Conferencia General Octubre 2025


Reconciliaos con Dios

Por el élder Kelly R. Johnson
De los Setenta

La reconciliación con Dios, por medio de la Expiación de Jesucristo, conduce a una fe inquebrantable.


Al estudiar las Escrituras, hallo palabras que en verdad me llaman la atención, principalmente porque tienen un significado especial por experiencias que he tenido durante la vida. He dedicado mi carrera profesional a trabajar como contador forense. Con esa experiencia laboral, la palabra reconciliar [similar a “conciliar”] me ha llamado la atención al leer las Escrituras. Mi labor era conciliar los importes declarados con los registros financieros mediante la aplicación de técnicas de contabilidad, auditoría e investigación. En otras palabras, mi objetivo era cotejar los informes financieros con los documentos de finanzas correspondientes para verificar su precisión y validez. Me esforzaba diligentemente por resolver las discrepancias y era común dedicar mucho tiempo a resolver aun las muy pequeñas.

El apóstol Pablo rogó a los corintios que se “reconcilia[ran] con Dios”. Reconciliarse con Dios significa volver a estar en armonía con Él o restaurar la relación con Dios que se haya debilitado o interrumpido debido a nuestros pecados o acciones. Para decirlo con sencillez, reconciliarse con Dios significa alinear nuestra voluntad y acciones con la voluntad de Dios o, como enseñó el presidente Russell M. Nelson, dejar que Dios prevalezca en nuestra vida.

Como se enseña en las Escrituras, somos libres para obrar por nosotros mismos, “para escoger la vía de la muerte interminable, o la vía de la vida eterna”. Pero si no somos diligentes, esa libertad de obrar por nosotros mismos puede llevarnos a perder la alineación con la voluntad de Dios.

El profeta Jacob enseñó que cuando nos hallamos en desarmonía o disonancia con Dios, el único modo de lograr la reconciliación es “reconcilia[rnos] con [Dios] por medio de la expiación de Cristo”. Debemos entender que la reconciliación depende de la misericordia, lo que implica que el acto de gracia de la Expiación de Jesucristo la hace posible.

Al meditar en sus vidas, piensen en alguna ocasión en la que se hayan sentido distantes del Padre Celestial porque se habían apartado de Él. Por ejemplo, quizá se hayan vuelto menos diligentes en sus oraciones a Él o en el cumplimiento de los mandamientos. Así como elegimos distanciarnos de Dios, debemos elegir iniciar el esfuerzo por reconciliarnos. El Señor recalcó nuestra responsabilidad cuando dijo: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá”.

¿De qué modo nos ayuda el Salvador a restaurar y reconciliar esa importante relación? En mi caso, hago grandes progresos en mi camino a la reconciliación con Dios cuando sigo el consejo que enseñó el presidente Nelson y me arrepiento cada día. La razón es que la reconciliación significa la restauración de una relación rota, en particular, entre Dios y la humanidad, al quitar la barrera del pecado.

Una de las grandes reconciliaciones de las que leemos en las Escrituras es la de Enós. Había algo en su vida que no estaba alineado con Dios. Él es ejemplo de confiar en la Expiación de Jesucristo para reconciliarnos con Dios. Explicó su deseo de arrepentirse, su humildad, su propósito y su determinación. Se confirmó su reconciliación con Dios cuando una voz vino a él y le dijo: “Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido”. Enós reconoció el impacto que el arrepentimiento y la reconciliación tuvieron en él cuando dijo: “Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada”.

La reconciliación no solo trae alivio de los sentimientos de culpa, sino también paz en nosotros mismos y con los demás. Sana relaciones interpersonales, ablanda corazones y fortalece nuestro discipulado, brindando mayor confianza ante Dios. Lo que me da gran esperanza y confianza es otro fruto de la reconciliación que Enós describió cuando dijo: “Y después que yo, Enós, hube oído estas palabras, mi fe en el Señor empezó a ser inquebrantable”.

Cuando era niño, mi abuelo materno tenía un gran huerto de cerezos. Tuve la oportunidad de trabajar en el huerto, mayormente en verano, durante la cosecha de las cerezas. Cuando era muy pequeño, mi participación se limitaba a que me entregaran un cubo [balde] y luego me enviaran a un árbol a recoger las cerezas.

La cosecha de cerezas cambió significativamente cuando mi abuelo compró una máquina llamada “agitador de árboles”. Dicha máquina toma el tronco del árbol y lo agita, haciendo que las cerezas caigan en redes que se usan para recolectarlas. Noté que cuando el agitador comenzaba a sacudir el árbol, casi todas las cerezas caían en cuestión de segundos. También noté que no importaba si se agitaba el árbol durante diez segundos o un minuto entero, algunas cerezas no caían; eran verdaderamente inamovibles.

Lo que hace posible que las cerezas caigan al agitar el árbol es la secreción de etileno. Dicha hormona debilita la capa de células entre el tallo [rabillo] de la cereza y el árbol. Por tanto, el tallo de las cerezas maduras se desprende más fácilmente del árbol debido a su conexión debilitada.

En las Escrituras aprendemos que el tronco de Isaí es una metáfora del Mesías, Jesucristo, de quien se profetizó que provendría del linaje de Isaí, el padre del rey David. Así como el etileno debilita la conexión del tallo de las cerezas maduras, la desobediencia, las dudas y los temores pueden debilitar nuestra conexión con el tronco de Isaí, es decir, Jesucristo, ocasionando que seamos fácilmente sacudidos y desprendidos de Él. Por muy fieles que seamos, debemos velar para que no se debilite nuestra conexión con Jesucristo.

En Doctrina y Convenios, incluso a los fieles se les advierte: “Pero existe la posibilidad de que el hombre caiga de la gracia y se aleje del Dios viviente”. Y el Señor prosigue: “Sí, […] cuídense aun los que son santificados”. Para evitar caer, el Señor aconseja: “Por lo tanto, cuídese la iglesia y ore siempre, no sea que caiga en tentación”.

Se podría equiparar la condición de ser fácilmente desprendido con lo que las Escrituras describen como estar maduro para la destrucción, con las inminentes consecuencias de los actos. La frase también puede usarse más ampliamente para indicar el estado de decadencia, corrupción o declive que hace que algo sea susceptible a caer o a la ruina.

¿Qué representa dicha madurez? ¿Significa que podemos llegar a un punto en el que ya no podamos cambiar? No, yo pienso que significa que podemos llegar a un momento determinado en el que no estemos dispuestos a cambiar. El antídoto contra madurar para la destrucción es hacer aquellas cosas que fortalecen nuestra conexión con Jesucristo. Como mencionamos, el arrepentimiento llevó a Enós al punto de la fe inquebrantable. Hay fortaleza en el arrepentimiento: el arrepentimiento que se lleva a cabo con regularidad, sin demora y con frecuencia. Como el presidente Nelson nos enseñó: “Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento”.

Además de predicar el arrepentimiento, el profeta Jacob enseñó que reconocer la mano de Dios en nuestra vida, buscar y recibir revelación, y escuchar a Dios cuando habla, todo ello nos ayuda a no ser descarriados. Jacob también enseñó: “Por tanto, escudriñamos los profetas, y tenemos muchas revelaciones y el espíritu de profecía; y teniendo todos estos testimonios, logramos una esperanza, y nuestra fe se vuelve inquebrantable”. Escuchar las palabras e invitaciones de los profetas y apóstoles y actuar de acuerdo con ellas puede llenarnos de esperanza, confianza y fortaleza, lo que hace que nuestra fe llegue a ser inquebrantable.

He aprendido que al deseo de reconciliarse con Dios lo debe acompañar el deseo de arrepentirse, que arrepentirse y experimentar las bendiciones de la Expiación de Jesucristo conducen a una fe inquebrantable, y que la fe inquebrantable conduce al deseo de estar siempre reconciliados con Dios. Es un patrón circular o repetitivo.

Hermanos y hermanas, los invito a reconciliarse con Dios por medio de la Expiación de Jesucristo. Testifico que hacer y guardar convenios fortalece nuestra conexión con el Salvador, evitando así que maduremos para la destrucción. Testifico que dicha reconciliación con Dios, por medio de la Expiación de Jesucristo, conduce a una fe inquebrantable.

Sé que el Padre Celestial nos ama a ustedes y a mí, y que envió a Su Hijo Amado, Jesucristo, para que fuera nuestro Salvador, Redentor y el gran Reconciliador. Testifico de Jesucristo, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.


Un enfoque doctrinal y enseñanzas


El élder Kelly R. Johnson nos ofrece un discurso profundamente personal y simbólico sobre un principio esencial del Evangelio: la reconciliación con Dios. Su mensaje se desarrolla con la claridad de un contador que, desde su experiencia profesional, descubre en una palabra —reconciliar— una verdad espiritual poderosa. Así como en su labor forense debía conciliar registros y corregir discrepancias, el alma humana también necesita reconciliarse, alinear sus acciones y deseos con la voluntad de Dios.

Esa conexión contable se transforma en una parábola espiritual: cuando hay desajuste entre nuestras acciones y el Evangelio, cuando las cifras del corazón no coinciden con la ley divina, la reconciliación se vuelve necesaria. Y solo hay un mediador capaz de realizar esa conciliación perfecta: Jesucristo, el gran Reconciliador.

El élder Johnson explica que reconciliarse con Dios no es un evento único, sino un proceso continuo de volver al alineamiento espiritual, de dejar que “Dios prevalezca” en nuestra vida. A través de la historia de Enós, muestra cómo el arrepentimiento sincero no solo limpia el alma, sino que renueva la fe. Cuando Enós oyó la voz del Señor diciendo “tus pecados te son perdonados”, su culpa fue borrada y su fe “empezó a ser inquebrantable”. Así, la reconciliación genera tres frutos sagrados: paz interior, confianza ante Dios y fe firme.

Una de las imágenes más memorables del discurso es la del huerto de cerezos de su abuelo. Con ternura y profundidad, el élder Johnson compara el árbol agitado por una máquina con nuestras propias vidas espirituales. Las cerezas maduras que se desprenden fácilmente representan a las personas cuya conexión con Cristo —el “tronco de Isaí”— se ha debilitado por la desobediencia, el temor o la duda. En cambio, aquellas cerezas firmes, que permanecen unidas incluso bajo la sacudida, simbolizan a los fieles que mantienen su vínculo con el Salvador mediante convenios y arrepentimiento constante.

De esta manera, el mensaje se convierte en una invitación a permanecer firmemente unidos a Cristo, evitando que las sacudidas del mundo o las pruebas de la vida nos arranquen de Su tronco. La reconciliación es, en última instancia, esa fortaleza interior que proviene de un corazón limpio, de una fe viva y de una relación restaurada con el Padre Celestial.

El élder Johnson concluye recordando que la reconciliación no es simplemente corregir errores, sino sanar relaciones —con Dios, con los demás y con uno mismo—. Nos asegura que al arrepentirnos diariamente, al escuchar las palabras de los profetas y al reconocer la mano del Señor en nuestra vida, nuestra fe se vuelve inquebrantable, y nuestro corazón, más cercano al de Cristo.

Enfoque doctrinal

El discurso se sostiene sobre un principio doctrinal esencial:
La reconciliación con Dios, por medio de Jesucristo, restaura la armonía espiritual perdida por el pecado y conduce a una fe inquebrantable.

  1. La reconciliación como restauración espiritual.: Reconciliarse no significa solo “volver”, sino reestablecer una relación dañada. El pecado crea separación entre el hombre y Dios; la Expiación de Cristo elimina esa barrera. El profeta Jacob enseñó que “la reconciliación es por medio de la misericordia”, es decir, mediante la gracia redentora del Salvador. Por tanto, reconciliarse es un acto doble: nuestra disposición a volver, y la misericordia de Cristo que nos recibe.
  2. El arrepentimiento como medio de reconciliación.: El élder Johnson enseña que arrepentirse cada día es una forma práctica de reconciliación. Cada oración sincera, cada confesión ante Dios, cada decisión de obedecer es una línea que vuelve a cuadrar las cuentas espirituales. Como dijo el presidente Nelson, el arrepentimiento diario “libera, ennoblece y acelera nuestro progreso”.
  3. La conexión con Cristo como anclaje espiritual.: La metáfora del tronco de Isaí recalca que Cristo es la raíz y el sustento. Si nuestra conexión con Él se debilita por la falta de fe o por la complacencia, somos fácilmente “sacudidos” por las presiones del mundo. Pero si permanecemos injertados en Su amor mediante convenios y obediencia, nada podrá separarnos de Él.
  4. La reconciliación produce fortaleza y fe inquebrantable.: El proceso de arrepentimiento y realineamiento genera confianza espiritual. Como Enós, quien después de recibir perdón desarrolló una fe inquebrantable, nosotros también adquirimos poder espiritual al experimentar la misericordia del Salvador. La fe se vuelve firme cuando el alma ha sido sanada y el corazón, reconciliado.

El élder Johnson nos invita a ver nuestra vida como un balance espiritual en constante revisión. Las discrepancias —nuestros errores, descuidos y pecados— no son el final del registro, sino oportunidades para volver al equilibrio mediante Cristo.

Reconciliarnos con Dios no significa ser perfectos, sino permitir que Su perfección nos transforme. Es un proceso de humildad diaria, de reconocer nuestra dependencia del Salvador y de aferrarnos con fe al tronco de Isaí. Cuando lo hacemos, nuestra alma se llena de paz, nuestra fe se fortalece y nuestro discipulado se vuelve auténtico.

La reconciliación, entonces, es mucho más que una doctrina: es una relación viva con Cristo. Él no solo concilia nuestras cuentas, sino que repara nuestro corazón, restaura nuestra confianza y nos enseña a permanecer firmes aun en las sacudidas de la vida.

Y así, reconciliados con Dios por medio de Su Hijo, podremos vivir con la certeza de Enós:

“Sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada.”

Esa es la fe inquebrantable que nace cuando el alma, finalmente, vuelve a estar en armonía con su Creador.

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