En esta vida y en la venidera,
ESPÍRITU Y CUERPO,
cuando se unen,
llegan a ser un alma viviente de valor supremo.
Capítulo 3
Él nos da dones físicos y espirituales
Recientemente, la hermana Nelson y yo disfrutamos de la belleza de peces tropicales en un pequeño acuario privado. Peces de colores vivos y de diversas formas y tamaños nadaban de un lado a otro. Le pregunté a la encargada cercana: “¿Quién provee alimento para estos hermosos peces?”
Ella respondió: “Yo lo hago.”
Entonces pregunté: “¿Alguna vez te lo han agradecido?”
Ella contestó: “¡Todavía no!”
Pensé en algunas personas que conozco que son igual de inconscientes de su Creador y de su verdadero “pan de vida”. Viven día a día sin conciencia de Dios ni de Su bondad hacia ellos. No reconocen Su ayuda para lograr lo que de otro modo sería imposible.
¡Cuánto mejor sería si todos pudieran estar más conscientes de la providencia y el amor de Dios, y expresaran esa gratitud hacia Él! Amón enseñó: “Demos gracias a Dios, porque Él obra justicia para siempre.” Nuestro grado de gratitud es una medida de nuestro amor por Él.
Dios es el Padre de nuestros espíritus. Él tiene un cuerpo glorificado y perfeccionado de carne y hueso. Vivimos con Él en el cielo antes de nacer. Y cuando Él nos creó físicamente, fuimos creados a la imagen de Dios, cada uno con un cuerpo personal.
Piensa en nuestro sustento físico. Es verdaderamente enviado del cielo. Las necesidades de aire, alimento y agua nos llegan como dones de un amoroso Padre Celestial. La tierra fue creada para sostener nuestra breve estancia en la mortalidad. Nacimos con la capacidad de crecer, amar, casarnos y formar familias.
El matrimonio y la familia son ordenados por Dios. La familia es la unidad social más importante en el tiempo y en la eternidad. Bajo el gran plan de felicidad de Dios, las familias pueden ser selladas en los templos y estar preparadas para regresar a morar en Su santa presencia para siempre. Esto cumple los anhelos más profundos del alma humana: el deseo natural de una asociación interminable con los seres queridos de la familia.
Somos parte de Su divino propósito: “Mi obra y mi gloria,” dijo Él, es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Para alcanzar esos objetivos, “Dios… dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” Ese acto fue una manifestación suprema del amor de Dios. “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”
Central en el plan eterno de Dios está la misión de Su Hijo Jesucristo. Él vino a redimir a los hijos de Dios. Y debido a la Expiación del Señor, la resurrección (o inmortalidad) se convirtió en una realidad. Gracias a la Expiación, la vida eterna se convirtió en una posibilidad para todos los que se califiquen. Jesús lo explicó así:
**“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá;
“Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.”**
¡Por la Expiación del Señor y Su don de la resurrección —gracias sean dadas a Dios!
Nuestro Padre Celestial ama a Sus hijos. Él ha bendecido a cada uno con dones físicos y espirituales. Permíteme hablar de cada tipo. Cuando cantas “Soy un hijo de Dios”, piensa en Su don para ti: tu propio cuerpo físico. Los muchos atributos asombrosos de tu cuerpo dan testimonio de tu propia “naturaleza divina.”
Cada órgano de tu cuerpo es un don maravilloso de Dios. Cada ojo tiene un lente con enfoque automático. Nervios y músculos controlan ambos ojos para crear una sola imagen tridimensional. Los ojos están conectados al cerebro, que registra las cosas vistas.
Tu corazón es una bomba increíble. Tiene cuatro delicadas válvulas que controlan la dirección del flujo sanguíneo. Estas válvulas se abren y cierran más de 100,000 veces al día —36 millones de veces al año. Y, a menos que una enfermedad lo altere, son capaces de resistir semejante esfuerzo casi indefinidamente.
Piensa en el sistema de defensa del cuerpo. Para protegerse del daño, percibe el dolor. En respuesta a una infección, genera anticuerpos. La piel proporciona protección. Advierte contra el daño que podrían causar el calor o el frío excesivos.
El cuerpo renueva sus propias células desgastadas y regula los niveles de sus ingredientes vitales. El cuerpo sana sus cortes, moretones y huesos rotos. Su capacidad de reproducción es otro don sagrado de Dios.
Debemos recordar que no se requiere un cuerpo perfecto para lograr el destino divino. De hecho, algunos de los espíritus más dulces habitan en cuerpos frágiles o imperfectos. Una gran fortaleza espiritual a menudo se desarrolla en personas con desafíos físicos, precisamente porque enfrentan tales desafíos.
Cualquiera que estudie el funcionamiento del cuerpo humano seguramente ha “visto a Dios obrando en Su majestad y poder.” Porque el cuerpo está gobernado por leyes divinas, toda sanidad proviene de la obediencia a la ley sobre la cual se basa esa bendición.
Sin embargo, algunas personas erróneamente piensan que estos maravillosos atributos físicos ocurrieron por casualidad o resultaron de un accidente en algún lugar. Pregúntate: ¿Podría una explosión en una imprenta producir un diccionario? La probabilidad es muy remota. Pero aun si así fuera, ¡nunca podría sanar sus propias páginas rasgadas ni reproducir ediciones más nuevas!
Si la capacidad del cuerpo para funcionar normalmente, defenderse, repararse, regularse y regenerarse prevaleciera sin límite, la vida aquí continuaría perpetuamente. Sí, ¡estaríamos varados en la tierra! Misericordiosamente para nosotros, nuestro Creador proveyó el envejecimiento y otros procesos que finalmente resultan en nuestra muerte física. La muerte, como el nacimiento, es parte de la vida. Las Escrituras enseñan que “no era conveniente que el hombre fuera redimido de esta muerte temporal, porque eso destruiría el gran plan de felicidad.” Regresar a Dios por medio del portal que llamamos muerte es un gozo para quienes lo aman y están preparados para encontrarse con Él. Finalmente llegará el tiempo en que cada “espíritu y cuerpo serán reunidos otra vez en perfecta forma; tanto miembro como coyuntura serán restaurados a su debido marco,” para nunca más separarse. ¡Por estos dones físicos, gracias sean dadas a Dios!
Tan importante como es el cuerpo, este sirve de tabernáculo para el espíritu eterno de cada uno. Nuestros espíritus existieron en la vida premortal y continuarán viviendo después de que el cuerpo muera. El espíritu da al cuerpo animación y personalidad. En esta vida y en la venidera, espíritu y cuerpo, al unirse, llegan a ser un alma viviente de valor supremo.
Debido a que el espíritu es tan importante, su desarrollo tiene consecuencias eternas. Se fortalece al comunicarnos en oración humilde con nuestro amoroso Padre Celestial.
Los atributos por los cuales seremos juzgados un día son todos espirituales. Estos incluyen el amor, la virtud, la integridad, la compasión y el servicio a los demás. Tu espíritu, unido y alojado en tu cuerpo, puede desarrollar y manifestar estos atributos de maneras que son vitales para tu progreso eterno. El progreso espiritual se alcanza mediante los pasos de la fe, el arrepentimiento, el bautismo, el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin, lo que incluye la investidura y las ordenanzas de sellamiento del santo templo.
Así como el cuerpo requiere alimento diario para sobrevivir, el espíritu también necesita nutrición. El espíritu se nutre de la verdad eterna. No hace mucho celebramos el 400.º aniversario de la traducción de la Biblia del Rey Santiago. Y hemos tenido el Libro de Mormón por casi 200 años. Ahora ha sido traducido en su totalidad o en selecciones a 107 idiomas. Gracias a estas y otras Escrituras preciosas, sabemos que Dios es nuestro Padre Eterno y que Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. ¡Por estos dones espirituales, gracias sean dadas a Dios!
Sabemos que profetas de muchas dispensaciones, tales como Adán, Noé, Moisés y Abraham, todos enseñaron acerca de la divinidad de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo. Nuestra dispensación actual fue inaugurada por el Padre Celestial y Jesucristo, cuando Ellos se aparecieron al Profeta José Smith en 1820. La Iglesia fue organizada en 1830. Hoy permanecemos bajo convenio de llevar el evangelio a “toda nación, tribu, lengua y pueblo.” Al hacerlo, tanto quienes dan como quienes reciben serán bendecidos.
Es nuestra responsabilidad enseñar a Sus hijos y despertar en ellos la conciencia de Dios. Hace mucho tiempo, el rey Benjamín dijo: **“Creed en Dios; creed que existe, y que ha creado todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra…
“… Creed que debéis arrepentiros de vuestros pecados y abandonarlos, y humillaros ante Dios; y pedidle de corazón sincero que os perdone; y ahora bien, si creéis todas estas cosas, ved que las hagáis.”**
Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos, pero nosotros no lo somos. Cada día tenemos el desafío de acceder al poder de la Expiación, para poder realmente cambiar, llegar a ser más semejantes a Cristo y calificarnos para el don de la exaltación, y vivir eternamente con Dios, Jesucristo y nuestras familias. ¡Por estos poderes, privilegios y dones del evangelio, gracias sean dadas a Dios!
























