La sencillez en Cristo
Por el élder Michael Cziesla
De los SetentaPoner en práctica la doctrina de Cristo de manera sencilla y centrada nos ayudará a hallar gozo en nuestra vida diaria.
1. Introducción
Hace treinta y tres años, recibí mi llamamiento para servir como misionero en la Misión Utah Ogden. Por supuesto, al provenir yo de Europa, algunas tradiciones locales de Utah como la “gelatina verde con zanahorias” y las “patatas [papas] de funeral” ¡me resultaron algo peculiares!
Sin embargo, me impresionó profundamente la devoción y el discipulado de muchos de los santos, la gran cantidad de personas en las reuniones de la Iglesia y la magnitud de los programas de la Iglesia en pleno funcionamiento. Cuando mi misión llegó a su fin, quise asegurarme de que el gozo que yo sentía y la fortaleza y madurez espirituales que había observado, también estuvieran al alcance de mi futura familia. Estaba decidido a regresar pronto para vivir mi vida en “los collados eternos”.
Sin embargo, el Señor tenía planes diferentes. En mi primer domingo en casa, mi sabio obispo me llamó a servir como presidente de los Hombres Jóvenes de nuestro barrio. Al servir a ese maravilloso grupo de jóvenes, aprendí rápidamente que el gozo que proviene de ser discípulo de Cristo tiene muy poco que ver con el tamaño de las reuniones de la Iglesia o la magnitud de los programas.
Así que, cuando me casé con mi bella esposa, Margret, decidimos con alegría quedarnos en Europa y criar a nuestra familia en nuestro país natal, Alemania. Juntos fuimos testigos de lo que enseñó el presidente Russell M. Nelson hace muchos años: “El gozo que sentimos tiene poco que ver con las circunstancias de nuestra vida, y tiene todo que ver con el enfoque de nuestra vida”. Al centrar nuestra vida en Cristo y en Su mensaje del Evangelio, podemos experimentar las plenas bendiciones del discipulado dondequiera que vivamos.
2. La sencillez que es en Cristo
Sin embargo, en un mundo cada vez más secular, complejo y confuso, con mensajes y exigencias diferentes, y a menudo contradictorios, ¿cómo podemos evitar que se nos cieguen los ojos y endurezca el corazón, y permanecer centrados en las cosas “claras y […] preciosas” del Evangelio de Jesucristo?. Durante una época de confusión, el apóstol Pablo dio un gran consejo a los santos de Corinto al recordarles que se centraran en “la sencillez que es en Cristo”.
La doctrina de Cristo y la ley del Evangelio son tan sencillas que hasta los niños pequeños pueden entenderlas. Podemos acceder al poder redentor de Jesucristo y recibir todas las bendiciones espirituales que nuestro Padre Celestial nos ha preparado al ejercer fe en Jesucristo, arrepentirnos, ser bautizados, santificarnos mediante el don del Espíritu Santo y perseverar hasta el fin. El presidente Nelson describió esta travesía muy bellamente como la “[senda] de los convenios” y el proceso de llegar a ser “devotos discípulos de Jesucristo”.
Si este mensaje es tan sencillo, ¿por qué a menudo parece tan difícil vivir la ley de Cristo y seguir Su ejemplo? Puede ser que malinterpretemos la sencillez como algo que es fácil de lograr, sin esfuerzo ni diligencia. Seguir a Cristo requiere un esfuerzo constante y un cambio continuo. Debemos “despoj[arnos] del hombre natural, y […] v[olvernos] como un niño”. Eso incluye “confi[ar] en Jehová” y dejar de lado la complejidad, tal como lo hacen los niños pequeños. Poner en práctica la doctrina de Cristo de manera sencilla y centrada nos ayudará a hallar gozo en nuestra vida diaria, nos dará guía en nuestros llamamientos, responderá algunas de las preguntas más complejas de la vida y nos dará fuerza para afrontar nuestros mayores desafíos.
¿Pero cómo podemos en la práctica implementar esta sencillez en nuestra trayectoria de toda la vida como discípulos de Cristo? El presidente Nelson nos recordó que nos centremos en la “verdad pura, doctrina pura y revelación pura” al procurar seguir al Salvador. El preguntar con regularidad: “¿que querría el Señor Jesucristo que yo hiciera?” revela una profunda guía. El seguir Su ejemplo proporciona una senda segura a través de la incertidumbre y una amorosa mano de guía a la cual tomar día a día. Él es el Príncipe de paz y el Buen Pastor. Él es nuestro Consolador y Libertador. Él es nuestra Roca y nuestro Refugio. Él es un Amigo —¡su amigo y mi amigo!. Él nos invita a todos a amar a Dios, guardar Sus mandamientos y amar al prójimo.
Al decidir seguir Su ejemplo y avanzar con fe en Cristo, aceptar el poder de Su Expiación y recordar nuestros convenios, el amor nos llena el corazón, la esperanza y la sanación nos elevan el espíritu, y la amargura y la pena son reemplazadas por la gratitud y la paciencia para esperar las bendiciones prometidas. En ocasiones, quizá tengamos que distanciarnos de alguna situación poco sana o buscar ayuda profesional. Pero en todos los casos, el poner en práctica principios sencillos del Evangelio nos ayudará a atravesar los desafíos de la vida a la manera del Señor.
A veces subestimamos la fortaleza que recibimos de actos simples como orar, ayunar, estudiar las Escrituras, arrepentirnos a diario, tomar la Santa Cena semanalmente y adorar en la Casa del Señor con regularidad. Sin embargo, cuando reconocemos que no necesitamos hacer “alguna gran cosa” y nos centramos en poner en práctica la doctrina pura y sencilla, comenzamos a ver cómo el Evangelio “funciona de maravilla” para nosotros, aun en las circunstancias más difíciles. Encontramos fortaleza y “confianza ante Dios”, aun cuando experimentamos pesares. El élder M. Russell Ballard nos ha recordado muchas veces: “En esa simplicidad, hallar[emos] la paz, el gozo y la felicidad”.
Poner en práctica la sencillez que es en Cristo nos hace priorizar a las personas por encima de los procesos, y las relaciones eternas por encima de los comportamientos a corto plazo. En la obra de Dios de salvación y exaltación, nos centramos en “las cosas más importantes”, en vez de quedar enfrascados en administrar nuestra ministración. Nos liberamos para priorizar las cosas que podemos hacer en vez de sentirnos agobiados por las que no podemos hacer. El Señor nos ha recordado: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes”. Qué poderosa motivación para actuar con sencillez y humildad, sean cuales sean nuestras circunstancias.
3. Oma Cziesla
Mi abuela, Marta Cziesla fue un maravilloso ejemplo de cómo hacer “cosas pequeñas y sencillas” para realizar grandes cosas. La llamábamos “Oma Cziesla” afectuosamente. Oma aceptó el Evangelio en la pequeña aldea de Selbongen, en Prusia Oriental, junto con mi bisabuela, el 30 de mayo de 1926.
Ella amaba al Señor y Su Evangelio, y estaba decidida a guardar los convenios que había hecho. En 1930 se casó con mi abuelo, que no era miembro de la Iglesia. En ese momento, a Oma le era imposible asistir a las reuniones de la Iglesia, pues la granja de mi abuelo estaba a mucha distancia de la congregación más cercana, pero ella se centró en lo que sí podía hacer. Oma continuó orando, leyendo las Escrituras y cantando los himnos de Sion.
Algunas personas podrían haber pensado que ya no era activa en su fe, pero nada más lejos de la verdad. Cuando nacieron mi tía y mi padre, sin poseedores del sacerdocio en casa, sin reuniones de la Iglesia ni acceso a las ordenanzas cerca, ella volvió a hacer lo que podía y se centró en enseñar a sus hijos “a orar y a andar rectamente delante del Señor”. Les leía las Escrituras, cantaba con ellos los himnos de Sion y, por supuesto, oraba con ellos todos los días; era vivir la Iglesia centrada en el hogar al cien por ciento.
En 1945, mi abuelo prestaba servicio en la guerra, lejos de casa. Cuando los enemigos se acercaron a la granja, Oma tomó a sus dos hijitos y dejó atrás su amada granja para buscar refugio en un lugar más seguro. Tras un viaje difícil y con peligro de muerte, finalmente encontraron refugio en mayo de 1945 en el norte de Alemania. No les quedaba nada, excepto la ropa que llevaban puesta. Sin embargo, Oma siguió haciendo lo que podía hacer: oraba con sus hijos —cada día. Cantaba con ellos los himnos de Sion que había memorizado —cada día.
La vida era extremadamente difícil y durante muchos años se centró simplemente en asegurarse de que hubiera comida en la mesa. Sin embargo, en 1955, mi padre, por entonces de diecisiete años, asistía a la escuela de oficios en la ciudad de Rendsburg. Pasó junto a un edificio y vio un pequeño letrero afuera que decía: “Kirche Jesu Christi der Heiligen der Letzten Tage”, “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”. Él pensó: “Qué curioso, es la iglesia de mamá”. Así que cuando llegó a casa, le dijo a Oma que había encontrado su iglesia.
Pueden imaginar cómo se debe haber sentido después de casi veinticinco años sin tener contacto con la Iglesia. Estaba decidida a asistir el domingo siguiente y convenció a mi padre para que la acompañara. Rendsburg estaba a más de treinta y dos kilómetros [veinte millas] de distancia del pequeño poblado donde vivían, pero eso no impediría que Oma asistiera a la Iglesia. Al domingo siguiente, se subió a su bicicleta con mi padre y pedalearon hasta la iglesia.
Cuando comenzó la reunión sacramental, mi papá se sentó en la última fila, esperando que terminara pronto. Esa era la iglesia de Oma y no la suya. Lo que vio no fue muy alentador: solo unas pocas mujeres mayores que asistieron y dos jóvenes misioneros que eficazmente dirigieron todo en la reunión. Pero luego comenzaron a cantar y cantaron los himnos de Sion que mi papá había escuchado desde que era niño: “¡Oh, está todo bien!”, “Oh mi Padre” y “Loor al Profeta”. Oír a ese pequeño rebaño cantar las canciones de Sion que él había conocido desde la niñez le conmovió el corazón, y supo de inmediato y sin duda alguna que la Iglesia era verdadera.
La primera reunión sacramental a la que asistió mi abuela tras veinticinco años fue aquella en la que mi padre recibió la confirmación personal de la veracidad del Evangelio restaurado de Jesucristo. Fue bautizado tres semanas después, el 25 de septiembre de 1955, junto con mi abuelo y mi tía.
Han pasado más de setenta años desde aquella pequeña reunión sacramental en Rendsburg. A menudo pienso en Oma, en cómo debe haberse sentido en esas noches solitarias, al hacer las cosas pequeñas y sencillas que podía hacer, como orar, leer y cantar. Al estar aquí hoy en la conferencia general y hablar de mi Oma, su determinación de guardar sus convenios y confiar en Jehová pese a sus dificultades, se me llena el corazón de humildad y gratitud, no solo por ella, sino por muchos de nuestros maravillosos santos de todo el mundo que se centran en la sencillez en Cristo en sus difíciles circunstancias, quizá viendo pocos cambios ahora, pero confiando en que grandes cosas han de acontecer algún día en el futuro.
4. Las cosas pequeñas y sencillas
He aprendido por experiencia propia que las cosas pequeñas y sencillas del Evangelio y el centrarnos fielmente en Cristo nos conducen al verdadero gozo, producen grandes milagros y nos otorgan confianza en que todas las bendiciones prometidas han de acontecer. Eso es tan cierto para ustedes como para mí. En palabras del élder Jeffrey R. Holland: “Algunas bendiciones nos llegan pronto, otras llevan más tiempo, y otras no se reciben hasta llegar al cielo; pero para aquellos que aceptan el Evangelio de Jesucristo, siempre llegan”. De ello también testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
El élder Michael Cziesla nos conduce en un viaje que comienza con una imagen encantadora: un joven misionero europeo que llega a Utah y se maravilla ante las costumbres locales —la “gelatina verde con zanahorias” y las “papas de funeral”—, pero que pronto descubre que el verdadero gozo del discipulado no proviene de la abundancia de programas ni de la magnitud de las reuniones, sino de la sencillez del Evangelio vivida con corazón puro.
Al regresar a su natal Alemania, el élder Cziesla comprendió lo que el presidente Nelson enseñaría décadas después: “El gozo que sentimos tiene poco que ver con las circunstancias de nuestra vida y tiene todo que ver con el enfoque de nuestra vida.” Esa es la esencia de su mensaje: centrar la vida en Cristo es la fuente constante de gozo, sin importar el lugar o las condiciones.
Su discurso es una invitación a regresar a lo esencial, a mirar más allá de la complejidad moderna y redescubrir la pureza del Evangelio. En un mundo saturado de información, ruido y exigencias, el élder Cziesla nos recuerda que la verdadera fortaleza espiritual se halla en los principios sencillos: la fe, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del Espíritu Santo y la perseverancia. Esos pasos —tan conocidos que a veces los subestimamos— son, sin embargo, el mapa seguro hacia la redención y la paz interior.
La historia de su abuela, “Oma Cziesla”, ilumina el corazón del mensaje. Ella fue un faro de fe silenciosa en tiempos oscuros. Aislada, sin acceso a reuniones ni sacerdocio en casa, mantuvo viva la llama del Evangelio con lo que tenía: la oración, las Escrituras y los himnos de Sion. Su hogar fue su capilla, su fe el altar, su constancia la predicación. Décadas más tarde, su fidelidad daría fruto cuando su hijo —el padre del élder Cziesla— reconoció la verdad del Evangelio al escuchar los mismos himnos que su madre le había enseñado en la infancia.
El eco de esas melodías simboliza cómo las pequeñas y sencillas cosas —una oración, una canción, una escritura repetida— pueden resonar en el alma durante generaciones. El poder del Evangelio se multiplica en lo cotidiano, en la constancia silenciosa, en la fe que no se rinde cuando no hay audiencia, ni reconocimiento, ni resultados inmediatos.
El élder Cziesla nos invita a no complicar el discipulado. El Evangelio “funciona de maravilla” cuando se vive con sinceridad, sin adornos, sin pretensiones. Allí donde la vida se hace difícil, la sencillez en Cristo se convierte en refugio: orar, servir, perdonar, cantar, confiar. Son actos simples, pero de poder eterno.
Enseñanzas doctrinales
- El Evangelio es sencillo, pero no fácil.
La doctrina de Cristo —fe, arrepentimiento, bautismo, Espíritu Santo y perseverancia— es clara y accesible para todos, pero requiere constancia, humildad y esfuerzo diario. La sencillez no implica superficialidad, sino profundidad sin complicación. - El poder está en las pequeñas cosas.
Las prácticas diarias como la oración, el estudio de las Escrituras, el ayuno, la adoración en el templo y la Santa Cena son los cimientos del poder espiritual. Lo que parece pequeño a los ojos del mundo produce grandes milagros ante Dios. - El discipulado es cuestión de enfoque, no de circunstancias.
No es necesario vivir en lugares donde la Iglesia es grande o visible para experimentar la plenitud del Evangelio. El gozo depende de la dirección del corazón, no del tamaño de la congregación. - La fe de una generación puede salvar a la siguiente.
La historia de Oma Cziesla enseña que la constancia de una madre fiel puede preparar el camino para la conversión de sus hijos. La fe silenciosa deja raíces que florecen con el tiempo. - El Señor obra por medio de lo sencillo.
Así como un grano de mostaza mueve montañas, el Señor utiliza lo pequeño para realizar Su gran obra. “De las cosas pequeñas proceden las grandes.”
Doctrinalmente, el discurso se centra en la doctrina de Cristo (2 Nefi 31) y en la invitación paulina a vivir “la sencillez que es en Cristo” (2 Corintios 11:3).
Esa sencillez no es pasividad, sino pureza de propósito: vivir el Evangelio sin adornos ni distracciones, con un corazón enfocado en el Salvador.
El élder Cziesla enseña que la sencillez en Cristo es una forma de discipulado continuo: una vida en la senda de los convenios, en la que el creyente avanza con fe y confianza, incluso en la oscuridad. El Evangelio, cuando se vive en su forma más pura, nos devuelve al centro —a Cristo mismo—.
Doctrinalmente, esta sencillez se opone a la confusión del mundo y a la autosuficiencia del hombre natural. Recordar al Salvador, confiar en Él, servir con amor, perseverar en la fe: son actos simples que desarman la complejidad del pecado y el egoísmo.
La “sencillez en Cristo” es, en esencia, la espiritualidad de lo cotidiano, donde el poder de la Expiación se manifiesta en los gestos humildes de fidelidad.
El mensaje del élder Cziesla resuena como una melodía suave pero persistente: el Evangelio no necesita ser complicado para ser poderoso.
Su vida, y la vida de su abuela, testifican que Dios se encuentra en lo simple, en lo constante, en lo sincero.
La sencillez en Cristo no elimina los problemas, pero transforma la forma en que los enfrentamos. Nos enseña a mirar hacia el Salvador y a caminar con Él, paso a paso, día a día.
Así como Oma encendió una luz de fe en su hogar, nosotros también podemos, con pequeños actos de devoción, iluminar generaciones.
Porque el poder del Evangelio se manifiesta en la sencillez de Cristo, y en esa sencillez hallamos paz, gozo y esperanza eterna.
























