Conferencia General Octubre 2025


“¿Me amas?”

Por el élder Steven C. Barlow
De los Setenta

Si deseamos mostrar nuestro amor por Dios, deberíamos entender cómo Él reconoce nuestro amor.



En la parábola del hijo pródigo, al hermano mayor le era difícil al principio celebrar que su hermano menor regresara a casa después de un periodo de malas decisiones y de haber “desperdici[ado] sus bienes viviendo perdidamente”. El hermano mayor, creyéndose moralmente superior, no podía sumarse al gozo por el regreso de su hermano arrepentido. También nosotros podemos desaprovechar oportunidades para que nuestros seres queridos sepan, por nuestras palabras y acciones, de nuestro amor sincero por ellos.

Hay muchos ejemplos poderosos en las Escrituras del amor sincero que se ofrece y se recibe: Noemí y Rut, Ammón y el rey Lamoni, el hijo pródigo y su padre, el Salvador y Sus discípulos.

Cuando el amor se da sin reservas y se recibe con sinceridad, se produce un ciclo virtuoso que aumenta el amor entre quien lo da y quien lo recibe.

El amor de Dios es perfecto, infinito, perdurable y “de lo más dulce”. Llena el alma “de un gozo inmenso”. Sin embargo, a veces puede ser difícil para nosotros reconocer el amor de Dios en nuestra vida. No obstante, nuestro perfectamente amoroso Padre Celestial desea tan anhelosamente que experimentemos Su amor que nos “habla […] de acuerdo con [nuestro] ent[endimiento]”. Él expresará Su amor por nosotros de una forma tal, que nosotros, de forma individual, podamos reconocer. Puede que experimentemos el amor de Dios por nosotros al observar la belleza de la naturaleza, o al recibir respuestas a oraciones, o al recibir inspiración en el momento de mayor necesidad o al experimentar momentos dulces de gozo. La mayor manifestación del amor del Padre Celestial por nosotros, que resuena tanto en la mente como en el corazón, es cuando permitió que Su Amado Hijo se ofreciera a Sí mismo como Aquel que llevaría a cabo la Expiación.

A menudo nos centramos en nosotros mismos, tal como el hermano mayor del hijo pródigo. Nos obsesionamos por hallar evidencias del amor de Dios por nosotros y nos frustramos cuando no las vemos. Sin embargo, la hermosa paradoja es que entre más nos centramos en mostrar nuestro amor por Dios, más fácilmente reconocemos Su amor por nosotros. Tal vez es por esto que el Salvador respondió a la pregunta “¿Cuál es el gran mandamiento?” con esta sencilla e importante invitación: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente”.

Algunas veces, la manera en que demostramos nuestro amor por aquellos que más amamos no es necesariamente la manera en que ellos reconocen nuestro amor. Esto puede ser frustrante tanto para quien lo da como para quien lo recibe. Podría ser útil que les preguntemos a quienes amamos, cómo reconocen el amor que se les expresa. De la misma forma, si deseamos mostrar nuestro amor por Dios, deberíamos entender cómo Él reconoce nuestro amor. Afortunadamente, en las Escrituras Él ha indicado claramente varias maneras como podemos mostrar nuestro amor por Él.

¿Me amas más que estos?

De la instructiva conversación entre Pedro y el Señor resucitado junto al mar de Tiberias, aprendemos algunas maneras en las que podemos mostrar nuestro amor por el Señor.

“Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te amo”.

La pregunta clave en este versículo es “¿me amas más que estos?”. Demostramos nuestro amor por el Señor cuando lo colocamos por encima de “estos”, y “estos” puede ser cualquier persona, cualquier actividad o cualquier cosa que lo desplace a Él de ser la influencia más importante de nuestra vida.

Nunca habrá suficiente tiempo en un día, una semana, un mes o un año para terminar todo lo que queremos o necesitamos hacer. Parte de la prueba de la vida terrenal es utilizar el preciado recurso del tiempo para aquello que es más importante para nuestro bien eterno y dejar de lado otras cosas menos importantes.

El presidente Russell M. Nelson dijo: “La pregunta para cada uno de nosotros […] es la misma. ¿Estás dispuesto a permitir que Dios sea la influencia más importante en tu vida? ¿Permitirás que Sus palabras, Sus mandamientos y Sus convenios influyan en lo que haces cada día? ¿Permitirás que Su voz tenga prioridad sobre cualquier otra? ¿Estás dispuesto a permitir que todo lo que Él necesite que hagas tenga prioridad sobre cualquier otra ambición? ¿Estás dispuesto a que tu voluntad sea absorbida en la de Él?”. Demostramos nuestro discipulado y amor por Dios cuando hacemos que Él sea nuestra máxima prioridad.

Apacienta mis ovejas

En el siguiente versículo de esta misma conversación entre Pedro y el Salvador, aprendemos otra manera en que el Señor reconoce nuestras expresiones de amor: “[El Señor] volvió a decirle la segunda vez: Simón hijo de Jonás, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas”.

Demostramos nuestro amor por el Padre Celestial cuando servimos, escuchamos, amamos, elevamos o ministramos a Sus hijos. Este servicio puede ser tan sencillo como ver realmente a los demás sin juzgarlos. En la sección 76 de Doctrina y Convenios, podemos vislumbrar el carácter de aquellos que heredarán una gloria celestial: “[Ellos] ven como son vistos, y conocen como son conocidos”. Ellos ven a los demás como Dios los ve y Él los ve como lo que pueden llegar a ser, con un potencial glorioso y divino.

Después de regresar de mi misión, me hice cargo del negocio de jardinería que mis hermanos y yo habíamos empezado cuando éramos adolescentes. También estaba ocupado con mis estudios universitarios. En una semana de primavera, las fuertes lluvias y los inminentes exámenes finales me dejaron abrumado y atrasado con el trabajo de jardinería.

A mediados de la semana, los cielos se despejaron y me propuse ponerme al día con el trabajo de los jardines después de clases. Pero, al llegar a casa, mi camioneta y mis herramientas habían desaparecido. Intrigado, visité los jardines que estaban programados, y vi que cada jardín ya había sido podado hermosamente. En el último jardín programado encontré a mi hermano menor caminando detrás de la podadora. Él me miró, sonrió y me saludó con la mano. Rebosante de gratitud, le di un abrazo y le agradecí. Su significativo acto de servicio fortaleció profundamente mi amor y lealtad hacia él. Servirnos unos a otros es una manera inequívoca de demostrar nuestro amor por Dios y por Su Amado Hijo.

“Conf[esar] su mano en todas las cosas”

También manifestamos nuestro amor por Dios mediante un corazón agradecido. El Señor dijo: “En nada ofende el hombre a Dios […] [salvo] aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”. Demostramos nuestro amor por Dios al reconocer que Él es la fuente de toda cosa buena en nuestra vida.

Junto con un socio, fundé una vez una empresa, y al comienzo, él y yo orábamos fervientemente antes de las reuniones importantes para pedir la ayuda del Padre Celestial. Una y otra vez, Dios contestó nuestras oraciones y nuestras reuniones salieron bien. Después de una reunión, mi socio señaló que habíamos sido rápidos para pedir, pero lentos para agradecer. A partir de ese momento, nos habituamos a ofrecer oraciones sinceras de gratitud, reconociendo la mano del Señor en nuestros éxitos. Mostramos nuestro amor por Dios con “una actitud agradecida”.

Si me amáis, guardad mis mandamientos

Otra manera como demostramos nuestro amor por el Padre Celestial y su Amado Hijo es al elegir obedecerlos. El Salvador dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Este tipo de obediencia no es ciega ni forzada, sino que es una expresión de amor sincera y voluntaria. El Padre en los cielos desea que nosotros deseemos ser obedientes. La hermana Tamara W. Runia se refirió a esto como “obedecer por afecto”. Ella dijo: “Aunque todavía no tengamos una obediencia perfecta, ahora intentamos obedecer por afecto, y decidimos quedarnos, una y otra vez, porque lo amamos a Él”.

El Padre Celestial nos dio el albedrío moral para inspirarnos a desear escogerlo a Él. Su obra y gloria no es solamente llevar a cabo nuestra vida eterna, sino que también incluye una esperanza de que nuestro mayor deseo sea regresar a Él. No obstante, Él nunca nos obligará a obedecer. En el himno “Know This, That Every Soul Is Free” [Sabed que toda alma libre es], cantamos:

Él llamará, persuadirá y dirigirá en rectitud,

bendecirá con sabiduría, amor y luz;

de muchas formas mostrará Su bondad,

pero nunca al alma del hombre forzará.

Cuando éramos líderes de misión, a mi esposa, Christina, y a mí nos inspiraron muchos misioneros que eligieron ser obedientes, no solo porque era una norma misional, sino porque deseaban demostrar su amor por el Señor al escoger, en humildad, representarlo.

El élder Dale G. Renlund dijo: “La meta de nuestro Padre Celestial en la crianza de los hijos no es hacer que Sus hijos hagan lo correcto, sino que elijan hacer lo correcto y finalmente lleguen a ser como Él. Si simplemente quisiera que fuéramos obedientes, usaría recompensas y castigos inmediatos para influir en nuestros comportamientos”. Demostramos nuestro amor por Dios cuando elegimos obedecer y seguirlo.

Nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador reconocen nuestras expresiones de amor hacia Ellos cuando los ponemos en primer lugar en nuestra vida, nos servimos los unos a los otros, reconocemos con gratitud cada bendición de Ellos y escogemos seguirlos.

Testifico que cada uno de nosotros es verdaderamente un hijo de Dios, y que Él nos ama perfectamente. Testifico que Él ansía que experimentemos Su amor de maneras que reconozcamos y entendamos. Y la hermosa paradoja es que experimentaremos Su amor por nosotros más profundamente al mostrar nuestro amor por Él. En el nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder Steven C. Barlow nos invita a reflexionar sobre una pregunta que atraviesa siglos y corazones: “¿Me amas?”. Con ella, el Señor no busca información, sino transformación. Es una pregunta que nos examina el alma, no los labios.

El discurso parte de un contraste: el hermano mayor del hijo pródigo, que no pudo alegrarse por el regreso de su hermano, representa la tendencia humana a medir, comparar y juzgar. El amor verdadero —enseña el élder Barlow— no compite ni calcula, sino que celebra la redención ajena como propia. El desafío no es solo amar a Dios, sino amar como Él ama: con gozo ante el arrepentimiento y con ternura ante la imperfección.

A partir de esta parábola, el orador despliega un recorrido por las Escrituras para mostrarnos cómo Dios reconoce nuestro amor. No basta decir “te amo, Señor”; debemos expresarlo en el idioma que Él entiende: la prioridad, el servicio, la gratitud y la obediencia.


Enseñanzas principales

1. “¿Me amas más que estos?” — La prioridad del Señor: El Salvador preguntó a Pedro si lo amaba más que “estos”, refiriéndose a cualquier cosa que compita por nuestro corazón: intereses, metas, pasatiempos o ambiciones.

“Demostramos nuestro amor por el Señor cuando lo colocamos por encima de ‘estos’.”

El élder Barlow recuerda las palabras del presidente Russell M. Nelson, quien nos insta a dejar que Dios sea la influencia más importante en nuestra vida. El amor verdadero hacia Él se mide en cómo usamos nuestro tiempo, energía y voluntad. Amarlo “más que estos” significa poner Sus propósitos por encima de los nuestros.

2. “Apacienta mis ovejas” — El amor que sirve: El Señor le repitió a Pedro: “Apacienta mis ovejas”. Amar a Dios se traduce en servir a Sus hijos. No se trata de actos grandiosos, sino de una sensibilidad espiritual: ver como son vistos y conocer como son conocidos.
El élder Barlow ilustra esto con la historia de su hermano, que silenciosamente terminó por él el trabajo de jardinería cuando estaba abrumado. Ese acto simple de servicio lo llenó de amor y gratitud. Así actúa Cristo con nosotros, y así nos invita a actuar con los demás.

Servir es amar. Servir a alguien es confesar con hechos: “Sí, Señor, tú sabes que te amo.”

3. “Confesar su mano en todas las cosas” — El amor agradecido: El Señor declaró: “En nada ofende el hombre a Dios, salvo aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”.
El amor por Dios florece cuando reconocemos Su intervención diaria. El élder Barlow narra cómo en su negocio aprendió a equilibrar la oración de petición con la oración de gratitud. Reconocer la mano de Dios no solo expresa fe, sino que abre los ojos para ver más de Su amor en nuestra vida.

4. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” — La obediencia por afecto: La obediencia, dice el élder, no es una transacción ni una imposición; es una declaración de amor. Citando a la hermana Tamara W. Runia, enseña que debemos “obedecer por afecto”.

“Aunque todavía no tengamos una obediencia perfecta, ahora intentamos obedecer por afecto, y decidimos quedarnos, una y otra vez, porque lo amamos a Él.”

El élder Barlow y su esposa, al servir como líderes de misión, vieron a jóvenes que obedecían no por miedo, sino por devoción. Esa es la obediencia que el Padre anhela: la que brota del corazón, no la que se impone desde afuera.

Este discurso se centra en el principio doctrinal del amor como ley celestial suprema: todo discipulado genuino comienza y termina en el amor.

  • El amor es la raíz de toda obediencia verdadera.
    Jesús no pide primero que le sigamos, sino que le amemos, porque sabe que de ese amor nacerá el servicio, la gratitud y la fidelidad.
  • Amar a Dios requiere conocer Su lenguaje.
    Él no mide nuestro amor por palabras o emociones, sino por decisiones: a quién servimos, cómo usamos nuestro tiempo y qué sacrificamos por Él.
  • El amor transforma la obediencia en deleite.
    Cuando el mandamiento deja de sentirse como carga y se convierte en oportunidad de comunión, hemos comenzado a amar “como Él ama”.
  • El amor recibido y el amor ofrecido se multiplican.
    La “paradoja hermosa”, como dice el élder Barlow, es que al mostrar amor a Dios, sentimos más profundamente Su amor por nosotros.

En resumen, el amor no es solo un sentimiento espiritual: es el principio operativo del Reino de Dios.

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