Ve y haz lo mismo
Por el élder James E. Evanson
De los SetentaMe gustaría destacar a los misioneros que son llamados a asignaciones de servicio. Ellos son un ejemplo para nosotros.
Mientras el Salvador viajaba por Betsaida, algunas personas le llevaron a un ciego. Tal vez esperaban ver un milagro de primera mano. El Salvador, “tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea” para sanarlo en privado. Al principio, parecía que la sanación no funcionó. El hombre, “alzando la vista, dijo: Veo los hombres, pero los veo como árboles que andan”. Jesús, con compasión, “le puso otra vez las manos sobre los ojos y le hizo que mirase”. Con ese toque adicional de las manos del Salvador, el ciego ahora “vio […] claramente”.
Este es solo un ejemplo de cómo la vida del Salvador se caracteriza por actos de servicio humildes. Él nos recuerda que Él “no vino para ser servido, sino para servir” y luego nos invita a seguir Su ejemplo al recorrer la segunda milla , dar a quienes nos piden y amar a nuestro prójimo. Cuando se le preguntó: “¿Quién es mi prójimo?”, Cristo compartió la parábola del Buen Samaritano, con el mandato: “Ve y haz tú lo mismo”.
Los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son ejemplos modernos del buen samaritano que Cristo nos invita a ser. Me gustaría destacar a los misioneros que son llamados a asignaciones de servicio. Ellos son ejemplos para nosotros de cómo el servicio (1) abre los corazones al Evangelio de Jesucristo, (2) nos permite a todos ministrar independientemente de nuestras circunstancias y (3) trae el poder de Cristo a nuestra vida.
Primero, el servicio abre los corazones al Evangelio de Jesucristo
Alrededor del año 91 a. C., Ammón, un misionero del Libro de Mormón, se presentó al rey Lamoni diciendo: “Deseo morar entre este pueblo por algún tiempo; […] [y] seré tu siervo”. Debido a su servicio al rey, a Ammón se le concedió la oportunidad de “hablar sin temor y decir[le] [al rey Lamoni] con qué poder” había efectuado su servicio. A cambio, el rey prometió que “cuanto [Ammón] [deseare] […] [él] se lo conceder[ía]”. La única petición de Ammón fue que el rey escuchara el mensaje del Evangelio de Jesucristo. El servicio de Ammón dio como resultado que “miles de almas [fueran llevadas] al arrepentimiento”.
En nuestros días, el servicio continúa guiando a personas al Evangelio. La hermana Bevan prestaba servicio como misionera de enseñanza cuando comenzó a tener problemas de salud, lo que la obligó a regresar a casa para recibir tratamiento. En lugar de ser relevada, continuó sirviendo como misionera de servicio desde casa.
Mientras visitaban un parque, la hermana Bevan y una amiga sintieron la impresión de hablar con una madre con cuatro niños pequeños, pero dudaron y la familia se marchó. Al día siguiente, regresaron al parque, orando para que esa familia estuviera allí. Milagrosamente, la madre estaba sentada exactamente en el mismo lugar que el día anterior. Esta vez, la hermana Bevan y su amiga se acercaron a la madre, llegaron a conocerla y descubrieron que necesitaba ayuda temporal desesperadamente. Le brindaron ayuda y luego la invitaron a aprender sobre el Evangelio.
Gracias a ese servicio e invitación, la madre y su hijo mayor se bautizaron, y un año después se bautizó el siguiente hijo mayor. Ellos siguen siendo miembros activos en la actualidad. La hermana Bevan sabía que esa experiencia había sido divinamente inspirada y “le demostró que [ella] estaba exactamente donde Dios necesitaba que estuviera”.
Al igual que Ammón y la hermana Bevan, al servir a los demás, les “d[amos] buenos ejemplos” y ellos desean saber la “razón de la esperanza que hay en [n]osotros“.
Jesús nos invita a cada uno: “Ve y haz tú lo mismo mismo”.
Segundo, el servicio nos permite a todos ministrar independientemente de nuestras circunstancias
El presidente Russell M. Nelson llamó a “cada hombre joven digno y capaz que se prepare para la misión y sirva en ella” y a toda hermana joven capaz a “or[ar] para saber si el Señor desea que [ella] [sirva] en una misión”. Él prometió que “la decisión que tomen de servir en una misión, ya sea de proselitismo o de servicio, los bendecirá a ustedes y a muchos más”. Las misiones de servicio cambiaron la definición de la palabra capaz. Ahora, todo hombre y mujer joven dignos que deseen servir en una misión de tiempo completo para el Señor pueden hacerlo, con muy pocas excepciones.
El élder Holgado es un ejemplo de cómo se puede servir a pesar de las circunstancias personales. Nació con un raro trastorno genético que le impidió servir una misión de enseñanza. El élder Holgado fue llamado como misionero de servicio y trabajó como voluntario en el almacén del obispo, donde ayudó a personas a obtener la ayuda que necesitaban. Llenó estantes, embolsó verduras y aplastó cajas de cartón.
Cuando el élder Holgado habló en la reunión sacramental después de su misión, compartió que “Dios necesita misioneros de servicio. Necesita personas que amen y sirvan a los demás. Estas personas almacenan papel higiénico, embolsan brócoli, construyen muebles y son buenos con las personas”.
No necesitan tener una asignación de servicio o llevar una placa con su nombre para hacer el bien. Cada acto de servicio es reconocido por el Salvador. Todos podemos ayudar a los demás a venir a Cristo al servir con amorosa bondad. Todos podemos ministrar en el nombre de Cristo a cada persona por medio del poder del Espíritu Santo y vivir como ejemplos de fe en Jesucristo. El servicio nos permite presentarnos como sacrificios vivos que son agradables a Dios.
Jesús nos invita a cada uno: “Ve y haz tú lo mismo mismo”.
Tercero, el servicio trae el poder de Cristo a nuestra vida
Un joven misionero que se trasladó de una asignación de enseñanza a una de servicio luchó con algunos desafíos personales que lo hicieron necesitar el poder sanador de Cristo. El servicio consagrado trajo ese poder a su vida. Él dijo: “Cuando estaba teniendo dificultades, podía sentir que Cristo me fortalecía. Hay algo especial en verlo bendecir a las personas a través de una despensa de alimentos, en el templo y a través de Su Evangelio”.
Este élder comenzó a sentir un gozo más profundo y su nuevo entusiasmo lo bendijo a él y a toda su familia. El Espíritu entró en su hogar más abundantemente, asistieron juntos al templo con más regularidad y Cristo se convirtió en el enfoque mayor en su familia. Este misionero cree que Cristo salvó su vida y bendijo a su familia por medio del servicio.
El presidente Nelson enseñó que “la buena disposición para servir y fortalecer a los demás se yergue como símbolo del estado de preparación de cada uno para ser sanado” por el poder redentor del Salvador.
Jesús nos invita a cada uno: “Ve y haz tú lo mismo mismo”.
Los misioneros de servicio son ejemplos de discípulos consagrados de Jesucristo
Cuando ustedes o un miembro de su familia son bendecidos con un llamamiento como misionero de servicio, ese es un momento para celebrar. Su familia ahora tendrá un representante apartado del Señor Jesucristo viviendo en su hogar. Eso los cambiará a todos para bien. No debe haber decepción en ningún llamado a servir. Cantamos: “A donde me mandes iré” y “lo que me mandes, seré”. ¡Esta es una oportunidad para demostrar que realmente queremos decir lo que decimos!
A todos ustedes que sirven, y especialmente a los más de 4000 misioneros de servicio jóvenes: ¡Los amamos! Si los misioneros de enseñanza son la boca del Señor, entonces los misioneros de servicio son las manos del Señor, y no son misioneros de segunda clase. Cada uno de ustedes es vital para el recogimiento de Israel. El presidente Nelson enseñó que “cada vez que hacemos algo que ayude a alguien […] a hacer y guardar sus convenios con Dios, estamos ayudando a recoger a Israel”.
Ustedes, misioneros de servicio, recogen a Israel todos los días de muchas maneras, y su servicio cambia vidas. A menudo ustedes no saben quién es el beneficiario de su servicio, pero Dios lo sabe. Recuerden siempre que “en cuanto [le servisteis] a uno de estos […] más pequeños […] a [Él le servisteis]”. Escuchamos sus voces cuando se ofrecen como voluntarios en los centros de llamadas de la Iglesia; vemos sus sonrisas cuando ayudan en organizaciones comunitarias; y sentimos su luz cuando sirven en templos. Ustedes alimentan al hambriento, visten al desnudo y dan de beber al sediento.
Todos debemos ir y hacer lo mismo.
El servicio es una parte esencial de ser discípulos de Cristo
El servicio tiene el poder de abrir los corazones al Evangelio y nos permite a todos dar nuestra alma entera a Cristo. Cambia nuestro corazón para llegar a ser más como Él y, en el proceso, elevamos a los demás. El presidente Nelson preguntó una vez: “En este mundo que adolece de corrupción espiritual, ¿pueden las personas […] ejercer una buena influencia?”. Su respuesta: “¡Sí! […] ‘El pueblo del convenio del Señor, […] [tiene] por armas […] el poder de Dios en gran gloria’ […]. Puede elevar la vida de toda la humanidad”. Por medio del servicio, cambiamos corazones y el mundo.
Jesús “anduvo haciendo bienes”. Ministró a los enfermos, dio vista a los ciegos y visitó a los oprimidos. Cocinaba , ayudaba en los banquetes de boda y alimentaba a miles de personas que padecían hambre. Al prestar servicio en el nombre de Cristo a cada persona en particular, llegamos a ser cada vez más santos y dignos del don de la vida eterna. Jesucristo vive. Él es mi Salvador y el de ustedes también. Él es nuestro Redentor. Él es nuestro gran ejemplo de ministración. Invito a cada uno de nosotros a ir y hacer lo mismo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
El mensaje del élder Evanson se desarrolla como una parábola moderna del buen samaritano. A través de historias reales de misioneros de servicio, él nos recuerda que el verdadero discipulado se manifiesta no tanto en palabras o títulos, sino en manos dispuestas y corazones consagrados.
Comienza con la imagen del Salvador sanando al ciego en Betsaida, un acto silencioso, íntimo, alejado del bullicio. Esa escena marca el tono del discurso: el servicio verdadero no busca espectadores, sino transformación. La primera sanación no fue completa; el hombre veía confusamente. Solo con un segundo toque, con paciencia y compasión, recobró la vista. Así también, el servicio —como el toque del Salvador— aclara nuestra propia visión espiritual.
El élder Evanson entrelaza esa historia con el llamado del Salvador a ser como el buen samaritano. Cristo no solo enseñó el principio, sino que lo vivió: “Ve y haz tú lo mismo” es una invitación continua a encarnar Su compasión.
En la narrativa del discurso, los misioneros de servicio se convierten en los protagonistas de ese mandamiento. Desde Ammón en el Libro de Mormón, que abrió corazones sirviendo, hasta la hermana Bevan y el élder Holgado, quienes encontraron propósito en circunstancias difíciles, cada historia ilustra que el servicio no depende de la capacidad física ni de la visibilidad de la labor, sino del deseo sincero de representar al Salvador.
El relato del joven misionero que, a través del servicio, halló el poder sanador de Cristo, es profundamente simbólico: servir no solo bendice a otros, sino que cura las heridas del alma que sirve.
Finalmente, el élder Evanson eleva el tono del mensaje al afirmar que los misioneros de servicio son las manos del Señor, y que su labor es esencial para el recogimiento de Israel. No hay servicio pequeño, ni llamado de segunda categoría. Cada acción, por humilde que parezca, tiene valor eterno cuando se realiza en el nombre de Cristo.
Su llamado final —“Ve y haz tú lo mismo”— no es una frase retórica, sino una comisión divina. Nos recuerda que seguir a Cristo es servir como Él sirvió: con ternura, sacrificio y poder redentor.
Enseñanzas y principios clave
- El servicio abre corazones al Evangelio.
Así como Ammón conquistó almas mediante el servicio y la hermana Bevan llevó a una familia al bautismo al prestar ayuda, nosotros también podemos preparar corazones para recibir la verdad cuando servimos con amor sincero. - Todos podemos ministrar, sin importar nuestras circunstancias.
El élder Holgado mostró que las limitaciones físicas no son barreras para servir. En el plan del Señor, la disposición del corazón importa más que la capacidad del cuerpo. - El servicio trae el poder sanador de Cristo.
Cuando servimos con fe, el Salvador nos fortalece, renueva nuestro espíritu y sana las heridas invisibles. Servir es participar del poder redentor de Cristo. - No hay llamamientos de “segunda clase” en la obra del Señor.
Cada misión —de enseñanza o de servicio— es una manifestación del mismo discipulado. El Señor necesita bocas que proclamen y manos que bendigan. - El servicio nos asemeja al Salvador.
Cristo “anduvo haciendo bienes”. Cada acto de servicio nos acerca más a Su carácter y nos prepara para la vida eterna.
El discurso del élder Evanson se apoya en tres ejes doctrinales profundos:
1. Cristología del servicio: El ejemplo de Cristo es la base del mensaje. Él sirvió “no para ser servido”, y en esa actitud se revela la naturaleza de Su divinidad. Servir como Él sirve no solo es obedecer un mandamiento, sino participar en Su poder y Su carácter. Cada vez que ayudamos a alguien, participamos de Su expiación, porque el servicio une nuestro corazón al Suyo.
2. Doctrina del discipulado activo: El llamado “Ve y haz tú lo mismo” es una declaración de discipulado. El Evangelio no es contemplativo sino dinámico. Ser discípulo es actuar, ministrar, y reflejar el amor redentor de Cristo en contextos reales y cotidianos. La doctrina aquí es que el servicio no es un complemento del Evangelio, sino su expresión viva.
3. El servicio como vehículo de revelación y recogimiento: El servicio no solo cambia a quienes reciben ayuda, sino también a quienes la brindan. Es en el acto de servir donde el Espíritu Santo guía, consuela y revela la voluntad de Dios. Además, el discurso conecta este principio con la doctrina del recogimiento de Israel: cada acto que acerca a alguien a los convenios con Dios es parte directa de esa obra profetizada.
El élder Evanson nos deja con una verdad simple y poderosa: el servicio es el Evangelio en acción.
Servir es ver con los ojos del Salvador, sentir con Su corazón y actuar con Su poder.
Y cuando respondemos a Su invitación —“Ve y haz tú lo mismo”— no solo bendecimos vidas ajenas, sino que nos transformamos nosotros mismos en verdaderos discípulos de Cristo.
























