Las Mujeres Testifican de Jesucristo

Capítulo 8

La esposa del rey testifica


Uno de los testimonios más conmovedores de las señales que siguen al creyente, después de la prueba de la fe, se encuentra en la experiencia del rey lamanita Lamoni y su leal esposa.

Cuando los hijos de Mosíah estaban haciendo la obra misional, en un momento se separaron y cada uno tomó su propio rumbo. Ammon fue a la tierra de Ismael, donde llegó a ser siervo del rey Lamoni y más tarde mató a los enemigos del rey para preservar sus rebaños. Lamoni consideró que este hombre extraordinario era más que un hombre. Pensó que Ammón era el Gran Espíritu de quien sus padres habían testificado que vendría otra vez. Esto porque Ammón podía resistir todas las cosas; los hombres de Lamoni lo habían intentado, pero no pudieron darle muerte (véase Alma 18:3).

El rey quedó impresionado, permitiendo que Ammón le enseñara todas las cosas acerca de la venida de Cristo. El rey creyó todo lo que Ammón le dijo y clamó al Señor por misericordia para sí mismo y para su pueblo. De repente, Lamoni fue sobrecogido y cayó a tierra como si estuviera muerto. Los siervos lo llevaron ante su esposa, y permaneció como muerto durante dos días y dos noches. Toda su familia lo lloraba, lamentando su gran pérdida. Pero fue la esposa del rey quien pidió a Ammón que explicara lo que había sucedido con su esposo. Ella le pidió que entrara y viera a su marido:

“Pues ya ha estado sobre su lecho el espacio de dos días y dos noches, y algunos dicen que no está muerto, pero otros dicen que sí lo está y que hiede, y que debería ser puesto en el sepulcro; mas en cuanto a mí, para mí no hiede.”

Esto era lo que Ammón deseaba, porque sabía que el rey Lamoni estaba bajo el poder de Dios; sabía que el oscuro velo de la incredulidad estaba siendo quitado de su mente… sabía que el rey estaba “arrebatado en Dios”. Le dijo a la reina que el rey no estaba muerto y que se levantaría al día siguiente, y le preguntó si ella le creía.

Ejemplificando su fe y la ternura de una mujer leal a su esposo, ella dijo:

“No he tenido otro testimonio fuera de tu palabra, y la palabra de nuestros siervos; sin embargo, creo que será según lo que has dicho.”

A lo que Ammón respondió:

“Bendita eres tú por tu fe tan grande; te digo, mujer, que no ha habido tal gran fe entre todo el pueblo de los nefitas.”

Al día siguiente, cuando el rey Lamoni se levantó, extendió su mano hacia su esposa, quien había velado por él, y dijo:

“Bendito sea el nombre de Dios, y bendita seas tú. Porque tan cierto como que vives, he aquí, he visto a mi Redentor, y Él ha de venir, y ha de nacer de una mujer, y redimirá a toda la humanidad que crea en su nombre.”

Su corazón se ensanchó de gozo, y tanto él como la reina, sobrecogidos por el Espíritu, cayeron de nuevo. El Espíritu fue tan poderoso que Ammón y los siervos del rey también cayeron a tierra.

La reina tenía una sierva llamada Abis, quien había guardado silencio acerca de su propia conversión a Cristo desde la niñez, a través de una visión extraordinaria que tuvo su padre. Ella reconoció la condición del rey, la reina y Ammón de estar sobrecogidos por el poder de Dios como una señal. Corrió de casa en casa anunciándolo al pueblo, que entonces se reunió en la casa del rey. Luego, la sierva tomó a la reina de la mano, con la esperanza de levantarla del suelo. Tan pronto como tocó su mano, la reina se levantó y se puso en pie, y exclamó en alta voz su testimonio:

“¡Oh, bendito Jesús, que me has salvado de un horrible infierno! ¡Oh, bendito Dios, ten misericordia de este pueblo!”

Y ella juntó sus manos, llena de gozo, pronunciando muchas palabras que no fueron entendidas. La reina tomó la mano del rey, y él se levantó y se puso en pie. Cuando Ammón y los siervos del rey se levantaron, proclamaron al pueblo que ellos también habían visto ángeles. Sus corazones habían sido cambiados y ya no tenían “más deseos de hacer lo malo”.

“Y así comenzó la obra del Señor entre los lamanitas; así comenzó el Señor a derramar su Espíritu sobre ellos; y vemos que su brazo está extendido a todo pueblo que se arrepienta y crea en su nombre.”
Tomado de Alma 18 y 19.

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