Conferencia General Octubre 2025


No abandonen su propia misericordia

Por el élder Matthew S. Holland
De los Setenta

Ustedes tienen acceso inmediato a la ayuda divina y a la sanación a pesar de sus defectos humanos.


Una maestra de escuela enseñó en cierta ocasión que una ballena, aunque sea grande, no podría tragarse a un ser humano porque las ballenas tienen gargantas pequeñas. Una niña objetó: “Pero a Jonás se lo tragó una ballena”. La maestra respondió: “Eso es imposible”. Sin estar convencida del todo, la niña dijo: “Bueno, ya se lo preguntaré cuando vaya al cielo”. La maestra se burló diciendo: “¿Y si resulta que Jonás fue un pecador y no fue al cielo?”. La niña respondió: “Entonces se lo puede preguntar usted”.

Nos hace gracia, pero no debemos obviar el poder que el relato de Jonás ofrece a todo el que “humildemente busca la felicidad”, especialmente a aquellos que tienen dificultades.

Dios mandó a Jonás que “[fuera] a Nínive” para declarar el arrepentimiento. Pero Nínive era el enemigo brutal del antiguo Israel, así que Jonás se dirigió rápidamente en la dirección totalmente opuesta, por barco, a Tarsis. Al zarpar y alejarse de su llamamiento, se desata una tormenta capaz de producir naufragios. Convencido de que su desobediencia es la causa, Jonás se ofrece como voluntario para ser arrojado por la borda. Esto calma el mar embravecido, lo cual salva a los otros tripulantes del barco.

Jonás escapa milagrosamente de la muerte cuando se lo traga un “gran pez” que el Señor “tenía preparado”, pero languidece en aquel lugar increíblemente oscuro y pútrido durante tres días, hasta que al fin es escupido a tierra firme. Entonces, él acepta su llamamiento para ir a Nínive. Sin embargo, cuando la ciudad se arrepiente y se libra de la destrucción, Jonás se resiente por la misericordia mostrada a sus enemigos. Dios le enseña pacientemente a Jonás que Él ama a todos Sus hijos y procura rescatarlos.

Aunque tropieza más de una vez con sus deberes, Jonás ofrece un vívido testimonio de que en la vida terrenal “todos han caído”. No solemos hablar de un testimonio de la Caída, pero es una gran bendición tener una comprensión doctrinal y un testimonio espiritual de por qué cada uno de nosotros lucha con desafíos morales, físicos y de las circunstancias. Aquí en la tierra crecen las malas hierbas; aun los huesos fuertes se quebrantan y todos están “destituidos de la gloria de Dios”. Sin embargo, esta condición terrenal —resultado de las decisiones que tomaron Adán y Eva— es esencial para la razón misma de nuestra existencia: “Para que tenga[mos] gozo”. Tal como aprendieron nuestros primeros padres, sin probar la amargura ni sentir el dolor de un mundo caído apenas podríamos concebir, y mucho menos disfrutar, la verdadera felicidad.

Un testimonio de la Caída no excusa el pecado ni un enfoque descuidado de los deberes de la vida, los cuales siempre requieren diligencia, virtud y responsabilidad. Sin embargo, debería atenuar nuestras frustraciones cuando las cosas simplemente van mal o cuando vemos una falla moral en un familiar, un amigo o un líder. Con demasiada frecuencia, cosas como esas nos hacen centrarnos en la crítica contenciosa o el resentimiento que nos roba nuestra fe, pero un firme testimonio de la Caída puede ayudarnos a ser más como Dios, tal como lo describe Jonás, es decir, “piadoso[s], tardo[s] en enojar[nos] y de gran misericordia” con todos, incluso con nosotros mismos, en nuestro estado inevitablemente imperfecto.

Incluso más que manifestar los efectos de la Caída, el relato de Jonás nos dirige poderosamente hacia Él, quien puede librarnos de esos efectos. El sacrificio personal de Jonás para salvar a sus compañeros de barco es, ciertamente, semejante al de Cristo. En tres ocasiones, cuando se le exige a Jesús una señal milagrosa de Su divinidad, Él responde como con voz de trueno que “señal no […] será dada, sino la señal [de] Jonás”, indicando que, como Jonás estuvo “en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”. Como símbolo de la muerte en sacrificio y de la gloriosa Resurrección del Salvador, Jonás puede ser imperfecto. Pero eso es también lo que hace que su testimonio personal de Jesucristo y su compromiso con Él, ofrecido en el vientre de la ballena, sean tan conmovedores e inspiradores.

El clamor de Jonás es el de un buen hombre que atraviesa una crisis de la que es, en gran medida, responsable. Para un santo, cuando una catástrofe es fruto de un hábito, un comentario o una decisión lamentables —a pesar de tantas otras buenas intenciones y de esfuerzos sinceros de rectitud— puede ser especialmente devastador y lo deja sintiéndose abandonado. No obstante la causa o el grado de desastre que enfrentemos, siempre hay tierra firme para la esperanza, la sanación y la felicidad. Escuchen a Jonás:

“Clamé en mi angustia a Jehová […]; desde el seno del Seol clamé […].

“Me echaste a lo profundo, en medio de los mares […]

“[Y] entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; mas aún veré tu santo templo.

“Las aguas me rodearon hasta el alma; me rodeó el abismo; las algas se enredaron en mi cabeza.

“Descendí a los cimientos de los montes; […] pero tú sacaste mi vida de la fosa […].

“Cuando mi alma desfallecía […], me acordé de Jehová; y mi oración llegó […] hasta tu santo templo.

“Los que siguen vanidades ilusorias su propia misericordia abandonan.

“Pero yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios; cumpliré lo que prometí. La salvación pertenece a Jehová”.

Aunque fue hace muchos años, puedo decirles exactamente dónde estaba sentado y exactamente lo que yo estaba sintiendo cuando, en lo profundo de un infierno personal, descubrí este pasaje de las Escrituras. Para cualquiera que hoy sienta lo que yo sentí entonces —que ha sido desechado, hundiéndose en las aguas más profundas, con algas enredadas en la cabeza y montes oceánicas rompiendo a su alrededor—, mi ruego, inspirado por Jonás, es que no abandonen su propia misericordia. Ustedes tienen acceso inmediato a la ayuda y a la sanación divinas a pesar de sus defectos humanos. Esta asombrosa misericordia viene por medio de Jesucristo. Dado que Él los conoce y los ama de manera perfecta, se la ofrece como si fuera “propia” de ustedes, lo que significa que se adapta perfectamente a ustedes, pues está diseñada para aliviar sus agonías individuales y sanar sus dolores particulares. Así que, por el amor de Dios y el suyo, no le den la espalda y acéptenla. Comiencen por negarse a escuchar las “vanidades ilusorias” del adversario, que los tentarían para que pensasen que el alivio se encuentra al alejarse de sus responsabilidades espirituales. En vez de ello, sigan el ejemplo del contrito Jonás. Clamen a Dios. Vuélvanse hacia el templo. Aférrense a sus convenios. Sirvan al Señor, a Su Iglesia y al prójimo con sacrificio y acción de gracias.

El hacer estas cosas nos brinda una visión del amor especial que Dios tiene por ustedes mediante convenio, lo que en la Biblia hebrea se denomina hesed. Verán y sentirán el poder de las leales, incansables, inagotables y “tiernas misericordias” de Dios que pueden hacerlos “poderosos […] hasta […] librarse” de cualquier pecado o tropiezo. Una angustia temprana e intensa puede nublar esa visión al principio, pero a medida que ustedes continúen “cumpl[iendo] lo que prometa[n]”, esa visión brillará más y más en sus almas. Y con ella no solo hallarán esperanza y sanación, sino que, de manera asombrosa, hallarán gozo aun en medio de su crisol. El presidente Russell M. Nelson nos enseñó muy bien que “si centramos nuestra vida en el Plan de Salvación de Dios […] y en Jesucristo y Su Evangelio, podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo —o no esté sucediendo— en nuestra vida. El gozo proviene de Él, y gracias a Él”.

Ya sea que estemos enfrentando una catástrofe profunda, como la de Jonás, o los desafíos cotidianos de nuestro mundo imperfecto, la invitación es la misma: No abandonen su propia misericordia. Dirijan la mirada a la señal de Jonás: el Cristo viviente que se levantó del sepulcro después de tres días habiéndolo conquistado todopara ustedes. Acudan a Él, crean en Él, sírvanle a Él, sonrían, pues en Él, y solo en Él, se encuentra la sanación plena y feliz de la Caída, sanación que todos necesitamos con tanta urgencia y que humildemente procuramos. Testifico que esto es verdad. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder Holland abre con humor —una niña y su maestra discutiendo sobre Jonás y la ballena—, pero en el fondo hay una lección seria: las verdades espirituales no se miden por la lógica del mundo, sino por la fe. Desde ahí nos introduce al relato de Jonás no como una fábula infantil, sino como una metáfora de la lucha interior de todo creyente.

Jonás huye de su llamamiento, enfrenta la tormenta, desciende a las profundidades y finalmente se rinde al Señor. Pero incluso después de haber sido rescatado, su corazón aún lucha por aceptar la misericordia divina para con otros. En ese espejo imperfecto, el élder Holland nos invita a reconocernos: todos somos un poco Jonás. Todos tenemos misiones que evitamos, tempestades que provocamos, y momentos en que nos cuesta alegrarnos por la bondad que Dios muestra a nuestros enemigos.

Sin embargo, el relato no termina en el error, sino en la misericordia. Jonás descubre, desde el vientre del pez, que incluso allí —en la oscuridad y el hedor del fracaso— la voz de Dios aún puede ser oída. Su oración se convierte en un cántico de esperanza: “Mas aún veré tu santo templo”.

El élder Holland interpreta esta escena como una promesa universal: no importa cuán profunda sea nuestra caída, siempre hay tierra firme para la esperanza. Todos tenemos acceso inmediato a la ayuda divina “a pesar de nuestros defectos humanos”. Y esa misericordia, dice él, no es genérica ni distante, sino propia —hecha a la medida de nuestras debilidades y dolores personales.

Cuando el alma humana se siente atrapada en su “vientre de ballena” —sea una crisis, un pecado, una pérdida o un remordimiento—, el consejo del élder Holland es claro y directo:

“No abandonen su propia misericordia.”

Dios no nos pide perfección inmediata, sino perseverancia fiel. Aferrarnos a los convenios, volver la mirada al templo y servir, incluso cuando nos sentimos rotos, es lo que nos permite recibir la tierna misericordia de Cristo, esa que los hebreos llamaban hesed: amor leal, fidelidad inquebrantable, compasión constante.

El discurso culmina en una nota resplandeciente: el gozo es posible incluso en medio del crisol. Si centramos la vida en Cristo, como enseñó el presidente Nelson, “podemos sentir gozo independientemente de lo que esté sucediendo.” La “señal de Jonás” —la muerte y resurrección del Salvador— se convierte así en la promesa de que todo abismo puede transformarse en altar si clamamos al Señor.

Enseñanzas espirituales

1. Un testimonio de la Caída trae comprensión y compasión: Reconocer la realidad de la Caída no es rendirse al pecado, sino entender que todos necesitamos gracia. Esta perspectiva suaviza el juicio, fortalece la paciencia y nos hace más semejantes a un Dios “piadoso, tardo en enojarse y de gran misericordia”.

2. Ninguna profundidad está fuera del alcance del Salvador: Así como Jonás clamó “desde el seno del Seol”, ningún lugar de oscuridad, error o vergüenza queda fuera del radio de acción de Cristo. Su poder para rescatar es absoluto, Su amor, inagotable.

3. La misericordia divina es personalizada: El élder Holland enseña que la gracia del Señor se ofrece “como si fuera propia de ustedes”, adaptada a cada alma. Cristo no solo nos redime en general; nos sana individualmente.

4. El arrepentimiento requiere fe y acción: No basta con reconocer la necesidad de ayuda; debemos clamar, volvernos al templo, cumplir lo prometido y servir. La acción es la expresión tangible de la fe.

5. El gozo es fruto del enfoque en Cristo, no de la ausencia de pruebas: Siguiendo al presidente Nelson, el élder Holland recalca que el gozo no depende de las circunstancias, sino de la relación con Jesucristo. Incluso en medio del sufrimiento, podemos hallar paz, propósito y esperanza.

El mensaje del élder Holland es un bálsamo para el alma moderna:
Dios no nos mide por nuestros tropiezos, sino por nuestra disposición a volver a Él una y otra vez.

La historia de Jonás no trata solo de un profeta desobediente, sino de un Dios paciente y constante que nunca se rinde con Sus hijos. En un mundo donde el perfeccionismo y la culpa acechan, esta verdad resuena con poder:

“Ustedes tienen acceso inmediato a la ayuda divina y a la sanación, a pesar de sus defectos humanos.”

Al final, “no abandonar nuestra propia misericordia” significa no alejarnos del amor de Dios que ya nos pertenece por convenio, no renunciar a la esperanza, y no olvidar que Cristo ya descendió más profundamente de lo que jamás lo haremos nosotros, precisamente para poder levantarnos.

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