Los Santos Dignos de Europa
Élder Thomas E. McKay
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles
Estoy muy agradecido, mis hermanos y hermanas, por esta maravillosa oportunidad, una vez más, de darles mi testimonio de la divinidad de esta obra. He disfrutado plenamente de los testimonios que se han dado esta mañana y ahora del testimonio del presidente Clark.
Me sentí muy complacido de escuchar a nuestros hermanos y hermanas alemanes proporcionar la música esta mañana. Pensé por un momento que tal vez hubiera algunos en el coro a quienes yo había enseñado en inglés mi himno favorito, “Hogar, dulce hogar de amor”; pero después de escuchar sus voces, que sonaban tan jóvenes y frescas, pensé en cuánto tiempo había pasado —más de cincuenta años— y llegué a la conclusión de que ninguno de ellos había nacido cuando yo enseñaba esa clase de inglés. Estoy agradecido por la gran obra misional que se está realizando en la Iglesia. Estoy agradecido, especialmente, por el evangelio, y, como he dicho, por esta oportunidad de dar nuevamente mi testimonio de su divinidad.
Estoy agradecido, de manera especial, por mis padres y por mis hermanos y hermanas. Hace como una semana o diez días, la hermana McKay y yo estábamos en la antigua casa; teníamos algunas visitas. Entraron. Los conocíamos, no demasiado bien; yo los había visto antes. Nos complació hablar un poco sobre la vieja casa, sobre nuestras experiencias de infancia allí, especialmente aquellas con el presidente McKay, y cuando terminamos y nos estábamos despidiendo, el hermano que estaba allí sostuvo mi mano un momento. Luego me dijo: “Usted ha sido bendecido con padres comprensivos.” Nunca lo había escuchado expresado de esa manera antes, no con esas palabras, y así se lo dije. Le respondí: “Sí, no solo he sido bendecido con padres comprensivos, sino también con una esposa bondadosa, de ojos negros, hermosa y comprensiva.”
Estoy muy feliz por esta oportunidad de dar testimonio de la bondad de mis padres, de mi esposa, de nuestra familia, de mis hermanos y hermanas, hijos y nietos, por su bondad hacia mí. Puedo decir con toda sinceridad que ha habido amor en el hogar, allí en la antigua casa de Huntsville.
Mi himno favorito, como algunos de ustedes ya saben, es “Hogar, dulce hogar de amor”:
Hay belleza por doquier
Cuando hay amor en el hogar;
Gozo en cada son se ve
Cuando hay amor en el hogar.
Reina paz y gran solaz,
Rostros muestran dulce faz;
El hogar feliz será
Cuando hay amor.
Gozo en todo hallarás
Cuando hay amor en el hogar;
Celos, odio, nunca más,
Cuando hay amor en el hogar.
Rosas brotan a los pies,
El Edén renace, pues,
Y el vivir es todo un bien,
Cuando hay amor.
Sonríe el cielo al mirar
Cuando hay amor en el hogar;
Mundo todo es de amar,
Cuando hay amor en el hogar.
Más dulzón es el raudal,
Brilla el cielo más azul;
Dios nos mira con amor,
Cuando hay amor.
Sí, estoy agradecido por mis padres, por mi esposa y por mis hijos. Dios bendiga a nuestras madres, a nuestras esposas, no solo en la Iglesia, sino en todo el mundo. Siempre que encuentren a un líder entre los hombres, hallarán que hay una buena esposa a su lado. Tal vez no se la mencione; tal vez no sea muy conocida; el hombre recibe el reconocimiento, los aplausos de la gente, pero les digo que cuando se haga el recuento final, quizás la esposa reciba mayor mención, mayores bendiciones que el esposo. Así que no olviden a estas esposas y a nuestras madres, hermanos míos.
Me sentí tan feliz al escuchar todo acerca de los recorridos del Coro del Tabernáculo en Europa. La hermana McKay me leyó todo lo que pudimos obtener de los periódicos, y yo escuché con mucha atención la radio. Me emocioné profundamente, hermanos y hermanas, cuando estuvieron en Berlín, y no sé quién estuvo a cargo de la transmisión, pero por la radio escuchamos cantar a nuestros miembros en Berlín. Se alzaron en canto para expresar su gratitud por este gran acontecimiento en su distrito. Me conmovió especialmente cuando supe que el coro había tenido la oportunidad de cantar a los refugiados. Dios los bendiga. Hay miles y miles de ellos allí que necesitan ahora esa música, y que necesitan el evangelio. Yo sé qué clase de personas son algunos de ellos.
En mi segunda misión allá tuve el privilegio de visitar a los miembros en Königsberg, donde tenían, puedo decirlo, uno de los mejores coros de la Iglesia. Al escuchar cantar a esos hermanos y hermanas, uno podía saber que eran de la casa de Israel. Subimos aún más al norte y tuvimos el privilegio de cruzar la frontera desde la rama de Memel hacia Rusia. La gente allí fue tan bondadosa. Están listos para recibir el evangelio, así que no sean duros con ellos (el pueblo no es responsable de lo que hacen los líderes), sino que oren por ellos.
Me siento muy feliz y agradecido de que nuestra escuela de la Iglesia, la Universidad Brigham Young, tenga una clase de ruso. Espero que más de los jóvenes se preparen. No estoy diciendo que algo pueda ocurrir, pero están sucediendo tantas cosas y con tanta rapidez que no podemos saberlo. Es bueno estar preparados. Con frecuencia pensaba, mientras estaba en el campo misional, en algunas de las profecías que se han hecho en cuanto a la conclusión aquí en la tierra, “cuando venga el fin”; por ejemplo: “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).
Pues bien, yo serví en Europa, Alemania, Austria, Hungría, Francia, Suiza; todo ello estaba incluido en lo que entonces era la Misión Suiza-Alemana. Allí hay millones de personas. Yo pensaba: “Bueno, si el fin no llega antes de que todo este pueblo reciba el evangelio, supongo que faltará mucho tiempo.” Pero, juzgando por los acontecimientos que han ocurrido recientemente, especialmente con mi hermano, el presidente David O. [McKay], visitando tantos países del mundo en tan corto tiempo, con las transmisiones de nuestro coro y su maravillosa visita allí, el evangelio podría ser predicado a todos los pueblos antes de lo que imaginamos.
Estoy muy agradecido por el templo que se ha establecido en Berna, la hermosa capital de Suiza, la hermosa Suiza. Es un gran y pequeño país. Si me hubieran consultado sobre la ubicación (estoy muy agradecido ahora de que no lo hicieran), creo que no habría pensado en Berna. Las ramas más grandes y la mayoría de los miembros están fuera de esa ciudad. Pero Berna es la capital, donde se encuentran los hermosos edificios del gobierno. Allí se encuentra una de las mejores bibliotecas genealógicas que he tenido el privilegio de visitar. La visité y conocí al director. Conversamos tanto que no podíamos despedirnos. El teléfono sonó y era su esposa preguntándole por qué no había regresado a casa para almorzar. Ella no estaba muy contenta, pero él le dijo que no se preocupara más, que él almorzaría cerca del edificio ese día.
Ellos están ansiosos y dispuestos a explicar la obra que ya han realizado en el trabajo genealógico. Creo, por todo lo que he escuchado y estudiado, que los registros en Suiza, que han sido conservados en las diversas iglesias, son los más completos, o tan completos como cualquiera de los del mundo, y también los de Alemania. Ahora contamos con los inventos modernos que permiten filmar estos registros. Antes era muy difícil para nuestros miembros descifrarlos; las iglesias no tenían calefacción y estaban débilmente iluminadas. Nuestros miembros tenían grandes dificultades para bajar a los archivos y obtener los nombres. Pero esto ha cambiado. Los registros han sido filmados, y miles de nombres están listos para llevarse al templo.
Y permítanme decir esto: muchos de los miembros ya están aquí, y supongo que más del ochenta por ciento de ellos han venido con cientos de nombres para trabajar en el templo. Amo a estos miembros; son obreros del templo; tienen su mente y corazón en el templo; y me siento tan feliz y agradecido por la culminación de este templo en Berna.
Dios bendiga a los hermanos por su inspiración al construirlo allí. Estoy agradecido de haber tenido el privilegio de dar mi testimonio a tantas personas en Europa. Estuve allí en tres misiones diferentes.
Recuerdo muy bien el último testimonio que di en Berlín, en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Al concluir la reunión, un desconocido me habló. Parecía ser un hombre muy inteligente. Me dijo: “No debería hablarle así a la gente; le van a creer.” Le hablé de la bondad del evangelio y de que toda la humanidad sería más feliz si siguiera el plan de salvación, tal como se había revelado en el evangelio, y añadí: “Yo sí espero que crean en mi testimonio.” Le pregunté su nombre, y él me respondió: “No importa.”
Decenas de personas desde entonces han llegado aquí a Sion y son ejemplos vivientes del testimonio que di en Berlín.
Podría mencionar muchos nombres, pero el tiempo no lo permite. Sin embargo, he vivido para ver los beneficios alcanzados por aquellos que han aceptado el evangelio.
El evangelio es verdadero y nos ha sido dado para nuestra felicidad en esta vida.
Dios vive; Jesucristo es el Cristo y la cabeza de esta Iglesia. Les doy mi testimonio, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.

























