La Proclamación sobre la familia: palabras de Dios
Por el élder Ronald A. Rasband
Del Cuórum de los Doce ApóstolesLa proclamación tiene un origen divino, por lo que debemos tratarla con la reverencia que merecen las palabras de Dios.
Esta Conferencia General de octubre de 2025 marca el aniversario número 30 de la presentación de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Por designio divino, esta proclamación, con sus reveladoras palabras, fue creada para “fortalecer a la familia y […] mantenerla como la unidad fundamental de la sociedad”.
Todos pertenecemos a una familia, ya seamos padres, hijos, nietos, abuelos, tíos, hermanos o primos y, lo que es más importante, como afirma la proclamación, cada uno de nosotros “es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales […] [con] una naturaleza y un destino divinos”.
Cuando fui llamado al santo apostolado en 2015, recibí el siguiente consejo: “Esta proclamación es ahora suya. Su nombre está aquí”, me dijeron señalando las palabras ‘Consejo de los Doce Apóstoles’ en el título. “Siéntala y enséñela como algo que le pertenece”.
Amo la Proclamación sobre la familia. He testificado en todo el mundo, desde África hasta Australia y en todos los lugares intermedios, de la función de la familia en el plan eterno de Dios. La proclamación tiene un origen divino, por lo que debemos tratarla con la reverencia que merecen las palabras de Dios.
Recuerden, hermanos y hermanas, que “las palabras importan”, como dije desde este mismo púlpito en una conferencia general anterior.
Permítanme darles un poco de contexto sobre la proclamación como mensaje central de lo que creemos.
En 1994, un año antes de que se presentara la proclamación, el Cuórum de los Doce Apóstoles analizó el modo en que la sociedad y los gobiernos se estaban apartando de las leyes de Dios concernientes a la familia, el matrimonio y el género. “Pero eso no fue lo único que vimos”, dijo el presidente Russell M. Nelson más tarde. “Pudimos ver los esfuerzos de varias comunidades por abolir toda norma y límite relacionados con la actividad sexual. Vimos la confusión de los géneros. Pudimos ver que todo eso se aproximaba”.
Los Doce decidieron preparar un documento, una proclamación oficial, que resumiera la posición de la Iglesia en cuanto a la familia. En el transcurso de ese año, esos apóstoles, videntes llamados por Dios, prepararon una declaración sobre la familia. El presidente Dallin H. Oaks recuerda que, con espíritu de oración, acudieron al Señor para saber “lo que debía[n] decir y de qué manera hacerlo”, y lo presentaron a la Primera Presidencia: a los presidentes Howard W. Hunter, Gordon B. Hinckley y Thomas S. Monson para su consideración.
Pocos meses después, en marzo de 1995, el presidente Hunter falleció y el presidente Hinckley llegó a ser el decimoquinto Presidente de la Iglesia. La proclamación ahora estaba en sus manos. ¿Cuándo sería el momento adecuado para hacer esa declaración a la Iglesia?. Ese momento llegó seis meses después.
Días antes de la reunión general de la Sociedad de Socorro del 23 de septiembre, que precedió a la conferencia general, el presidente Hinckley y sus consejeros se reunieron en consejo con la Presidencia General de la Sociedad de Socorro. Las hermanas, al igual que los apóstoles, habían estado sopesando algunas inquietudes relacionadas con las mujeres y las familias, y habían enfocado su próxima reunión en la familia.
El presidente Hinckley, que estaba previsto que se dirigiera a las mujeres en esa reunión, había estado meditando sobre la dirección de sus palabras y, a medida que avanzaba la conversación, se refirió por su nombre a “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, que se había redactado recientemente, pero todavía no se había publicado. ¿Era esa reunión de mujeres el contexto adecuado para hacer una declaración decisiva sobre la familia?.
La Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Elaine Jack, dijo más tarde: “En ese momento no sabíamos lo que era la Proclamación sobre la Familia […]. Por el título, podíamos intuirlo, y sentimos que cualquier cosa sobre la familia […] sería algo positivo. […] Sabía con toda certeza que los miembros del Cuórum de los Doce estaban recibiendo revelación”.
La reunión de la Sociedad de Socorro de aquel sábado fue histórica. El presidente Hinckley dijo como introducción a la Proclamación sobre la familia estas palabras importantes: “Con tanta sofistería que se hace pasar como verdad, con tanto engaño en cuanto a las normas y los valores, con tanta tentación de seguir los consejos del mundo, hemos sentido la necesidad de amonestar y advertir […] de las normas, doctrinas y prácticas relativas a la familia que los profetas, videntes y reveladores de esta Iglesia han repetido a través de la historia”.
A continuación, leyó la proclamación en su totalidad. Tal como dijo el Señor, “sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”.
La proclamación declara: “La familia es ordenada por Dios”. Me encanta la claridad de esta afirmación. La proclamación es un llamado a vivir en la vida terrenal siendo siempre conscientes de la divinidad que hay en nosotros y del futuro eterno que nos espera. El presidente Nelson enseñó: “Ustedes son literalmente hijos procreados como espíritus de Dios […]. No se confundan al respecto: su potencial es divino. Si lo buscan con diligencia, Dios les dará destellos de quiénes pueden llegar a ser”.
Cuando se presentó, la proclamación no representaba los puntos de vista de muchas personas en el mundo. No lo hacía entonces y no lo hace ahora. Hay quienes discrepan con la declaración sobre la familia, el matrimonio y el género. Algunos sugieren que la Iglesia dé marcha atrás, revise o incluso revoque la proclamación.
Mis queridos hermanos y hermanas, como dijo el presidente Hinckley, la proclamación sobre la familia es doctrina. Los principios no están desfasados, sino en perfecta sintonía con las vías del Señor y Su senda de los convenios. Nuestro Señor Jesucristo reveló las enseñanzas de la proclamación a Sus apóstoles entonces y ahora. Esta es Su Iglesia; Él ha establecido las verdades por las cuales vivimos.
Es posible que algunos de ustedes, al reflexionar sobre la proclamación, digan: “Esto no es para mí”. “No muestra ninguna sensibilidad”. “Mi familia no es como la que describe”. “No encajo en ella”.
Para aquellos que tienen inquietudes, sepan que son hijos de padres celestiales; son parte de la familia de su Padre Celestial. Nadie los conoce mejor ni se preocupa más profundamente por ustedes que Él. Vuélvanse a Él, derramen su corazón hacia Él, confíen en Él y en Sus promesas. Su Salvador Jesucristo es su familia, y Él los ama. Él vino a la tierra para expiar nuestros pecados y llevar la carga de nuestros errores y nuestros días malos. Él entiende lo que ustedes afrontan y sienten. Acudan a Él, confíen en que Él enviará al Espíritu Santo para que esté con ustedes, los eleve y los guíe. Sientan Su amor que “se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres […], es más deseable que todas las cosas […] y el de mayor gozo para el alma”.
Todos los Apóstoles del Señor los aman profundamente. Oramos por ustedes y procuramos la guía del Señor para ustedes. Permanezcan con nosotros. Viven en tiempos difíciles en los que el adversario procura hacerlos suyos. No se aparten; y, si se han apartado, regresen. Nuestros brazos se extienden hacia ustedes, al igual que los de otras personas que los aman.
La proclamación declara: “Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud”. El Libro de Mormón proporciona un segundo testigo de esta verdad. En el primer versículo del primer capítulo, leemos: “Yo, Nefi, nací de buenos padres”. ¿Cuántos de nosotros hemos comenzado a leer el Libro de Mormón una y otra vez y, en el proceso, hemos aprendido esas palabras de memoria? Grábenlas en su corazón.
Una de mis afirmaciones favoritas de la proclamación es esta: “La felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo”.
¿Quién no desea ser feliz?
¿Y cuáles son las enseñanzas de Jesucristo? Nuevamente de la proclamación: fe, oración, arrepentimiento, perdón, respeto, amor, compasión, trabajo y actividades recreativas edificantes.
¿Qué vida no será mejor si se aplican estos principios clave? Ninguno de nosotros lo hará a la perfección; pero podemos seguir las sabias palabras del presidente Hinckley: “Hagan lo mejor que puedan”.
En la proclamación, leemos: “El padre debe presidir […] con amor y rectitud” y “la madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos”. Presidir no significa dominar y el cuidado no es una función secundaria. Dios ha dado al hombre y la mujer funciones diferentes, pero iguales y esenciales, que se complementan entre sí.
Permítanme compartir una historia personal.
Mi esposa y yo aprendimos a ser compañeros más iguales después de un día en el que decidí tomar una decisión importante sin consultarla a ella. Lo que hice la sorprendió, la tomó desprevenida y la puso en una situación muy difícil. Posteriormente, me puso las manos sobre mis hombros y me dijo con firmeza: “Ron, por favor, nunca vuelvas a hacerme esto”. Desde entonces, hemos estado bastante de acuerdo en casi todo.
En la Proclamación sobre la familia leemos: “El padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro”.
Iguales es una palabra importante. A lo largo de los años, al trabajar juntos en lo que la proclamación describe como nuestras “sagradas responsabilidades”, la hermana Rasband y yo hemos dado forma a un matrimonio unido en yugo igual. Ahora que cada uno de nuestros hijos se ha casado, la hermana Rasband y yo hemos continuado hablando con ellos y sus cónyuges en cuanto a cómo ser compañeros iguales.
Cuando vivimos con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, nos respetamos y apoyamos mutuamente. Esos modelos divinos de rectitud conducen a la estabilidad en nuestra vida personal, en nuestra familia y en la sociedad.
Nuestro Padre Celestial ha proporcionado la Proclamación sobre la familia para guiarnos a casa con Él, para ayudarnos a aprender y a estar llenos de amor, fortaleza, propósito y comprensión eterna. Con toda mi alma les suplico que vivan cerca de Él y de Su Hijo Amado. Les prometo que, si lo hacen, el Espíritu los inspirará y guiará y les ayudará a sentir en el corazón Su paz prometida que “sobrepasa todo entendimiento”. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Un enfoque doctrinal y enseñanzas
El élder Ronald A. Rasband nos lleva, en este discurso, por una travesía espiritual y doctrinal que honra los treinta años desde la presentación de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Su narración combina historia, testimonio y un poderoso llamado a vivir de acuerdo con los principios eternos que Dios reveló por medio de Sus profetas.
El mensaje comienza recordándonos que todos pertenecemos a una familia: no solo la biológica, sino la eterna, la de nuestro Padre Celestial. Esa verdad —que somos hijos e hijas de Dios con una naturaleza y destino divinos— es el cimiento sobre el cual se erige toda la doctrina de la proclamación. El élder Rasband relata con ternura cómo, al ser llamado al apostolado, se le recordó que la proclamación era ahora suya, como representante de Cristo, y debía sentirla, vivirla y enseñarla con convicción.
El discurso nos abre una ventana al proceso revelador que dio origen a la proclamación. En 1994, el Cuórum de los Doce percibió, con visión profética, la inminente confusión moral respecto a la familia, el matrimonio y el género. Guiados por el Espíritu, redactaron un documento que definiría la posición doctrinal de la Iglesia. El momento divinamente designado para presentarlo llegó en septiembre de 1995, cuando el presidente Gordon B. Hinckley, inspirado, la leyó ante las mujeres de la Sociedad de Socorro. Ese acto se convirtió en un momento histórico: la voz de los profetas pronunciando las palabras de Dios para una generación que necesitaba dirección.
Rasband destaca que la proclamación no fue producto de reacción social, sino de revelación divina. Hoy, al igual que entonces, muchos la cuestionan o desean revisarla. Pero él reafirma con firmeza: “La proclamación sobre la familia es doctrina.” No caduca, no se adapta al mundo; es el mundo el que debe elevarse a su luz.
Su tono pastoral se profundiza al dirigirse a quienes sienten que no encajan en el modelo descrito. Con empatía, recuerda que todos somos parte de la familia eterna de Dios y que Jesucristo —nuestro Hermano Mayor— es la manifestación suprema de ese amor familiar divino. Su invitación es clara: no apartarse, sino volver, porque los brazos del Salvador y de Sus siervos siempre están extendidos.
En una sección entrañable, el élder Rasband comparte una experiencia personal sobre el aprendizaje de la igualdad en el matrimonio. Tras tomar una decisión sin consultar a su esposa, ella lo corrigió con amor firme, y desde entonces han procurado actuar como compañeros iguales. Esa vivencia encarna la frase de la proclamación: “El padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro.” En su hogar y ministerio, la igualdad, el respeto y el amor mutuo se convierten en reflejos del modelo celestial.
Finalmente, el discurso eleva su mirada al propósito eterno: la proclamación es un mapa espiritual que nos guía a casa. Nos enseña que la felicidad familiar se alcanza mediante la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón y el amor. Estos no son ideales abstractos, sino pasos concretos hacia la paz que “sobrepasa todo entendimiento”.
Enseñanzas centrales
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Origen divino y autoridad profética: La proclamación es palabra de Dios, revelada por medio de profetas, videntes y reveladores. No es una declaración cultural, sino una guía eterna para el plan de salvación.
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La familia como unidad sagrada: La familia no es una institución humana sino divina. Es el núcleo del plan de Dios, y en ella aprendemos los principios del amor, la responsabilidad y la rectitud.
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Igualdad y complementariedad: Hombres y mujeres tienen roles diferentes pero igualmente sagrados. La verdadera presidencia es servicio, y el verdadero cuidado es fortaleza.
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Compasión hacia toda persona: Aun quienes sienten que no “encajan” en el modelo familiar descrito son parte de la familia eterna de Dios. Su amor y el de Cristo los abarca plenamente.
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Felicidad basada en Cristo: La verdadera felicidad familiar se logra al edificar sobre las enseñanzas del Salvador: fe, oración, arrepentimiento, perdón, amor y servicio.
Doctrinalmente, este discurso reafirma que “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” no es una simple declaración inspiradora, sino una revelación profética con autoridad divina. Es, en esencia, una extensión del evangelio de Jesucristo aplicada a la estructura familiar.
La doctrina central se ancla en tres pilares:
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Identidad divina: cada ser humano es un hijo o hija de Padres Celestiales.
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Matrimonio eterno: el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y esencial para Su plan.
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Progreso eterno: la familia es el medio mediante el cual aprendemos a amar, servir y prepararnos para regresar a la presencia divina.
El élder Rasband testifica que la proclamación no fue producto de la cultura ni de una época, sino la voz profética anticipando la confusión moral de los últimos días. En un mundo que redefine el amor y la identidad, la proclamación actúa como una brújula doctrinal que apunta al norte eterno: la santidad del hogar y el amor puro de Cristo.
“La Proclamación sobre la familia” no solo habla de hogares terrenales; habla del hogar celestial del cual venimos y al cual debemos regresar. El élder Rasband nos invita a verla no como un documento antiguo, sino como una escritura viva, una voz profética que sigue resonando con urgencia en un mundo necesitado de verdad y esperanza.
En última instancia, vivir conforme a la proclamación no significa tener una familia perfecta, sino buscar a Dios dentro de nuestra familia imperfecta, esforzándonos con amor, arrepentimiento y fe en Cristo. Al hacerlo, Él nos promete Su paz —esa paz que “sobrepasa todo entendimiento”— y la dicha de saber que, en Su plan eterno, la familia es, y siempre será, ordenada por Dios.
























