¿Qué haremos?
Presidente David O. McKay
A ustedes, Santos que escuchan a la distancia: gracias por los muchos telegramas que han enviado. Nos regocijamos con ustedes por la excelente transmisión de los mensajes desde este tabernáculo. Sé que los Santos se alegrarían de escuchar sus comentarios, pero el tiempo no nos permite leerlos todos. Tengo aquí dos, sin embargo, que estoy seguro serán del agrado de los Santos y de ustedes en California.
Uno dice: “Los militares reunidos en Fort Ord y aquellos congregados en hogares disfrutaron la transmisión televisada de la conferencia esta mañana. Aproximadamente noventa asistentes.” —Capellán Connell.
El otro es de Tijuana, México: “Los Santos reunidos aquí en México disfrutando de una buena recepción de la conferencia. Las sesiones están siendo traducidas al español. Con los mejores deseos—La Presidencia de la Rama de Tijuana, Tijuana, México.” Y, como ven, docenas de otros. Somos solo una gran Iglesia unida—unida en amor.
En su nombre, permítanme expresar aprecio y gratitud a todos los que han ayudado de alguna manera a hacer de esta gran conferencia semi-anual un éxito tan inspirador. Mientras venía hacia esta sesión, vi a los oficiales de la ley en servicio, y pensé que su diligencia ha prevenido accidentes; tal vez han salvado vidas mediante su fidelidad. Sé que han contribuido en gran medida a nuestra comodidad, y les damos gracias a ellos y a nuestras autoridades municipales por su cooperación. A ustedes, reporteros, por sus informes justos y precisos, expresamos nuestro agradecimiento; también a la audiencia en general por su receptividad, atención y ejemplo de reverencia, incluso a aquellos que tienen que permanecer de pie en las entradas. Todas estas pequeñas cosas contribuyen a un espíritu de unidad, hermandad y amor. El cuerpo de bomberos ha estado presente en caso de emergencia. Funcionarios de la Cruz Roja han estado prestando servicio.
Estas flores que hemos mencionado antes. No les había dicho, sin embargo, que la presidencia de la Estaca Wilford pidió el privilegio de proveer estas flores. No se lo solicitamos. Ellos pidieron el privilegio de contribuir a la belleza. Aceptamos sus flores como mensajeras de amor. Les damos las gracias, y pensar que estas otras flores hayan podido cruzar el Océano Pacífico y conservar su hermosura y fragancia como lo han hecho, resalta la cercanía de nuestros Santos en las partes más distantes del mundo hacia nosotros.
Mencionamos a los ujieres. ¿Han notado cuán silenciosamente han cumplido con su deber? Han estado presentes, cada uno en su puesto, sin ninguna confusión. Gracias por considerar su responsabilidad como algo importante y por cumplir tan bien con su deber.
A las diversas estaciones de radio y televisión de nuestra propia ciudad y estado, y de otros estados mencionados en las distintas sesiones de la conferencia, expresamos nuestro agradecimiento especial en nombre de los muchos miles de personas que han escuchado estas sesiones gracias a su cortesía y colaboración.
A estos grupos de cantantes, desde el viernes por la mañana en adelante, no podemos expresar con palabras lo que sentimos en nuestros corazones. ¡Los Santos alemanes el viernes—qué bien cantaron! ¡Con qué alegría prestaron ese servicio! Ese grupo de jóvenes hombres y mujeres del sábado—parecía que pusieron sus corazones jóvenes en la expresión de amor mediante el canto, ¡y todos respondimos a ello!
Y esta tarde, ¿puedo decir que fue el clímax? Sí puedo, porque nuestras madres, que siempre cantan desde el corazón, nos han elevado a alturas espirituales, y a la hermana Madsen, ¡cómo la ha bendecido el Señor para reunir a estos grupos de madres y lograr que canten con tal expresión! ¡Es tan inspirador! Pues bien, en nombre de los miles que escuchan, les damos gracias, a todos y cada uno, por lo que han hecho hoy.
Solo tengo tiempo para decir una palabra a modo de conclusión. Los hermanos que nos han dirigido la palabra han sido inspirados por el Señor, como todos ustedes testificarán, y nos han dado mensajes sublimes. Nos han dado el evangelio. ¿Qué haremos al respecto?
Recuerdo que hace cincuenta y ocho años, en una ocasión, me senté en un consejo con dos élderes locales en Glasgow que tenían un problema que no podían resolver y que amenazaba con volverse serio. Algo que se dijo tocó la simpatía de uno de ellos, y cuando se toca la simpatía de un escocés, lo has conquistado, y él dijo: “Dinos qué quieres que hagamos, y lo haremos.”
Pues bien, en esta conferencia se nos ha dicho qué debemos hacer. Que Dios nos ayude a hacerlo. Permítanme mencionar solo dos cosas importantes, a modo de énfasis, en las que deberíamos centrar nuestros esfuerzos. Una se refiere a los cuórums del sacerdocio. Compañeros oficiales presidentes en misiones, estacas, barrios y cuórums: hagan que sus cuórums sean más eficaces en cuanto a hermandad y servicio. Los cuórums son unidades que deben mantener el sacerdocio en lazos sagrados y en mutua ayuda.
Me refiero particularmente a los miembros mayores del Sacerdocio Aarónico—ustedes, hombres de negocios, exitosos en el mundo comercial; ustedes, hombres profesionales que han dedicado su tiempo al éxito de sus vocaciones y son exitosos, líderes en asuntos cívicos y políticos—júntense más en sus cuórums. Sí, tal vez como maestros—está bien. Reúnanse como maestros, maestros adultos, y ayúdense unos a otros. Si uno de sus miembros está enfermo, dos o tres de ustedes pueden reunirse y visitarlo. Eso sí pueden hacerlo. Tal vez no les guste predicar, y vacilen en presentarse ante una audiencia, incluso para orar. Pero sí pueden ir juntos y sentarse al lado de su compañero que yace en cama. Él nunca lo olvidará.
Ustedes, élderes, quizás tengan a uno de sus miembros enfermo, y su cosecha necesita ser recogida. Reúnanse y ayúdenle a recogerla. Alguno de sus miembros tiene un hijo en una misión y sus fondos están escaseando. Solo pregunten si pueden ayudarle. Su gratitud nunca la olvidará. Tales actos son los que el Salvador tenía en mente cuando dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (véase Mateo 25:40). No hay otra manera de servir a Cristo. Uno puede arrodillarse y orar a Él, y eso es bueno. Puede suplicarle que le dé Su guía por medio del Espíritu Santo—sí, lo hacemos y debemos hacerlo. Tenemos que hacerlo. Pero son esas visitas prácticas y diarias en la vida, es el controlar nuestra lengua, el no hablar mal de un hermano, sino hablar bien de él, lo que el Salvador marca como verdadero servicio.
Lean la primera epístola de Pedro, donde se refiere al Santo Sacerdocio: “… mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). En su segunda epístola (véase 2 Pedro 1:4) noten la importancia de esto: “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina.” Cuando uno comprende eso, ha alcanzado la felicidad.
Ahora, el otro punto se relaciona con sus hogares. Volvamos a casa con la determinación de hacer de nuestros hogares lugares de contentamiento y paz. No hay uno solo entre nosotros que no pueda contribuir a esa condición. El hogar ideal debería encontrarse entre los miembros de la Iglesia de Jesucristo, y soy lo suficientemente anticuado para pensar que el hogar sigue siendo la base del estado, especialmente de una república. No lo olviden. Y el estado no tiene derecho a tomar a sus hijos y tratar de formarlos sustituyendo su protección, madre, y su dirección llena de oración.
El hermano Bennion se refirió a la influencia de una madre. Él expresó lo que cada uno de nosotros puede hacer. Pero ahora me refiero a los padres, contribuyendo al hogar al mostrar un alto sentido de respeto y cortesía hacia sus esposas en el hogar. La cortesía es una virtud maravillosa, y debe mostrarse en el hogar. Cortesía es decir “gracias”; “por favor”; “perdón.” ¿Han olvidado esas palabras en el hogar? Los niños, al escucharlas, llegarán a ser corteses con su madre y su padre, y entre ellos mismos. El hogar es el lugar para enseñar las virtudes de la sociedad. El hogar es el lugar para inculcar la fe que ha sido enfatizada en esta conferencia.
Esposos, recuerden los convenios que han hecho con sus esposas. No permitan que sus afectos se aparten de la madre de sus hijos. Madres, no olviden que deben algo a sus hijos y a su esposo. Ustedes también pueden mantenerse atractivas. Ustedes también pueden abstenerse de criticar. Ustedes también pueden contribuir a la felicidad y al contentamiento del hogar, el lugar más dulce sobre la tierra. Eso es lo más cercano al cielo que se puede estar aquí. No lo conviertan en un infierno. Algunos lo hacen.
Hemos tenido demasiados hogares rotos desde la guerra, demasiadas separaciones por divorcio. Reduzcamos ese número. No tiene sentido terminar un matrimonio solo por unos malentendidos. Prevengan los malentendidos controlando la lengua. Ustedes poseen el sacerdocio. ¿No pueden controlar su lengua tan bien como sus acciones? No digan lo primero que venga a la mente cuando las cosas vayan mal, y con una observación iracunda hieran a aquella que ha entregado su vida a ustedes. Controlen su temperamento.
Sí, ustedes ven debilidades. Las mujeres también las ven en nosotros los esposos. ¡Les aseguro que las ven! Ellas controlan su lengua con mayor frecuencia, pienso yo, que nosotros. Reverenciemos la femineidad. ¿No es extraño, cuando lo piensan, que lo único de lo cual el mundo ha acusado a esta Iglesia sea, precisamente, aquello en lo cual esta Iglesia merece más crédito—mantener el hogar puro y estable, educar a los hijos en la fe de nuestros padres, fe en el Señor Jesucristo y en el Padre y en la restauración del evangelio?
Ahora, aquí está un llamamiento final en esta conferencia: que volvamos a casa, que volvamos y pongamos nuestros hogares en orden (DyC 93:43). Dios los bendiga en ello, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

























