La receta de las buenas nuevas
Por el élder John D. Amos
De los Setenta¿En qué consistiría añadir más de Jesucristo a nuestra vida?
Si alguna vez han visitado mi estado natal de Luisiana, probablemente estén familiarizados con muchos de nuestros deliciosos platos: gumbo, jambalaya, étouffée y la lista continúa.
De vez en cuando, tengo la suficiente audacia como para cocinar una de esas deliciosas recetas. El paso final no documentado después de mezclar todos los ingredientes y seguir las instrucciones detalladas es hacer la prueba de sabor final y ver si falta algo. En ese momento, puedo escuchar a las leyendas de la cocina criolla susurrarme al oído: “Ponle más Tony’s”. Tony’s es un condimento criollo hecho en Opelousas, Louisiana, mi ciudad natal. A menudo se usa como el “ingrediente secreto” para compensar las imperfecciones que se cometen al seguir la receta.
Mi esposa, Michelle, y yo tuvimos el honor de servir como líderes de misión en Luisiana. Teníamos la tradición de enseñar a los misioneros a cocinar la receta especial de jambalaya de mi esposa en su última noche en la casa de la misión, antes de que regresaran con sus familias. Además de sus testimonios del Evangelio restaurado de Jesucristo, nuestros misioneros se iban de la misión con un aprecio por las recetas.
Hace unos meses, estaba navegando por la Biblioteca Multimedia de la Iglesia y vi un vínculo a una colección de videos cortos llamada Restoration Conversations with President Russell M. Nelson [Conversaciones sobre la Restauración con el presidente Russell M. Nelson]. El título de uno de los videos cortos de la lista me llamó la atención y me hizo sonreír. Se llama “Scriptures Are God’s Recipes for Happy Living” [Las Escrituras son las recetas de Dios para una vida feliz]. Al instante hice clic en ese video de dos minutos y vi al presidente Nelson enseñar a un grupo de niños de la Primaria un mensaje sencillo y poderoso sobre cómo ser feliz. Él enseñó: “Si estás haciendo un pastel, sigues las instrucciones, ¿no es así? Y siempre tendrás un buen resultado, ¿verdad?”.
Él continuó, hablando acerca de cumplir 95 años pronto: “La gente dice: ‘¿Qué come? ¿Cuál es su secreto?’”. Él respondió: “El secreto se llama las Escrituras. Podrían leerlas y probarlas”.
Bueno, ahí está la respuesta. El secreto sencillo para una vida feliz es simplemente seguir la receta de Dios tal como se detalla en las Escrituras. Yo la llamo la “receta de las buenas nuevas”.
¿Qué hacemos si algo sale mal al seguir la receta? Bueno, incorporado en la receta de las buenas nuevas está el “ingrediente secreto” para asegurarnos de que siempre nos salga bien al final. La respuesta siempre es Jesucristo.
Creo que todos tenemos momentos en los que sentimos que nuestros ingredientes no son lo suficientemente buenos, o tenemos dificultades para seguir las instrucciones, o tal vez hacemos algo fuera de orden, o sucede algo que está fuera de nuestro control, etc.
¿Cuál es la solución? Es simplemente añadir más de aquello que invita a Jesucristo a nuestra vida.
Entonces, ¿en qué consistiría añadir más de Jesucristo a nuestra vida?
Mientras servía como presidente de misión, tuve el placer de reunirme personalmente con cada uno de nuestros jóvenes misioneros cada seis semanas. Durante las reuniones individuales, era habitual que los misioneros buscaran guía sobre cómo mejorar la eficacia de sus compañerismos.
En una ocasión, un misionero vino a su entrevista personal y se sentó. Por su lenguaje corporal me di cuenta de que algo le preocupaba mucho. Le pregunté: “Élder, ¿de qué le gustaría hablar hoy?”. Comenzó a describir algunos de los desafíos que estaba teniendo con su compañero y cómo eso estaba afectando su capacidad de trabajar en la obra misional. Con lágrimas en los ojos, me miró y me preguntó: “Presidente, ¿qué debo hacer?”.
En esa ocasión, sinceramente no supe qué responder. Después de un breve momento, le pregunté si estaba bien que nos arrodilláramos juntos en oración para recibir la guía del Espíritu. Él estuvo de acuerdo, nos arrodillamos juntos y oramos en busca de inspiración.
Después de la oración, permanecimos arrodillados por un breve momento y luego nos sentamos en nuestras sillas, uno frente al otro. Le pregunté si podíamos leer un pasaje de las Escrituras juntos. Al abrir las Escrituras, hice una pausa y le dije: “Élder, al leer este pasaje, por favor hágase la siguiente pregunta: Si vivo estos atributos, ¿mejorará mi compañerismo y nuestra labor misional?”.
Entonces leímos Moroni 7:45 en voz alta: “Y la caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
El élder me miró con lágrimas en los ojos y dijo: “Sí, presidente, pero eso es difícil de hacer”. Asentí y le recordé que él es un hijo de Dios, con potencial divino para hacerlo junto con el Señor.
Luego, analizamos brevemente la parábola de la pendiente que enseñó el élder Clark G. Gilbert, de los Setenta, la cual nos recordó que debemos comenzar donde estamos y, junto con el Señor, avanzar y ascender en una dirección positiva. Me di cuenta de que todavía se sentía un poco abrumado con los siguientes pasos, así que le pedí que describiera su comprensión del pasaje de las Escrituras que dice que “por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”. Él describió el concepto de que al hacer cosas pequeñas y sencillas pueden suceder grandes cosas. Le pedí que dedicara un minuto a determinar dos cosas pequeñas y sencillas que podía hacer para ser bondadoso con su compañero.
Después de un momento, compartió sus pensamientos. Luego le pedí que dedicara un minuto a determinar dos cosas pequeñas y sencillas que podía hacer para ser paciente con su compañero. Casi de inmediato compartió sus dos ideas. Era evidente que ya había estado meditando al respecto antes de nuestra reunión. Lo invité a orar a Dios sobre esas cosas y a pedirle confirmación, guía e inspiración sobre cómo ejecutar su plan con verdadera intención. Él aceptó. Al concluir, le pedí que me pusiera al tanto en su carta semanal.
Con el paso de las siguientes semanas, pude ver en sus cartas semanales que las cosas estaban mejorando. No solo vi esa mejoría en sus cartas semanales, sino también en las de su compañero. Durante nuestra siguiente entrevista en persona, noté una diferencia abismal en su semblante y espíritu. Le pregunté: “Entonces, élder, ¿es verdad que ‘la caridad nunca deja de ser’?”. Él respondió con una gran sonrisa: “Sí, y por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”.
Al seguir la receta de las buenas nuevas para una vida feliz, recuerden la enseñanza del presidente Nelson: “Sean cuales sean las preguntas o los problemas que tengan, la respuesta siempre se halla en la vida y las enseñanzas de Jesucristo. Aprendan más sobre Su Expiación, Su amor, Su misericordia, Su doctrina y Su Evangelio restaurado de sanación y progreso. ¡Acudan a Él! ¡Síganlo!”.
Cuando necesiten “escucharlo” y saber cómo invitar a Jesucristo a su vida, consideren seguir los pasos que el presidente Nelson nos enseñó acerca de la revelación personal:
“Encuentren un lugar tranquilo a donde puedan ir con regularidad; humíllense ante Dios; derramen su corazón a su Padre Celestial; acudan a Él para recibir respuestas y consuelo.
“Oren en el nombre de Jesucristo acerca de sus preocupaciones, sus temores, sus debilidades, sí, los anhelos mismos de su corazón. ¡Y luego, escuchen! Anoten las ideas que acudan a su mente; escriban sus sentimientos y denles seguimiento con las acciones que se les indique tomar. A medida que repitan este proceso día tras día, mes tras mes, año tras año, ‘podrán crecer en el principio de la revelación’”.
Testifico que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Él ha “logrado todo lo que necesitamos para poder regresar a [nuestro] Padre Celestial”. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
El élder Amos inicia con una imagen entrañable: la cocina de Luisiana, llena de aromas, condimentos y sazón. Habla del Tony’s, un condimento típico de su tierra, que sirve como metáfora espiritual del “ingrediente secreto” que corrige los errores en la receta. En su analogía, ese “ingrediente secreto” es Jesucristo.
Así como en la cocina uno prueba, ajusta y mejora, la vida espiritual también requiere revisión constante: a veces el “sabor” no es el que esperábamos, los resultados no salen perfectos, o los pasos se confunden. Pero el Evangelio tiene su propia receta divina —la “receta de las buenas nuevas”— y el condimento que siempre puede equilibrar todo es el Salvador y Su gracia.
El mensaje es directo y accesible: cuando nos falta paciencia, paz o propósito, no necesitamos una receta nueva, sino más de Cristo en la receta actual. No se trata de reinventar el Evangelio, sino de aplicarlo con sinceridad y sencillez.
En la segunda parte, el élder Amos comparte una historia de su servicio como presidente de misión. Un joven misionero, desanimado y con conflictos en su compañerismo, busca consejo. El presidente no ofrece una respuesta rápida; en cambio, invita al Espíritu mediante la oración y las Escrituras.
Juntos leen Moroni 7:45, la descripción perfecta de la caridad: sufrida, benigna, sin envidia, sin egoísmo. El misionero reconoce que es difícil vivir esos atributos, y el élder Amos le recuerda: “Tú eres hijo de Dios, y con Él puedes hacerlo”.
Siguen un proceso inspirado: elegir pequeñas y sencillas acciones para ser más bondadoso y paciente. Semanas después, el cambio es visible; el amor reemplaza la frustración, y el joven testifica con una sonrisa:
“Sí, presidente, la caridad nunca deja de ser… y por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas.”
Esa experiencia encierra la esencia del mensaje: Jesucristo no solo endulza la vida; la transforma desde adentro. Cada vez que añadimos más de Él —en nuestras oraciones, pensamientos, decisiones y relaciones—, el Espíritu rectifica lo que estaba fuera de equilibrio.
El élder Amos termina recordando las palabras del presidente Nelson: “Sean cuales sean las preguntas o los problemas que tengan, la respuesta siempre se halla en la vida y las enseñanzas de Jesucristo.” Y nos enseña cómo “escucharlo” siguiendo una receta espiritual: buscar un lugar tranquilo, orar con humildad, escribir impresiones, actuar con fe, y repetir el proceso con constancia.
El resultado, al igual que una receta perfecta, es una vida con propósito, sabor y gozo duradero.
Enseñanzas espirituales
1. El Evangelio es la receta de la felicidad: Las Escrituras contienen las instrucciones divinas para una vida plena. Si las seguimos fielmente, el resultado siempre será gozo.
“Las Escrituras son las recetas de Dios para una vida feliz.”
2. Jesucristo es el “ingrediente secreto” que lo corrige todo: Cuando la vida parece perder su sabor, añadimos más de Cristo: más fe, más amor, más servicio, más perdón, más oración. Su gracia equilibra toda imperfección.
3. Las cosas pequeñas producen grandes resultados: El progreso espiritual no ocurre en saltos, sino en pasos pequeños y constantes: actos de bondad, palabras amables, paciencia, gratitud.
“Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas.”
4. La caridad es la clave para toda relación y todo cambio: El pasaje de Moroni 7:45 enseña que la caridad no falla. Cuando amamos como Cristo ama, las relaciones sanan, los conflictos se disipan y la obra del Señor avanza.
5. La revelación personal es un proceso diario: El presidente Nelson nos invita a “escuchar al Señor” mediante oración sincera, quietud espiritual, registro de impresiones y acción constante. Así aprendemos la voz del Espíritu, “día tras día, mes tras mes, año tras año”.
El élder Amos nos recuerda que el Evangelio no es complicado: es una receta de amor y obediencia sencilla, con un solo ingrediente que nunca falla: Jesucristo.
En la vida, los errores son inevitables. Pero el Señor nos ofrece Su gracia como condimento perfecto: corrige, equilibra y renueva. Cuando añadimos más de Él —en nuestro matrimonio, trabajo, servicio o discipulado—, todo mejora.
El secreto de una vida feliz no está en cambiar la receta, sino en seguirla con el corazón y dejar que el Salvador refine el sabor final.
























