Haz tu parte con todo tu corazón
Por el élder Dieter F. Uchtdorf
Del Cuórum de los Doce ApóstolesConfíen en el Salvador y comprométanse, paciente y diligentemente, a hacer su parte con todo su corazón.
El año pasado, durante un viaje a Europa, visité mi antiguo lugar de trabajo, la aerolínea alemana Lufthansa, en el aeropuerto de Fráncfort.
Para entrenar a sus pilotos, ellos utilizan varios sofisticados simuladores de vuelo de movimiento completo que pueden recrear casi cualquier condición de vuelo normal y de emergencia. Durante mis muchos años como capitán de aerolínea, tuve que superar una prueba de vuelo en el simulador cada seis meses para mantener vigente mi licencia de piloto. Recuerdo bien esos intensos momentos de estrés y ansiedad, pero también la sensación de logro tras aprobar el examen. Yo era joven en ese entonces y me encantaba el reto.
Durante mi visita, uno de los ejecutivos de Lufthansa me preguntó si me gustaría volver a intentarlo y usar el simulador del 747 una vez más.
Antes de que tuviera tiempo de procesar completamente la pregunta, oí una voz, que sonaba asombrosamente parecida a la mía, que decía: “Sí, me gustaría mucho”.
En cuanto dije esas palabras, un tsunami de pensamientos inundó mi mente. Hacía mucho tiempo que no volaba un 747. En aquel entonces yo era joven y un capitán seguro de mí mismo. Ahora, tenía una reputación que mantener como ex piloto jefe. ¿Quedaría en ridículo frente a estos profesionales?
Pero ya era demasiado tarde para echarme atrás, así que me acomodé en el asiento del capitán, puse las manos en esos controles tan familiares y queridos y sentí, una vez más, la euforia del vuelo mientras el gran avión rugía por la pista y despegaba hacia el simulado y salvaje cielo azul.
Me alegra poder decir que el vuelo fue un éxito, el avión permaneció intacto y también lo hizo mi autoestima.
Aun así, la experiencia me hizo sentir humilde. Cuando estaba en la flor de la vida, volar se había convertido casi en algo natural. Ahora, necesitaba toda mi concentración para hacer las cosas básicas.
El discipulado requiere disciplina
Mi experiencia en el simulador de vuelo fue un importante recordatorio de que para hacer bien cualquier cosa, ya sea volar, remar, sembrar o saber, se requieren autodisciplina y práctica constantes.
Podrían dedicar años a adquirir una habilidad o desarrollar un talento. Podrían poner tanto esfuerzo en ello que se convirtiera en algo natural. Pero si creen que eso significa que pueden dejar de practicar y estudiar, gradualmente perderán los conocimientos y las habilidades que una vez adquirieron a un gran costo.
Esto se aplica a habilidades como aprender un idioma, tocar un instrumento musical o pilotear un avión de pasajeros. También se aplica a llegar a ser discípulo de Cristo.
En pocas palabras, el discipulado requiere autodisciplina.
No se trata de un esfuerzo casual ni ocurre de forma fortuita.
La fe en Jesucristo es un don, pero recibirla es una elección consciente que requiere la dedicación de todo nuestro “poder, mente y fuerza”. Es una práctica de cada día, de cada hora. Requiere un aprendizaje constante y un compromiso decidido. Nuestra fe, que es nuestra lealtad al Salvador, se fortalece al ser probada contra la oposición que afrontamos aquí, en la vida terrenal. Perdura porque seguimos nutriéndola, seguimos aplicándola activamente y nunca nos damos por vencidos.
Por otro lado, si no utilizamos la fe y su poder de convicción al actuar en consecuencia, nos volvemos menos seguros de las cosas que alguna vez consideramos sagradas, menos confiados en las cosas que una vez supimos que eran verdaderas.
Las tentaciones que nunca nos habrían seducido comienzan a parecer menos espantosas y más atractivas.
El fuego del testimonio de ayer solo puede calentarnos durante un tiempo; necesita ser alimentado de manera constante para seguir ardiendo con intensidad.
En el Nuevo Testamento, el Salvador enseñó una parábola sobre un amo que dio a cada uno de Sus siervos una responsabilidad sagrada: una cantidad de dinero llamado talentos. Los siervos que emplearon diligentemente sus talentos los aumentaron. El siervo que enterró su talento finalmente lo perdió.
¿Cuál es la lección? Dios nos da dones —de conocimiento, de capacidad, de oportunidad— y desea que los utilicemos y amplifiquemos para que puedan bendecirnos a nosotros y a Sus otros hijos. Eso no sucede si ponemos esos dones en lo alto de una estantería como un trofeo que admiramos de vez en cuando. Nuestros dones solo se magnifican y multiplican cuando hacemos uso de ellos.
Ustedes tienen dones
“Pero, élder Uchtdorf”, podrían decir, “no tengo dones ni talentos, al menos, ninguno que sea de valor”. Tal vez miren a otras personas cuyos dones son evidentes e impresionantes y se sientan bastante comunes y corrientes en comparación. Podrían suponer que en la existencia preterrenal, en el día del gran bufé de dones y talentos, sus platos parecían tristemente escasos, especialmente en comparación con los platos colmados y rebosantes de otras personas.
Cómo desearía poder abrazarlos y ayudarlos a comprender esta gran verdad: ¡ustedes son seres benditos de luz, hijos procreados como espíritus de un Dios infinito! ¡Llevan por dentro un potencial que supera su propia capacidad de imaginarlo!
Como han señalado los poetas, ¡ustedes vienen a la tierra “con destellos celestiales”!
La historia de su origen es divina, al igual que su destino. Dejaron el cielo para venir aquí, ¡pero el cielo nunca los ha dejado!
Ustedes no son comunes y corrientes.
¡Tienen dones!
En Doctrina y Convenios, Dios declaró:
“Hay muchos dones, y a [cada persona] le es dado un don por el Espíritu de Dios.
“A algunos les es dado uno y a otros otro, [y] así todos se benefici[an]”.
Algunos de nuestros dones se mencionan en las Escrituras; muchos no lo están.
Como dijo el profeta Moroni: “No neguéis los dones de Dios, porque son muchos, y vienen del mismo Dios”. Pueden manifestarse de “diversas maneras […], pero es el mismo Dios que obra todas las cosas en todo”.
Puede ser cierto que nuestros dones espirituales no siempre sean deslumbrantes, pero eso no significa que sean menos importantes. Permítanme contarles de algunos dones espirituales que he observado en muchos miembros de todo el mundo. Piensen en si han sido bendecidos con uno o más dones como estos:
- Mostrar compasión.
- Fijarse en personas a las que se pasa por alto.
- Encontrar motivos para estar gozosos.
- Ser pacificadores.
- Reconocer los pequeños milagros.
- Hacer elogios sinceros.
- Perdonar.
- Arrepentirse.
- Perseverar.
- Explicar las cosas de forma sencilla.
- Saber acercarse a los niños.
- Sostener a los líderes de la Iglesia.
- Ayudar a los demás a saber que sí hay lugar para ellos.
Es posible que esos dones no se exhiban en la actividad de talentos del barrio, pero espero que puedan ver cuán valiosos son para la obra del Señor y cómo ustedes pueden haber conmovido, bendecido o incluso salvado a uno de los hijos de Dios gracias a sus dones. Recuerden: “Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”.
Así que hagamos cada uno nuestra pequeña parte.
Hacer su pequeña parte
Mis amados hermanos y hermanas, queridos amigos, ruego que el Espíritu les ayude a reconocer los dones y talentos que Dios les ha dado. Y entonces, al igual que los fieles siervos de la parábola del Señor, que podamos aumentarlos y magnificarlos.
Llegará el día en que compareceremos ante nuestro compasivo Padre Celestial para rendir cuentas de nuestra mayordomía. Él querrá saber qué hicimos con los dones que nos dio, en particular, cómo los usamos para bendecir a Sus hijos. Dios sabe quiénes somos realmente y quiénes estamos destinados a llegar a ser, y por eso Sus expectativas para nosotros son altas.
Pero Él no espera que demos un salto grandioso, heroico o sobrehumano para llegar allí. En el mundo que Él creó, el crecimiento ocurre de manera gradual y paciente, pero también de manera constante e incesante.
Recuerden, fue Jesucristo quien ya hizo la parte sobrehumana cuando conquistó la muerte y el pecado.
Nuestra parte consiste en seguir al Cristo. Nuestra parte es apartarnos del pecado, volvernos hacia el Salvador y caminar en Su senda, paso a paso. Al hacerlo, de manera diligente y fiel, con el tiempo nos deshacemos de los grilletes de las imperfecciones y las faltas y poco a poco nos vamos refinando, hasta ese día perfecto en el que seremos perfeccionados en Cristo.
Las bendiciones están a nuestro alcance. Las promesas están en vigor. La puerta está abierta de par en par. Es nuestra elección el entrar y comenzar.
El comienzo podrá ser pequeño. pero eso no es un problema.
Cuando la fe sea débil, comiencen con una esperanza en Cristo Jesús y en Su poder para limpiar y purificar.
Nuestro Padre nos pide que abordemos este desafío de fe y discipulado no como turistas ocasionales, sino como creyentes incondicionales que dejan atrás y abandonan Babilonia y dirigen su corazón, su mente y sus pasos hacia Sion.
Sabemos que nuestros esfuerzos por sí solos no pueden hacernos celestiales, pero pueden hacernos leales y comprometidos con Jesús el Cristo, y Él puede hacernos celestiales.
Gracias a nuestro amado Salvador, no existe tal cosa como una situación sin salida. Si ponemos nuestra esperanza y fe en Él, nuestra victoria está asegurada. Él nos promete acceso a Su fortaleza, Su poder y Su abundante gracia. Paso a paso, poco a poco, nos acercaremos cada vez más a ese día grandioso y perfecto en el que viviremos con Él y con nuestros seres queridos en gloria eterna.
Para llegar allí, debemos hacer nuestra parte hoy y todos los días. Estamos agradecidos por los pasos que dimos ayer, pero no nos detenemos ahí. Sabemos que aún nos queda mucho camino por recorrer pero no dejamos que eso nos desanime.
Esa es la esencia de quiénes somos, como seguidores de Jesucristo.
Exhorto y bendigo a cada miembro de la Iglesia, y a todos los que desean formar parte de ella, a que confíen en el Salvador y se comprometan, paciente y diligentemente, a hacer su parte con todo su corazón, para que su gozo sea completo y, un día, reciban todo lo que el Padre tiene. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
El élder Dieter F. Uchtdorf —siempre hábil para convertir una experiencia ordinaria en una enseñanza celestial— nos invita en este discurso a ver el discipulado como una travesía que requiere disciplina, constancia y corazón. Su metáfora inicial, tomada de su experiencia como piloto, nos sitúa frente a un simulador de vuelo, donde la práctica y la preparación constante son esenciales para mantenerse apto. El mensaje es claro: la vida espiritual no puede mantenerse en piloto automático.
El apóstol relata cómo, al sentarse de nuevo frente a los controles de un 747, sintió la mezcla de emoción y temor que acompaña al reencuentro con un viejo deber. Aunque el vuelo fue exitoso, la experiencia le recordó que incluso lo que una vez fue natural puede oxidarse si se descuida. En el discipulado, lo mismo sucede: la fe, la oración, el servicio y la obediencia requieren práctica continua. No basta con haber sentido el fuego del testimonio alguna vez; hay que alimentarlo cada día para que siga ardiendo.
El élder Uchtdorf nos enseña que ser discípulo de Cristo es un trabajo diario de auto-disciplina, paciencia y perseverancia. Serlo no ocurre por accidente ni por herencia; es una decisión constante, una práctica viva. Nuestra fe se fortalece solo cuando se pone a prueba y se usa activamente. Si la dejamos dormida, se debilita, y las tentaciones comienzan a parecer razonables y menos peligrosas.
Más adelante, el élder Uchtdorf nos regala una enseñanza llena de ternura y esperanza: todos poseemos dones espirituales. Rechaza la idea de que algunos hayan sido olvidados en el “gran banquete de talentos” premortal. Nos recuerda que cada alma es portadora de luz divina, de “destellos celestiales”, y que nuestros dones —aunque discretos o silenciosos— son igualmente esenciales para la obra de Dios. No se trata solo de habilidades visibles; entre los dones más poderosos están la compasión, la paciencia, la capacidad de perdonar o de ver a quien otros pasan por alto.
Con su estilo característico, el élder Uchtdorf une lo sublime con lo práctico. Nos exhorta a “hacer nuestra parte”: a poner nuestros dones al servicio del Señor, a usarlos para bendecir vidas, sin esperar gestas heroicas ni logros grandiosos. El crecimiento espiritual —dice— no ocurre en saltos espectaculares, sino “de manera gradual, paciente, pero constante e incesante”.
Y, como en todo buen vuelo, el apóstol nos recuerda que la parte sobrehumana ya la hizo Jesucristo. Él conquistó el pecado y la muerte. Nuestra responsabilidad es avanzar —paso a paso— en Su senda, manteniendo el rumbo, confiando en Su poder y haciendo lo que nos corresponde “con todo nuestro corazón”.
Enfoque doctrinal
El enfoque doctrinal del discurso del élder Uchtdorf se centra en tres principios fundamentales del discipulado cristiano: la práctica constante de la fe, el reconocimiento de los dones divinos y la acción diligente en el servicio al Salvador.
- El discipulado requiere disciplina espiritual.: La fe en Jesucristo no es estática; debe ejercitarse para mantenerse viva. Al igual que un piloto que entrena para conservar sus habilidades, el discípulo necesita práctica constante —oración, estudio, servicio, arrepentimiento— para conservar el testimonio. El Señor espera devoción diaria, no entusiasmo intermitente.
- Cada hijo de Dios posee dones únicos.: En Doctrina y Convenios se nos enseña que “a cada persona le es dado un don por el Espíritu de Dios”. Uchtdorf amplía esta verdad al recordarnos que los dones no siempre son espectaculares, pero son profundamente sagrados: consolar, alegrar, perdonar, sostener, enseñar con sencillez. Reconocer y usar esos dones es parte del convenio de consagración personal. No se nos da para admirarlos, sino para multiplicarlos y bendecir a otros.
- El progreso espiritual ocurre paso a paso.: El evangelio enseña crecimiento continuo. Cristo perfeccionó lo sobrehumano; nosotros debemos hacer lo humano: arrepentirnos, perseverar y amar. Este principio refleja el patrón celestial del progreso eterno —gracia sobre gracia, línea sobre línea—. “El comienzo podrá ser pequeño”, dice el élder Uchtdorf, pero la constancia vence a la inercia, y la fidelidad vence al desaliento.
- La fe se alimenta en la acción.: La parábola de los talentos demuestra que la fidelidad se mide en movimiento. Los dones no crecen en reposo. Usarlos con amor y diligencia fortalece la fe, mientras enterrarlos en la pasividad la debilita. En la economía del Evangelio, la acción es el idioma de la fe.
El élder Uchtdorf nos deja una enseñanza luminosa: la salvación es una obra compartida. Cristo ya cumplió la parte imposible; la nuestra es hacer lo posible con todo el corazón.
No debemos desanimarnos por sentirnos pequeños o comunes. Dios no busca héroes perfectos, sino discípulos constantes. Cada paso, cada oración, cada acto de bondad cuenta. Si ponemos nuestra fe en el Salvador y avanzamos con paciencia y diligencia, Él nos tomará de la mano y nos llevará a alturas que no podríamos alcanzar solos.
En palabras sencillas pero eternas:
“Confíen en el Salvador y comprométanse, paciente y diligentemente, a hacer su parte con todo su corazón.”
Esa es la esencia del discipulado: creer, actuar, perseverar y amar.
Y al hacerlo, descubriremos que lo que parecía un vuelo difícil se convierte, bajo la guía del Piloto celestial, en un viaje seguro hacia la gloria eterna.
























