie
    El Señor nos manda a estudiar tanto lo espiritual como lo temporal.
  • Espiritual: Doctrina, principios y leyes del evangelio, las escrituras, las palabras de los profetas.
  • Temporal: Historia, ciencia, idiomas, leyes, culturas, la tierra y el cielo, y todo lo que contribuya a comprender mejor Su creación.
    Para Dios no hay separación entre “lo secular” y “lo espiritual” cuando todo se estudia con un corazón que busca Su gloria.
  1. Cómo quiere Él que aprenda
    El Señor nos pide que aprendamos “tanto por el estudio como por la fe”.
  • Por el estudio: Usar nuestra mente, investigar, leer, analizar, observar, hacer preguntas y trabajar diligentemente.
  • Por la fe: Orar antes y después de estudiar, buscar la guía del Espíritu, vivir de manera digna para recibir revelación, y confiar en que Él puede enseñarnos cosas más allá de lo que los libros ofrecen.
    Para el Señor, el aprendizaje ideal ocurre cuando la mente y el corazón trabajan juntos, y cuando cada descubrimiento se convierte en una oportunidad para acercarnos más a Él.

Aprender “tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118) significa que el Señor espera que usemos todas las facultades que Él nos ha dado —la mente y el espíritu— para llegar al conocimiento verdadero.

Por un lado, el estudio implica un esfuerzo consciente: leer, investigar, analizar, memorizar, preguntar, probar y reflexionar. Es poner en acción nuestra capacidad intelectual para entender lo que Dios ya ha revelado y lo que aún quiere mostrarnos.

Por otro lado, la fe añade una dimensión celestial al aprendizaje. Es reconocer que no todo se puede comprobar por medios humanos y que la revelación personal, la oración, la obediencia y la guía del Espíritu Santo son tan esenciales como los libros o las clases. La fe convierte la información en sabiduría, porque nos ayuda a ver las cosas como Dios las ve y a aplicar lo aprendido con amor y rectitud.

En otras palabras, el Señor nos enseña que la verdad se alcanza cuando combinamos la disciplina mental con la humildad espiritual. Si solo estudiamos, podemos volvernos orgullosos o fríos; si solo confiamos en la fe sin prepararnos, nuestras convicciones pueden ser superficiales. Pero cuando las dos trabajan juntas, nuestro aprendizaje se vuelve profundo, equilibrado y eterno.

En conclusión, Doctrina y Convenios 88:77–80, 118–126 nos enseña que el mandamiento de “buscar conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” es una invitación a un aprendizaje integral y sagrado. El Señor nos llama a explorar todo lo que es verdadero, tanto lo espiritual como lo temporal, con una mente activa y un corazón receptivo.

Este principio nos recuerda que la inteligencia no se limita a acumular información, sino que se perfecciona cuando se ilumina por el Espíritu. El estudio nos equipa para comprender, y la fe nos capacita para aplicar esa comprensión con amor, rectitud y perspectiva eterna. Así, el aprendizaje se convierte en preparación para servir mejor, edificar a otros y estar listos para la venida de Cristo.

Unir la mente y el espíritu en la búsqueda de la verdad es, en última instancia, un camino hacia la sabiduría celestial. Nos transforma no solo en personas más instruidas, sino en discípulos más semejantes a Cristo, capaces de ver Su mano en todas las cosas y de actuar con el poder que Él concede a quienes aprenden para Su gloria.


Un ejemplo

Imagina a un joven llamado Samuel que está preparándose para servir una misión. Él siente el deseo de conocer las Escrituras a fondo, así que dedica horas a leer el Libro de Mormón y a estudiar las lecciones de Predicad Mi Evangelio. Aprende sobre la historia de los profetas, memoriza pasajes y toma apuntes detallados.

Sin embargo, un día, al intentar explicar una doctrina en una clase, se da cuenta de que sus palabras suenan correctas, pero carecen de poder espiritual. Entonces recuerda las palabras del Señor: “Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118). Comprende que ha estado usando mucho la mente, pero poco el corazón.

A partir de ese momento, antes de abrir un libro, ora pidiendo la guía del Espíritu Santo. Mientras estudia, busca impresiones y apunta las ideas que siente, no solo lo que lee. Al salir a la calle, procura vivir lo que ha aprendido: servir con amor, testificar con sinceridad y aplicar las enseñanzas en su vida diaria.

Con el tiempo, Samuel nota un cambio: sus explicaciones ya no son simples repeticiones de información, sino que transmiten convicción. Las personas sienten el Espíritu cuando él enseña. Descubre que la verdadera comprensión no llega solo de las páginas de un libro, sino cuando la mente trabaja de la mano con la fe, y el conocimiento se convierte en luz viva que edifica a otros.

Así, Samuel aprende que “por el estudio” afinamos la mente, y “por la fe” encendemos el corazón, y que ambas son necesarias para llegar a la verdad que Dios quiere revelarnos.


Diálogo


Escenario: Dos amigos, Daniel (miembro de la Iglesia) y Martín (no miembro), están en una biblioteca universitaria después de estudiar.

Martín: (cerrando un libro) Oye, Daniel, la otra vez mencionaste algo de “buscar conocimiento por el estudio y por la fe”. Me dejó pensando… ¿qué significa eso exactamente?

Daniel: Es una frase que está en Doctrina y Convenios, sección 88. Es como un mandamiento que nos dio el Señor: aprender usando la mente y el espíritu al mismo tiempo.

Martín: ¿Y no es lo mismo que decir “estudia y ya”?

Daniel: No del todo. Mira, estudiar es usar tu intelecto: leer, investigar, analizar… todo eso es importante. Pero “por la fe” es diferente: es invitar a Dios a formar parte de tu aprendizaje. Es orar antes de estudiar, buscar guía del Espíritu Santo, y aplicar lo aprendido con un propósito más allá de uno mismo.

Martín: ¿O sea que la fe es como… una especie de motivación o filtro?

Daniel: Más bien es una fuente de luz. En esa misma revelación se enseña que Jesucristo es la “luz que está en todas las cosas”. No es solo luz física como la del sol o las estrellas, sino la que da vida y entendimiento. Cuando aprendes con fe, esa luz te ayuda a comprender de una manera más profunda.

Martín: ¿Y cómo se mezcla eso con cosas que no son “religiosas”? Por ejemplo, matemáticas o biología.

Daniel: Para Dios no hay división entre lo secular y lo espiritual. Él nos invita a aprender de todo: ciencia, historia, idiomas… todo lo que sea verdadero y bueno. Si lo estudias con la actitud correcta, eso también te acerca a Él.

Martín: Pero eso suena muy idealista. En el mundo real, muchos estudian solo para pasar exámenes o ganar dinero.

Daniel: Es cierto, y yo también he caído en eso. Pero la diferencia es el propósito. Por ejemplo, en 1832, cuando José Smith recibió esta revelación, la Iglesia estaba en pañales y el Señor les pidió a los líderes que formaran una “Escuela de los Profetas”. No solo estudiaban las Escrituras; también aprendían idiomas, astronomía, leyes… porque necesitaban prepararse para enseñar y servir en todo el mundo.

Martín: ¿Y qué tiene que ver eso con “luz” y “ley”?

Daniel: Mucho. La revelación dice que la luz de Cristo es también la ley que gobierna el universo. Todo —desde el movimiento de los planetas hasta las leyes morales— está bajo Su luz. Y esa luz crece en ti cuando obedeces Su ley.

Martín: ¿O sea que si yo vivo según esos principios, recibo más luz?

Daniel: Exacto. Es como un círculo: obedeces, recibes más luz, entiendes mejor, y eso te motiva a obedecer más.

Martín: Interesante… Pero eso de “allegarse a Cristo” que me comentaste el otro día, ¿entra en todo esto?

Daniel: Sí, mucho. Él invita: “Allegaos a mí y yo me allegaré a vosotros”. No dice “cuando seas perfecto, ven”, sino “ven ahora”. Cuando te acercas a Él —por la oración, por la obediencia, por aprender de Sus palabras— esa luz se vuelve más clara.

Martín: ¿Y si alguien no cree mucho todavía?

Daniel: Entonces puede empezar con pequeños pasos. Por ejemplo, pedir a Dios que le ayude a entender lo que estudia. O aplicar un principio que lea en las Escrituras, aunque aún tenga dudas. Esos actos de fe abren la puerta para recibir más luz.

Martín: Me gusta que no lo pintes como “todo o nada”.

Daniel: Porque no lo es. Es un proceso. Incluso para los que creemos, es un camino de ir purificando nuestras intenciones. El Señor dice que si nuestro “ojo es sincero” todo nuestro cuerpo se llenará de luz. Eso significa enfocar el corazón en Él, sin dobleces.

Martín: Suena a que lo importante no es solo lo que sabes, sino lo que haces con eso.

Daniel: Exactamente. Puedes saber mucho y seguir en oscuridad si no vives lo que aprendes. Pero cuando mente y corazón trabajan juntos, el conocimiento se convierte en sabiduría y esa sabiduría se convierte en luz para ti y para los demás.

Martín: Hmm… eso de combinar estudio y fe me intriga. Quizás podría probarlo.

Daniel: Si quieres, la próxima vez que estudiemos juntos, oramos antes. No para convertirte, sino para pedir luz. Luego vemos si notas la diferencia.

Martín: Trato hecho. Pero si empiezo a entender las matemáticas más rápido, vas a tener que explicarme más de ese libro tuyo.

Daniel: (riendo) Trato hecho. Y ya verás, no es solo para las matemáticas…


Comclisión final

Doctrina y Convenios 88 nos muestra que el Señor no separa lo espiritual de lo intelectual, ni lo temporal de lo eterno. En un momento de debilidad institucional y recursos limitados, Él invitó a Sus siervos a prepararse integralmente para una obra de alcance mundial: purificar sus vidas, allegarse a Cristo, recibir Su luz, vivir Su ley y buscar conocimiento de todas las cosas.

La revelación enseña que Cristo es la fuente de toda luz y ley, y que esa luz crece en nosotros en la medida en que obedecemos y alineamos nuestros pensamientos, deseos y acciones con Su voluntad. El llamado a “santificarse” no es una meta abstracta, sino una preparación real y constante para estar en Su presencia, tanto individual como colectivamente.

Asimismo, la instrucción de “buscar conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” subraya que la verdad se alcanza plenamente solo cuando la mente y el corazón trabajan juntos. El estudio afina nuestra comprensión; la fe le da propósito y poder. La luz que recibimos no es para acumularla, sino para iluminar el camino de otros y edificar el reino de Dios.

En resumen, Doctrina y Convenios 88 es un llamado a vivir con una visión elevada: aprender de todo lo bueno, recibir la luz de Cristo en cada aspecto de nuestra vida, y dejar que esa luz nos transforme hasta que estemos preparados para recibirle “en paz” en Su venida. Es una invitación a unir la disciplina mental con la humildad espiritual, recordando que la meta final no es solo saber más, sino ser más como Él.


Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 88

Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 88

Discusiones sobre Doctrina y Convenios – Prepáraos y santificaos D. y C. 88–89

La Rama de Olivo y la Familia Celestial – Samuel Morris Brown

Aprendiendo de Fuentes Espirituales y Seculares – Damon L. Bahr

Aprendiendo de personas de otras religiones – Joshua M. Sears

¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia sobre Doctrina y Convenios 88?

“Todas las cosas indican que hay un Dios”: Ver a Cristo en la creación por Bruce A. Roundy y Robert J. Norman

“Investidos con poder” por Peter B. Rawlins

Profecías y promesas de José Smith—Mateo por D. Kelly Ogden

“Tu Mente, Oh Hombre, Debe Extenderse” por John W. Welch

Buscar el aprendizaje por la fe por David A. Bednar

Buscar el Aprendizaje por Estudio y También por Fe por Harold B. Lee

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