La Puerta que Llamamos Muerte

Capítulo 2
El propósito de la muerte


La muerte comenzó con la caída de Adán; terminó con la expiación de Jesucristo.

Definir algo tan obvio como la muerte física apenas parece necesario. La muerte separa el espíritu y el cuerpo. Entonces, “los espíritus de todos los hombres . . . son llevados a casa, a ese Dios que les dio la vida” (Alma 40:11).

El presidente Joseph Fielding Smith explicó que la muerte “es un estado de cese total y permanente de todas las funciones vitales, y va seguida por la disolución del cuerpo, que regresa a los diversos elementos de los cuales se compone.”

Su referencia al destino de los elementos que alguna vez compusieron el cuerpo parafrasea una de las primeras instrucciones de Dios al hombre: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19).

Cada uno de nosotros aún puede recordar la primera experiencia sorprendente de contemplar los restos mortales de un ser querido. Yo recuerdo cuando falleció mi abuelo Anderson (el padre de mi madre). Silenciosamente pensé: “¡Este no es mi abuelo!” Y tenía razón. No era mi abuelo. El hombre que yo amaba no estaba allí. Creo que esa fue la primera vez que comprendí que era su espíritu lo que yo conocía y amaba, no su cuerpo. Su cuerpo solo le permitía a su espíritu funcionar y amarme. Entonces entendí lo que un autor del Antiguo Testamento expresó con tanta claridad: “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7). La muerte, entonces, puede definirse como una separación: la separación del cuerpo y el espíritu.

Tan traumática como esa visión puede ser para un joven, sirve como una oportunidad para enseñar una de las lecciones más importantes de la vida, a saber, que cada alma humana está compuesta del cuerpo y del espíritu: dos entidades separadas y distintas. Este hecho se declara sencillamente en las Escrituras: “El espíritu y el cuerpo son el alma del hombre” (D. y C. 88:15).

Con esa comprensión, podemos entender la necesidad de ejercer control espiritual sobre los apetitos del cuerpo. El dominio espiritual también exige que el cuerpo, divinamente creado, reciba el cuidado que merece. El autodominio significa control espiritual sobre el cuerpo. La adicción, en cambio, es justo lo opuesto. Si uno es adicto a una sustancia, las exigencias incesantes del cuerpo físico controlan al espíritu.

“Los elementos [del cuerpo] son el tabernáculo de Dios; sí, el hombre es el tabernáculo de Dios, aun templos; y cualquiera templo que sea profanado, Dios destruirá ese templo” (D. y C. 93:35). En una de las muchas ocasiones en que Jesús fue increpado por sus adversarios, se refirió a su propio cuerpo como un templo (véanse Marcos 14:58; Juan 2:19).

Hasta aquí hemos considerado únicamente la muerte física: la muerte del cuerpo. Los profetas han descrito otro tipo de muerte, a veces llamada la segunda muerte, o muerte espiritual. Quizá deberíamos tratar de entender tanto la muerte espiritual como la física.

La muerte espiritual

El presidente Joseph Fielding Smith escribió: “La muerte espiritual se define como un estado de alienación espiritual de Dios —la separación eterna del Ser Supremo; la condenación al castigo eterno también se llama la segunda muerte.”

Con esa definición en mente, lógicamente se concluye que uno puede estar espiritualmente muerto, y aun así muy vivo físicamente. Es exactamente lo opuesto de lo que sentí al ver los restos mortales de mi abuelo. Su cuerpo físico estaba muerto; espiritualmente, él estaba muy vivo.

Todos podemos pensar en personas que parecen no mostrar chispa alguna de sensibilidad espiritual. Parecen totalmente preocupadas solo por lo físico y lo material. El apóstol Pablo nos advirtió de este peligro. Dijo: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13).

Un profeta del Libro de Mormón enseñó una lección similar: “Y todo el que no se arrepienta será talado y echado en el fuego, y nuevamente le vendrá una muerte espiritual, sí, una segunda muerte, porque de nuevo queda apartado en cuanto a las cosas que pertenecen a la rectitud” (Helamán 14:18).

“Por tanto, arrepentíos, arrepentíos, no sea que al saber estas cosas y no hacerlas os hagáis sufrir a vosotros mismos [y] caigáis bajo condenación, y seáis llevados a esta segunda muerte.” (Helamán 14:18–19).

Por lo tanto, la muerte espiritual (o segunda muerte) se convierte en un asunto de gran importancia para nosotros mientras peregrinamos aquí en la mortalidad. Ni siquiera el Salvador puede salvar a los individuos en sus pecados. Él los redimirá de sus pecados, pero solo mediante su arrepentimiento. En raras ocasiones podemos ser responsables de la muerte física, pero somos totalmente responsables de la muerte espiritual.

Que la muerte espiritual se cuente como la segunda o la primera muerte es algo incidental. El verdadero objetivo es evitarla. Así lo declaró el Maestro:

“Por tanto, yo, el Señor Dios, hice que [Satanás] fuera expulsado del Jardín de Edén, de mi presencia, a causa de su transgresión, en la cual llegó a estar espiritualmente muerto, la cual es la primera muerte, sí, esa misma muerte que es la última muerte, que es espiritual, que será pronunciada sobre los inicuos cuando yo diga: Apartaos de mí, malditos.

“Mas he aquí, yo os digo que yo, el Señor Dios, di a Adán y a su posteridad que no murieran en cuanto a la muerte temporal, hasta que yo, el Señor Dios, enviara ángeles para declararles el arrepentimiento y la redención mediante la fe en el nombre de mi Unigénito.

“Y así yo, el Señor Dios, señalé al hombre los días de su probación, para que por su muerte natural fuese levantado en inmortalidad a vida eterna, aun cuantos creyeran; y los que no creen, a condenación eterna; porque no pueden ser redimidos de su caída espiritual, porque no se arrepienten; porque aman más las tinieblas que la luz, y sus obras son malas, y reciben la paga de aquel a quien eligen obedecer.” (D. y C. 29:41–45).

El concepto de rescate de la muerte espiritual nos ayuda a comprender cómo podemos ser “nacidos de nuevo” mediante el bautismo y la recepción del don del Espíritu Santo. Nos ayuda a ver cómo podemos obtener un “nuevo corazón” en un sentido espiritual. Cuando nuestros corazones cambian, pensamos y actuamos de manera diferente. Cuando nuestros corazones realmente cambian, podemos caminar con confianza y en armonía con Dios.

Así como el nacimiento, el bautismo también es una puerta iniciatoria importante:

“Porque la puerta por la que debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo por agua; y luego viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo.

“Y entonces estáis en este sendero estrecho y angosto que [os] conduce a la vida eterna; sí, habéis entrado por la puerta; habéis hecho conforme a los mandamientos del Padre y del Hijo; y habéis recibido el Espíritu Santo, el cual da testimonio del Padre y del Hijo, para el cumplimiento de la promesa que él ha hecho: que si entrabais por el camino, recibiríais.

“Y ahora bien, . . . después de haber entrado en este sendero estrecho y angosto, ¿habrá terminado todo? He aquí, os digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo con una fe inquebrantable en él, confiando enteramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.

“Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y un amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si perseveráis, deleitándoos en la palabra de Cristo y perseverando hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna. . . . Este es el camino; y no hay otro camino ni nombre dado bajo el cielo por el cual el hombre pueda ser salvo en el reino de Dios.” (2 Nefi 31:17–21).

Las Escrituras describen algunos de los cambios detallados que pueden observarse en alguien que verdaderamente ha sido convertido al Señor y salvado de la muerte espiritual. Uno de los pasajes más elocuentes es este versículo del Libro de Mormón:

“Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a no ser que se someta a los atractivos del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor, dispuesto a someterse a todas las cosas que el Señor considere apropiado infligirle, tal como un niño se somete a su padre.” (Mosíah 3:19).

Al enseñar a un individuo convertido y decidido a arrepentirse y buscar una vida recta, el Señor dio este aliento a través de su profeta Ezequiel:

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y que guardéis mis decretos y los pongáis por obra.” (Ezequiel 36:26–27).

El evangelio de Jesucristo provee indemnización contra la muerte espiritual. La fe, el arrepentimiento, el bautismo y la renovación regular de los convenios bautismales al participar dignamente de la Santa Cena constituyen un seguro de vida espiritual.

La muerte física

Volviendo ahora al tema de la muerte física, contemplemos su propósito sagrado. Por irónico que parezca, la muerte es parte del gran plan de felicidad de Dios. Así lo declaran las Escrituras:

  • “Ahora bien, he aquí, no era conveniente que el hombre fuese redimido de esta muerte temporal, porque eso destruiría el gran plan de felicidad.” (Alma 42:8).
  • “La muerte ha pasado a todos los hombres, para cumplir el misericordioso plan del gran Creador.” (2 Nefi 9:6).
  • “He aquí . . . fue decretado a los hombres que deben morir; y después de la muerte deben comparecer a juicio, sí, aquel mismo juicio del que hemos hablado, que es el fin.” (Alma 12:27).
  • “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: tiempo de nacer, y tiempo de morir.” (Eclesiastés 3:1–2).

Estas Escrituras nos ayudan a comprender que la muerte física es una parte esencial del plan de Dios para nosotros. Su percepción divina de nuestras vidas incluye los tres actos del drama, no solo el acto dos.

Incluso nuestra propia lógica nos llevaría a entender los problemas que surgirían si las personas solo entraran y nunca salieran del escenario donde se desarrolla el segundo acto del drama de la vida. ¿Cómo sería este mundo sin la muerte? Se volvería tremendamente congestionado. Quizá un tiempo de duelo no sea el mejor momento para reflexiones analíticas, pero sí es un tiempo para recordar la necesidad de nuestro tránsito.

Se estima que unos setenta mil millones de personas han vivido en el planeta tierra. Si todas ellas aún estuvieran aquí —si no hubiera muerte— probablemente no podríamos poseer nada. Los víveres serían escasos y la vivienda estaría abarrotada, por decir lo menos. Apenas podríamos tomar decisiones, y la rendición de cuentas sería inoportuna. La razón misma de nuestra existencia se vería frustrada.

No solo eso, sino que el gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial sería destruido. Después de todo, Él quiere que regresemos a Su presencia. Sus más elevadas esperanzas son para nuestra inmortalidad y vida eterna.

¿Qué padre o madre amorosos no anhelan el día en que una hija o un hijo distante regrese? El anhelo de un corazón solitario no disminuye con el paso del tiempo. Solo se vuelve más intenso. Pocas experiencias brindan la alegría que trae el regreso al hogar. El abrazo de unos padres que esperan cuando sus brazos envuelven a un hijo o hija amados es verdaderamente sublime. Si uno ha experimentado ese tipo de felicidad, ya sea como padre o como hijo, entonces y solo entonces puede entender estas escrituras:

“Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” (Salmos 116:15).

“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor . . . Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.” (Apocalipsis 14:13).

La anticipación ansiosa de la reunión es compartida por los hijos de Dios que anhelan a sus amorosos padres, como lo expresó Eliza R. Snow:

Cuando deje esta frágil existencia,
Cuando este cuerpo mortal repose,
Padre, Madre, ¿podré encontraros
En vuestros reales atrios en lo alto?
Entonces al fin, cuando haya cumplido
Todo lo que me enviasteis a hacer,
Con vuestra mutua aprobación,
Permitidme venir y morar con vosotros.

Reunión, razón y cumplimiento del propósito divino, todo ello nos asegura que la muerte física debe existir. Jonathan Swift concluyó apropiadamente: “Es imposible que algo tan natural, tan necesario y tan universal como la muerte haya sido concebido como un mal para la humanidad.”

La muerte es parte de la vida. Es un elemento esencial del plan de progreso y de felicidad de Dios para Sus amados hijos e hijas. La muerte es la puerta a la inmortalidad y a la vida eterna.


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