Profetas de Dios
Por la hermana Andrea Muñoz Spannaus
Segunda Consejera de la Presidencia General de las Mujeres JóvenesEscuchar y obedecer la voz del profeta es crucial para aferrarse a todo lo bueno hasta la Segunda Venida.
Queridos jóvenes, ¡qué hermosa sesión de conferencia estamos teniendo! Ya escuchamos a tres apóstoles vivientes de Jesucristo. ¡Eso es una bendición maravillosa! Y todavía escucharemos a uno más, el élder Henry B. Eyring. ¡La fiesta espiritual continúa!
Cuando hablé el año pasado, aprendimos cómo enfrentar este mundo a través de la experiencia de David con Goliat. ¿Recuerdan las cinco piedras? Hoy voy a compartir una historia del Antiguo Testamento que leí a la edad de ustedes y que me dejó con ganas de ser como la protagonista. La Biblia no nos dice su nombre, así que la llamaremos la mujer de Sunem porque ese es el nombre de su pueblo.
Un día, el profeta Eliseo pasaba por Sunem, y leemos que “había allí una mujer importante que le invitaba insistentemente a que comiese; y sucedía que cuando él pasaba por allí, entraba en su casa a comer”. ¡Me imagino al profeta Eliseo muy feliz por la invitación a comer en la casa de ella! Ya había ido varias veces, cuando un día la mujer le dijo a su marido: “Ahora yo entiendo que este que siempre pasa por nuestra casa es un hombre santo de Dios”.
La mujer dice: “Ahora yo entiendo”. Pareciera que invitaba a Eliseo a su casa sin saber que él era el profeta; ella recibió su testimonio por medio del Espíritu Santo al escuchar atentamente lo que Eliseo decía y enseñaba. (Recordemos que ¡no había fotos en esa época! Así que era difícil reconocer al profeta solo viendo su cara).
Pero la historia no termina ahí. Un día, la mujer le dijo a su marido: “Yo te ruego que hagas un pequeño aposento […], y pongamos en él cama, y mesa, y silla y candelero, para que cuando venga a nosotros, se quede en él”.
¡Esta mujer fiel estuvo dispuesta a construir una habitación en su casa para que el profeta, al pasar por la ciudad, tuviera un lugar donde quedarse!
Hoy podemos aprender una poderosa lección de esta experiencia:
El Señor le testificó a la mujer de Sunem que Eliseo era un profeta de Dios y ella actuó abriendo su casa para recibirlo.
Nosotros también podemos recibir un testimonio personal de los profetas de Dios hoy día, y podemos abrir nuestro corazón y nuestra mente —nuestra casa— al mensaje que nuestro Padre Celestial tiene para nosotros en estos últimos días.
Queridos jóvenes, los invito a hacerse esta pregunta: “¿Tengo yo un testimonio personal de los profetas vivientes de Dios?”
Empecemos por el principio.
¿Qué es un profeta? Un profeta es un hombre a quien Dios ha llamado para hablar por Él. Hay profetas en la tierra hoy día como los hubo en la antigüedad.
Los profetas son videntes y reveladores. Eso significa que pueden ver lo que otros no pueden ver, y pueden profetizar acontecimientos futuros. También pueden prepararnos para las calamidades. Los profetas reciben mandamientos y revelaciones del Señor. El noveno Artículo de Fe habla de la revelación continua en estos últimos días. Dice: “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios”.
El élder Gary E. Stevenson dijo: “El Señor continúa revelando Sus mandamientos y voluntad a Sus profetas en la actualidad porque desea conducirnos a la felicidad en esta vida y a la gloria celestial en la vida venidera”.
Los profetas también proclaman el Evangelio; son maestros inspirados y mensajeros de Dios para todos los que habitan en la tierra.
Cada uno de los miembros de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles es un profeta, vidente y revelador. Al servir como consejo bajo la dirección del Señor, ellos tienen la autoridad para declarar e interpretar la doctrina y establecer las normas de Su Iglesia. Oran y deliberan cuidadosamente, ya que las decisiones de estos cuórums deben ser unánimes. De esta manera, el Señor nos asegura que se hará Su voluntad.
Los profetas testifican de Cristo, Su existencia, Su ministerio y Su divinidad.
Leamos algunos testimonios de profetas del Libro de Mormón.
Abinadí proclamó:
“Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo.
“Y porque morará en la carne, será llamado el Hijo de Dios”.
Samuel el Lamanita también testificó que Jesucristo es “el Hijo de Dios, el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio”.
Y el profeta Moroni dijo: “He visto a Jesús, y […] él ha hablado conmigo cara a cara”.
Cuando Cristo visitó a los nefitas, una de las primeras cosas que hizo fue llamar a Doce Apóstoles. Y dijo al pueblo: “Bienaventurados sois si prestáis atención a las palabras de estos doce que yo he escogido”.
Ahora permítanme compartir algunas palabras dirigidas a los padres o a quienes tienen la responsabilidad de la crianza en el hogar: El Señor mismo les enseñó a Adán y a Eva las verdades del Plan de Salvación. Y entonces les dijo: “[Les] doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a [s]us hijos”.
¿Qué significa enseñar sin reserva? Es aprender las verdades del Evangelio, es tener un testimonio personal de ellas y es compartir ese conocimiento con nuestros hijos. Es propiciar momentos de enseñanza, tanto formales como informales. Es vivir de acuerdo con ese conocimiento y testimonio.
El Libro de Mormón describe a los 2060 jóvenes guerreros como “hombres verídicos y serios, pues se les había enseñado a guardar los mandamientos de Dios y a andar rectamente ante él”. Esos jóvenes obedecieron fielmente a Helamán, que en ese tiempo era su líder militar, pero también era su profeta; y reconocieron que sus madres habían llenado sus corazones de verdad y fe.
Padres, en este mundo donde hay muchas voces y, a veces, mucha oscuridad, Dios mismo nos ha mandado criar a nuestros hijos en la luz y la verdad. Él nos confió la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos las verdades salvadoras del Evangelio. Si nosotros no se las enseñamos, el mundo tampoco lo hará.
Queridos jóvenes amigos, tengo una invitación para ustedes: en los próximos días, los invito a arrodillarse, abrir su corazón y orar con fe al Padre Celestial para pedirle que les confirme que Su profeta y Sus apóstoles escogidos son Su voz en la tierra hoy.
La mujer de Sunem nos enseñó que podemos tener ese testimonio por medio del Espíritu Santo. Les prometo que una vez que sepamos que ellos son los ungidos de Dios, nuestra vida será más fácil a pesar de nuestros desafíos continuos, porque obedeceremos su voz con confianza, fe y esperanza. Escuchar y obedecer la voz del profeta es crucial para aferrarse a todo lo bueno hasta la Segunda Venida de nuestro Salvador.
La iniquidad del mundo está creciendo, pero la Iglesia de Jesucristo y Su Reino están más fuertes que nunca. Sion se está vistiendo de ropas hermosas, y el trono de Cristo no caerá. El Señor espera que seamos fuertes en nuestros testimonios, que estemos llenos de fe y que nos arrepintamos diariamente. Nuestro Salvador, Jesucristo, cuenta con cada uno de nosotros para llevar a cabo Su obra.
Una vez, el profeta José Smith dijo: “Hermanos, ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande?”. Sin embargo, como este mensaje es principalmente para ustedes, los jóvenes, me gustaría usar la palabra jóvenes en lugar de hermanos. ¿Listos?
“[Jóvenes], ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, [jóvenes]; e id adelante, adelante a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría!”.
Estoy agradecida por la guía y los esfuerzos consagrados de los profetas vivientes. Les doy mi solemne testimonio de que son llamados por Dios para llevar a cabo, establecer y gobernar Su Reino en la tierra hoy. Y siempre será así. Siempre será el Señor quien elija a Sus siervos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
La hermana Andrea Muñoz Spannaus habla con la frescura y el entusiasmo de quien se dirige a una generación llamada a sostener la obra de Dios en los últimos días. Su mensaje, dirigido especialmente a los jóvenes, es una invitación clara y llena de ternura: reconocer, escuchar y obedecer la voz de los profetas como fuente de luz y estabilidad en un mundo saturado de confusión.
Para ilustrarlo, ella nos lleva al Antiguo Testamento y nos presenta a la mujer de Sunem, una discípula anónima que, sin saberlo al principio, hospedó al profeta Eliseo. Su historia, sencilla pero profunda, se convierte en una lección viva: al prestar atención a las palabras del profeta, esta mujer reconoció su santidad y actuó con fe, preparándole un aposento en su hogar. Así, su casa se transformó en un espacio consagrado, y su corazón, en un santuario de revelación.
La hermana Spannaus traza el paralelo: nosotros también podemos “preparar un aposento” para los profetas en nuestra vida, no con paredes y muebles, sino con disposición espiritual. Abrir el corazón, escuchar con atención, y dejar que sus mensajes habiten nuestra mente es, en esencia, construir un aposento interior donde mora la voz del Señor.
El discurso se convierte en una defensa luminosa de la revelación continua. Recordando el noveno Artículo de Fe, la hermana Spannaus subraya que Dios sigue hablando hoy como en tiempos antiguos, y que Sus profetas y apóstoles son los canales de esa comunicación. Al citar las palabras del élder Gary E. Stevenson, enfatiza que las revelaciones modernas son expresiones del amor de un Dios que desea guiarnos a la felicidad y a la gloria celestial.
Con ternura, dirige su atención a los padres: enseñar “sin reserva” implica vivir y transmitir la verdad con valentía y coherencia. En contraste con las voces del mundo, la enseñanza profética en el hogar es lo que fortalece los testimonios jóvenes para resistir la confusión moral y espiritual. La hermana Spannaus recuerda a los 2,060 jóvenes guerreros de Helamán, que “fueron hombres verídicos y serios” porque sus madres les enseñaron con fe. El mensaje es claro: el testimonio profético comienza en casa, nutrido por el ejemplo de quienes viven lo que enseñan.
El final del discurso es un llamado vibrante y esperanzador. “Escuchar y obedecer la voz del profeta es crucial para aferrarse a todo lo bueno hasta la Segunda Venida”, declara. Es una invitación no solo a los jóvenes, sino a todos los discípulos de Cristo, a seguir adelante con valor, fe y gozo. Citando a José Smith, transforma su exhortación en un clamor generacional:
“¡Valor, jóvenes; e id adelante, adelante a la victoria!”
Así, la hermana Spannaus no solo enseña doctrina, sino que inspira convicción: seguir a los profetas es seguir a Cristo.
Enseñanzas principales
- Los profetas son la voz de Dios en la tierra.
A través de ellos, el Señor revela Su voluntad, corrige el rumbo y fortalece la fe de Su pueblo. - Podemos obtener un testimonio personal de los profetas.
La mujer de Sunem no reconoció al profeta por su apariencia, sino por la influencia del Espíritu. Así también nosotros debemos buscar esa confirmación divina. - Escuchar no basta: debemos actuar.
La mujer construyó un aposento; nosotros debemos abrir espacio en nuestra mente y corazón para las enseñanzas proféticas. - Enseñar sin reserva es un mandato divino.
Los padres están llamados a instruir a sus hijos en la luz y la verdad, sin miedo ni omisión, para contrarrestar las voces del mundo. - Obedecer a los profetas trae protección y paz.
En un mundo de confusión moral y espiritual, seguir la voz profética es un ancla segura que nos sostiene hasta la Segunda Venida de Cristo.
Doctrinalmente, el discurso se centra en la revelación continua y el principio de profecía, una doctrina esencial del evangelio restaurado.
- Cristo es la fuente, y los profetas son los canales por los cuales Su voz se hace audible en la tierra.
- El noveno Artículo de Fe confirma que Dios no ha cesado de hablar: la revelación es continua, progresiva y adaptada a las necesidades de cada época.
- Seguir a los profetas es una manifestación de fe en Cristo, porque al obedecer sus palabras, estamos obedeciendo al Señor mismo: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mateo 10:40).
Además, el mensaje subraya el principio de enseñanza por el Espíritu en el hogar. La transmisión de la fe no es solo informativa, sino formativa: el Espíritu confirma la verdad cuando las palabras se acompañan con ejemplo y amor. Así se cumple la profecía: “Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová, y se multiplicará la paz de tus hijos” (Isaías 54:13).
Finalmente, el discurso invita a prepararse para la Segunda Venida mediante la fidelidad profética. Escuchar y obedecer la voz del profeta no es mera lealtad institucional, sino un acto espiritual de consagración que nos mantiene conectados al canal vivo de revelación.
Mirar a los profetas con fe es mirar hacia Cristo.
Abrir espacio en el corazón para sus palabras es invitar al Espíritu.
Y enseñar sus enseñanzas en el hogar es construir una pequeña Sion donde la verdad habita.
“Escuchar y obedecer la voz del profeta es crucial para aferrarse a todo lo bueno.”
























