Capítulo 18
No Puedo Negarlo
Marc y Jean Jensen fueron valientes misioneros en Berlín Occidental, Alemania. Jean fue un testigo radiante del Señor, a pesar del dolor y de durísimas pruebas que no se mencionarán aquí. Su belleza espiritual y física ha sido como el toque de un ángel para incontables personas. Este es su testimonio:
Yo, Eleanor Jean Anderson Jensen, tengo un testimonio de la realidad y divinidad de Dios el Padre, de Su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Como nací en un hogar Santo de los Últimos Días, de padres que tenían un testimonio, crecí con la fortaleza de sus testimonios a mi alrededor y participé de sus experiencias que edificaban testimonio. Asistí a la Escuela Secundaria SUD (ahora LDS Business College) en Salt Lake City, Utah, donde mi testimonio se fortaleció aún más por mis estudios de materias religiosas y de las obras estándar bajo la enseñanza de excelentes líderes. Aprendí a reverenciar, respetar y amar a los diversos presidentes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y a sostenerlos como profetas, videntes y reveladores. He conocido personalmente a algunos de ellos, y esa relación ha hecho aún más fuerte mi conocimiento de sus llamamientos divinos.
Estuve presente en la conferencia de la Estaca Pioneer cuando mi madre, Sarah Jeremy Anderson, habló después de haber estado gravemente enferma la semana anterior a la conferencia. Recuerdo el poder de la administración previa, cuando se le prometió que se levantaría de su cama y cumpliría con su asignación. Recuerdo lo silenciosa que estaba la sala durante la conferencia mientras hablaba, al punto que podíamos oír el tic-tac del reloj, cuando de repente se detuvo. Vi a mi madre mirar hacia arriba, palidecer, y quedar sin poder hablar por un tiempo, y luego continuar con un resplandor en su rostro que nunca olvidaré. Cuando regresó a casa, nos dijo que al mirar hacia arriba había visto los pies del Salvador con las marcas de los clavos en ellos. Ella estaba débil pero sana, y dio este testimonio en lugares sagrados y en momentos apropiados durante toda su vida.
Durante nuestra misión en Alemania, una lesión en la espalda me llevó a un punto devastador. Un día estaba acostada en mi cama llorando, y de repente sentí como si una corriente eléctrica hubiera pasado por mí. Escuché la voz de mi madre en el pasillo. Yo la había cuidado durante las últimas dos semanas antes de que muriera, el año anterior a nuestra misión. Ahora escuché su voz decir: “¿Es aquí donde ella vive?”, y una voz masculina respondió: “Sí”. Entonces entró por la puerta cerrada y se quedó allí en toda su gloria.
Mi madre tenía ochenta años cuando murió y estaba tan encorvada por la artritis que apenas me llegaba al hombro. Ahora estaba erguida, su cabello era dorado en lugar de blanco, y vestía una túnica fluida de color azul pálido. Sonrió y dijo: “Estoy orgullosa de ti, Jean.” Yo no dejaba de repetir una y otra vez: “Madre, eres tan hermosa.” Ella me besó la mejilla como siempre lo hacía y me apretó la mano, y luego se fue. Me deslicé de la cama hasta mis rodillas y me quedé en oración de agradecimiento por un buen tiempo, porque se me había permitido ver a mi madre y sentir su aprobación.
No podría negar que he visto a mi madre, que escuché su voz y sentí su beso y su toque, así como José Smith no pudo negar que había visto a Dios el Padre y al Hijo. Doy este testimonio con toda humildad y gratitud, y en el nombre de nuestro amado Salvador, Jesucristo, amén.
¡Un testimonio a través de las generaciones! Mira a tu propia herencia para encontrar tal fortaleza. Asegúrate de transmitir tu propio y maravilloso testimonio del Señor, de su evangelio, de su bondad y de su vínculo entre nosotros y el Padre Celestial.
Un testimonio se fortalece cuando las generaciones han testificado del Señor. El Sesquicentenario Pionero trajo a la memoria la fe de nuestros antepasados. Mi madre, mis abuelas y mis bisabuelas pioneras me impresionaron toda la vida con un firme conocimiento de que Jesús es el Cristo. No lo dudo, sino que abrazo las auténticas y sanadoras experiencias espirituales que el cielo nos permite. Él ayuda a cada uno de nosotros a aprender de una manera adecuada a nuestra personalidad y a nuestras necesidades.
























