Capítulo 22
“Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones”
Un ministerio mundial
Cuando el Señor Jesucristo se preparaba para dejar a Sus discípulos al final de Su ministerio post-resurrección, les mandó: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). En esta última dispensación, el Señor llamó a doce Apóstoles para que fueran “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo” (D. y C. 107:23). Como Apóstol, viajar por el mundo para testificar del nombre de Cristo y de Su evangelio se convirtió en una parte vital del ministerio del élder Oaks, tanto antes como después de su llamamiento para servir en Filipinas.
Los viajes internacionales ampliaron su comprensión del mundo, de sus pueblos y de sus culturas, y él registró impresiones de lo que veía, a menudo con prosa elegante. Pero su propósito principal al viajar no era hacer turismo, y a veces lamentaba lo poco de tiempo que tenía para disfrutar de las bellezas de la tierra y de su gente. En cambio, se concentraba intensamente en el propósito apostólico de sus viajes, que incluía el mandamiento escritural de fortalecer las estacas de Sion (véase Isaías 54:2), un mandamiento cumplido en gran parte mediante la enseñanza y la capacitación.
Sin embargo, como nueva Autoridad General a mediados de los años ochenta, el élder Oaks tuvo su propia curva de aprendizaje, y sintió el dolor de escalarla. “Nadie me dice nada sobre mis discursos,” anotó con preocupación en su diario. “Es inquietante no recibir retroalimentación, pero supongo que tendré que acostumbrarme a ello como consecuencia de la renuencia de la gente a hablar con un Apóstol sobre su desempeño… Pero el respeto por la posición es tal que soy tolerado con amor y respeto.”
En un seminario para presidentes de misión en Europa, a fines de 1991, compartió con su audiencia “lo inadecuado que me sentía en mi llamamiento debido a las deficiencias en mi preparación.” Luego ofreció esta advertencia: “La tendencia natural en tal circunstancia es volver a hacer lo que sabemos hacer, sin importar los requerimientos de nuestro llamamiento, pero debemos moldearnos a nuestro llamamiento en lugar de tratar de conformar nuestro llamamiento a nuestra propia experiencia o preferencia.”
Con el tiempo, progresó, y en un seminario para presidentes de misión en 1996, “se sintió muy bendecido en el discurso principal de noventa minutos” que dio. Aun así, el patrón de un comienzo lento se mantuvo. “Como siempre ocurre en mis viajes,” escribió a fines de 1999, “a medida que pasan los días me pongo más en sintonía con el Espíritu, y claramente termino más fuerte de lo que empiezo.”
El éxito en su forma de hablar y de capacitar dependía tanto de la preparación de la audiencia como del orador. En 1985, apenas un año después de su llamamiento al apostolado, se dirigió a una audiencia bien preparada en Brasil, “y aunque solo tenía unas pocas notas para mis comentarios,” observó, “el Espíritu fue tan fuerte y tan directo que sentí que este fue uno de los mejores discursos que he dado durante nuestros viajes.” Veinte años después, tras una reunión de capacitación para líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, concluyó: “Lo que podemos hacer en la capacitación depende tanto de la audiencia como de nosotros.”
A veces, la eficacia también dependía de otras circunstancias. En una conferencia de liderazgo en el estado de Washington, el élder Oaks animó a los líderes “a usar el nombre completo y correcto de las personas que presentaban para un voto de sostén, dejando de lado apodos como ‘Butch’.” Después de la reunión, el hijo del élder Oaks, Lloyd, consejero en un obispado local, se acercó y le presentó a su presidente del quórum de élderes como “Butch.” “Avergonzado,” relató con humor el élder Oaks, “le pregunté a ‘Butch’ si ese era su verdadero nombre. En respuesta, me dio su nombre completo—lo cual me ayudó a entender por qué usaba el apodo de ‘Butch.’” Se rieron juntos, y el élder Oaks resolvió ser más cuidadoso en el futuro con sus ejemplos.
Al inicio de su ministerio, conoció a un matrimonio de médicos que había viajado más de seiscientos kilómetros “para ver al Apóstol” y escuchar las palabras del Señor comunicadas a través de él. “Esto me hizo tomar conciencia de la magnitud de las expectativas de los miembros y del Señor en cuanto a mi llamamiento,” escribió el élder Oaks, y trabajó arduamente para hacer lo que sentía que el Señor quería de él.
Un deber que cumplió con frecuencia fue hablar a los misioneros. En 1985, cerca del comienzo de su ministerio apostólico, habló a algunos en Ecuador. “Estas son dulces reuniones,” escribió, “y espero que seamos tan útiles para los misioneros como ellos son alentadores para nosotros.” La mayoría de las veces, encontraba a los misioneros humildes y enseñables, receptivos al Espíritu. Cuando eso sucedía, el élder Oaks sentía renovación personal e inspiración abundante en sus mensajes. “¡El espíritu de los misioneros sin duda marca la diferencia en lo que los oradores pueden hacer!” observó.
Con el tiempo, creció en su capacidad para evaluar y dirigirse a una audiencia. Se preparaba lo mejor que podía para cada ocasión y procuraba estar en sintonía con el Espíritu. En un viaje más de dos décadas después de su llamamiento, dio una serie de devocionales y “dependió del Espíritu para guiarme donde fuera, de modo que los discursos en los devocionales fueron bastante diferentes en cada lugar.” Al día siguiente, escribió: “Di un mensaje diferente al que he dado a cualquiera de las audiencias de misioneros en este viaje, pero me sentí inspirado y bendecido al hacerlo.”
“He sido testigo en múltiples ocasiones, y la gente también me lo ha dicho, que mientras él hablaba respondía a las oraciones de quienes estaban en la audiencia,” dijo Kristen Oaks de su esposo, después de muchos años de servir con él. “Ellos tenían preocupaciones por la familia, los cónyuges, la muerte, el divorcio, la enfermedad o incluso las finanzas, y sus palabras los guiaban y les brindaban consuelo. Él hablaba bajo la influencia del Espíritu y bendecía a quienes venían a escuchar la palabra del Señor.
“Tiene el don de ver el peligro desde lejos,” dijo ella acerca de él. “Fue uno de los primeros en hablar sobre los peligros de la pornografía, las voces alternativas y los ataques contra el matrimonio tradicional. Ve el peligro tanto en términos del daño espiritual que se causa a los miembros, como en cómo la legislación afectará la libertad religiosa en los años venideros. Esta es la razón por la que a menudo es tan firme en su enseñanza contra ciertos movimientos, argumentos y actividades. Cuando algunos otros solo piensan en el presente y en los sentimientos personales de los involucrados, él ve el efecto futuro sobre muchos. Es valiente en apoyar las leyes de Dios. Él es verdaderamente un vidente, y estoy muy orgullosa de él.”
A lo largo de su vida, la preparación minuciosa había sido su sello distintivo. Al ser llamado al Cuórum de los Doce sin haber tenido las experiencias típicas de haber servido primero como misionero de tiempo completo, presidente de misión o miembro de los Setenta, procuró compensar esa falta de experiencia mediante un estudio diligente, lo cual había aprendido a hacer como abogado y académico. Con el tiempo, se preparaba bien y aprendió a dejar de lado lo que había preparado si el Espíritu lo dirigía en una mejor dirección.
Sin embargo, como todos los miembros de la Iglesia, tuvo momentos de lucha. “Me sentí bastante fuera de sintonía con el Espíritu y tuve que orar fervientemente antes de hablar por más de una hora,” admitió en Taiwán en 2002. “Mis oraciones fueron contestadas, y creo que mi discurso fue al menos adecuado.” Su apretada agenda a veces hacía difícil la preparación. En 2004 escribió: “Me levanté a las 4:30 de la mañana para trabajar intensamente en las cuatro horas de mensajes que debo dar en este seminario de presidentes de misión. No había preparado esto antes de venir (demasiado ocupado).”
Cuando era un apóstol nuevo, a veces se sentía cohibido al hablar en el mismo programa que aquellos de mayor antigüedad. “Esta mañana fui el primer orador en el seminario de presidentes de misión, durante dos horas,” escribió en Filipinas en 1988. “Esto es difícil. Un discurso para presidentes de misión es el más difícil que doy, y ser el primer orador en el seminario cuando yo estoy ‘frío’ y ellos están ‘fríos,’ es la posición más difícil de todas. Me sentí apagado y luché, y terminé mi asignación con alivio”—especialmente porque el presidente Gordon B. Hinckley, entonces consejero de la Primera Presidencia, llegó justo a tiempo para escuchar la última parte del discurso.
El élder Oaks reconocía que su papel era explicar y exhortar, no entretener. En una conferencia en Nueva Zelanda en 1988, pasó cuarenta y cinco minutos contando historias y, escribió, “la audiencia parecía encantada.” Algunos contrastaban el estilo serio de sus discursos en la conferencia general con su estilo “afable y alegre” en esa reunión. “Supongo que está bien si transmito mis mensajes,” admitió el élder Oaks con cierta reserva, “pero creo que aquí fui un poco demasiado lejos con las historias y reduje el contenido del mensaje.”
La hermana Kristen Oaks identificó más tarde esta experiencia como un punto de inflexión en su ministerio. “Cuando se sentó,” relató ella, “el Espíritu le susurró: ‘Nunca vuelvas a hacer eso.’ A partir de ese momento, al igual que su mentor, el élder Bruce R. McConkie (quien tenía un gran sentido del humor), se volvió muy solemne y serio al enseñar doctrina. Tan intenso era el élder Oaks cuando hablaba de cosas sagradas que sus hijas le decían: ‘Papá, a veces pareces enojado cuando hablas.’ Él nunca estaba enojado ni irritado, solo serio al compartir verdades sagradas. La lección que aprendió en Nueva Zelanda ha dirigido su enseñanza hasta el día de hoy.”
En Guam, al año siguiente de su experiencia en Nueva Zelanda, habló de manera informal a los miembros reunidos y escribió: “La gente pareció disfrutarlo, y espero que se me perdone si comparto la felicidad así como la doctrina del evangelio restaurado.” Con el tiempo, aprendió a ajustar el tono a la naturaleza de la reunión. Con la práctica, también aprendió a hablar de manera más espontánea y personal en sus discursos, diciendo a menudo cosas en las que no había pensado de antemano al prepararse.
También encontró humor en respuestas inesperadas durante momentos de enseñanza seria. “En una reunión del sábado por la noche en una conferencia en los Estados Unidos,” recordó, “estaba tratando de animar a las familias a tener la noche de hogar. Vi al hijo adolescente de un consejero de la presidencia de estaca en la congregación y lo llamé al estrado. Sin previo aviso le pregunté qué hacía su familia en la noche de hogar. Sorprendió a todos y avergonzó a su padre al decir: ‘¿Qué es la noche de hogar?’”
Con frecuencia repetía la declaración del presidente Harold B. Lee de que “esta Iglesia no es un asilo de jubilación para los justos, sino un hospital para los pecadores.” Uno de los compañeros de viaje del élder Oaks, recordó, “me dijo que también había usado esa historia, y después un converso reciente le comentó: ‘Gracias por explicar ese principio. Ahora por fin entiendo por qué nuestra Iglesia llama a sus unidades barrios (wards).’”
Además de preocuparse por el contenido de sus discursos, el élder Oaks llegó a ver cuán importantes eran las interacciones personales con su audiencia, ya fuera un simple contacto visual, un saludo con la mano o, especialmente, estrechar manos. “Puedo sentir el poder de un ‘toque’ personal,” escribió. “Siento que el Señor está ejerciendo influencia en las personas a través de mi contacto personal con ellas, y estoy llegando a pensar que esto es al menos tan importante como lo que digo desde el púlpito.”
Algunas interacciones personales resultaron especialmente memorables. En Nueva Zelanda, algunos miembros maoríes “quisieron involucrarme en el saludo tradicional maorí nariz con nariz (hongi),” anotó. “Accedí.” En Inglaterra, una niña de diez años le entregó una nota que incluía un dibujo a lápiz de su cabeza y las palabras: “Sé que usted es un apóstal porque es limpio y su cabeza es brillosa.”
El élder Oaks encontró particularmente graciosa la referencia a su calvicie. Gran parte de su humor era autocrítico. “Quizás,” explicó, “heredé este tipo de humor de mi querida abuela Harris, a quien le encantaba contar cómo un nieto pequeño le preguntó: ‘Abuela, ¿antes eras bonita?’” A menudo, en el púlpito, citaba a una Autoridad General anterior que, dándose una palmada en la cabeza calva, decía: “Los nobles y grandes siempre salen arriba.”
También le gustaba contar la historia de una madre que escribió diciendo “que su hijo pequeño era un admirador.” El niño cansaba a sus padres con repetidas peticiones de “un corte de cabello igual al del élder Oaks.” “Sus padres finalmente cedieron,” relató el élder Oaks, “y le cortaron el cabello dejándolo calvo en la parte superior con flecos a los lados.” Le enviaron al élder Oaks una foto, que él disfrutaba mostrar a los demás.
En Burdeos, Francia, en 1991, el élder y la hermana Oaks almorzaron con el presidente de misión, Neil L. Andersen, su esposa Kathy y sus hijos. Camey, de quince años, dijo: “Esperaba quedarme sentada mientras los Oaks hablaban con mis padres, pero el élder y la hermana Oaks empezaron a hacernos preguntas a todos nosotros y nos hicieron parte de la conversación. ¡Fueron tan divertidos, y nos reímos durante todo el almuerzo!” En su diario escribió: “¡Los Oaks son personas tan especiales!”
Durante sus asignaciones, el élder Oaks conoció a muchos miembros que sufrían de enfermedades graves o que enfrentaban problemas personales importantes. Aunque no podía dar todas las bendiciones que le pedían, a menudo oraba por nombre por aquellos que buscaban alivio. En ocasiones, se enteraba después de bendiciones milagrosas en sus vidas. Sin embargo, consciente de las enseñanzas y consejos sobre compartir experiencias sagradas, no habló de esas experiencias públicamente.
Años de ministerio ayudaron al élder Oaks a darse cuenta de que ayudar a los oyentes a conectarse con el Espíritu era, a menudo, más importante que dar instrucción. “Hubo un espíritu muy fuerte y dulce en la reunión,” escribió en el año 2000, “y muchos dijeron que fue una de las mejores reuniones a las que habían asistido. Dudo que alguien recuerde mucho tiempo lo que se dijo, pero probablemente recordarán cómo se sintieron.”
Una habilidad que el élder Oaks tuvo que aprender como Autoridad General fue soportar el desgaste de los viajes internacionales largos y frecuentes. Además de lidiar con el desfase horario y la lentitud al inicio de un viaje, debía afrontar el agotamiento y el cansancio emocional al final y en los días muy largos. A veces llegaba a estar “desesperadamente cansado,” escribió. La fatiga también podía hacer que sus discursos perdieran fuerza. Después de una de esas experiencias, lamentó: “Salí de esa reunión con el deseo de haberlo hecho mejor.”
Para alguien que había pasado la mayor parte de su carrera en los Estados Unidos de habla inglesa, un desafío importante era la barrera del idioma entre él y sus audiencias. “Esta fue mi primera experiencia dirigiendo una conferencia de estaca en un país donde necesitaba la ayuda de un traductor,” escribió en Brasil poco después de haber sido llamado. Gracias a que tenía traductores excelentes, “parecía desenvolverme bien con mis discursos,” anotó. “La gente era muy cálida y amorosa, y traté de devolver ese sentimiento a través de la barrera del idioma.” En un viaje, su traductor “se sintió tan conmovido que se quebró en llanto y no pudo continuar durante varios minutos.”
En ocasiones, el élder Oaks intentaba dar algunas líneas de un discurso o testimonio en el idioma de su audiencia. Sintió que sus primeros intentos fueron pobres, aunque con el español mejoró con el tiempo. Además, el Espíritu lo ayudaba a superar algunos obstáculos lingüísticos.
Aunque la reorganización de estacas era una responsabilidad delegada con frecuencia a los Setenta a medida que la Iglesia crecía en tamaño y complejidad, el élder Oaks disfrutaba del fuerte testimonio del Espíritu que llegaba cuando él cumplía esa responsabilidad. Dos miembros de los Setenta lo asistieron en la organización de la primera estaca en un país. Rápidamente redujeron los candidatos a “dos hombres, cuyas cualificaciones eran tan iguales que no podíamos elegir entre los dos en base a criterios objetivos,” escribió el élder Oaks. “Nos arrodillamos en oración, con cada uno de nosotros orando por turno.” Luego, cada uno tomó un papel en el que estaban escritos los nombres de ambos candidatos y marcó en privado el nombre de aquel que sentía debía ser llamado. “Cuando terminamos,” escribió el élder Oaks, “fui dando vuelta los papeles uno por uno. Los tres habíamos marcado el mismo nombre” y nos sentimos “emocionados por esta evidencia de que el Señor estaba dirigiendo la elección.”
Uno de los principales propósitos de sus viajes mundiales era la capacitación de líderes. Durante su vida, la Iglesia había pasado de ser principalmente una institución estadounidense a convertirse en una Iglesia global, con un crecimiento especialmente vibrante al sur del ecuador. La clave de ese crecimiento era el liderazgo, que en algunas áreas era débil y escaso, y en otras, fuerte y abundante. Al viajar por el mundo, el élder Oaks veía el progreso en la madurez espiritual y en las habilidades de los líderes llamados a servir en muchos países, y procuraba adaptar su capacitación a las necesidades de su audiencia.
Uno de los principios que enseñaba era la importancia de que la Iglesia creciera desde centros de fortaleza. “Queremos estacas en las ciudades capitales antes de intentar esparcir ramas por todo el país de una manera que no podamos supervisar adecuadamente,” explicó.
Una de las mejores partes de sus viajes mundiales eran sus compañeros de viaje, generalmente otras Autoridades Generales, y él comentaba a menudo cuánto disfrutaba trabajar con ellos. Siempre que podía, le gustaba viajar con su esposa, June, durante la primera parte de su ministerio, y con Kristen después de su segundo matrimonio. June no disfrutaba hablar en público, pero cumplía fielmente con lo que se le pedía, dando discursos notables que llegaban bien a las audiencias. Sus observaciones y consejos ayudaron al élder Oaks a crecer en su ministerio.
Kristen tenía gran experiencia y habilidad para hablar en público, lo hacía con frecuencia y ayudaba a capacitar a las líderes de mujeres en todo el mundo. Hablando en un devocional en Cusco, Perú, en 2014, el élder Oaks la tenía en mente cuando aconsejó a sus oyentes “elegir un cónyuge que los hiciera querer ser mejores de lo que son.” Declaró: “Aunque llevaba dieciséis años como Apóstol cuando me casé con ella, ella aún me mostraba maneras en que yo podía ser mejor, y siempre me hacía querer ser mejor.”
“Nuestro tiempo en el campo misional mejoró mi visión de mi propósito como esposa de un Apóstol,” escribió Kristen. “Éramos verdaderamente ‘compañeros iguales’ en los asuntos familiares, pero la gran realidad de la autoridad del sacerdocio se desplegó ante mis ojos cuando el élder Oaks se levantaba en la noche para orar y registrar impresiones, cuando trabajaba diariamente en el campo misional e instruía a los líderes de la Iglesia. Su responsabilidad era distinta y separada, dada por Dios, de edificar el reino de Dios en la tierra.”
“En lo personal,” añadió ella, “siempre estaré agradecida de haber podido testificar de mi Salvador, Jesucristo, visitar hogares de miembros alrededor del mundo, enseñar a las hermanas y distribuir los Guantes de Testimonio para los niños—más de 100,000 en veinte idiomas. Estas fueron oportunidades gloriosas mientras estaba al lado de mi esposo. Siempre las recordaré y me regocijaré en ellas. También llegué a comprender que mi mayor contribución fue aliviar las cargas de mi esposo escuchando sus impresiones, apoyando sus ideas y creando momentos felices en el camino—reuniendo a nuestras familias, disfrutando de nuestros nietos, dedicando tiempo a la recreación y la risa, e incluso gozando de distracciones inesperadas como un viaje en tren a Machu Picchu mientras estábamos en una asignación de la Iglesia. Esos momentos han hecho nuestra vida gozosa.”
Kristen se convirtió en una atenta observadora de su esposo durante su ministerio juntos. “Recuerdo que en Nigeria, mientras él hablaba, se detuvo y su semblante cambió,” relató. “Estaba hablando como profeta y le dijo a la audiencia que ‘Nigeria se convertiría en una de las naciones líderes del mundo.’ En los primeros años de su servicio, también habló y dijo a los miembros en Ucrania que tendrían un templo, lo cual entonces parecía imposible.” Y así sucedió.
La experiencia de vida de Kristen también la capacitó bien para acompañar a su esposo en reuniones con líderes prominentes. Por ejemplo, el élder Oaks trabajó con el Departamento de Historia Familiar de la Iglesia para preparar una historia familiar que pudiera ser presentada a la primera dama Michelle Obama. El miércoles 17 de marzo de 2010, el senador Harry Reid acompañó al élder y la hermana Oaks, junto con la presidenta general de la Sociedad de Socorro, Julie Bangerter Beck, y su esposo, a reunirse con la señora Obama. “Presentamos los volúmenes,” escribió el élder Oaks, “y mostramos la versión electrónica. Hice que Julie Beck leyera la carta de presentación que había preparado, la cual leyó con emoción. El Espíritu estuvo presente, y todos lo sintieron. La señora Obama se mostró conmovida y emocionada, y no pudo haber sido más amable y agradecida.”

El élder Oaks y la hermana Kristen Oaks con Michelle Obama
Durante las décadas de su ministerio apostólico, el élder Oaks ayudó a la Iglesia a crecer en algunos de los países más grandes del mundo donde antes había pocos miembros, incluyendo China, India y algunos países de la ex Unión Soviética. Por esta y otras razones, con frecuencia se reunió con funcionarios gubernamentales. Por norma, la Iglesia entra a los países por la puerta principal, obedeciendo las leyes de la nación.
Las autoridades chinas permitieron que la Iglesia funcionara en China siempre que los miembros chinos y los expatriados adoraran por separado. Sin misioneros en ese país, el crecimiento de la Iglesia ocurrió gradualmente por medio del boca a boca, el crecimiento familiar y, en particular, el regreso a China de miembros que se habían unido en otros países. Guiándolo en esta obra, especialmente en los primeros años de su ministerio, estuvo su compañero apóstol Russell M. Nelson, quien tenía una impresionante experiencia previa en China. “Él es un hombre de gran fe y sabiduría,” escribió el élder Oaks con admiración.
Durante los primeros años en que el élder Oaks viajó a China, se reunió con frecuencia con Gerrit W. Gong, presidente de la Rama de Beijing, a quien había conocido cuando Gerrit era estudiante de primer año en BYU. Más tarde, el élder Oaks siguió de cerca la impresionante carrera de Gerrit, anotando en su diario cuando este se convirtió en becario Rhodes en Oxford. Sus encuentros continuaron cuando Gerrit fue llamado al Cuórum de los Doce. “Hablábamos sobre las cosas que estaban ocurriendo en China o en Asia en general,” recordó el élder Gong. “Él tenía una voraz capacidad de comprender las cosas y de ponerlas en perspectiva.”
Al igual que en China, la Iglesia tenía un pequeño número de miembros en India. Al élder Oaks se le asignó dedicar la tierra y ayudar a desarrollar “un plan maestro para establecer la Iglesia allí.” Al dedicar el país en 1989, sintió inspiración divina. “No había formulado ninguna frase en mi mente,” escribió, “pero después de comenzar, las palabras fluyeron con fuerza y claridad, y el Espíritu del Señor estuvo presente y fue sentido por todos.” La hermana June Oaks le dijo después que había sido “una experiencia poderosamente inspiradora para ella,” y él afirmó: “Seguramente lo fue para mí.”
En 1991, el élder Oaks y el élder Nelson viajaron a Armenia para dedicar ese país. El élder Nelson pidió al élder Oaks que fuera la voz de la oración. “Sin preparación,” escribió el élder Oaks, “dependí enteramente del Espíritu del Señor para que me guiara.” El élder Nelson explicó más tarde: “Con mi brazo alrededor de su cintura, nos arrodillamos bajo la sombra del monte Ararat y Dallin ofreció una oración dedicatoria que fue simplemente elocuente. Quince minutos antes no tenía idea de que iba a dedicar ese país. Fue una oración dedicatoria inigualable y elocuente.”
En abril de 1993, el élder Oaks dedicó Albania en una colina al este de la capital de la nación. “En preparación,” escribió, “había estudiado, ayunado y orado, y me sentí muy bendecido en esta oración.” Su dedicación de Cabo Verde en 1994 también salió bien, pues “fue bendecido con fluidez en la oración dedicatoria.” Cuando dedicó Pakistán en 2007, “se sintió muy bendecido e inspirado” en lo que dijo, “y el espíritu fue muy dulce” durante la reunión.
Para lograr todo lo que se le pedía durante décadas de viajes, el élder Oaks y sus compañeros soportaron largas ausencias del hogar, alojamientos incómodos, retrasos de vuelos, conexiones perdidas, tráfico congestionado, cancelaciones, equipaje extraviado, cortes de energía, enfermedades y accidentes. “No disfruto sentarme en aviones, autobuses y aeropuertos,” se lamentó el élder Oaks en un viaje particularmente largo, agregando con filosofía: “Pero todo es parte de viajar.” Y además estaba el gran peso de las muchas dificultades que le presentaban los líderes locales. “¡Oh, los problemas de una Iglesia mundial!” escribió en una ocasión.
Sin embargo, en general, tomaba todo con calma. Como escribió durante una visita a Europa: “Hasta ahora nuestro viaje ha sido agotador pero absolutamente encantador.” Tras algunas dificultades durante un viaje por Asia, escribió con optimismo: “Todo resultó bien.” Para mantenerse de buen ánimo, pensaba en los Apóstoles del siglo XIX. “Qué contraste,” escribió, “entre la comodidad y la rapidez con que viajamos y las circunstancias en las que los primeros Apóstoles hacían sus viajes al este a través de las llanuras y en velero hasta Inglaterra, tardando alrededor de dos meses en su trayecto.”
El aspecto más desafiante de los viajes mundiales era el cansancio. Una y otra vez, en sus diarios de viaje describía cómo caía rendido en la cama después de un día largo. Sin embargo, aceptaba el cansancio como un precio por cumplir con su deber, y no lo dejaba desanimarlo. Como con otros desafíos, simplemente lo sobrellevaba lo mejor que podía y contaba las bendiciones espirituales que venían con ese exigente horario. Cuanto más envejecía, más difícil se hacía viajar, y tuvo que aprender a dosificarse.
Expresó mejor sus sentimientos durante un viaje a África en 2006. “Al reflexionar sobre lo que he estado haciendo en este viaje,” escribió, “me impresiona el hecho de que estoy trabajando tan arduamente que jamás lo haría por dinero. Amo hacer esto por el Señor, y amo a las personas con quienes trabajo y a quienes conozco en estos viajes… Al caer en la cama exhausto al final del día, no me pongo a pensar o temer otro día, sino que solo siento una maravillosa satisfacción de haber dado lo mejor de mí en el día que concluye. Amo trabajar para el Señor y Sus hijos.”

























muchas gracias ♥️ por favor si tuvieran el libro en inglés podrían compartirlo también ♥️
Me gustaMe gusta
Déjame tu correo o envíame tu correo a lgbarria25@gmail.com
Me gustaMe gusta
gracias, este es mi correo tarsesteban128e@gmail.com
muchas gracias
Me gustaMe gusta
Gracias por compartir lo estuve buscando por mucho tiempo , puedo tenerlo en PDF
Este es mi correo washingtonpalacios28@gmail.com
Me gustaMe gusta
La primera parte fue maravillosa!
Me gustaMe gusta
Hola, podrías decirme como puedo descargar el Libro por favor
Me gustaMe gusta
Haz clic para acceder a en-las-manos-del-seno.pdf
Me gustaMe gusta
Muchas gracias por el libro lo busque por algún tiempo , y ahora podre disfrutarlo , gracias por su trabajo al traerlo a nosotros .
Me gustaMe gusta