Conferencia General Octubre 1955

Viernes por la mañana
David O. McKayUna expresión de gratitud
Richard L. EvansLa gira del coro
Bruce R. McConkiePor qué los Santos de los Últimos Días edifican templos
Delbert L. StapleyEl plan del Señor
Hugh B. BrownLas bendiciones del evangelio
Viernes por la tarde
J. Reuben Clark, Jr.“…en el nombre de Jesucristo”
Thomas E. McKayLos Santos Dignos de Europa
LeGrand RichardsEdificando el Reino
John LongdenPiedras Angulares Espirituales de la Iglesia
Levi Edgar YoungQue Venga la Era de Paz a la Tierra
Joseph L. Wirthlin“…Cuando la Humanidad Escuche”
Sábado por la mañana
Sterling W. Sill“¿Qué haré con Jesús?”
Alma Sonne“¿Crees tú a los profetas?”
Harold B. Lee“Sé guiado por la luz interior”
Sábado por la tarde
Mark E. Petersen“No me avergüenzo del evangelio de Cristo”
Eldred G. SmithUnidad en la fe
Milton R. HunterLas Escrituras modernas: nuestras mayores ayudas
Sacerdocio
J. Reuben Clark, Jr.“Nuestra identidad y el poder del sacerdocio”
Stephen L Richards“La bendición y hermandad del Sacerdocio”
Domingo por la mañana
George Q. MorrisEl surgimiento del Reino
S. Dilworth YoungUn testimonio para los niños
Ezra Taft BensonSé fiel a la fe
Domingo por la tarde
Antoine R. IvinsPor el tiempo y por la eternidad
 Adam S. BennionLa fe que impulsa a la acción
ElRay L. Christiansen¿Qué haré para heredar la vida eterna?
Marion G. RomneyEl arrepentimiento obra salvación
Clifford E. Young“Sus maravillas por realizar…”
David O. McKay¿Qué haremos?

Una expresión de gratitud

Presidente David O. McKay


Hermanos y hermanas: Al ser profundamente consciente de la gran responsabilidad de este momento, imploro vuestra atención comprensiva y, especialmente, vuestra fe y oraciones.

Mis sentimientos esta mañana pueden expresarse en una sola palabra: gratitud. Quisiera citar al salmista:

“Alabad a Jehová, invocad su nombre;
dad a conocer sus obras en los pueblos.

“Cantadle, cantadle salmos;
hablad de todas sus maravillas” (Salmos 105:1–2).

Dar gracias significa en este caso, estoy seguro, una plenitud de gratitud, la cual es la expresión externa de un sentimiento agradecido. La gratitud es el sentimiento mismo. Eso está en el corazón. El agradecimiento se mide por la cantidad de palabras; la gratitud, por la naturaleza de nuestras acciones. El agradecimiento es el principio de la gratitud; la gratitud es la culminación del agradecimiento. “La gratitud es el reconocimiento del corazón por la bondad que los labios no pueden recompensar.”

Me siento agradecido y feliz esta mañana por tantas evidencias de la bondad del Señor que quisiera poder entonar una nota de optimismo que resonara hasta lo último de la Iglesia. En las palabras de Frank L. Stanton:

“Este mundo de Dios es más brillante
De lo que jamás soñamos o sabemos;
Sus cargas se hacen más leves,
¡Y es el Amor lo que las hace así!
Y agradezco estar viviendo
Donde la dicha del Amor contemplo,
Bajo un Cielo que perdona
¡Donde las campanas me suenan a ‘Hogar’!”

Sé que desde nuestra conferencia de abril pasado, muchos de nosotros hemos tenido dificultades, desilusiones y fracasos donde tanto deseábamos triunfar; sentimientos heridos por lenguas punzantes; enfermedades; algunos hemos pasado por la experiencia de la muerte de seres queridos; pero todas estas son incidencias de la vida que, cuando no se comprenden, pueden lacerar nuestros sentimientos hasta dejarnos abatidos.

Soy consciente también de que ha habido celos, pequeñas intrigas, mezquindades, malentendidos en ocasiones, y que hombres y mujeres, magnificando estas debilidades de la naturaleza humana, se han hecho miserables a sí mismos y quizá hayan esparcido sombras en lugar de luz en los corazones de sus semejantes.

Pero a pesar de estos hechos desagradables y desalentadores, estoy seguro de que tenemos motivos esta mañana para elevarnos por encima de las cosas pequeñas y, como dice el salmista, dar a conocer entre el pueblo las obras del Señor, que siempre son buenas y hermosas. Para­fraseando un himno conocido, digamos: “Cuenta tus muchas bendiciones; menciónalas una por una, y te sorprenderá lo que el Señor ha hecho.”

Hay tantas cosas por las cuales debemos estar agradecidos que el tiempo no nos permite ni siquiera nombrarlas todas, pero quisiera llamar vuestra atención al menos sobre cuatro o cinco:

Primero: la lealtad y devoción del sacerdocio presi­dente de la Iglesia.

Segundo: la vitalidad y crecimiento de la Iglesia.

Tercero: el éxito del coro en su reciente gira por Europa.

Cuarto: la dedicación del templo.

Quinto: la felicidad que podemos obtener en la obediencia al evangelio restaurado de Jesucristo.

No tengo palabras para expresar mi gratitud por el apoyo y lealtad del presidente Richards y del presidente Clark y la obra que han llevado a cabo en la oficina y a través de la Iglesia. Hago esta expresión pública de mi aprecio y gratitud, la cual se aplica también al Consejo de los Doce, a los Ayudantes, a los Setenta, al Obispado y al patriarca, así como a todos los que presiden en estacas, barrios, cuórums y organizaciones, en las presidencias de misiones en todo el mundo. Nadie que no haya estado en contacto con estos hombres y mujeres puede darse cuenta de su lealtad, su energía y su devoción. Deseo expresar también aprecio por la cooperación de las autoridades cívicas en nuestro estado y en las naciones, en el Pacífico Sur, en Europa y dondequiera que las misiones de la Iglesia están funcionando. Sé que estas son meras palabras, pero expresan un verdadero sentimiento de gratitud. Dios los bendiga dondequiera que estén.

Actividad y crecimiento de la Iglesia

Ahora, en cuanto a la actividad y crecimiento de la Iglesia, eso se manifiesta de muchas maneras:

Primero, en el aumento de la membresía. Les complacerá saber que desde que nos reunimos el pasado octubre, más de 73,500 personas se han unido a la Iglesia; se han organizado dos misiones nuevas: la Misión de Australia del Sur, presidida por el élder Marion G. Romney, acompañado de la hermana Romney; y la Misión del Extremo Oriente Sur (la Misión Japonesa cambió a la Misión del Extremo Oriente Norte), donde el presidente Joseph Fielding Smith ofició, acompañado de la hermana Smith y del hermano Herald Grant Heaton, quien es presidente de la Misión del Extremo Oriente Sur—una gran oportunidad—la obra en ese campo había sido preparada por el élder Harold B. Lee y la hermana Lee hace unos meses.

Otras misiones están exigiendo atención similar.

La actividad y vitalidad de la Iglesia se manifiestan también en el aumento del diezmo. El año pasado, el diezmo fue el más alto que jamás hemos tenido, y este año, hasta septiembre, es un 10.7 por ciento mayor que el anterior. Este es un índice muy significativo del servicio, lealtad y espiritualidad de los miembros de la Iglesia. Estamos agradecidos a ustedes por su devoción. Han demostrado esa devoción con la mayor asistencia a las reuniones sacramentales. Espero sinceramente poder informar de una mejoría en estas reuniones sacramentales en cuanto a orden y reverencia.

Como miembros de la Iglesia en nuestras asambleas de adoración, pienso que deberíamos mejorar en este aspecto. Las autoridades presidentes en las reuniones de estaca, barrio y cuórum, y especialmente los maestros en las clases, deben hacer un esfuerzo especial por mantener mejor orden y mayor reverencia durante las horas de estudio. Hablar menos detrás del púlpito tendrá un efecto saludable en quienes lo enfrentan. Con el ejemplo y con la enseñanza, debe grabarse en los niños lo inapropiado que es la confusión y el desorden en una congregación de adoración. Deben aprender en la niñez, y reforzarlo en la juventud, que es una falta de respeto hablar o incluso susurrar durante un sermón, y que es la mayor descortesía abandonar una asamblea de adoración antes de que se dé la despedida.

La cortesía, el respeto, la deferencia y la consideración amable son cualidades agradables que pueden manifestarse en toda ocasión y que, dondequiera que se expresen, contribuyen al placer y dulzura de las relaciones humanas.

Si hubiera más reverencia en los corazones humanos, habría menos lugar para el pecado y la tristeza, y una mayor capacidad para el gozo y la alegría. Hacer que esta joya entre las virtudes brillantes sea más apreciada, más adaptable, más atractiva, es un proyecto digno de los esfuerzos más unidos y fervientes en oración de cada oficial, cada padre y cada miembro de la Iglesia.

Gira exitosa del Coro del Tabernáculo

Otra razón para la gratitud y el gozo esta mañana es la reciente y exitosa gira del coro en Europa.

La recepción que les ofrecieron en Greenock, Escocia, cuando el alcalde, señor John Porter, y la Banda de Gaitas de esa ciudad se reunieron en el muelle, tomaron un remolcador hasta el barco y regresaron con el segundo grupo de cantores, fue casi una bienvenida real. No puedo abstenerme de mencionarlo, porque cincuenta y ocho años antes yo mismo estuve en ese mismo muelle y vi a emigrantes y misioneros que regresaban tomar el remolcador hacia el transatlántico. Contrasté nuestros sentimientos y la actitud de la gente de hace cincuenta y ocho años con la recepción de esa mañana.

Luego, por la tarde, se repitió en Glasgow por el Lord Provost y su esposa, Lord y Lady Andrew Hood. Como él declaró en su discurso improvisado de bienvenida—dejando a un lado el discurso preparado—probablemente era la primera vez que un grupo organizado de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días era recibido oficialmente en Escocia. Eso ocurrió el viernes 19 de agosto de 1955.

Dejaré que otros que estuvieron constantemente con el coro informen de sus logros. La hermana McKay y nuestro grupo tuvimos la oportunidad de asistir solo a cuatro conciertos: el celebrado en el Kelvin Hall, en Glasgow; en el Royal Albert Hall, en Londres; en el Fest Hall, en Berna, Suiza; y en el Tonhalle, en Zúrich, Suiza.

El servicio prestado por el Coro del Tabernáculo en su gira dio prestigio a nuestro estado, a la Iglesia y a nuestro país, como quizá ninguna otra organización lo haya logrado.

Transportar a 379 miembros de un grupo coral con sus acompañantes, formando una compañía de aproximadamente 600 personas, fue una tarea hercúlea. Las dificultades de transporte y de alojamiento en hoteles apenas comenzaban cuando desembarcaron en Greenock. Pero su gira, como todos saben, resultó ser más exitosa de lo que jamás habíamos esperado. En cada concierto recibieron una ovación. El élder Richard L. Evans, especialmente, quien dio la palabra hablada; el élder Lester F. Hewlett, presidente del coro; los directores, los organistas y cada miembro del coro merecen la más alta alabanza. La actitud digna del grupo en conjunto, su porte decoroso, su evidente sinceridad de propósito, su capacidad de respuesta, conquistaron al público incluso antes de empezar a cantar.

El señor Edmund J. Pendleton, crítico musical del New York Herald Tribune de París, Francia, escribió lo siguiente (lo leeré porque creo que no se ha publicado):

“La sencillez de actitud y la evidente sinceridad de cada participante, desde el último coralista hasta el director, J. Spencer Cornwall, conmueven al espectador. La riqueza y solidez de la sonoridad del coro, y su disciplina libremente aceptada, lograron resultados difíciles de duplicar sin una fe semejante en la obra a realizar. Todo el programa fue cantado de memoria, en el más literal de los sentidos.

“El aspecto técnico de la interpretación—el equilibrio, la calidad del tono, el ataque, los matices, la dicción—fue totalmente satisfactorio y, en ciertos momentos culminantes, emocionante.”

Me da gran placer, por lo tanto, hacer un reconocimiento público y expresar el agradecimiento de un corazón agradecido al élder W. Jack Thomas y a su fiel esposa, Emma, quienes primero sugirieron una gira por Europa y trabajaron con tanto empeño y entusiasmo en la recaudación de fondos, y que laboraron con tanta fidelidad durante meses ocupándose del transporte y de la comodidad física de los miembros del coro; también al comité asesor—los élderes Mark E. Petersen, Adam S. Bennion y LeGrand Richards—quienes demostraron ser maestros en los detalles, cuya aplicación contribuyó mucho al éxito de la gira.

Al presidente Paul C. Child, quien junto con el señor Charles D. DeKock, gerente del Departamento de Tours Escoltados al Extranjero de la ciudad de Nueva York, y el señor Robert H. Smith, también representante del mismo departamento, tuvo a su cargo todos los problemas de transporte desde el momento en que el coro desembarcó en Greenock, Escocia, hasta el concierto final celebrado en el Teatro Palais de Chaillot, la noche del sábado 17 de septiembre, deseamos expresar profundo agradecimiento.

Estos hombres, junto con el élder Richard L. Evans, trabajaron día y noche para lograr el éxito del viaje. En Londres, por ejemplo, cuando los encargados de la gira vendían boletos de ida y vuelta para asistir a la ceremonia de la colocación de la primera piedra en Newchapel, cerca de Londres, a un costo de dos dólares cada uno, el señor DeKock se preocupó toda la noche y a la mañana siguiente le dijo al hermano Child: “Este es un acontecimiento muy importante, y muchas personas vendrán de todo el Reino Unido y de varios otros países para asistir; sería una pena que los miembros del coro no estuvieran presentes.” (Eso, como ven, no estaba en el plan original). “Voy a proporcionar el transporte gratuitamente a todos los que deseen asistir a esos servicios.”

Después de escuchar el concierto del coro en Manchester, Inglaterra, el mismo caballero dijo: “Paul, acepté este trabajo como algo objetivo; quiero que sepas que desde este momento es subjetivo. ¡Nunca en mi vida me he sentido tan elevado! Voy a dar todo lo que tengo para el éxito de esta gira.”

El señor Robert R. Mullen, quien manejó la publicidad general de la gira del coro y trabajó en conjunto con la compañía J. Walter Thompson en Europa, le dijo al élder Mark E. Petersen que su compañía estaba tan identificada con el propósito general de la gira que hicieron todo su trabajo al costo, sin cobrar ninguna comisión de agencia, como suele hacerse.

A todos los individuos y empresas que contribuyeron con su dinero para sufragar los gastos de esta memorable gira, expresamos ahora públicamente nuestra gratitud. No vacilo en decir que, desde el punto de vista de la buena voluntad, en fomentar una mejor comprensión entre nuestra Iglesia, nuestro estado, nuestro país y las naciones europeas visitadas, nunca se ha gastado dinero más provechosamente.

Por supuesto, hubo dificultades e inconvenientes, incluso tragedias, pero estas son incidentes propios de toda gran empresa, y especialmente de una de proporciones tan hercúleas como lo fue transportar seiscientas personas por Europa en treinta días.

A los doctores que velaron por la salud de los miembros del coro y a todos los que ayudaron de cualquier manera a que esta gira resultara un éxito, expresamos ahora nuestro agradecimiento y profundo aprecio.

Dedicación del Templo de Suiza

Otra causa de regocijo esta mañana (y les digo que es un acontecimiento de la mayor trascendencia en la historia de la Iglesia) es la dedicación del primer templo en suelo europeo, el domingo 11 de septiembre de 1955, con dos sesiones ese día y dos cada día siguiente hasta el jueves 15 de septiembre. El Coro del Tabernáculo estuvo presente y proporcionó la música, con la hermana Ewan Harbrecht como solista. El coro y la hermana Harbrecht nunca cantaron con tanto sentimiento como lo hicieron tanto en la sesión matutina como en la vespertina del primer día de la dedicación. Ojalá todos los miembros de la Iglesia hubieran podido sentir la intensidad de los servicios espirituales en esa ocasión memorable.

Cuando llegó el momento de dar la bienvenida a los centenares de personas que abarrotaban los salones en la primera sesión, pareció apropiado dar la bienvenida también a una audiencia invisible, pero que se sentía real, entre quienes posiblemente se hallaban antiguos presidentes y apóstoles de la Iglesia, encabezados probablemente por el Profeta José Smith, a quien se le revelaron las ordenanzas esenciales del bautismo por los que murieron sin haber oído el evangelio; también su sobrino, el presidente Joseph F. Smith, quien profetizó hace cuarenta y nueve años en la ciudad de Berna que “se edificarían templos en diversos países del mundo.” Entre ellos, pensé también que seguramente debía contarse al élder Stayner Richards, quien era presidente de la Misión Británica en el tiempo en que se escogieron aquellos dos sitios para templos en Europa. Con estos distinguidos líderes, pensamos también, pudieron haber estado amados familiares ya fallecidos, a quienes “no podíamos ver, pero cuya presencia sentíamos.” En todo caso, todos coincidimos en que el velo entre quienes participamos de esos servicios y los seres queridos que habían partido antes parecía muy delgado.

Nuevamente aprovechamos la oportunidad de expresar públicamente nuestro aprecio a los arquitectos, contratistas, técnicos y obreros que trabajaron largo y fielmente para que el templo estuviera terminado para la dedicación en ese día. Dos noches antes de ese servicio, los obreros trabajaron toda la noche y declararon hacerlo con buena voluntad.

Se había anunciado que la obra regular de las ordenanzas no comenzaría sino hasta el lunes por la mañana, 18 de septiembre, pero gracias a los incansables esfuerzos del élder Gordon B. Hinckley, asistido por el élder Paul Evans y otros, se informó que un grupo podría ser atendido en la mañana del día 16, después del servicio final de dedicación el jueves por la noche.

En consecuencia, se programaron dos sesiones para los hermanos de habla alemana: una a las 7 de la mañana y otra a la 1 de la tarde. Pero los miembros de la Misión Francesa dijeron: “El coro estará en París la noche del sábado, y si, mientras estamos aquí, pudiéramos pasar por el templo y regresar a casa para entonces, lo agradeceríamos mucho.” En consecuencia, se les dio el viernes a las 5:00 p.m. como su oportunidad de pasar por el templo.

Luego vino el presidente Eben R. T. Blomquist, en representación del pueblo sueco, quien dijo: “Si pudiéramos venir a las 9:00 de la noche, estaríamos dispuestos a esperar con tal de poder regresar el sábado de acuerdo con nuestro horario.” Así que, en lugar de dos sesiones, concedimos cuatro, resultando en sesiones continuas desde las siete de la mañana del viernes hasta las siete de la noche del sábado.

Los miembros de la Misión de los Países Bajos habían sido invitados a venir el sábado por la mañana a las 7:30. Allí estuvieron, y los obreros que habían trabajado toda la noche, que eran necesarios para guiar a los hermanos de Holanda, continuaron en su servicio.

Los fieles miembros soportaron de buen grado las incomodidades porque el privilegio de pasar por el templo en ese momento fue para ellos una gran bendición.

Aquí expresamos nuestro reconocimiento al presidente William F. Perschon, al presidente Samuel E. Bringhurst, al élder Edward O. Anderson, al élder Gordon B. Hinckley, al élder Paul Evans, y a todos los misioneros y obreros que prestaron tan desinteresado servicio a los afortunados miembros de la Iglesia que tuvieron el privilegio de pasar por el primer templo en Europa.

El plan del Evangelio, la mayor de todas las bendiciones

En verdad, es apropiado dar gracias al Señor y hablar de todas sus maravillas; y al hacerlo, debemos incluir la mayor de todas sus bendiciones: el envío de su Hijo Unigénito para dar a todos los hijos de nuestro Padre la redención, y a aquellos que escuchen y obedezcan el evangelio, la salvación y exaltación en el reino de nuestro Padre. La obediencia a los principios del evangelio trae felicidad, y la felicidad es lo que todos los hombres buscan. De hecho, el Profeta José Smith dijo que “la felicidad es el objeto y el propósito de nuestra existencia, y será el fin de ella”—y esto es importante—“si seguimos la senda que conduce a ella.”

Como fin en sí misma, la felicidad nunca se encuentra; viene de manera incidental. Obsérvese: “Será el fin de ella si seguimos la senda que conduce a ella, y esa senda es la virtud, la rectitud, la fidelidad, la santidad y la observancia de todos los mandamientos de Dios.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 255–256).

“La felicidad no consiste en tener, sino en ser; no en poseer, sino en disfrutar. Es un cálido resplandor del corazón en paz consigo mismo. Un mártir en la hoguera puede tener una felicidad que un rey en su trono podría envidiar. El hombre es el creador de su propia felicidad. Es el aroma de la vida vivida en armonía con altos ideales. Por lo que un hombre tiene puede depender de otros; lo que es descansa solo en él. Lo que obtiene en la vida no es más que adquisición; lo que alcanza es verdadero crecimiento.”

William George Jordan continúa: “La base de la felicidad es el amor por algo fuera de sí mismo. Examinen cada caso de felicidad en el mundo y verán que, al eliminar todos los aspectos incidentales, siempre hay un elemento constante e inmutable: el amor—el amor de un padre por un hijo; el amor de un hombre y una mujer entre sí (esposo y esposa); el amor por la humanidad en alguna forma, o por una gran obra de vida en la que el individuo pone todas sus energías.

“La felicidad es la voz del optimismo, de la fe, del amor sencillo y constante”, el interés en una gran causa que sea digna de una vida entera. Mis compañeros en la obra: ¿Cuál es la “gran causa digna de nuestra vida”? ¡La Iglesia restaurada de Jesucristo! ¿Hay algo mayor en todo el mundo?

Mi corazón se regocija de que tengamos el privilegio de trabajar juntos para establecer, a través de esa Iglesia, el reino de Dios en la tierra.

Que la gran obra de nuestra vida sea la proclamación del evangelio restaurado, para que los propósitos de Dios se consumen para la paz y felicidad de la humanidad, es mi humilde oración esta mañana, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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