Las Mujeres Testifican de Jesucristo

Capítulo 5

Las testificadoras


La hermana Janath Russell Cannon ha vivido gran parte de su vida como misionera. Antes de casarse sirvió en Francia y Canadá. Ha cumplido asignaciones en diversos lugares con su esposo, Edwin Q. Cannon: Misión Alemania Hamburgo, Templo de Fráncfort, Misión Suiza, Centro de Visitantes de Nauvoo y la Misión Internacional. La hermana Cannon sirvió como primera consejera de la presidenta Barbara B. Smith en la presidencia general de la Sociedad de Socorro, y fue miembro del Comité Ejecutivo de Correlación de la Iglesia. Durante dieciocho años, la hermana Cannon cantó con el Coro del Tabernáculo. Es editora, autora y coautora de varios libros sobre la historia de la Iglesia SUD. Sus conocimientos y credenciales son altamente valorados, siendo graduada de Phi Beta Kappa en Wellesley College, Massachusetts. Los Cannon son padres de seis hijos. Junto con Rendell y Rachel Mabey, fueron los primeros representantes oficiales de la Iglesia en llevar la plenitud del evangelio a África Occidental en 1978.

Este es su testimonio:

“La Pascua de 1938 me trajo un don que aún atesoro. No un regalo del conejo de Pascua (personaje al que yo despreciaba), sino un don de una testificadora de Cristo. Estaba sentada en la Escuela Dominical de la Rama de Cambridge en Massachusetts, cuando el orador comenzó a leer del relato del Apóstol Juan sobre la resurrección…”

“En ese tiempo, yo estaba tomando un curso de historia bíblica como estudiante en el cercano Wellesley College. La profesora era una amable dama cuáquera que, sin embargo, diseccionaba sin piedad el Nuevo Testamento según la corriente erudita de la Alta Crítica. Este enfoque usualmente ponía en duda el retrato de Jesús como el Hijo de Dios, en particular las afirmaciones de su resurrección física. Yo estaba teniendo cierta dificultad para enfrentar ese desafío en mi propia mente. Sabía por mis padres y por lecturas superficiales que Jesús había aparecido a los nefitas y a José Smith, pero… ¿podría ser que solo hubiera sido su espíritu lo que vieron?

Los eruditos decían que los diferentes relatos de su resurrección habían sido escritos muchos años después por autores distintos a aquellos cuyos nombres aparecían en la Biblia, a partir de relatos transmitidos oralmente. No eran confiables como hechos históricos. La historia de María Magdalena en la tumba vacía, por ejemplo, podía ser descartada como un rumor adornado, ya que ella misma no lo había escrito.

Sentada allí en la Escuela Dominical, escuchaba con oído crítico los versículos que se leían, tal como fueron escritos por Juan:

Entonces ella corrió, y vino a Simón Pedro, y al otro discípulo, a quien amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto…
Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró
(Juan 20:2, 4-5).

De repente, al escuchar las palabras, un destello de comprensión iluminó mi mente como un rayo visto desde una habitación oscura. Era Juan mismo quien estaba hablando al lector. Juan, “el otro discípulo, a quien amaba Jesús”. Juan, aparentemente demasiado modesto para identificarse por nombre, pero no demasiado modesto para registrar que él “[corrió más aprisa que] Pedro, y llegó primero al sepulcro”. No era un narrador de fábulas futuras quien hablaba; ¡era Juan mismo! ¡Lo supe!

En los versículos siguientes surgió un segundo destello de comprensión, cuando escuché la cuidadosa descripción de lo que tanto él como Pedro vieron:

Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí,
y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó
(Juan 20:6-8).

¡El sudario! Era exactamente el tipo de detalle irrelevante que mi maestra de composición en inglés decía que un escritor de ficción evitaría, ya que distraía de la narración principal. Pero Juan lo incluyó porque él lo había visto, y tal vez le resultaba desconcertante. No estaba escribiendo ficción. Estaba testificando de lo que había visto… y había creído. Para los eruditos de la Alta Crítica aquello no significaba nada, pero para mí, Juan mismo había testificado de la realidad de un Cristo resucitado físicamente. Nunca olvidaría ese poderoso momento de seguridad.

Tampoco olvidaré otro testimonio recibido treinta y cuatro años más tarde en una reunión en la misma tumba. Mi esposo, Edwin Q. Cannon Jr., era presidente de la Misión Suiza, con la Tierra Santa como parte de su responsabilidad. Viajábamos allí con el presidente Harold B. Lee y su esposa, Joan, y el élder Gordon B. Hinckley y su esposa, Marjorie. El 20 de septiembre de 1972 nos reunimos en Jerusalén en la tumba del huerto… escuchamos a nuestro profeta-presidente testificar de la clara impresión que había recibido en un viaje anterior, de que ese era en verdad el lugar donde ocurrió la Resurrección de Cristo. Ese mismo sentimiento fue confirmado para mí ese día.”

“Recordé la dulce seguridad recibida en mi juventud por medio del Evangelio de Juan y acogí con gozo este segundo testimonio. Mi Salvador vive. Lo sé ahora con todo mi corazón y mi mente, y estoy agradecida a los que testifican.”

La hermana Cannon nos recuerda que es importante reconocer el cumplimiento de la ley de los testigos en nuestras propias vidas. El Señor mismo lo ordenó:

“Por boca de dos o de tres testigos se establecerá toda palabra” (2 Corintios 13:1).

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