Conferencia General Octubre 2025


Nadie esté sentado solo

Por el élder Gerrit W. Gong
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Vivir el Evangelio de Jesucristo incluye hacer lugar para todos en Su Iglesia restaurada.



I.

Durante cincuenta años he estudiado la cultura, incluida la cultura del Evangelio. Empecé con las galletas de la fortuna.

En el barrio chino de San Francisco, las cenas de la familia Gong concluían con una galleta de la fortuna y un sabio dicho como: “Un viaje de mil kilómetros comienza con un solo paso”.

Cuando yo era joven adulto, hice galletas de la fortuna. Con ayuda de unos guantes blancos de algodón, doblaba y daba forma a las galletas redondas recién salidas del horno.

Para mi sorpresa, descubrí que las galletas de la fortuna no son, originalmente, parte de la cultura china. Para distinguir la cultura de las galletas de la fortuna china, estadounidense y europea, busqué galletas de la fortuna en varios continentes, al igual que uno usaría múltiples ubicaciones para triangular un incendio forestal. Los restaurantes chinos de San Francisco, Los Ángeles y Nueva York sirven galletas de la fortuna, pero no los de Pekín, Londres o Sídney. Solo los estadounidenses celebran el Día Nacional de la Galleta de la Fortuna. Y, solo los anuncios chinos ofrecen “Auténticas galletas de la fortuna estadounidenses”.

Las galletas de la fortuna son un ejemplo divertido y sencillo, pero el mismo principio de comparar las prácticas en diferentes contextos culturales puede ayudarnos a distinguir la cultura del Evangelio. Y ahora el Señor nos está abriendo las puertas a nuevas oportunidades para aprender la cultura del Evangelio a medida que se cumplen las profecías de las alegorías del Libro de Mormón y de las parábolas del Nuevo Testamento.

II.

La gente en todas partes se está mudando. Las Naciones Unidas informan de 281 millones de migrantes internacionales. Esto es 128 millones de personas más que en 1990 y más de tres veces lo estimado en 1970. En todas partes, un número récord de conversos está encontrando La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cada día de reposo, miembros y amigos originarios de 195 países y territorios se reúnen en 31 916 congregaciones de la Iglesia. Hablamos 125 idiomas.

Hace poco, en Albania, Macedonia del Norte, Kosovo, Suiza y Alemania fui testigo del cumplimiento de la alegoría del olivo del Libro de Mormón en los nuevos miembros. En Jacob 5, el Señor de la viña y Sus siervos fortalecen tanto las raíces como las ramas de los olivos al juntar e injertar las procedentes de diferentes lugares. En la actualidad, los hijos de Dios se congregan como uno en Jesucristo; el Señor nos ofrece un medio extraordinario y natural de ampliar la manera en que vivimos la plenitud de Su Evangelio restaurado.

En preparación para el reino de los cielos, Jesús nos relata las parábolas de la gran cena y la fiesta de bodas. En estas parábolas, los invitados se excusan para no asistir. El amo instruye a sus siervos a ir “pronto por las plazas y por las calles de la ciudad” y “por los caminos y los vallados” para “trae[r] acá” a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos. Espiritualmente hablando, somos cada uno de nosotros.

Las Escrituras declaran:

“Serán convidadas todas las naciones” a “una cena de la casa del Señor”.

“Preparad la vía del Señor […] a fin de que su reino se extienda sobre la faz de la tierra, para que sus habitantes lo reciban y estén preparados para los días que han de venir”.

Hoy, los invitados a la cena del Señor provienen de todo lugar y cultura. Ancianos y jóvenes, ricos y pobres, locales y mundiales, hacemos que nuestras congregaciones de la Iglesia se parezcan a nuestras comunidades.

Como apóstol principal, Pedro vio abrirse en el cielo una visión de “un gran lienzo […] atado de los cuatro cabos […], en el cual había toda clase de […] [animales]”. Pedro enseñó: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas […], sino que en toda nación [el Señor] se agrada del que le teme y hace lo justo”.

En la parábola del buen samaritano, Jesús nos invita a venir los unos a los otros y a Él en Su mesón: Su Iglesia. Él nos invita a ser buenos prójimos. El Buen Samaritano promete regresar y recompensar el cuidado de los que están en Su mesón. Vivir el Evangelio de Jesucristo incluye hacer lugar para todos en Su Iglesia restaurada.

El espíritu del “lugar […] en el mesón” incluye que “nadie esté sentado solo”. Cuando vengan a la iglesia, si ven a alguien solo, ¿podrían saludarlo y sentarse con él o ella? Puede que esta no sea su costumbre. La persona puede lucir o hablar diferente a ustedes. Y, por supuesto, como diría una galleta de la fortuna: “Un viaje de amistad y amor en el Evangelio comienza con un primer saludo y nadie sentado solo”.

“Nadie sentado solo” también significa que nadie esté sentado solo emocional o espiritualmente. Fui con un padre desconsolado a visitar a su hijo. Años antes, el hijo estaba entusiasmado por convertirse en un nuevo diácono. La ocasión incluyó que la familia le comprara su primer par de zapatos nuevos.

Sin embargo, los diáconos se rieron de él en la iglesia. Los zapatos eran nuevos, pero no estaban a la moda. Avergonzado y dolido, el joven diácono dijo que nunca iría a la iglesia otra vez. Mi corazón todavía está quebrantado por él y su familia.

En los polvorientos caminos que conducen a Jericó, cada uno de nosotros ha recibido burlas, vergüenza y dolor, y tal vez menosprecio o maltrato. Y, con varios grados de intención, cada uno de nosotros también ha ignorado, no ha visto u oído, o tal vez ha herido de manera deliberada a los demás. Es precisamente porque hemos sido heridos y causado heridas a otros que Jesucristo nos lleva a todos a Su mesón. Venimos los unos a los otros y a Jesucristo en Su Iglesia y por medio de Sus ordenanzas y convenios. Amamos y somos amados, servimos y se nos presta servicio, perdonamos y somos perdonados. Por favor, recuerden que “no hay pesar en la tierra que el cielo no pueda sanar”. Las cargas terrenales se aligeran: el gozo de nuestro Salvador es real.

En 1 Nefi 19 leemos: “Hasta al mismo Dios de Israel huellan […] bajo sus pies […]. [L]o estiman como nada […]. Por tanto, lo azotan, y él lo soporta; lo hieren y él lo soporta. Sí, escupen sobre él, y él lo soporta”.

Mi amigo, el profesor Terry Warner, dice que los juicios, los azotes, los golpes y los escupitajos no fueron eventos ocasionales que solo ocurrieron durante la vida terrenal de Cristo. La forma en que nos tratamos unos a otros —especialmente al hambriento, al sediento y a los que se quedan solos— es la forma en que lo tratamos a Él.

En Su Iglesia restaurada, todos somos mejores cuando nadie está sentado solo. No nos limitemos simplemente a dar cabida o tolerar. Recibamos, reconozcamos, ministremos y amemos de forma genuina. Que cada amigo, hermana y hermano no sea extranjero ni advenedizo, sino un hijo en casa.

Hoy, muchos se sienten solos y aislados. Las redes sociales y la inteligencia artificial pueden dejarnos sedientos de cercanía y contacto humanos. Queremos oír a los demás y ser oídos; queremos pertenecer y recibir bondad de manera auténtica.

Hay muchas razones por las que podemos sentir que no encajamos en la iglesia y por eso, hablando en sentido figurado, nos sentamos solos. Tal vez nos preocupe nuestro acento, ropa, o situación familiar. Quizás nos sintamos inadecuados, que tengamos olor a tabaco, anhelemos la pureza moral, hayamos roto con alguien y nos sintamos heridos y avergonzados, o nos preocupe esta o aquella norma de la Iglesia. Tal vez seamos solteros, divorciados o viudos. Puede que nuestros hijos sean ruidosos o que no tengamos hijos. Quizás no servimos en una misión o regresamos a casa antes de tiempo. Y la lista continúa.

En Mosíah 18:21 se nos invita a entrelazar nuestros corazones con amor. Los invito, y me incluyo, a que nos preocupemos menos, juzguemos menos, seamos menos exigentes con los demás y, cuando sea necesario, seamos menos duros con nosotros mismos. No crearemos Sion en un día, pero cada “hola”, cada gesto cálido, nos acerca más a Sion. Confiemos más en el Señor y escojamos gozosamente obedecer todos Sus mandamientos.

III.

Doctrinalmente, en la familia de la fe y el hermanamiento de los santos, nadie se sienta solo porque, por convenio, pertenece a Jesucristo.

El profeta José Smith enseñó: “A nosotros nos es permitido [ver], participar […] y ayudar a extender esta gloria de los últimos días, ‘la dispensación del cumplimiento de los tiempos’ […], cuando los santos de Dios serán recogidos de toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo”.

Dios “no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo […]; para traer a todos los hombres [y mujeres] a él. […]

“Él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; […] y todos son iguales ante Dios”.

La conversión a Jesucristo requiere que nos despojemos del hombre natural y de la cultura del mundo. Como enseña el presidente Dallin H. Oaks, debemos abandonar cualquier tradición y práctica cultural que sea contraria a los mandamientos de Dios y convertirnos en Santos de los Últimos Días. Además, él explica: “Existe una cultura singular del Evangelio, un conjunto de valores, expectativas y prácticas comunes para todos los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. La cultura del Evangelio incluye la castidad, la asistencia semanal a la iglesia, la abstinencia de alcohol, tabaco, té y café. Incluye la honradez y la integridad, así como entender que avanzamos, no hacia arriba ni hacia abajo, en los cargos de la Iglesia.

Yo aprendo de miembros y amigos fieles de toda tierra y cultura. Las Escrituras que se estudian en varios idiomas, así como las perspectivas culturales, profundizan la comprensión del Evangelio. Las diferentes expresiones de atributos semejantes a los de Cristo profundizan mi amor y comprensión de mi Salvador. Todos somos bendecidos cuando definimos nuestra identidad cultural, como enseñó el presidente Russell M. Nelson, como hijos de Dios, hijos del convenio, discípulos de Jesucristo.

La paz de Jesucristo es para nosotros, personalmente. Hace poco, un joven me preguntó con seriedad: “Élder Gong, ¿todavía puedo ir al cielo?”. Se preguntaba si alguna vez podría ser perdonado. Le pregunté su nombre, lo escuché con atención, lo invité a hablar con su obispo y le di un fuerte abrazo. Se fue con esperanza en Jesucristo.

Mencioné a este joven en otra ocasión y más tarde recibí una carta anónima que decía: “Élder Gong, mi esposa y yo hemos criado a nueve hijos […] y servido en dos misiones”. Pero “siempre sentí que no se me permitiría entrar en el Reino Celestial […] ¡porque mis pecados de cuando era joven fueron terribles!”.

La carta proseguía así: “Élder Gong, cuando usted habló del joven que había recibido esperanza en el perdón, me llené de gozo y empecé a darme cuenta de que tal vez yo [podría ser perdonado]”. La carta concluye diciendo: “¡Incluso ahora me gusta quien soy!”.

A medida que acudimos los unos a los otros y al Señor en Su mesón profundizamos la pertenencia por convenio. Él nos bendice a todos cuando nadie está sentado solo. Y, ¿quién sabe? Tal vez la persona con quien nos sentemos se convierta en nuestro mejor amigo de las galletas de la fortuna. Ruego que encontremos y hagamos lugar para Él y los demás en la cena del Cordero, lo ruego humildemente, en el santo nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder Gong abre su mensaje con una imagen encantadora: las galletas de la fortuna. Con esa anécdota cultural tan simple, nos introduce a una verdad profunda: no todo lo que parece auténtico lo es, y distinguir entre la cultura del mundo y la cultura del Evangelio es esencial para comprender quiénes somos como discípulos de Cristo.
Así como él aprendió a discernir la diferencia entre la cultura china y la versión occidental de las galletas de la fortuna, el Señor nos invita a identificar la diferencia entre las costumbres humanas y la cultura celestial.

Desde ese punto, el discurso se amplía y se vuelve universal. El élder Gong observa el movimiento de millones de personas por el mundo —migrantes, conversos, nuevos miembros— y lo conecta con la alegoría del olivo de Jacob 5: ramas injertadas de muchos lugares que forman un solo árbol. En esa imagen vemos la Iglesia mundial: diversa, viva y unida en Cristo.

La invitación “que nadie esté sentado solo” no es solo un llamado a la cortesía dominical; es una invitación a vivir la cultura del Evangelio del amor y del recogimiento. El Buen Samaritano no se limitó a observar, sino que actuó, cuidó, curó y llevó al herido al mesón —símbolo de la Iglesia—. Allí, cada uno de nosotros somos tanto el necesitado como el que presta servicio.

El relato del joven diácono ridiculizado por sus zapatos ilustra el dolor que se puede causar con gestos pequeños. Es una advertencia: una burla o una indiferencia puede alejar a un alma del rebaño. Por eso, el élder Gong suplica que nadie esté solo ni física, ni emocional, ni espiritualmente. Sentarse al lado de alguien en la capilla puede ser una forma moderna de vendar heridas en el camino a Jericó.

La parte final del mensaje lleva el tema a su raíz doctrinal: por convenio, nadie está solo, porque todos pertenecemos a Jesucristo. Los convenios son los lazos eternos que nos unen más allá de las diferencias culturales, de los errores pasados o de la soledad presente. Así, el Evangelio no solo nos invita a convivir, sino a pertenecer.

Enseñanzas doctrinales

  1. La cultura del Evangelio supera las culturas del mundo.: El Evangelio tiene su propio conjunto de valores: pureza, servicio, humildad y amor. No es una cultura local ni limitada; es una forma celestial de vivir. El Señor nos invita a dejar tradiciones o costumbres que contradigan Sus mandamientos.
  2. La Iglesia es el mesón del Buen Samaritano.: Jesucristo es quien nos trae, nos sana y paga el precio por nosotros. En Su Iglesia aprendemos a cuidarnos los unos a los otros. Cada acto de ministración es una extensión de Su compasión.
  3. Los convenios establecen pertenencia.: Pertenecer a la Iglesia no es solo asistir, sino hacer convenios. Por esos convenios, formamos parte de la familia del Señor. No hay soledad eterna para quien está sellado a Cristo.
  4. El amor vence el juicio.: Juzgar menos, sonreír más, escuchar más: así se construye Sion. Cada saludo sincero y cada asiento compartido son pasos hacia una comunidad celestial.
  5. El perdón restaura la esperanza.: Las cartas y experiencias que el élder Gong comparte nos recuerdan que la misericordia de Cristo alcanza incluso al que cree haber ido demasiado lejos. En Su gracia, todos podemos “volver a casa”.

El núcleo doctrinal del discurso es la doctrina de la inclusión redentora de Jesucristo.
Dios no hace acepción de personas, y Su Iglesia debe reflejar ese mismo patrón divino. Vivir el Evangelio significa hacer lugar para todos: pobres, migrantes, solteros, heridos, dudosos, arrepentidos. La Iglesia restaurada no es un club de perfectos, sino el taller de los que buscan ser sanados.

Doctrinalmente, el Señor mismo es quien invita a la mesa; nosotros somos Sus siervos llamados a extender esa invitación. El recogimiento de Israel —profetizado en las Escrituras— no solo ocurre en términos geográficos, sino en los corazones que encuentran pertenencia en el cuerpo de Cristo. Por eso, el Evangelio crea una comunidad de convenios donde el aislamiento se transforma en comunión.

El mensaje del élder Gong es, en el fondo, una parábola moderna de pertenencia, ministración y redención. En un mundo saturado de pantallas, ruido y desconexión, el Evangelio nos llama a mirar a los ojos, a tender la mano, a compartir el banco de la capilla.

“Nadie esté sentado solo” es más que un lema; es una forma de seguir al Salvador que nunca dejó solo al leproso, a la viuda ni al publicano. Cuando nos sentamos junto a los demás —literal o espiritualmente— nos sentamos junto a Él.
Y en ese mesón santo, donde el Buen Samaritano cuida de todos los heridos, aprendemos que en Cristo nunca estamos solos.

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