Conferencia General Octubre 2025


Probados y fortalecidos en Cristo

Por el élder Henry B. Eyring
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Los momentos de pruebas no son evidencias de que el Señor los haya abandonado; más bien, son evidencias de que Él los ama lo suficiente como para refinarlos y fortalecerlos.



Mis queridos hermanos y hermanas, siento el amor del Señor al reunirnos. Me llena de humildad hablar a ustedes. Ruego que el Espíritu lleve a su corazón lo que el Señor desea que escuchen, mucho más allá de las palabras que yo hablaré.

Hace mucho tiempo, cuando era un estudiante universitario, traté de aprender Física y Matemáticas. Me sentí abrumado. Comencé a sentir que estaba tratando de aprender algo que estaba fuera de mi alcance. Cuanto más abrumado me sentía, menos fuerzas tenía para seguir intentándolo. Mi desánimo me llevó a sentir que mis esfuerzos eran casi infructuosos. Comencé a pensar en dejarlo, y estudiar algo más fácil.

Me sentía débil. Al orar, sentí la serena confirmación del Señor. Sentí que Él me decía a la mente: “Te estoy probando, pero también estoy contigo”.

No sabía entonces todo lo que significaban esas palabras; pero supe lo que tenía que hacer: me puse a trabajar.

Al meditar y trabajar durante los años que siguieron, llegué a comprender este mensaje de aliento de las Escrituras: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

Aprendí que mi dificultad con la Física era en realidad un don del Señor. Él me estaba enseñando que, con Su ayuda, podía hacer cosas que parecían imposibles, si tenía fe en que Él estaría a mi lado para ayudarme. Por medio de ese don, el Señor estaba trabajando para probarme y fortalecerme.

La palabra probar tiene varios significados. Probar algo no es simplemente ponerlo a prueba; es aumentar su fuerza. Probar una pieza de acero es ponerla bajo presión. Se aumenta el calor, el peso y la presión hasta que su verdadera naturaleza mejora y se revela. El acero no se debilita por la prueba; de hecho, se convierte en algo en lo que se puede confiar, algo lo suficientemente fuerte como para soportar mayores cargas.

El Señor nos prueba de manera muy similar para fortalecernos. Esa prueba no llega en momentos de tranquilidad o comodidad; llega en momentos en que nos sentimos exigidos más allá de lo que pensábamos que podríamos soportar. El Señor enseña que debemos continuar creciendo y nunca cansarnos de nuestros esfuerzos; que nunca debemos rendirnos; que debemos seguir intentándolo.

Cuando seguimos teniendo fe en Jesucristo —incluso cuando las cosas puedan parecernos imposibles en ese momento—, nos fortalecemos espiritualmente. Los registros sagrados de las Escrituras recalcan esta verdad.

El profeta Moroni, por ejemplo, fue probado y fortalecido de esa manera. Vivió sus últimos años solo; escribió que no tenía amigos, que su padre había sido asesinado, que su pueblo había sido destruido. Fue perseguido por aquellos que buscaban quitarle la vida.

Sin embargo, Moroni no se desesperó. En lugar de ello, grabó en planchas su testimonio de Jesucristo para personas que él no viviría para ver, entre ellos los descendientes de aquellos que deseaban matarlo. Él escribió para nosotros.­ Sabía que algunos se burlarían de sus palabras. Sabía que algunos las rechazarían. Sin embargo, siguió escribiendo.

En su prueba, la fe de Moroni se refinó y fortaleció; se volvió más pura. Sus palabras llevan el poder de alguien que perseveró fielmente hasta el fin. Podemos sentir ese poder al leer su testimonio:

“Y ahora yo, Moroni, escribo algo según me parezca bien; y escribo a mis hermanos los lamanitas; y quiero que sepan que ya han pasado más de cuatrocientos veinte años desde que se dio la señal de la venida de Cristo.

“Y sello estos anales, después que os haya hablado unas palabras por vía de exhortación.

“He aquí, quisiera exhortaros a que, cuando leáis estas cosas, si Dios juzga prudente que las leáis, recordéis cuán misericordioso ha sido el Señor con los hijos de los hombres, desde la creación de Adán hasta el tiempo en que recibáis estas cosas, y que lo meditéis en vuestros corazones.

“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

“y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”.

El testimonio de Moroni se refinó en la soledad, pero brilla con luz para guiar a todas las generaciones a buscar a nuestro Padre Celestial y al Salvador, Jesucristo.

Otro profeta del Libro de Mormón, Jacob, fue probado y fortalecido cuando era niño al experimentar aflicciones y mucho pesar; sin embargo, su padre, Lehi, le enseñó que Dios lo bendeciría por medio de sus pruebas.

“Y he aquí, tú has padecido aflicciones y mucho pesar en tu infancia a causa de la rudeza de tus hermanos.

“No obstante, Jacob, mi primer hijo nacido en el desierto, tú conoces la grandeza de Dios; y él consagrará tus aflicciones para tu provecho.

“Por consiguiente, tu alma será bendecida, y vivirás en seguridad con tu hermano Nefi; y tus días se emplearán al servicio de tu Dios. Por tanto, yo sé que tú estás redimido a causa de la justicia de tu Redentor; porque has visto que en la plenitud de los tiempos él vendrá para traer la salvación a los hombres”.

El profeta José Smith experimentó tales pruebas y fortalecimiento cuando estaba en la cárcel de Liberty. En las profundidades de su aflicción, el profeta José Smith exclamó:

“Oh Dios, ¿en dónde estás? […].

“¿Hasta cuándo se detendrá tu mano?”.

El Señor vio en el sufrimiento de José el efecto santificador por haberlo sobrellevado bien, cuando respondió:

“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;

“y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos”.

El mayor ejemplo de prueba y fortalecimiento ocurrió por medio de la Expiación del Salvador. Él tomó sobre Sí los pecados del mundo. Él llevó nuestros dolores y nuestros pesares. Él bebió la amarga copa. Demostró ser fiel en todo momento.

Gracias a Su gloriosa Expiación, Jesucristo puede fortalecernos en nuestros momentos de prueba. Él sabe cómo socorrernos, porque ha sentido todos los desafíos que nosotros experimentaremos en la vida terrenal. “Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo […], a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”.

Aprendemos que, en el Jardín de Getsemaní, el Salvador le preguntó al Padre si podía pasar de Él la prueba, pero luego también dijo que si era la voluntad del Padre, entonces el Salvador la haría. En otras palabras, el Salvador tomó sobre Sí incluso la duda y la incertidumbre, mas Él tuvo fe en Su Padre Celestial.

Hermanos y hermanas, sus pruebas y fortalecimiento tal vez no se parezcan a las de Moroni, Jacob o el profeta José; pero vendrán. Pueden venir calladamente, a través de las pruebas de la vida familiar. Puede venir por medio de una enfermedad, una decepción, una aflicción o la soledad.

Doy testimonio de que esos momentos no son evidencias de que el Señor los haya abandonado; más bien, son evidencias de que Él los ama lo suficiente como para refinarlos y fortalecerlos. Él los está haciendo lo suficientemente fuertes como para llevar el peso de la vida eterna.

Si permanecemos fieles en nuestro servicio, el Señor nos refinará; Él nos fortalecerá. Y un día, miraremos atrás y veremos que esas mismas pruebas fueron evidencias de Su amor. Veremos que Él nos estaba moldeando para poder estar con Él en gloria. Como declaró Pablo, el apóstol del Señor, al final de su propia vida: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.

Testifico que Dios los conoce. Él conoce las pruebas a las que se enfrentan. Él está con ustedes. Él no los desamparará. Testifico que Jesucristo es el Hijo de Dios. Él es nuestra fortaleza, nuestro Redentor y nuestra esperanza. Si confiamos en Él, Él hará que nuestro poder espiritual esté a la altura de cada prueba que se nos llame a soportar. Testifico de ello en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder Henry B. Eyring nos lleva, con la ternura de un maestro y la sabiduría de un discípulo experimentado, al corazón de uno de los misterios más profundos del Evangelio: por qué Dios permite que seamos probados. Desde las primeras líneas, su tono es íntimo, sereno, y profundamente empático: no habla desde la teoría, sino desde la experiencia personal y espiritual.

El relato de su juventud universitaria se convierte en la puerta de entrada a la enseñanza central. En medio de la frustración de no entender Física ni Matemáticas, se sintió abrumado y tentado a rendirse. Pero al orar, recibió la voz apacible del Señor:

“Te estoy probando, pero también estoy contigo.”

Esas palabras, sencillas y divinas, se convierten en la columna vertebral de todo el mensaje. Lo que parecía una dificultad académica resultó ser una lección espiritual sobre el carácter de Dios: que Él no nos prueba para quebrarnos, sino para fortalecernos y refinarnos.

Con la delicadeza de un artesano del alma, el élder Eyring nos enseña que “probar” no solo significa examinar, sino aumentar la resistencia y la pureza. Igual que el acero se somete al calor y la presión para revelar su fortaleza, nosotros somos puestos bajo el fuego de la adversidad para revelar —y forjar— nuestra fe.

Luego, el discurso recorre tres grandes ejemplos de las Escrituras: Moroni, Jacob y José Smith, cada uno probado en su propia fragua de soledad, dolor y esperanza.

  • Moroni, sin amigos ni pueblo, escribe su testimonio final sabiendo que pocos lo creerán, pero lo hace de todos modos. En su silencio, su fe se vuelve pura y luminosa: su testimonio, escrito en soledad, ilumina generaciones.
  • Jacob, niño en el desierto, recibe de su padre Lehi la promesa más tierna: “Él consagrará tus aflicciones para tu provecho.” Su vida se convierte en una canción de esperanza: la fe que nace en la adversidad florece en servicio y redención.
  • José Smith, desde la cárcel de Liberty, clama: “Oh Dios, ¿en dónde estás?” y recibe la respuesta eterna: “Hijo mío, paz a tu alma… tu adversidad no será más que por un breve momento.” En esas palabras resuena el amor de un Padre que no quita las pruebas, sino que las llena de propósito.

Finalmente, el élder Eyring eleva la mirada hacia el ejemplo supremo: Jesucristo, quien en Getsemaní y en la cruz demostró la perfección del sometimiento. Al aceptar el cáliz, incluso sin comprender del todo el peso del dolor, nos enseñó que la verdadera fortaleza espiritual nace de la fe en medio de la incertidumbre.

El mensaje concluye con una promesa consoladora: las pruebas no son evidencia del abandono divino, sino del amor refinador del Señor. Él nos fortalece para hacernos capaces de soportar “el peso de la vida eterna”. Cuando miremos atrás, reconoceremos que esas pruebas fueron las manos invisibles de Dios moldeando nuestro carácter eterno.


Enseñanzas principales

  1. Las pruebas son expresiones del amor de Dios.
    No son castigos, sino procesos de refinamiento. Dios nos ama demasiado como para dejarnos sin crecimiento espiritual.
  2. Probar es fortalecer.
    Así como el acero se vuelve confiable bajo presión, nuestra fe se hace firme cuando soportamos las cargas con paciencia y esperanza.
  3. El ejemplo de los profetas muestra el poder de perseverar.
    Moroni, Jacob y José Smith hallaron poder espiritual en medio de la soledad, el dolor y la incertidumbre.
  4. Cristo es el modelo perfecto de resistencia y confianza.
    Él sintió todo dolor, toda duda y toda angustia, pero confió plenamente en la voluntad del Padre.
  5. Las pruebas revelan nuestra naturaleza divina.
    Cada desafío, si se afronta con fe, despierta en nosotros una porción más pura del carácter de Cristo.

Doctrinalmente, este discurso profundiza en el principio de la expiación fortalecedora —la doctrina de que Cristo no solo nos redime del pecado, sino que nos capacita para soportar y superar las pruebas. Esta es la esencia del poder habilitador de Su gracia: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.”

El élder Eyring subraya que las pruebas son parte del convenio. No son accidentes, sino designios. Dios, como Creador y Padre, no busca destruir el alma, sino templarla. En Su plan eterno, la adversidad no es obstáculo sino instrumento, no castigo sino purificación preparatoria para la gloria.

El patrón divino es claro:

  1. Prueba → Despertar de la fe.
  2. Perseverancia → Refinamiento del carácter.
  3. Confianza en Cristo → Fortaleza espiritual.
  4. Refinamiento → Capacidad para servir y resistir con gozo.

Teológicamente, la prueba es el crisol donde se desarrolla la caridad pura, la humildad verdadera y la confianza inquebrantable en Dios. La gracia de Cristo no solo limpia, sino que fortalece y santifica.

En última instancia, las pruebas son el camino por el cual el discípulo llega a ser “confiable”, digno de llevar “el peso de la vida eterna”. Como el acero forjado por el fuego, así el alma fiel se vuelve digna del Reino.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario