Conferencia General Octubre 2025


Son sus propios jueces

(Alma 41:7)

Por el élder David A. Bednar
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Si hemos ejercido fe en Jesucristo, hemos hecho convenios con Dios y los hemos guardado, y nos hemos arrepentido de nuestros pecados, entonces el tribunal del juicio será agradable.



El Libro de Mormón concluye con inspiradoras invitaciones de Moroni a “veni[r] a Cristo”, “perfecciona[rnos] en él”, “abstene[rnos] de toda impiedad” y “ama[r] a Dios con todo [n]uestro poder, mente y fuerza”. Resulta interesante que la última frase de su instrucción anticipe tanto la resurrección como el Juicio Final.

Él dijo: “Pronto iré a descansar en el paraíso de Dios, hasta que mi espíritu y mi cuerpo de nuevo se reúnan, y sea llevado triunfante por el aire, para encontraros ante el agradable tribunal del gran Jehová, el Juez Eterno de vivos y muertos”.

Me intriga el uso que hace Moroni de la palabra “agradable” para describir el Juicio Final. Otros profetas del Libro de Mormón describen de manera similar el Juicio como un “día glorioso”, uno que debemos esperar “con el ojo de la fe”. Sin embargo, a menudo, cuando pensamos en el Día del Juicio, nos vienen a la mente otras descripciones proféticas, tales como “vergüenza y […] terrible culpa”, “espanto y miedo” y “miseria interminable”.

Creo que este marcado contraste en las expresiones indica que la doctrina de Cristo permitió a Moroni y a otros profetas esperar ese gran día con entusiasmo y esperanza, en lugar del temor del cual advertía a quienes no estuvieran espiritualmente preparados. ¿Qué entendía Moroni que ustedes y yo debamos aprender?

Ruego la ayuda del Espíritu Santo mientras consideramos el plan de felicidad y de misericordia del Padre Celestial, la función expiatoria del Salvador en el plan del Padre y cómo “respond[eremos] por [nuestros] propios pecados en el día del juicio”.

El plan de felicidad del Padre

Los propósitos generales del plan del Padre son brindar a Sus hijos procreados como espíritus oportunidades para recibir un cuerpo físico, aprender a “discernir el bien del mal” mediante la experiencia terrenal, crecer espiritualmente y progresar por la eternidad.

Lo que en Doctrina y Convenios se denomina “albedrío moral” es fundamental en el plan de Dios para llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos e hijas. Este principio esencial también se describe en las Escrituras como albedrío y la libertad para escoger y para actuar.

El término “albedrío moral” es instructivo. Entre los sinónimos de la palabra “moral” se encuentran “íntegro”, “honesto” y “decente”. Entre los de la palabra albedrío se pueden encontrar “voluntad” y “decisión”. Por lo tanto, se puede entender el “albedrío moral” como la facultad y el privilegio de escoger y actuar por nosotros mismos de maneras que sean íntegras, honestas, decentes y verídicas.

Las creaciones de Dios incluyen tanto “las cosas que actúan como aquellas sobre las cuales se actúa”. Y el albedrío moral es el “poder de actuar con independencia” que nos faculta, por designio divino y como hijos de Dios, para llegar a ser agentes que actúan y no simplemente objetos sobre los cuales se actúa.

La tierra fue creada como un lugar en el que los hijos del Padre Celestial pudieran ser probados para ver si “har[ían] todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”. Uno de los propósitos principales de la Creación y de nuestra existencia terrenal es brindarnos la oportunidad de actuar y convertirnos en lo que el Señor nos invita a llegar a ser.

El Señor instruyó a Enoc:

“He allí a estos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento el día en que los creé; y en el Jardín de Edén le di al hombre su albedrío;

“y a tus hermanos he dicho, y también he dado mandamiento, que se amen el uno al otro, y que me prefieran a mí, su Padre”.

Los propósitos fundamentales del ejercicio del albedrío son que nos amemos unos a otros y que escojamos a Dios. Estos dos propósitos se alinean precisamente con el primero y el segundo gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Piensen en que se nos manda —no se nos exhorta ni aconseja simplemente, sino que se nos manda— que utilicemos nuestro albedrío para amarnos unos a otros y para escoger a Dios. Permítanme sugerir que, en las Escrituras, el calificativo “moral” no es solo un adjetivo, sino quizás también una directiva divina sobre cómo debemos usar el albedrío.

El conocido himno “Haz el bien” se titula así por una razón. No se nos ha bendecido con albedrío moral para que hagamos lo que queramos y cuando queramos; más bien, de conformidad con el plan del Padre, hemos recibido el albedrío moral para buscar la verdad eterna y actuar de acuerdo con ella. Como somos “[nuestros] propios agentes”, debemos estar anhelosamente consagrados a causas buenas, “hacer muchas cosas de [nuestra] propia voluntad y efectuar mucha justicia”.

La importancia eterna del albedrío moral se pone de relieve en el relato del concilio preterrenal que se encuentra en las Escrituras. Lucifer se rebeló en contra del plan del Padre para Sus hijos y pretendió destruir el poder de actuar con independencia. Resulta significativo que la actitud desafiante del diablo se centrara directamente en el principio del albedrío moral.

Dios explicó: “Pues, por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, y pretendió destruir el albedrío del hombre […], hice que fuese echado abajo”.

El plan egoísta del adversario consistía en despojar a los hijos de Dios de la capacidad de llegar a ser “sus propios agentes”, la cual les permitiría actuar con rectitud. Su intención era confinar a los hijos del Padre Celestial a ser objetos sobre los cuales solo se pudiera actuar.

Hacer y llegar a ser

El presidente Dallin H. Oaks ha recalcado que el Evangelio de Jesucristo nos invita tanto a saber algo como a llegar a ser algo al ejercer el albedrío moral en rectitud. Él dijo:

“Muchos pasajes de la Biblia y de las Escrituras modernas hablan de un juicio final en el que todas las personas serán recompensadas según sus hechos u obras y los deseos de su corazón. Pero otros pasajes se extienden sobre el tema aludiendo a que seremos juzgados según la condición que hayamos logrado.

“El profeta Nefi describe el Juicio Final en términos de lo que hemos llegado a ser: ‘Y si sus obras han sido inmundicia, por fuerza ellos son inmundos; y si son inmundos, por fuerza ellos no pueden morar en el reino de Dios’ [1 Nefi 15:33; cursiva agregada]. Moroni declara: ‘El que es impuro continuará siendo impuro; y el que es justo continuará siendo justo’ [Mormón 9:14; cursiva agregada]”.

El presidente Oaks continuó: “De tales enseñanzas concluimos que el Juicio Final no es simplemente una evaluación de la suma total de las obras buenas y malas, o sea, lo que hemos hecho. Es un reconocimiento del efecto final que tienen nuestros hechos y pensamientos, o sea, lo que hemos llegado a ser”.

La Expiación del Salvador

Nuestras obras y nuestros deseos por sí solos no nos salvan ni pueden hacerlo. “Después de hacer cuanto podamos”, solo nos reconciliamos con Dios por medio de la misericordia y la gracia disponibles mediante el sacrificio expiatorio infinito y eterno.

Alma declaró: “Empezad a creer en el Hijo de Dios, que vendrá para redimir a los de su pueblo, y que padecerá y morirá para expiar los pecados de ellos; y que se levantará de entre los muertos, lo cual efectuará la resurrección, a fin de que todos los hombres comparezcan ante él, para ser juzgados en el día postrero, sí, el día del juicio, según sus obras”.

“Creemos que por la expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”. ¡Cuán agradecidos debemos estar de que nuestros pecados y acciones inicuas no se presentarán como testimonio en nuestra contra si en verdad “nace[mos] otra vez”, ejercemos fe en el Redentor, nos arrepentimos con “sinceridad de corazón” y “verdadera intención” y “persever[amos] hasta el fin”!

El temor del Señor

Muchos de nosotros podríamos esperar que nuestra comparecencia ante el tribunal del Juez Eterno sea similar a un procedimiento en un tribunal terrenal: un juez presidirá, se presentarán pruebas y se emitirá un veredicto. Y probablemente sintamos incertidumbre y temor hasta que conozcamos el resultado final, pero creo que tal caracterización es inexacta.

Diferente y a la vez relacionado con los temores terrenales que a menudo experimentamos es lo que las Escrituras describen como “temor” o “el temor del Señor”. A diferencia del temor del mundo, que causa alarma y ansiedad, el temor del Señor invita a la paz, la seguridad y la confianza a nuestra vida.

El temor recto abarca un profundo sentimiento de reverencia y asombro por el Señor Jesucristo, la obediencia a Sus mandamientos y la expectativa de que el Juicio Final y la justicia están en Su mano. El temor del Señor surge de una correcta comprensión de la naturaleza divina y la misión del Redentor, la disposición a someter nuestra voluntad a Su voluntad y el conocimiento de que todo hombre y mujer tendrán que rendir cuentas de sus propios deseos, pensamientos, palabras y obras terrenales en el Día del Juicio.

El temor del Señor no es una preocupación renuente a presentarnos ante Él para ser juzgados; más bien, es la expectativa de finalmente reconocer respecto a nosotros mismos “las cosas como realmente son” y “como realmente serán”.

Todos los que han vivido, que viven ahora o que vivirán en la tierra “serán llevados a comparecer ante el tribunal de Dios, para ser juzgados por él según sus obras, ya fueren buenas o malas”.

Si nuestros deseos se han inclinado hacia la rectitud y nuestras obras han sido buenas —lo que significa que hemos ejercido fe en Jesucristo, hemos hecho convenios con Dios y los hemos guardado, y nos hemos arrepentido de nuestros pecados—, entonces el tribunal del juicio será placentero. Como declaró Enós, “estar[emos] delante [del Redentor]; entonces ver[emos] su faz con placer”, y en el postrer día seremos “recompensado[s] en rectitud”.

Por el contrario, si nuestros deseos han sido para mal y nuestras obras malas, entonces el día del juicio será causa de pavor. Tendremos “un conocimiento perfecto”, un “vivo recuerdo” y un “vivo sentimiento de [nuestra] propia culpa”. “No nos atreveremos a mirar a nuestro Dios, sino que nos daríamos por felices si pudiéramos mandar a las piedras y montañas que cayesen sobre nosotros, para que nos escondiesen de su presencia”, y en el postrer día “recibir[emos] [nuestra] recompensa de maldad”.

En última instancia, somos nuestros propios jueces. Nadie tendrá que decirnos adónde ir. Estando en la presencia del Señor, reconoceremos lo que hemos llegado a ser en la vida terrenal y sabremos por nosotros mismos dónde deberemos estar en la eternidad.

Promesa y testimonio

Comprender que el Juicio Final puede ser agradable no es una bendición reservada solo para Moroni.

Alma describió las bendiciones prometidas que están disponibles para todo discípulo devoto del Salvador. Él dijo:

“El significado de la palabra restauración es volver de nuevo mal por mal, o carnal por carnal, o diabólico por diabólico; bueno por lo que es bueno, recto por lo que es recto, justo por lo que es justo, misericordioso por lo que es misericordioso. […]

“Trata con justicia, juzga con rectitud, y haz lo bueno sin cesar; y si haces todas estas cosas, entonces recibirás tu galardón; sí, la misericordia te será restablecida de nuevo; la justicia te será restaurada otra vez; se te restituirá un justo juicio nuevamente; y se te recompensará de nuevo con lo bueno”.

Testifico con gozo que Jesucristo es nuestro Salvador viviente. La promesa de Alma es verdadera y se aplica a ustedes y a mí, hoy, mañana y por toda la eternidad. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder David A. Bednar nos invita, con su característico tono sereno y profundo, a reflexionar sobre una de las doctrinas más solemnes y esperanzadoras del Evangelio: el Juicio Final. Sin embargo, su enfoque es sorprendentemente luminoso. En lugar de verlo como un día de temor o incertidumbre, lo presenta como un encuentro “agradable” para quienes han vivido con fe en Cristo y han hecho y guardado convenios con Dios. Con delicadeza doctrinal, el élder Bednar nos lleva de la teoría del juicio al corazón del plan de felicidad, mostrando que el propósito de la vida no es solo ser evaluados, sino llegar a ser algo: personas santas, transformadas por la gracia de Cristo.

Moroni, el último profeta del Libro de Mormón, describe el juicio como “agradable”, una palabra que parece casi incongruente con la idea de rendir cuentas. Pero el élder Bednar explica que para los justos, el juicio no será un tribunal temible, sino un reencuentro glorioso con el Redentor. En ese momento, comprenderemos plenamente lo que hemos llegado a ser. No necesitaremos que nadie nos diga si somos dignos o no; nuestra propia naturaleza revelará la verdad. Esa es la esencia de la declaración: somos nuestros propios jueces.

En su mensaje, el élder Bednar nos recuerda que el albedrío moral —la capacidad de actuar con integridad, de escoger el bien y de amar a Dios y al prójimo— es central en el plan del Padre. No se nos dio el albedrío para “hacer lo que queramos”, sino para hacer lo correcto. Lucifer, desde el principio, quiso destruir esa libertad divina, pero el Padre preservó nuestro derecho de decidir, precisamente porque solo así podríamos progresar y llegar a ser como Él.

La doctrina del albedrío se entrelaza con la Expiación del Salvador. Por más rectas que sean nuestras obras, no pueden salvarnos por sí solas. El élder Bednar recalca que únicamente mediante la gracia y la misericordia de Cristo —después de hacer todo lo que esté a nuestro alcance— podemos reconciliarnos con Dios. La Expiación no solo limpia, sino que transforma. Nos da la capacidad de llegar a ser aquello que el juicio revelará: hombres y mujeres semejantes a Cristo.

Cuando el élder Bednar habla del “temor del Señor”, no lo hace en el sentido mundano de miedo, sino de reverencia y asombro. El temor santo nos impulsa a actuar con humildad, obediencia y devoción. Saber que compareceremos ante Cristo no debe causarnos ansiedad, sino inspirarnos a vivir de tal forma que ese encuentro sea gozoso.

Finalmente, el mensaje culmina en una nota de esperanza: si usamos nuestro albedrío para amar, servir y seguir a Cristo, el día del juicio será un momento de placer, no de pavor. Seremos capaces de mirar al Salvador a los ojos y reconocer en Su rostro el reflejo de lo que nos hemos convertido gracias a Su expiación.


Enseñanzas principales

1. El juicio como momento de gozo: Para quienes han ejercido fe y guardado convenios, el juicio no será un castigo, sino una confirmación gozosa de su fidelidad y transformación espiritual.

2. El albedrío moral como don divino: Dios nos dio la facultad de actuar, no de ser meros objetos sobre los cuales se actúa. Usar ese don para escoger el bien y amar a Dios es la esencia de nuestra existencia terrenal.

3. El propósito del Evangelio: llegar a ser, no solo hacer: Como enseñó el presidente Oaks, no seremos juzgados solo por nuestras acciones, sino por lo que esas acciones nos ayudaron a llegar a ser.

4. La Expiación es el centro del plan: Ninguna obra humana basta sin Cristo. Solo mediante Su sacrificio podemos ser limpios, redimidos y transformados en seres santos.

5. El verdadero temor del Señor: No es miedo, sino reverencia, humildad y disposición a someter nuestra voluntad a la Suya. Ese temor santo produce paz, no ansiedad.

6. Somos nuestros propios jueces: En el día final, nadie nos asignará un destino arbitrario; reconoceremos con claridad dónde pertenecemos porque el juicio será el reflejo de nuestra identidad espiritual.

Doctrinalmente, este discurso entrelaza tres principios eternos del plan de salvación: el albedrío moral, la Expiación de Jesucristo y el Juicio Final. El albedrío moral permite la experiencia de la mortalidad; la Expiación proporciona la redención necesaria tras el uso imperfecto de ese albedrío; y el Juicio Final revela el resultado de nuestra trayectoria —lo que hemos llegado a ser a través de Cristo.

El juicio no es un proceso externo de condenación, sino una manifestación interna de identidad espiritual. La justicia y la misericordia se encuentran perfectamente en Cristo, quien juzga con amor porque ha sentido todo dolor y ha pagado todo pecado. De este modo, el juicio no se trata tanto de castigo, sino de revelación: la revelación de nuestra verdadera naturaleza eterna.

Este principio también se conecta con la doctrina del “temor del Señor” como principio de sabiduría (Proverbios 9:10). Temer al Señor es reconocer Su santidad y justicia, y esa reverencia produce obediencia y esperanza, no terror. Es el tipo de temor que nos prepara para ver Su rostro “con placer”, como testificó Enós.

El mensaje del élder Bednar es un llamado a la esperanza y a la responsabilidad. Nos recuerda que el plan del Padre no está diseñado para asustarnos, sino para prepararnos. Cada decisión, cada acto de fe, cada arrepentimiento sincero nos acerca a ese día en que nos miraremos en los ojos del Salvador y reconoceremos en Su mirada quiénes somos realmente.

Seremos nuestros propios jueces, no porque seamos autosuficientes, sino porque habremos llegado a ser lo que elegimos, con Su ayuda, ser. Si escogemos amar, servir y seguir a Cristo, el juicio será “agradable”, una celebración de Su gracia y de nuestra fidelidad.

En palabras del propio élder Bednar, ese día podremos “ver Su faz con placer” y oír la voz que diga:
“Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor.”

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