Las Mujeres Testifican de Jesucristo

Las Mujeres Testifican de Jesucristo

Elaine A. Cannon
Publicado por primera vez en 1998


Este libro es un viaje espiritual contado a través de las voces de mujeres que dedicaron su vida a Jesucristo. Sus historias nos llevan desde los días de las pioneras que cruzaron las llanuras con sacrificio y valentía, hasta las presidentas de las organizaciones auxiliares que guiaron con sabiduría a generaciones enteras. No son relatos fríos de fechas ni de cargos, sino recuerdos vivos que muestran cómo el testimonio de Cristo se entrelaza con las labores más sencillas y también con las responsabilidades más altas.

A lo largo de las páginas se siente una constante: Jesucristo es el centro de todo. Cada mujer, en medio de sus propias pruebas —guerras, persecuciones, enfermedades, pérdidas familiares— halló paz y fuerza en Él. Algunas lo hicieron enseñando a los niños, otras preservando la historia y el arte de la Iglesia, otras levantando su voz en conferencias o en himnos de fe. Todas, de una u otra manera, irradiaron la certeza de que el Señor vive y acompaña a quienes le siguen.

El libro no solo recoge testimonios, sino ejemplos prácticos. Vemos a madres que enseñan el evangelio a sus hijos con amor, a líderes que enfrentan épocas difíciles con valor, a artistas que transforman su talento en ofrendas sagradas. Ellas nos recuerdan que el discipulado no es abstracto, sino que se manifiesta en cómo servimos, cómo hablamos, cómo trabajamos y cómo cuidamos de los demás.

Al cerrar sus páginas, uno no solo ha conocido historias, sino que se ha encontrado con un espíritu que inspira a seguir adelante. Es como si cada testimonio susurrara: “Jesucristo vive, confía en Él, sé firme en tus convenios y no tengas miedo.” Este coro de voces femeninas nos deja la certeza de que el evangelio funciona, que la fe cambia vidas y que siempre hay “otras bendiciones” que el Señor derrama sobre quienes lo buscan con sinceridad.

“Un testimonio de Jesucristo es algo que podemos llevar con nosotros de esta vida a la próxima”, escribe la reconocida autora Elaine Cannon. “Guía nuestro comportamiento y nos da esperanza. Allí yacen bendiciones inconmensurables.”

En Las mujeres testifican de Jesucristo, Elaine Cannon presenta testimonios inquebrantables de mujeres líderes y maestras de cada dispensación. Desde el testimonio de María Magdalena de que “Él ha resucitado” hasta los testimonios de presidentas de la Sociedad de Socorro de nuestros días, este inspirador libro se adentra en la sabiduría, sinceridad y fortaleza de ser una mujer que sabe que Jesucristo es el Señor y Salvador.

Conmovedor, incluso en ocasiones humorístico, Las mujeres testifican de Jesucristo inspirará a las mujeres de hoy que se esfuerzan por desarrollar testimonios personales de su Señor.

La autora escribe: “Las mujeres aportan evidencia, incluso pruebas, adquiridas mediante experiencias escogidas con el Señor. Al considerar sus dulces expresiones, ojalá podamos decir, como Alma, que debido a la palabra que se nos ha impartido, muchos nacerán para el Señor y conocerán a Dios.”


Elaine Cannon fue presidenta general de las Mujeres Jóvenes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Antes de recibir ese llamamiento fue miembro de la junta directiva de la Asociación de Mejoramiento Mutuo y de los comités de planificación de currículo, redacción, actividades y correlación de la Iglesia. También se desempeñó como editora asociada de las revistas de la Iglesia para jóvenes y sus líderes.

Es autora galardonada de numerosos libros, entre ellos: ¡Minerva! La historia de una artista con una misión; El hijo de María; La verdad acerca de los ángeles; Cuenta tus muchas bendiciones; El bautismo y más allá; Rayos de sol; Ser madre; Como piensa una mujer; y La adversidad. Sus publicaciones también incluyen muchos libros para niños y discursos en casetes de audio.

Elaine y su esposo, el fallecido D. James Cannon, son padres de seis hijos. Ella reside en Salt Lake City, Utah.


Introducción
Capítulo 1La esperanza en el Señor Jesucristo
Capítulo 2Declarar la verdad
Capítulo 3“¡Lo he visto!”
Capítulo 4Otras mujeres en la tumba
Capítulo 5Las testificadoras
Capítulo 6La realidad de la resurrección
Capítulo 7Sí, Señor: Creo
Capítulo 8La esposa del rey testifica
Capítulo 9Tres ensayos sobre el Señor
Capítulo 10Una experiencia confirmatoria
Capítulo 11Jesús como compañero constante
Capítulo 12¡Él es Nuestro Señor!
Capítulo 13El Señor estaba con nosotros
Capítulo 14La realidad del Espíritu
Capítulo 15Ninguna oración queda sin respuesta
Capítulo 16El hacha y la raíz
Capítulo 17¡Un villancico para su Rey!
Capítulo 18No Puedo Negarlo
Capítulo 19El Himno de Eliza
Capítulo 20Un sendero hacia la fe
Capítulo 21La Casa del Señor
Capítulo 22Gozo en el Señor
Capítulo 23Esos pequeñitos
Capítulo 24¡El Señor es mi Luz y mi Canción!
Capítulo 25¡Seguid adelante!
Capítulo 26Aquellas que se yerguen como testigos
Capítulo 27¡Oro, trabajo y sé!
Capítulo 28Yo sé que vive mi Redentor
Capítulo 29Certeza de la verdad
Capítulo 30La esposa de un profeta
Capítulo 31Convenios y el Señor
Capítulo 32Las otras bendiciones

Introducción


Aquel que da Testimonio es un Testigo.
Un testimonio es una declaración de verdad basada en conocimiento personal en apoyo de un hecho afirmado que puede servir de evidencia a otros cuando se da a conocer públicamente.

Los estudiosos del derecho explican que, típicamente en un juicio, puede haber un testigo de carácter, un testigo de oídas y un testigo experto que puede llegar a su opinión por razonamiento hipotético. Sin embargo, un testigo presencial es más valioso porque su testimonio es conocimiento personal basado en una conclusión alcanzada mediante los sentidos de ver, tocar, oír y oler. ¡Su conocimiento conmueve al tribunal!

Al testificar de la existencia de Jesucristo —que Él es el Hijo de Dios y nuestro Redentor— las personas que han tenido experiencias personales conmueven a otros para que sepan y sientan cuando comparten este testimonio. Todos los profetas de la Iglesia han declarado su testimonio especial, su inequívoca seguridad de que, a través de ciertas circunstancias, saben que Jesús es el Cristo.
La verdadera fortaleza de esta Iglesia en rápido crecimiento radica en que, aunque los miembros escuchan a los profetas, también procuran saber y crecer en tal entendimiento por sí mismos. Esta luz interior no puede ser prestada ni heredada, ni llega por ósmosis. A medida que las personas se acercan cada vez más a tal conocimiento, la confusión ya no reina, ni hay conjeturas vagas ni postergaciones acerca de la vida y la muerte y del propósito del plan de Dios para nosotros. Habrá paz que sobrepasa todo entendimiento.

El propósito de este libro es conocer testimonios personales de mujeres. ¡Las mujeres aportan evidencia, incluso pruebas, adquiridas mediante experiencias escogidas con el Señor! Al considerar sus dulces expresiones, ojalá podamos decir, como Alma, que debido a la palabra que se nos ha impartido, muchos nacerán para el Señor y conocerán (como él conoció cara a cara) a Dios (véase Alma 36:26).

Un testimonio de Jesucristo es algo que podemos llevar con nosotros de esta vida a la próxima. Guía nuestro comportamiento y nos da esperanza. Allí yacen bendiciones inconmensurables.


Capítulo 1

La esperanza en el Señor Jesucristo


No para ser presuntuosos, pero la evidencia parece clara: ¡el Señor ama a las hermanas! Él sonríe desde su cielo sobre las mujeres: sobre Eva, la madre de todos los vivientes… Sara, Elisabet y María y sus hijos milagrosos… Ana y Ester y sus oraciones respondidas… María Magdalena, quien lo vio primero como ser resucitado… Emma Smith, quien recibió una revelación personal respecto a su papel como esposa de un profeta… Eliza R. Snow, la primera mujer SUD que regresó al lugar de nacimiento de Cristo después de la Restauración… Belle Spafford, quien recibió la inspiración para un edificio de la Sociedad de Socorro, sede de la manera de la mujer de hacer las cosas en el reino.

El Señor sabe que tu corazón contrito necesita ser levantado y consolado. Envías a tus jóvenes misioneros, vistes a los muertos, muestras resistencia al dar a luz y valor en el rechazo. Das consuelo: galletas, canastas, ramos, tarjetas, un libro, un hombro firme, un corazón guardado, aun cuando tu propia alacena y tu corazón estén vacíos. Clamas: “¡Oh, amado Redentor, ayúdame!” Él escucha.

Nuestra esperanza está en el Señor.

Las palabras de esperanza en el Señor usadas en este libro provienen de mujeres de todas las dispensaciones. Fueron reunidas específicamente para generar buenos sentimientos, un tónico de esperanza. No importa lo que esté sucediendo, la esperanza de felicidad en esta vida con éxito en nuestras metas y afrontamiento sabio de los problemas se encuentra en un testimonio individual de Jesucristo.

¡Él vive! Importa que Él nos haya dado la victoria sobre la muerte. La pérdida de un ser querido sería insoportable de otra manera. Gracias al Señor por su Getsemaní y su Calvario.

¡Él se preocupa! Cuando todas las asociaciones quedan cortas en amar, consolar y sostener, podemos tener buen ánimo al sentirlo con nosotros. Cuando el Señor está santificado en nuestros corazones, siempre podemos estar listos para “presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Gloria a Dios.

Él perdona. Expiò por nuestros pecados y, cuando usamos nuestro albedrío para suplicar por tal milagro, el perdón reconocido trae sanación. Él ya no recuerda nuestros pecados. Bendito Salvador. Amado Redentor.

Él bendice. Con todo lo que tiene, nos bendecirá. Bendiciones nombradas y no nombradas, ya sea que las reconozcamos o que groseramente las ignoremos con ingratitud. El camino agradable es reconocer cálidamente su generosidad. Yo lo hago, recordando que los estremecimientos en la columna y la hinchazón en el corazón solo vienen al saber que Jesús es el Cristo. Con Dios nada es imposible.

En el bautismo prometemos ser testigos de Él en todos los lugares y en todo momento. La atención reflexiva a la oración sacramental fortalece nuestro cumplimiento de los convenios de siempre recordarlo, para que siempre tengamos su Espíritu con nosotros. Así traemos a Jesucristo a nuestra conciencia y nuestras vidas a la armonía con la suya. Cuando el Espíritu se manifiesta de manera selectiva, algunos se llenan y otros levantan una copa vacía.

Las personas que se preparan para una experiencia sagrada pueden esperar la recompensa de la cercanía con el Salvador. Un ejemplo clásico en la historia de la Iglesia fue que, después del martirio de José Smith, muchos vieron la imagen de José Smith posarse como un manto sobre Brigham Young, señalándolo como el nuevo profeta y líder. Los relatos individuales en numerosos diarios personales lo confirman. Pero muchas personas no presenciaron este milagro. Una revelación a través del mismo profeta José Smith es un recordatorio de estar listos para una experiencia espiritual: “Un [hombre] puede recibir el Espíritu Santo, y éste puede descender sobre él y no permanecer con él” (D. y C. 130:23). Y la pregunta que sigue es: “¿Por qué no?” Una respuesta es que el Espíritu Santo no obra en la vida de una persona si no hemos vivido dignos de este gran don de Dios. Un testimonio verdadero y duradero de Dios el Padre y de su Hijo, Jesucristo, es confirmado por el Espíritu Santo.

Al acercarse al Señor, buscando un testimonio pleno de Él y esforzándose por guardar sus mandamientos, los poderes de las tinieblas se dispersarán delante de ti. Y no solo eso, sino que “los cielos temblarán para vuestro bien” (D. y C. 21:6). Además, está la promesa del Señor de que toda persona (no solo los profetas) que se vuelva a Jesús como Amigo y Ayudador, siguiendo su consejo y guardando sus mandamientos, verá su rostro y sabrá que Él es (véase D. y C. 93:1).

Lo que ahora sabemos por nosotros mismos todos los demás pueden saberlo. Ha sido profetizado: “Sí, toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará delante de él. Sí, aun en el postrer día, cuando todos los hombres comparecerán para ser juzgados por él, entonces confesarán que él es Dios; entonces confesarán los que viven sin Dios en el mundo, que el juicio de un castigo eterno es justo sobre ellos; y temblarán, y se estremecerán, y se encogerán bajo la mirada de su ojo que todo lo escudriña” (Mosíah 27:31; véase también Isaías 45:23).

¿Toda rodilla?
Toda rodilla. Dios lo ha dicho.

El cumplimiento de tal profecía puede comenzar con la milagrosa inundación de la tierra con testimonios solemnes y sagrados de los verdaderos creyentes en Cristo. El testimonio de mujeres de Jesucristo en este libro, por sí solo, es un comienzo alentador. Esto trae a la memoria la escritura donde Juan el Revelador habla de oír una voz “de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos” amonestando a todos los que tienen el testimonio de Jesús a adorar a Dios: porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía (Apocalipsis 19:6–7, 10).

La perspectiva profética del presidente Gordon B. Hinckley sobre Jesucristo es importante. Él dijo:

De todas las victorias en la historia de la humanidad, ninguna es tan grande, ninguna tan universal en su efecto, ninguna tan eterna en sus consecuencias como la victoria del Señor crucificado, que salió en la Resurrección aquella primera mañana de Pascua.

He visto estatuas y pinturas de los grandes hombres y mujeres de la historia, muchos cientos de ellas. Pero, por grandes e importantes que sean todos estos héroes del pasado, ninguno puede compararse con la victoria de la solitaria figura, atormentada por el dolor, en la cruz del Calvario, que triunfó sobre la muerte y trajo el don de la vida eterna a toda la humanidad.

Es este Jesucristo, Él crucificado y resucitado, en quien encontramos nuestra paz y de quien testifico.

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