Conferencia General Octubre 2025


“Para que […] todos sean edificados”

Por el hermano Chad H. Webb
Primer Consejero de la Presidencia General de la Escuela Dominical

Al centrarnos en Jesucristo, enseñar Su doctrina y aprender diligentemente, invitamos al Espíritu Santo a profundizar nuestra fe en Jesucristo y a ayudarnos a llegar a ser más semejantes a Él.



Se cuenta la historia de un joven estudiante universitario que batallaba con una clase difícil, por lo que contrató a un tutor para que lo ayudara. Casi al final del curso, el profesor anunció que los estudiantes podían llevar al examen final una hoja de papel en la que podían colocar lo que quisieran. Algunos estudiantes se prepararon tomando pequeñas notas con información de lecciones y libros de texto, legibles solo con una lupa. Pero el joven llegó al examen final con una hoja de papel en blanco y un hombre desconocido. Cuando el profesor lo interrogó, el joven respondió: “Usted dijo que podía traer una hoja de papel con cualquier cosa en ella”. Luego colocó el papel en el suelo junto a su pupitre y dijo: “Me gustaría que mi tutor se parara sobre mi hoja de papel”.

El Espíritu Santo

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, bendecidos con la compañía de un miembro de la Trinidad, podemos contar con la ayuda del Tutor perfecto. El Espíritu Santo sabe todas las cosas, testifica de la verdad y “[nos] recordará todo”. El presidente Russell M. Nelson hablaba con frecuencia sobre la importancia de escuchar la voz del Señor. Él nos enseñó cómo invitar la guía del Espíritu Santo y nos suplicó repetidamente que aumentemos nuestra capacidad espiritual para recibir revelación.

Hoy los invito a considerar la función del Espíritu Santo, específicamente relacionada con el aprendizaje y la enseñanza del Evangelio en el hogar y en la Iglesia. El Espíritu Santo se da por la oración de fe y conforme nos esforzamos por vivir dignos de ese precioso don. El inspirado manual de la Iglesia Enseñar a la manera del Salvador describe principios adicionales que el Señor ha establecido que ayudarán a invitar la influencia del Espíritu Santo.

Fomentar el aprendizaje diligente

Uno de esos principios es el de fomentar el aprendizaje diligente. En el pasado, tal vez hayamos pensado en la enseñanza como una oportunidad para que un padre o maestro invite al Espíritu a su propia preparación y luego comparta lo que ha aprendido con sus hijos o los miembros de la clase, cuya función ha sido escuchar. Pero aún más eficaz es cuando nosotros, como alumnos, también venimos preparados y cuando los maestros crean experiencias de aprendizaje que fomentan la revelación personal directamente a nuestro corazón y mente. Luego, cuando se nos dan oportunidades de compartir lo que estamos aprendiendo por medio de nuestro estudio y del Espíritu Santo, nos ayudamos unos a otros a ser instruidos y edificados. Al aplicar esos principios del Evangelio, el Espíritu nuevamente da testimonio de su veracidad.

Como en todas las cosas, Jesucristo es el ejemplo perfecto. Él nos ha invitado a cada uno a ser alumnos diligentes y a hacernos cargo de nuestro propio testimonio. Invitó a Sus discípulos a prepararse para aprender, a compartir lo que estaban aprendiendo y a actuar con fe. Oró por ellos, vio su potencial divino, los escuchó y los ayudó a saber que eran amados y necesarios.

Como maestros, podemos centrarnos más en el progreso de los alumnos, en satisfacer sus necesidades y en ayudarlos a desarrollar hábitos espirituales de discipulado para toda la vida. Como alumnos, cuando ejercemos nuestro albedrío en el proceso de aprendizaje, le indicamos al Espíritu Santo nuestra disposición a que nos enseñe.

Estoy agradecido por una maestra que me invitó a ser un mejor alumno. Cuando comencé la universidad, pensé erróneamente en los estudios como algo que había que soportar para poder practicar deportes. Un día, después de leer un ensayo que yo había escrito, mi profesora me dijo que pensaba que yo tenía un gran talento para pensar de forma analítica. Yo no sabía ni qué significaba eso. Dijo que, con un esfuerzo más enfocado, podría ser un buen alumno. Nunca había pensado en ello. Su interés, su aliento y sus invitaciones cambiaron el curso de mi educación y fueron una gran bendición en mi vida.

Enseñar la doctrina

Otro principio relevante para invitar al Espíritu Santo es enseñar la doctrina verdadera. Eso significa que nuestro estudio e instrucción del Evangelio están arraigados en la palabra de Dios y que no recurrimos al sensacionalismo ni especulamos sobre lo que el Señor no ha revelado. En cambio, nos centramos en los principios esenciales y eternos del Evangelio, lo cual permite que el Espíritu testifique de la verdad. Una vez más, seguimos el ejemplo del Salvador. Él dijo: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”.

La doctrina verdadera se encuentra en las Escrituras y en las enseñanzas de los profetas modernos. La exhortación del Señor de estudiar las Escrituras individualmente y en familia y de asistir a la Iglesia cada semana para estudiar Su Evangelio proporciona un modelo extraordinario para aprender Su doctrina y escuchar Su voz. Escudriñamos las Escrituras para entender la narrativa, los principios que enseñan y la aplicación de esas verdades en nuestra vida. Qué bendición es tener las Escrituras al alcance de la mano. Imaginen a Adán y Eva, a Abinadí o incluso al Maestro de maestros, Jesucristo, visitando nuestros hogares o clases para enseñarnos. Ellos pueden hacerlo cuando nos deleitamos en la palabra de Dios. Con esfuerzo constante, podemos aprender a entender y amar las Escrituras y confiar en que tienen las respuestas a las preguntas del alma.

Hubo un tiempo, antes de casarnos, en el que, a mi esposa, Kristi, le costaba sentir el amor del Padre Celestial y entender el plan que Él tiene para ella. Mientras oraba para recibir guía, recibió la impresión de que debía asistir a Instituto, por lo que se inscribió en una clase del Nuevo Testamento. La forma en que su maestro de Instituto enseñaba de las Escrituras —incluso la forma en que las sostenía— demostraba cuánto amaba la palabra de Dios. Al estar asistiendo, el Espíritu Santo le susurró a ella que había algo en las Escrituras que necesitaba. El amor de su maestro por las Escrituras y las impresiones del Espíritu Santo le dieron el deseo de comenzar un estudio serio de la palabra de Dios, lo que se convirtió en un trayecto de toda la vida de conversión profunda y servicio consagrado.

Centrarse en Jesucristo

Por último, como se sugiere en Enseñar a la manera del Salvador, nuestra enseñanza y aprendizaje siempre deben centrarse en Jesucristo. Podemos hablar de Él con más frecuencia y más reverencia, y buscar más oportunidades de expresar [nuestro] testimonio, gratitud y amor por Él. Sea cual sea el contexto, al recordarlo a Él, podemos tener “su Espíritu [con nosotros]”.

Una manera de colocar a Jesucristo al centro de nuestra enseñanza es enfatizar que Él es el ejemplo perfecto, la personificación y expresión de todos los principios del Evangelio. Aunque no se haga referencia directa a Él en un relato de las Escrituras, podemos señalarlo como el ejemplo del principio que se enseña. Podríamos simplemente preguntar: “¿Recuerdan alguna ocasión en la que Jesucristo ejemplificó este principio?”.

También podemos centrarnos en Él al aprender acerca de Sus títulos, funciones y atributos, procurando no solo aprender lo que ha hecho, sino también comprender mejor quién es. Por ejemplo, al estudiar el principio del arrepentimiento, es importante entender cómo arrepentirse; pero también es esencial recordar lo que Jesucristo ha hecho para hacer posible el arrepentimiento y comprender lo que este nos enseña sobre Él, sobre Su verdadera naturaleza y características. ¿Qué dice la oportunidad de arrepentirnos acerca de Su amor, paciencia y misericordia, de Su creencia en nuestro potencial divino, de Su disposición a expiar nuestros pecados y del gozo que siente al perdonar? Y comprender Sus títulos —tales como Cordero de Dios, Redentor y Médico— nos ayuda a ver que el arrepentimiento es Su invitación a purificarnos, cambiarnos y sanarnos. Centrarnos en lo que Él ha hecho por nosotros y en lo que eso dice acerca de quién es Él puede ayudarnos a tener “fe para arrepentimiento”.

A veces, es posible que no veamos de inmediato los atributos del Salvador detallados en un relato de las Escrituras. Por ejemplo, al leer acerca de Nefi cuando construyó un barco, podríamos centrarnos solo en Nefi. Sin embargo, centrarnos en el Salvador puede ayudarnos a ver que este registro no se preservó para enseñarnos acerca de la grandeza de Nefi, sino para mostrarnos la grandeza de Dios: que Él nos da fortaleza para guardar Sus mandamientos y nos libra en tiempos de necesidad.

También podemos concentrarnos en la función central de Jesucristo en el plan perfecto de felicidad del Padre Celestial. Eso puede cambiar el curso de nuestra vida para ver nuestras circunstancias a través del lente del plan eterno de Dios en lugar de ver el plan a través del lente de nuestras circunstancias temporales. El Evangelio no es una lista de exigencias; es las buenas nuevas de que Jesucristo venció el pecado y la muerte. Es cuando accedemos a Su asombrosa gracia mediante el cumplimiento de nuestros convenios con Dios que podemos vivir con gozo ahora y prepararnos para la vida con nuestro Padre Celestial en las eternidades. A medida que aprendamos a ver al Padre Celestial y al Salvador en las Escrituras, llegaremos a conocerlos mejor y veremos Su amor e influencia con mayor frecuencia y poder en nuestra propia vida.

Siempre recordaré el Espíritu que sentí de joven cuando nuestro maestro enseñó acerca de los últimos días de la vida del Salvador. Nos ayudó a ver la importancia de los acontecimientos en el aposento alto, en Getsemaní, en Gólgota y en el sepulcro vacío. Expresó su profunda gratitud por el Salvador y su ferviente deseo de seguirlo. Su enseñanza fue una invitación para que el Espíritu Santo testificara de Jesucristo. Y el Espíritu que sentí en esa clase profundizó mi fe y aumentó mi amor y aprecio por el Salvador. La influencia de ese maestro ha permanecido conmigo toda mi vida. Como se dijo de otro maestro: “Podíamos calentarnos las manos al fuego que irradiaba su fe”.

Conclusión

En nuestros hogares y reuniones de la Iglesia, al centrarnos en Jesucristo, enseñar Su doctrina y aprender diligentemente, invitamos al Espíritu Santo a profundizar nuestra fe en Jesucristo y a ayudarnos a llegar a ser más semejantes a Él, que es el objetivo de toda enseñanza y aprendizaje del Evangelio.

Estoy agradecido por los maestros en mi vida, desde buenos padres, líderes y maestros locales hasta los hombres y mujeres que han sido llamados a enseñar y testificar desde este púlpito, quienes nos ayudan a conocer y seguir a Jesucristo. Y estoy agradecido por el Espíritu Santo, el Tutor perfecto. Es por medio del Espíritu Santo que sé que el Padre Celestial nos ama y tiene un plan perfecto para nosotros; que Jesús es el Cristo, el Salvador y Redentor del mundo; y que Su Evangelio y Su Iglesia han sido restaurados. Testifico con agradecimiento de estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El hermano Chad H. Webb nos ofrece un discurso profundamente inspirador sobre el aprendizaje espiritual, el papel del Espíritu Santo como Tutor perfecto, y el poder de centrar toda enseñanza en Jesucristo. Con tono humilde y pedagógico, nos recuerda que el propósito del aprendizaje del Evangelio no es solo adquirir conocimiento, sino llegar a ser más semejantes al Salvador.

El relato inicial del joven que llevó a su tutor al examen sirve como una parábola moderna: todos necesitamos al Tutor divino que “sabe todas las cosas” y nos enseña “toda la verdad”. Ese Tutor es el Espíritu Santo, miembro de la Trinidad, dado por el Padre Celestial para acompañarnos en la travesía del aprendizaje y del discipulado. Webb nos invita a reconocer Su influencia no solo en la preparación de los maestros, sino en la disposición de los alumnos. Enseñar y aprender con el Espíritu no es un proceso unidireccional; es una experiencia compartida de revelación.

El orador explica que la enseñanza más eficaz ocurre cuando los alumnos participan activamente y se preparan espiritualmente para recibir revelación. En lugar de limitar el aprendizaje a la transmisión de información, el Evangelio nos invita a crear entornos donde el Espíritu Santo pueda hablar al corazón. Cada intercambio inspirado entre maestro y alumno puede ser un acto de edificación mutua, cumpliendo así el propósito expresado en Doctrina y Convenios 43:8–9: “para que todos sean edificados”.

El hermano Webb comparte experiencias personales que ilustran esta verdad. Relata cómo una profesora universitaria, al reconocer en él un talento latente, cambió su manera de ver el estudio. Esa maestra actuó como instrumento del Espíritu, mostrándole su potencial y despertando su deseo de aprender. También cuenta la experiencia de su esposa, Kristi, quien al asistir al Instituto y sentir el amor de su maestro por las Escrituras, comenzó un camino de conversión personal y servicio consagrado. En ambos casos, el Espíritu Santo fue el verdadero maestro, y los instrumentos humanos fueron canales de Su influencia.

El discurso avanza hacia un principio esencial: enseñar la doctrina verdadera. Webb advierte contra el sensacionalismo y la especulación en la enseñanza del Evangelio. Solo cuando la instrucción está arraigada en las Escrituras y en las palabras de los profetas modernos puede el Espíritu Santo testificar de la verdad. “Mi doctrina no es mía”, dijo el Salvador, recordándonos que toda enseñanza con poder proviene de Dios, no del ego o la curiosidad humana.

Luego, el orador centra todo el mensaje en Jesucristo, el ejemplo y modelo supremo de maestro y discípulo. Nos invita a hablar de Él con mayor reverencia, a reconocerlo en cada relato de las Escrituras y a ver en todo principio del Evangelio una manifestación de Su carácter. Estudiar el arrepentimiento, por ejemplo, no es solo aprender cómo cambiar, sino entender quién es Aquel que hace posible el cambio: el Cordero de Dios, el Redentor, el Médico.

Finalmente, Webb comparte una experiencia de su juventud: un maestro que enseñó sobre los últimos días del Salvador con tal devoción que el Espíritu llenó el aula. Ese fuego espiritual —“podíamos calentarnos las manos al fuego que irradiaba su fe”— se convirtió en un testimonio viviente de cómo la enseñanza centrada en Cristo invita la presencia del Espíritu y edifica el alma.

Enseñanzas centrales

  1. El Espíritu Santo como Tutor divino: Es el maestro supremo que testifica de la verdad, inspira a los maestros y abre el entendimiento de los alumnos. Su compañía es el mayor recurso para aprender el Evangelio con poder.
  2. Aprendizaje diligente y participativo: El verdadero aprendizaje espiritual ocurre cuando los alumnos llegan preparados, ejercen su albedrío y comparten sus experiencias. El Espíritu enseña mejor cuando hay esfuerzo y deseo.
  3. La doctrina pura invita al Espíritu: Cuando enseñamos lo que proviene de Dios —no teorías ni especulaciones— el Espíritu puede confirmar la verdad en el corazón de quienes escuchan.
  4. Centrar todo en Jesucristo: Él es el ejemplo perfecto, la encarnación de cada principio que enseñamos. Recordarlo y hablar de Él con frecuencia abre la puerta al Espíritu y fortalece la fe.
  5. El poder edificante del amor y el testimonio: Los maestros que aman sinceramente el Evangelio y a sus alumnos reflejan la luz del Salvador. Esa luz edifica, conmueve y cambia vidas.

Desde un punto de vista doctrinal, este discurso se asienta sobre tres ejes fundamentales del Evangelio restaurado:

  1. El papel del Espíritu Santo en el plan de salvación.: Él no solo consuela y testifica, sino que enseña, guía y transforma. En el aprendizaje del Evangelio, el Espíritu Santo es la manifestación viva de la gracia del Salvador obrando en nosotros.
  2. El principio de la edificación mutua.: El aprendizaje en el Reino de Dios no es individualista; es comunitario. Doctrina y Convenios 50:22 enseña: “Porque si uno enseña por el Espíritu de verdad y otro recibe por el Espíritu de verdad, ambos son edificados”. El Espíritu une corazones y amplía entendimientos.
  3. Cristocentrismo doctrinal.: Toda enseñanza verdadera apunta a Cristo, quien es “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2). Enseñar cualquier principio del Evangelio sin referirlo a Él sería incompleto. Por eso, el aprendizaje más poderoso ocurre cuando reconocemos al Salvador como el eje de toda verdad espiritual.

El mensaje del hermano Webb es una invitación amorosa a transformar nuestras aulas, hogares y corazones en lugares de revelación. Al enseñar y aprender “a la manera del Salvador”, recordamos que no se trata solo de transmitir conocimiento, sino de invitar al Espíritu Santo a moldear nuestro carácter.

El aprendizaje espiritual verdadero es un proceso conjunto entre el maestro, el alumno y el Espíritu. Ocurre cuando abrimos las Escrituras, oramos, compartimos y testificamos, con Cristo siempre al centro.

El Espíritu Santo nos recuerda que el Evangelio no es información, sino transformación; que la doctrina de Cristo no es solo lo que aprendemos, sino en quién nos convertimos.

Y así, al enseñar y aprender con humildad, el Espíritu edifica a todos, cumpliendo el propósito del Señor: “para que todos sean edificados”.

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