La Palabra de Sabiduría
Doctrina y Convenios 89:18–21
Se han prometido grandes bendiciones a aquellos que obedezcan la Palabra de Sabiduría.
1. El Señor reveló la Palabra de Sabiduría porque está interesado en nuestro bienestar
Está escrito que el Señor “no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo” (2 Nefi 26:24). De este modo, desde el comienzo, el Señor ha aconsejado a Sus hijos mortales en cuanto a lo que es y no es prudente y saludable.
A Adán le indicó el uso debido de hierbas y granos de la tierra (véase Génesis 1:29–30). También instruyó a Noé en cuanto al uso de hierbas y carne (véase Génesis 9:3–4). Por intermedio de Moisés, el Señor dio una dieta detallada a los hijos de Israel:
“Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra. Nada abominable comerás” (Deuteronomio 14:2–3).
El relato de Daniel y sus tres jóvenes amigos cuando estuvieron a la mesa de la corte del rey de Babilonia (véase Daniel 1) es bien conocido.
En los tiempos del Nuevo Testamento, Pablo enseñó que un obispo no debería ser “dado al vino” y aconsejó a Timoteo en cuanto al uso debido de la carne (véase 1 Timoteo 3:3; 4:1, 3).
En la dispensación actual, el Señor dio la Palabra de Sabiduría (D. y C. 89) y otros mandamientos relacionados (véase D. y C. 88:124; 59:16–20). Así, nuestro Padre Celestial ha demostrado Su interés por nuestro bienestar desde el principio.
El elemento profético que se encuentra en Doctrina y Convenios 89:4 ha sido confirmado por la ciencia médica. Los investigadores en el campo de la medicina enseñan hoy algunos de los mismos principios que el Señor reveló al profeta José Smith, incluso que ciertas sustancias no son “para el cuerpo ni para el vientre” (D. y C. 89:7–8).
Proverbios 3:5–8. El pasaje dice:
“Fíate de Jehová de todo tu corazón,
y no te apoyes en tu propia prudencia.
Reconócelo en todos tus caminos,
y él enderezará tus veredas.
No seas sabio en tu propia opinión;
teme a Jehová, y apártate del mal;
porque será medicina a tu cuerpo,
y refrigerio para tus huesos.”
Este consejo une la confianza espiritual con la salud física. El sabio enseña que la verdadera vitalidad no solo proviene de buenos hábitos naturales, sino de una vida orientada a Dios. Confiar en el Señor, someter nuestra voluntad a la suya y apartarnos del mal trae paz interior, equilibrio mental y también bendiciones tangibles en el cuerpo. La obediencia a las leyes divinas —como la Palabra de Sabiduría o los mandamientos de pureza y moderación— tiene un impacto directo en nuestra salud y fortaleza.
Obediencia y salud
- Salud física: El Señor, al prohibir sustancias dañinas o al aconsejar moderación, protege nuestros cuerpos de enfermedades y desgastes innecesarios. El cuerpo, al ser “templo del Espíritu Santo”, recibe cuidado y respeto.
- Salud mental: La confianza en Dios reduce la ansiedad y el temor. Un corazón que se apoya en el Señor encuentra serenidad, y esa paz mental fortalece la mente contra el desánimo y la confusión.
- Vitalidad espiritual: El apartarse del mal conserva la sensibilidad al Espíritu. Esa luz interior guía a tomar decisiones más sabias, lo cual redunda en bienestar integral.
Por qué el Señor y Sus siervos aconsejan en cuanto a la salud
A lo largo de las épocas, Dios ha instruido a Sus hijos sobre su bienestar porque:
- El cuerpo y el espíritu son uno (DyC 88:15). Lo que hacemos con el cuerpo afecta directamente al espíritu.
- Somos mayordomos de la vida. El Señor nos ha dado este cuerpo para cumplir nuestra misión, y cuidarlo es un acto de obediencia y gratitud.
- Preparación para servir. Un cuerpo sano y una mente clara permiten servir mejor en el reino, ayudar a los demás y soportar pruebas con firmeza.
- Protección contra el mal. Muchas veces, los pecados comienzan con abusos del cuerpo (adicciones, excesos, descuidos). Las leyes de salud divinas son escudos contra esas cadenas.
Proverbios 3:5–8 enseña que la verdadera salud y vitalidad provienen de confiar en Dios y obedecer Sus mandamientos. La medicina y el refrigerio prometidos no se limitan al cuerpo físico, sino que abarcan la mente y el espíritu. El Señor, por amor, siempre ha advertido y aconsejado a Sus hijos, porque sabe que una vida equilibrada y limpia es la base para la alegría, la fortaleza y la capacidad de cumplir nuestro propósito eterno.
El élder John A. Widtsoe, exmiembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“Aquellos que, debido a su aceptación y acatamiento a la Palabra de Sabiduría, poseen un cuerpo limpio, una mente lúcida y un espíritu en armonía con lo infinito son superiormente capaces de ayudar a establecer el reino de Dios en la tierra, y así rendir más ampliamente servicio a sus semejantes.
También encuentran la mayor felicidad en la vida, pues su capacidad para gozar no está limitada o impedida por un cuerpo débil, una mente embotada o una visión espiritual borrosa.” (Lecciones para el seminario de preparación para el templo, pág. 73.)
2. Debemos adherirnos tanto a la letra como al espíritu de la Palabra de Sabiduría
La Palabra de Sabiduría se dio para nuestro bienestar temporal. Debemos vivirla y enseñar a nuestras familias a vivir tanto la letra como el espíritu de la Palabra de Sabiduría.
Uno de los propósitos de nuestra venida a la tierra fue obtener un cuerpo físico. El cuerpo humano es un don invalorable, una creación del Señor. El debido cuidado de este don demuestra nuestra gratitud hacia Él por la oportunidad que nos ha dado de progresar (véase Salmos 139:14).
El valor del cuerpo físico en el plan divino
Doctrina y Convenios 88:15–16, 28; 93:33–35— ofrecen un fundamento doctrinal muy claro sobre el lugar del cuerpo en el plan eterno de Dios.
- El alma es cuerpo y espíritu (DyC 88:15–16). El Señor declara que “el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre”. Esto enseña que nuestra identidad completa no se limita al espíritu: sin el cuerpo no somos almas en la plenitud de nuestra existencia. La resurrección garantiza que espíritu y cuerpo vuelvan a unirse inseparablemente, constituyendo así la verdadera inmortalidad.
- El cuerpo será glorificado según la obediencia (DyC 88:28). Aquí el Señor enseña que el cuerpo resucitado reflejará el grado de gloria que hemos alcanzado por nuestra obediencia. Así como una semilla lleva en sí el tipo de planta que llegará a ser, nuestro cuerpo se levantará en gloria celestial, terrestre o telestial según la ley que hayamos seguido. Esto subraya que lo que hacemos en esta vida con nuestro cuerpo influirá en la condición eterna de nuestra alma.
- El cuerpo es necesario para la plenitud del gozo (DyC 93:33–35). Se explica que el espíritu y el cuerpo son ambos esenciales para recibir una “plenitud de gozo”. El cuerpo no es un estorbo, sino un don divino, diseñado para que podamos progresar y llegar a ser semejantes a nuestro Padre. Además, se recalca que el cuerpo es “esencial para el propósito de Dios”, porque sin él no podríamos recibir ni experimentar la vida eterna en su totalidad.
El cuerpo físico es indispensable en el plan de salvación:
- Es parte de nuestra identidad eterna (no algo temporal que se desecha).
- Es el medio por el cual podemos progresar, ser probados y desarrollar dominio propio.
- Su estado final (la gloria recibida) depende de nuestra obediencia a las leyes de Dios.
- Es requisito para alcanzar la plenitud del gozo que Dios promete a Sus hijos.
Por eso, las enseñanzas del Señor y de Sus profetas sobre cuidar, santificar y respetar el cuerpo no son meras recomendaciones de salud, sino principios eternos que preparan al hombre para su destino divino.
Principios y sabiduría en la ley de salud
Aunque se nos han dado algunas pautas específicas respecto a lo que es bueno o dañino para nosotros, no debemos esperar una lista detallada de lo que “sí” y lo que “no”. El Señor espera que usemos nuestro sentido común, basándonos en principios correctos.
El presidente Joseph Fielding Smith, cuando era miembro del Cuórum de los Doce, dijo:
“Si tiene alguna duda acerca de cualquier tipo de comida o bebida, de si es buena o dañina, no la toque hasta que haya averiguado todo lo posible acerca de ella. Si cualquiera de estas cosas representa un peligro de formar un hábito, podemos darnos cuenta de que contiene algún ingrediente que es dañino para el cuerpo y que, por lo tanto, se debe evitar.”
(Deberes y bendiciones del sacerdocio, pág. 239.)
Doctrina y Convenios 58:26–28. El Señor declara:
“No conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todas las cosas, ese es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno.
De cierto os digo, los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad, y efectuar mucha justicia;
porque el poder está en ellos, y en esto son agentes por sí mismos. Y los hombres tienen poder para obrar en rectitud o en lo contrario.”
Relación con la Ley de Salud del Señor
- Principio y no solo lista de prohibiciones. La Palabra de Sabiduría (DyC 89) se describe como un “principio con promesa”. No es simplemente un reglamento mínimo que seguimos mecánicamente. Al relacionarla con DyC 58, entendemos que el Señor espera que ejercitemos sabiduría y responsabilidad personal en la manera de cuidar nuestro cuerpo, aun en áreas donde no haya una instrucción explícita.
- Agencia y autodisciplina. El Señor nos enseña que tenemos poder en nosotros mismos para obrar en rectitud. Eso significa que, más allá de evitar té, café, alcohol o drogas, debemos reflexionar sobre nuestras decisiones de salud: alimentación equilibrada, descanso adecuado, ejercicio, manejo del estrés, etc. La obediencia madura requiere actuar sin necesidad de ser “compelidos en todas las cosas”.
- Consagración y propósito. Vivir la ley de salud no es un fin en sí mismo. Se relaciona con consagrarnos a “una causa buena”: la obra de Dios. Un cuerpo y una mente sanos nos permiten servir con mayor energía, claridad y dedicación. Así, el cuidado físico se convierte en una forma de consagración espiritual.
Doctrina y Convenios 58:26–28 nos recuerda que el Señor nos da principios generales para que, como agentes responsables, apliquemos sabiduría en todas nuestras decisiones. La ley de salud no se limita a lo que está estrictamente prohibido, sino que nos invita a vivir con discernimiento, cuidando el cuerpo como templo del Espíritu Santo y como instrumento para servir mejor a Dios y a los demás.
Balance y moderación
La Palabra de Sabiduría no solo señala algunos de los alimentos y sustancias que son dañinos, sino que también indica las cosas que contribuyen a la salud y a la vitalidad. Es claro que todas las cosas fueron creadas para el beneficio del hombre si se usan prudentemente y con el debido conocimiento.
Pero también es posible dejarnos arrastrar demasiado lejos por “la letra de la ley”. Se nos aconseja evitar el fanatismo en los asuntos de salud. El plan del evangelio incluye la Palabra de Sabiduría, pero va mucho más allá de ella.
Como enseñó Pablo a los miembros de la Iglesia en Roma:
“Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
3. La Palabra de Sabiduría es una ley espiritual
Puede que muchos de nosotros estemos tan acostumbrados a pensar que la Palabra de Sabiduría es solo una ley temporal, relacionada únicamente con la salud física, que no reconozcamos que también es una ley espiritual.
Cuidar debidamente de nuestros cuerpos no es un asunto meramente temporal, sino también espiritual, ya que la condición del cuerpo influye en la salud del espíritu.
Doctrina y Convenios 29:34–35. El Señor declara:
“He aquí, os digo que todas mis leyes son espirituales, y no dadas de manera carnal ni temporal; ni tampoco eran dadas por causa de la carne, sino fueron dadas desde el principio por causa de vuestras almas, para vuestro beneficio.
Y he aquí, es porque no guardasteis el mandamiento, que recibisteis la caída; y la transgresión vino al mundo por causa de la desobediencia de vuestros padres.”
¿Por qué todas las leyes son espirituales?
Aunque algunos mandamientos parecen tener un beneficio físico o terrenal (como la Palabra de Sabiduría con la salud), el Señor enseña que su propósito último siempre es espiritual. Su meta no es solo prolongar la vida terrenal, sino preparar nuestras almas para la vida eterna.
Como aprendemos en DyC 88:15, el espíritu y el cuerpo juntos forman el alma. Así, cualquier mandamiento que afecte al cuerpo también tiene repercusión en el espíritu. Por ejemplo, obedecer la ley de castidad o la ley de salud no solo preserva el cuerpo, sino que mantiene limpio y sensible el espíritu.
El Señor busca que Sus hijos desarrollen obediencia y amor hacia Él. Cada mandamiento, ya sea espiritual en apariencia (orar, adorar) o físico en apariencia (no robar, cuidar la salud), es un medio para elevar el alma y acercarnos más a Cristo.
El Señor recuerda que la caída de Adán y Eva ocurrió por la desobediencia a un mandamiento. Esa experiencia muestra que las leyes divinas no son meros reglamentos externos, sino principios espirituales con consecuencias eternas.
El Señor dice que todas Sus leyes son espirituales porque su origen, su propósito y su efecto último se relacionan con la salvación del alma. Incluso cuando un mandamiento toca lo físico o lo temporal, en realidad está formando nuestro carácter, purificando nuestro espíritu y preparándonos para regresar a Su presencia.
1 Corintios 3:16–17; 6:19–20.
El apóstol Pablo enseña: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.” (1 Corintios 3:16–17)
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:19–20)
¿Cómo nos ayuda un cuerpo cuidado a progresar espiritualmente?
Un cuerpo limpio y cuidado es un ambiente propicio para la presencia del Espíritu Santo. Cuando evitamos adicciones, excesos o conductas que contaminan el cuerpo, mantenemos la sensibilidad espiritual necesaria para recibir revelación y guía divina.
El cuidado físico —por medio de la moderación, la buena alimentación, el descanso y la castidad— desarrolla en nosotros el autocontrol, una virtud esencial para progresar espiritualmente. Aprender a gobernar el cuerpo fortalece la capacidad de gobernar también los pensamientos y deseos.
Nuestro cuerpo es la herramienta que Dios nos da para cumplir con nuestra misión en la tierra: trabajar, servir y bendecir a otros. Un cuerpo debilitado por descuido limita nuestro potencial de servicio, mientras que un cuerpo fuerte y sano nos da energía y capacidad para edificar el reino.
Cuando cuidamos el cuerpo, reconocemos que no nos pertenece: ha sido comprado con la sangre de Cristo. Ese reconocimiento nos lleva a vivir con reverencia hacia Dios, viendo el cuidado físico no solo como salud, sino como un acto de adoración y gratitud.
El cuerpo debidamente cuidado se convierte en un templo vivo donde mora el Espíritu, en un instrumento consagrado para servir, y en una expresión de adoración al Dios que lo creó y lo redimió. Por eso, lejos de ser un obstáculo, el cuerpo es un medio esencial para progresar espiritualmente y alcanzar la plenitud de gozo que el Señor promete a Sus hijos.
El presidente Ezra Taft Benson, cuando era Presidente del Cuórum de los Doce, enseñó:
“La Palabra de Sabiduría nos hace saber que al Señor le interesa de manera vital la salud de Sus santos. Bondadosamente nos ha dado consejos para mejorar nuestra salud, fortaleza y nuestra resistencia a muchas enfermedades…
Pero siempre he considerado que la mayor bendición por obedecer la Palabra de Sabiduría y todos los demás mandamientos es de carácter espiritual.” (Liahona, julio de 1983, pág. 78).
En otra ocasión, el presidente Benson dio este consejo:
“El descanso tanto como el ejercicio físico son esenciales, y una buena caminata al aire fresco y libre de la mañana o de la tarde refresca y eleva el espíritu. El recreo saludable es parte integral de nuestra religión, y es bueno de vez en cuando salir de la rutina con algunos cambios, cuyo solo proyecto puede elevarnos y renovarnos el espíritu.” (Liahona, febrero de 1975, pág. 44).
La relación entre el bienestar físico y el espiritual
La doctrina del Evangelio enseña que el cuerpo y el espíritu son inseparables y forman juntos el alma del hombre (DyC 88:15). Esto significa que lo que ocurre en un aspecto —el físico o el espiritual— influye directamente en el otro.
- El cuerpo como instrumento del espíritu. Un cuerpo sano fortalece la capacidad de actuar, servir y recibir inspiración. Cuando estamos enfermos, fatigados o debilitados por malos hábitos, se limita también nuestra energía espiritual: cuesta orar con concentración, servir con gozo o mantener pensamientos elevados.
- La obediencia a las leyes de salud es una ley espiritual. Mandamientos como la Palabra de Sabiduría muestran que el Señor no separa la salud física de la espiritual. Cuidar lo que comemos, evitar sustancias dañinas y practicar la moderación son actos de discipulado. No es solo “salud”, sino obediencia y santificación.
- El espíritu influye en el cuerpo. Cuando vivimos en rectitud, nuestro espíritu transmite paz, gozo y fortaleza que impactan el bienestar físico. Por ejemplo, la fe, la esperanza y el perdón pueden aliviar cargas físicas y emocionales. El pecado, en cambio, suele manifestarse en ansiedad, culpa o incluso enfermedades derivadas del estrés.
- Unidad para alcanzar la plenitud de gozo. En DyC 93:33–35, el Señor enseña que sin cuerpo no podemos recibir una plenitud de gozo. El bienestar físico y el espiritual no son caminos separados, sino uno mismo que nos lleva hacia la exaltación.
El bienestar físico y el espiritual están íntimamente unidos: cuidar el cuerpo es cuidar el espíritu, y cultivar el espíritu fortalece el cuerpo. El Señor nos pide vivir de manera equilibrada porque sabe que esa armonía es la que nos prepara para recibir revelación, servir mejor y heredar la vida eterna.
¿Qué puede suceder cuando uno de estos dos aspectos de nuestra vida se deteriora?
La doctrina enseña que el cuerpo y el espíritu están unidos (DyC 88:15). Cuando uno de ellos se descuida, inevitablemente afecta al otro.
1. Si se deteriora el bienestar físico Menor capacidad espiritual: la fatiga, el dolor o las adicciones pueden distraer y disminuir nuestra sensibilidad para percibir la voz del Espíritu. Limitaciones en el servicio: un cuerpo debilitado reduce las oportunidades de ayudar a otros o participar plenamente en la obra del Señor. Aumento de tentaciones: el descuido físico puede abrir puertas a la irritabilidad, el desánimo o hábitos nocivos que debilitan también el espíritu.
2. Si se deteriora el bienestar espiritual Afecta al cuerpo: la culpa, el odio, el estrés y la falta de paz espiritual suelen manifestarse en ansiedad, insomnio o enfermedades psicosomáticas. Decisiones dañinas para la salud: al apartarnos de la luz del Evangelio, es más fácil caer en excesos, adicciones o abusos del cuerpo. Pérdida de propósito: el espíritu sin guía pierde motivación, y el cuerpo, aunque sano, se puede usar de forma egoísta o destructiva.
3. Consecuencia común
El deterioro de uno de estos aspectos rompe la armonía que Dios desea para Sus hijos. Así como un instrumento desafinado no puede dar melodía, un alma desequilibrada (por descuido físico o espiritual) no alcanza la plenitud de gozo prometida.
Cuando el cuerpo o el espíritu se deterioran, el alma completa sufre. La clave está en buscar el equilibrio: cuidar el cuerpo como templo y nutrir el espíritu con la luz del Evangelio. Solo así se logra la fortaleza integral que el Señor desea para Sus hijos.
El élder Stephen L. Richards, exmiembro del Cuórum de los Doce, resumió así el aspecto espiritual de la ley de salud del Señor:
“El mayor beneficio que deriva de su obediencia es el aumento de fe y el desarrollo de más poder espiritual y sabiduría. De la misma manera, los más lamentables efectos de su violación son espirituales. El perjuicio ocasionado al cuerpo puede parecer trivial en comparación con el daño ocasionado al alma y con la destrucción de nuestra fe y el atraso de nuestro desarrollo espiritual. Por esto os digo: cada mandamiento incluye un crecimiento espiritual.”
(Lecciones para el seminario de preparación para el templo, pág. 74).
Aunque el mensaje de esta revelación parece centrarse principalmente en aspectos físicos o temporales, su propósito más fundamental es preservar el cuerpo mortal en condiciones de ser un digno receptáculo de nuestro espíritu y del Espíritu Santo.
4. La Palabra de Sabiduría es un principio con promesa
Al igual que otros mandamientos que el Señor ha dado, la Palabra de Sabiduría es una bendición para todos los que la viven: es un principio con promesa. Nos enseña a usar todo lo que es saludable “con prudencia y acción de gracias” y a abstenernos de aquello que no nos conviene.
Nadie puede negarse a obedecer la Palabra de Sabiduría y aun así recibir la plenitud de las bendiciones de Dios. El élder Boyd K. Packer, cuando servía como Ayudante del Cuórum de los Doce, explicó la razón:
“Nuestros sentidos espirituales están más delicadamente equilibrados que cualquiera de nuestros otros sentidos físicos. Al igual que un moderno aparato receptor de radio con un avanzado mecanismo de sintonización, pueden fácilmente salirse de la frecuencia o ser alterados por influencias corruptas que entren en la mente o el cuerpo.
Vosotros, mis jóvenes amigos, podéis ser perceptivos a la inspiración y a la guía espiritual. Para poder serlo, necesitáis la sabiduría y los tesoros del conocimiento, puesto que ellos constituyen una confirmación espiritual, vuestro testimonio de la verdad. El contar con este testimonio da cumplimiento a la promesa del Señor. El no tenerlo es la sanción.” (Conference Report, abril de 1963, pág. 108; Improvement Era, junio de 1963, pág. 515).
Promesas de la obediencia
Doctrina y Convenios 89:18–21. presenta promesas muy específicas para quienes guardan la Palabra de Sabiduría. Estas bendiciones son tanto espirituales como físicas, y muestran la unión inseparable entre el cuerpo y el espíritu.
- Salud y fortaleza física. El Señor promete que “recibirán salud en el ombligo y médula en los huesos” (v. 18). La imagen es muy significativa: el ombligo representa el centro de la vida, y la médula ósea es la fuente de la sangre que da vitalidad al cuerpo. Es decir, la obediencia a este mandamiento contribuye a la fuerza, energía y resistencia físicas, un cuerpo preparado para servir y actuar.
- Sabiduría y conocimiento. El versículo 19 declara que los obedientes “hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros ocultos”. Aquí se prometen bendiciones intelectuales y espirituales: la capacidad de discernir, de comprender cosas profundas, y de recibir revelación personal. El Señor vincula la pureza del cuerpo con la claridad de la mente y la receptividad del espíritu.
- Protección frente a los peligros. El versículo 20 asegura que quienes guardan esta ley “correrán y no se cansarán, y andarán y no se fatigarán”. Esto no solo implica vigor físico, sino también fortaleza espiritual para enfrentar pruebas sin rendirse. Además, el versículo 21 promete que “el ángel destructor pasará de ellos”, una protección divina contra fuerzas destructivas, sean físicas o espirituales.
- Una vida más plena en el discipulado. En conjunto, estas promesas señalan que guardar la Palabra de Sabiduría prepara a los santos para servir mejor en el reino de Dios. Un cuerpo limpio y fuerte, unido a una mente iluminada y un espíritu protegido, convierte al discípulo en un instrumento más eficaz en las manos del Señor.
Las bendiciones específicas para los obedientes a la Palabra de Sabiduría son salud física, fortaleza espiritual, sabiduría, conocimiento revelado, vigor para perseverar y protección divina contra la destrucción.
Doctrina y Convenios 89:19. ¿En qué consisten la sabiduría y los tesoros de conocimiento que se recibirán, más allá de la salud?
Allí el Señor promete a los obedientes que “hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros ocultos”.
- Sabiduría práctica y espiritual. La sabiduría aquí no es solo intelectual, sino la capacidad de aplicar principios eternos a la vida diaria. Es el discernimiento que permite tomar decisiones correctas, reconocer el bien del mal y caminar en la senda de rectitud con mayor claridad. Al cuidar el cuerpo, se afinan los sentidos espirituales, y la mente está más libre para recibir dirección divina.
- Tesoros de conocimiento. Estos tesoros van más allá de la información académica. Son conocimientos espirituales profundos, a menudo inaccesibles al entendimiento natural. Incluyen verdades del evangelio, entendimiento de los misterios de Dios, revelación personal, inspiración para resolver problemas y la capacidad de comprender con más claridad las escrituras y los propósitos del Señor.
- “Tesoros ocultos”. El texto sugiere que algunos de estos conocimientos son revelados solo a quienes están preparados espiritualmente. Así como en la antigüedad Daniel y José recibieron inspiración para interpretar sueños y visiones, hoy el Señor da entendimiento y revelación a Sus siervos fieles. El cuidado del cuerpo y la obediencia en cosas pequeñas se convierten en un canal de luz y entendimiento.
- Relación con la revelación personal. Guardar la Palabra de Sabiduría refina la mente y el espíritu, facilitando la influencia constante del Espíritu Santo. Y el Espíritu es la fuente última de sabiduría y conocimiento. Así, estas promesas significan que el fiel no solo tendrá un cuerpo sano, sino también un acceso privilegiado a la revelación y a la guía divina.
La sabiduría y los tesoros de conocimiento prometidos en Doctrina y Convenios 89:19 consisten en discernimiento para la vida diaria, revelación personal, entendimiento profundo de las verdades del evangelio y acceso a misterios espirituales reservados a los obedientes.
Entre esas bendiciones se encuentra un principio de vida eterna: “sí, tesoros escondidos”. Esta promesa se relaciona de manera especial con la obra del templo, ya que vivir estrictamente la Palabra de Sabiduría es un requisito para entrar en la Casa del Señor.
Una de las misiones de la Iglesia es perfeccionar la vida de sus miembros. La Palabra de Sabiduría es esencial para lograr ese objetivo porque fortalece tanto el cuerpo como el espíritu, preparándonos para recibir conocimiento, revelación y poder espiritual.
Una de las bendiciones implícitas de la Palabra de Sabiduría es el autocontrol. ¿Cómo puede desarrollarse mediante la obediencia a esta ley?
El autocontrol es, en efecto, una de las bendiciones implícitas de la Palabra de Sabiduría, porque no se trata solo de evitar sustancias dañinas, sino de aprender a dominar los deseos del cuerpo y someterlos al espíritu.
- La obediencia fortalece la voluntad. Cada vez que una persona dice “no” a algo que el Señor ha prohibido (como el té, el café, el alcohol o el tabaco), está ejercitando su capacidad de decidir conscientemente en lugar de dejarse llevar por la costumbre, la presión social o los impulsos. Ese acto repetido de obediencia va creando una disciplina interna que se traduce en autocontrol.
- Se entrena el dominio propio en lo pequeño. El Señor enseñó que “el que es fiel en lo más pequeño, lo es también en lo más grande” (Lucas 16:10). La Palabra de Sabiduría nos pide abstenernos de cosas muy comunes en el mundo. Al obedecer en lo aparentemente sencillo, aprendemos a gobernarnos y a resistir tentaciones mayores en otras áreas de la vida.
- El cuerpo en sujeción al espíritu. El apóstol Pablo dijo: “Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27). Esto refleja la idea de que el cuerpo no debe gobernar sobre el espíritu, sino al revés. La Palabra de Sabiduría nos ayuda a lograr ese equilibrio: al cuidar lo que ingerimos, recordamos que el cuerpo es un instrumento del alma, no un amo tiránico.
- Fortaleza frente a otras tentaciones. Quien desarrolla autocontrol en su alimentación y consumo de sustancias también está mejor preparado para enfrentar tentaciones relacionadas con la ira, la impaciencia, la inmoralidad o la pereza. El dominio propio es un principio universal: una vez ejercitado en un área, se extiende a muchas otras.
- Relación con los frutos del Espíritu. Gálatas 5:22–23 enseña que uno de los frutos del Espíritu es la “templanza”, es decir, el autocontrol. Al guardar la Palabra de Sabiduría, el Santo Espíritu puede influir más plenamente en la vida del creyente, ayudándole a ser moderado, prudente y fuerte en sus decisiones.
La obediencia a la Palabra de Sabiduría desarrolla autocontrol porque ejercita la voluntad, fortalece la disciplina en lo pequeño, enseña a someter el cuerpo al espíritu y prepara para resistir mayores tentaciones con la ayuda del Espíritu Santo.
Comentario final: El Señor, desde el principio, ha mostrado un tierno interés por el bienestar de Sus hijos. En los tiempos antiguos enseñó a Adán, Noé e Israel cómo cuidar de lo que comían y bebían, y en esta dispensación reveló la Palabra de Sabiduría para protegernos en un mundo lleno de engaños y abusos.
Esta ley no es solo un código de salud, es un principio espiritual con promesa. Al obedecerla, nuestro cuerpo —templo del Espíritu Santo— se fortalece, nuestra mente se aclara y nuestro espíritu se vuelve más sensible a la voz de Dios.
Las promesas son claras: salud, sabiduría, tesoros de conocimiento, fortaleza para resistir y protección divina. Pero, más allá de lo físico, la Palabra de Sabiduría cultiva en nosotros el autocontrol y nos prepara para recibir revelación y servir con mayor poder en el reino del Señor.
Vivir esta ley es un acto de fe y de gratitud. No es una lista de prohibiciones, sino un sendero de libertad y gozo. Quien la guarda camina con paz, corre sin cansarse y vive con la certeza de que el Señor está a su lado, bendiciéndolo con luz, fuerza y conocimiento eterno.

























