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Capítulo 4
Cristo Revelado
a Través de sus Profetas
Cristo y Sus Profetas Son Uno
Para Aceptar a Cristo, Debemos Aceptar a Sus Siervos
Cristo y sus profetas van de la mano. No pueden separarse. Es total y completamente imposible creer en Cristo sin también creer y aceptar la comisión divina de los profetas enviados para revelarlo y llevar sus verdades salvadoras al mundo. (DyC 1:38; 21:4-5; 84:36; 3 Nefi 28:34; Éter 4:10; Mateo 10:40-41.)
Nadie hoy en día diría: “Creeré en Cristo, pero no creeré en Pedro, Jacobo y Juan ni en su testimonio de Él.” Por la misma naturaleza de las cosas, creer en Cristo es más que aceptarlo como una persona individual, aislada, como alguien independiente de cualquier otro. Creer en Cristo presupone e incluye la aceptación de los profetas que lo revelan al mundo.
Jesús dijo: “El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí” (Juan 13:20). También: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha” (Lucas 10:16).
Para creer en Cristo no solo debemos aceptar a los profetas que lo revelan, sino que también debemos creer en los relatos de las Escrituras registrados por esos profetas. Jesús dijo a un profeta del Libro de Mormón: “El que no creyere mis palabras, tampoco me creerá a mí—que yo soy” (Éter 4:12), lo que significa que no creerá que existo y que soy el Hijo de Dios.
Nefi, otro profeta del Libro de Mormón, invitó a todos los hombres a “creer en Cristo. Y si creéis en Cristo,” dijo, “creeréis en estas palabras [es decir, en el relato del Libro de Mormón], porque son las palabras de Cristo, y él me las ha dado.” (2 Nefi 33:10.)
Pero incluso las mismas Escrituras solo pueden interpretarse con certeza cuando está presente el espíritu de profecía, como dijo Pedro: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada. Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” (2 Pedro 1:20-21)
Los profetas dieron las Escrituras, y los profetas deben interpretarlas. Los santos hombres de la antigüedad recibieron revelación del Espíritu Santo, la cual registraron como Escritura; ahora los hombres deben tener ese mismo Espíritu Santo para revelar el significado de las Escrituras; de lo contrario, habrá una multitud de interpretaciones privadas y, como consecuencia, muchas iglesias diferentes y en desacuerdo entre sí, que es precisamente la condición del mundo religioso actual. (Informe de la Conferencia, octubre de 1964.)
No podríamos creer en Cristo si no hubiera profetas que declararan a Cristo y sus verdades salvadoras a nosotros. El apóstol Pablo razonó sobre este tema, y dijo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14-15.)
Excepto por Cristo, no habría salvación. Y sin los profetas de Dios, enviados en las distintas épocas de la historia de la tierra, no se daría testimonio de Cristo, no se enseñaría el mensaje de salvación, y no habría administradores legales que pudieran realizar las ordenanzas de salvación para los hombres—es decir, realizarlas de modo que sean válidas en la tierra y selladas eternamente en los cielos.
Así es como el Señor ha enviado profetas. Nadie supondría que puede creer en Cristo y rechazar a los profetas. El Señor y sus profetas van de la mano. Cristo dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador”; luego dijo a sus apóstoles: “Vosotros sois los pámpanos.” (Juan 15:1, 5.) Los pámpanos y la vid están conectados. También enseñó que si los pámpanos eran arrancados de él, se secarían, morirían y serían echados al fuego. Si las personas del mundo quieren recoger el fruto de la vida eterna de los pámpanos, tienen que aceptar a los profetas, porque los pámpanos son los profetas.
Los Santos Reconocen a los Profetas de Dios en Cada Dispensación
Este ha sido el sistema que el Señor ha establecido desde los días del padre Adán hasta el momento presente, y continuará eternamente. El Señor envió a Adán en el principio para enseñar los principios de salvación (Moisés 5:58–59; 6:1). Adán tuvo una dispensación del evangelio, es decir, el Señor le reveló directamente desde los cielos, le dispensó las verdades salvadoras; y cualquiera que viviera en los días de Adán, para ser salvo en el reino celestial, debía aceptar a Jesucristo, en quien reside la salvación, y también debía aceptar a Adán como el revelador, el profeta, el administrador legal que enseñó las leyes de salvación y administró las ordenanzas correspondientes. Así ocurrió en cada dispensación sucesiva.
En los días de Enoc, si un hombre quería ser salvo en el reino celestial, aceptaba a Cristo como el Salvador del mundo y a Enoc como su profeta. Y así fue en los días de Abraham, de Moisés, de Pedro, Jacobo y Juan, y en nuestros días.
Supongo que el procedimiento de la Iglesia no era muy diferente en los tiempos antiguos. También tenían reuniones de testimonio, y cuando las personas se levantaban en ellas, movidas por el Espíritu Santo, daban testimonio de que Jesucristo era el Hijo de Dios que habría de venir, y que Adán era su profeta, o Enoc, o el jefe de la dispensación correspondiente; y así es hoy en día. Testificamos de Jesucristo, y testificamos de José Smith, y ellos son uno. Están perfectamente unificados. (DyC 84:36–38.) (Informe de la Conferencia, octubre de 1951.)
Dios Opera a Través de los Profetas
En otras palabras, si “invocamos el nombre del Señor”, si confesamos con nuestra boca al Señor Jesús, si creemos en nuestro corazón “que Dios le levantó de los muertos”, es porque primero creemos y aceptamos el testimonio del apóstol o profeta enviado por Dios para darnos el conocimiento de la salvación.
No es parte del plan del Señor aparecer personalmente a cada hombre para decirle qué creer y cómo actuar para ser salvo. Pero sí es parte del plan del Señor enviar administradores legales investidos con poder de lo alto, enviar profetas y apóstoles para enseñar sus verdades y realizar las ordenanzas de salvación.
Pablo fue uno de ellos. Como fue enviado a los romanos, esa nación debía aceptarlo como apóstol para aceptar a Cristo como el Salvador. Si creían en la comisión divina de Pablo, entonces podían creer en su testimonio sobre Cristo y las verdades salvadoras de su evangelio. Si creían en Cristo y lo aceptaban como el Hijo de Dios, necesariamente debían creer que Pablo era un apóstol, porque él fue el predicador enviado a ellos para revelar la verdad sobre Cristo y el evangelio. (Informe de la Conferencia, octubre de 1964.)
Abraham vio a los profetas de Dios
¿Puedo mencionar ahora la gran visión que tuvo el patriarca Abraham? Recordarás que el Señor le mostró las huestes preexistentes y, en particular, a los nobles y grandes en aquel mundo. Abraham los vio: las inteligencias, los hijos espirituales de Dios nuestro Padre, los espíritus nobles y grandes que estaban entre ellos. Y el Señor le dijo: “Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer” (Abraham 3:23).
El lugar de José Smith en el esquema eterno
Así como fue con Abraham, así también con todos los profetas de Dios. A veces alguien puede preguntarse (es decir, alguien del mundo): ¿cómo es posible que el Padre y el Hijo se aparecieran a un muchacho de catorce años y medio en la primavera de 1820, para dar comienzo, como solemos decir, a la dispensación del cumplimiento de los tiempos?
José Smith se sentó con el padre Abraham en los concilios de la eternidad, y José Smith fue ordenado, como lo fue Abraham, para venir y ser la cabeza de una dispensación del evangelio aquí en la tierra. Él había ascendido, por virtud de su obediencia, inteligencia, progreso y rectitud, a un alto estado de perfección espiritual en aquel mundo. Cuando vino aquí, trajo consigo los talentos y habilidades, la profunda espiritualidad y la rectitud innata que había desarrollado allá, bajo la tutela de Dios el Padre.
En los mundos eternos, el primogénito espiritual del Padre fue Jehová, quien es Cristo (Abraham 2:7–8; JST Éxodo 6:3; Salmo 83:18; Isaías 12:2; 26:4, 19; DyC 110:1–10; Moroni 10:34). Él era preeminente (Abraham 3:24, 27). Junto a Cristo estaba el gran espíritu Miguel (Enseñanzas, pág. 157). Cristo fue ordenado como un cordero inmolado desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8), escogido para venir aquí y ser el Redentor. Miguel fue preparado, escogido y enviado aquí como el padre Adán, el primer hombre de todos los hombres, la primera carne sobre la tierra (Moisés 3:7), la cabeza de la raza humana y el sumo sacerdote presidente, bajo Cristo, sobre toda la tierra.
Los hombres espirituales que estuvieron asociados con Cristo y con Adán en todas las eternidades preexistentes, y que fueron más valientes que todos sus compañeros, fueron los escogidos para encabezar las diversas dispensaciones del evangelio. Uno de ellos fue el profeta José Smith. No se necesita mucha reflexión para saber que José Smith fue uno de los doce espíritus más grandes que Dios el Padre Eterno tuvo en todos los concilios de la eternidad; que vino para estar aquí en el momento señalado, a la hora exacta y en el preciso instante que el Señor había designado para abrir esta dispensación. Él estuvo aquí para participar en ese evento.
No creo que el Padre y el Hijo se hubiesen aparecido a un muchacho común de catorce años y medio, si hubiese salido a esa arboleda a preguntar al Señor cuál de todas las iglesias era la verdadera… El Señor había estado preparando a José Smith para ese evento desde toda la eternidad… José Smith tenía la estatura espiritual, la fortaleza en la rectitud que le permitió soportar la visión; tenía el talento y la capacidad para avanzar en rectitud en el reino de Dios en la tierra: primero, para establecerlo; y luego, en cierta medida, para perfeccionar su organización antes de ser llevado a casa, antes de sellar su testimonio con su sangre.
Cristo y sus profetas son uno; y la salvación en esta dispensación es, primero, por medio de Cristo y su sacrificio expiatorio, y es, segundo, mediante la aceptación del sacrificio expiatorio y de las doctrinas de Cristo tal como fueron reveladas por el profeta José Smith, y tal como son enseñadas por los oráculos vivientes que portan el manto del Profeta y que están en este mismo momento a la cabeza del reino de Dios en la tierra.
Conocimiento personal de los profetas vivientes
¿Puedo contarte una experiencia que tuve? Nunca antes se la he contado a nadie, excepto a mi esposa. Hace seis meses [abril de 1951], en la asamblea solemne, cuando se sostuvo a la Primera Presidencia de la Iglesia, mientras estaba sentado aquí detrás de uno de estos púlpitos más bajos, la voz del Señor vino a mi mente con tanta certeza —estoy seguro— como vino la voz del Señor a la mente de Enós, y las palabras mismas se formaron, y decían: “Éstos son a quienes he escogido como la Primera Presidencia de mi Iglesia. Síguelos”, esas pocas palabras.
He tenido un testimonio de la divinidad de esta obra desde mi juventud. Fui criado en un hogar donde el amor era la fuerza motriz, donde mis padres me enseñaron justicia, y he crecido con un testimonio. Pero ese testimonio fue una confirmación adicional. Significó para mí que ésta es la Iglesia del Señor; que su mano está sobre ella; que Él la organizó; que estos hombres que presiden han sido llamados por Él; que son sus ungidos; que si los seguimos como ellos siguen a Cristo, tendremos vida eterna. (Informe de la Conferencia, octubre de 1951.)
Falsos profetas proclaman falsos Cristos
Hoy en día, la gente por todas partes está escuchando voces, voces extrañas que los incitan a seguir senderos secundarios y prohibidos que conducen a la destrucción. Esto se ve especialmente en los tonos suplicantes de ese coro de voces discordantes que hablan del mismo Salvador del mundo.
Hay voces que claman: “He aquí, Cristo está aquí” o “He allí”, lo cual significa que diversos predicadores dicen: “Cree en Cristo y serás salvo según este sistema” o “según aquel otro sistema”.
Una voz del Corán proclama a Jesús como profeta, al igual que Abraham y Moisés, pero descarta su filiación divina con la declaración de que Alá no necesita un hijo para redimir a los hombres; más bien, le basta con hablar y la cosa se hace.
Una voz de cierta secta, mirando hacia la cruz, dice: “Fuimos salvos hace dos mil años, y ahora no hay nada que podamos hacer al respecto, para bien o para mal.”
Otra voz proclama: “El bautismo no tiene importancia; simplemente cree, confiesa al Señor con tus labios; no se necesita más; Cristo lo hizo todo.”
Otra secta deja de lado la necesidad de las buenas obras con la afirmación de que al final todas las almas estarán en armonía con Dios—todos serán salvos.
Otra alza su canto sobre la confesión, la penitencia, el purgatorio y los ritos rituales de una jerarquía sacerdotal. Otra dice que nuestro Señor fue un gran maestro moral, nada más. Otros creen que el nacimiento virginal fue solo una ficción piadosa fabricada por discípulos ingenuos que también inventaron los relatos de los milagros.
Y así continúa; todas las sectas, partidos y denominaciones proclaman a un Cristo moldeado según sus diversas peculiaridades teológicas. Y como sabemos, este mismo alboroto de voces que claman que la salvación viene por medio de Cristo, según este o aquel sistema contradictorio, es en sí una de las señales de los tiempos.
Jesús predijo que en nuestros días habría falsos Cristos y falsos profetas, lo que significa que surgirían religiones falsas que llevarían su nombre, y que las doctrinas falsas y los maestros falsos estarían por todas partes (Mateo 24:5, 11, 23-24; JS—M 1:5-6, 9, 21-22).
La Nuestra, la Única Voz de Verdad
En medio de todo ello, que podamos levantar la única voz que refleja la mente, la voluntad y la voz del Señor. Nuestra voz es una que testifica de un Cristo verdadero y viviente; es una que declara que el Señor Jesús se ha revelado a sí mismo y a su evangelio nuevamente en los tiempos modernos; es una voz que invita a todos los hombres a venir a Él, quien murió en el Calvario, y a vivir sus leyes tal como las ha dado a los profetas modernos. (Informe de la Conferencia, abril de 1977.)
Nuestra Comisión de Testificar de Cristo
Nuestra Misión: Una de Testimonio
Según entiendo, nuestra misión para el mundo en este día es testificar de Jesucristo. Nuestra misión es dar testimonio de que Él es el Hijo del Dios viviente y que fue crucificado por los pecados del mundo; que la salvación fue, es y será, en y por medio de su sangre expiatoria; que, en virtud de su expiación, todos los hombres serán resucitados a la inmortalidad, y que aquellos que crean y obedezcan la ley del evangelio obtendrán tanto la inmortalidad como la vida eterna.
Y la posición que ocupa José Smith en el plan divino es que él es el principal testigo de Cristo que ha habido en este mundo desde que el Hijo de Dios anduvo personalmente entre los hombres y dio testimonio de sí mismo diciendo: “Yo soy el Hijo de Dios” (Mateo 27:43; Juan 10:36).
Todos los Aspectos del Evangelio Testifican de Cristo
Creemos, y doy testimonio, que Jesucristo es el Primogénito espiritual de Elohim, quien es Dios, nuestro Padre Celestial. Creemos que, mientras vivía en el mundo preexistente, por virtud de su inteligencia superior, progreso y obediencia, alcanzó la posición de un Dios. Y entonces se convirtió, bajo la dirección del Padre, en el creador de este mundo y de todas las cosas que hay en él, así como también el creador de mundos sin número.
Creemos que Él fue el Jehová del Antiguo Testamento; que fue por medio de Él que Dios el Padre trató con todos los antiguos profetas, revelándoles su mente, su voluntad y el plan de salvación.
Cristo dio el evangelio a los antiguos comenzando con Adán y continuando, dispensación tras dispensación, hasta el tiempo presente. Y todo lo que ha sido dado en el evangelio, y todo lo que de cualquier manera ha estado relacionado con él, ha sido diseñado con el propósito expreso de dar testimonio de Cristo y certificar su misión divina.
Los Sacrificios en Similitud del Hijo de Dios
Desde Adán hasta Moisés y desde Moisés hasta Cristo, los profetas y sacerdotes de Dios ofrecieron sacrificios. Tales sacrificios eran en similitud del sacrificio del Unigénito del Padre que habría de venir. (Éxodo 12; Moisés 5:5–8; Alma 34:10–14.) Cuando Moisés levantó la serpiente en el asta en el antiguo Israel y dijo a los israelitas que quienes miraran vivirían al ser mordidos por serpientes venenosas, fue en similitud del hecho de que el Hijo de Dios sería levantado en la cruz y que todos los que miraran hacia Él podrían vivir eternamente (Números 21:8–9; Juan 3:14; Alma 33:19–22).
Las Ordenanzas del Evangelio Centran la Atención en Cristo
Cada ordenanza del evangelio está diseñada para señalar y centrar la atención de los hombres en Cristo. Somos bautizados en similitud de su muerte, sepultura y resurrección (Romanos 6:3–5). Honramos el domingo como día de reposo porque fue en ese día cuando Él resucitó de la tumba (Hechos 20:7), rompiendo las ligaduras de la muerte y convirtiéndose en las primicias de los que durmieron (1 Corintios 15:20). Los antiguos honraban el séptimo día como día de descanso y adoración porque fue en ese día que Él descansó de sus labores después de trabajar bajo la dirección de su Padre en la creación de este mundo (Éxodo 20:8–11). De hecho, Jacob dice: “Todas las cosas que han sido dadas por Dios desde el principio del mundo al hombre, son el simbolismo de él” (2 Nefi 11:4).
Todo profeta que ha habido en el mundo ha testificado que Él es el Hijo de Dios (Hechos 10:43), porque por su misma naturaleza, ése es el principal llamamiento de un profeta. El testimonio de Jesús es sinónimo del espíritu de profecía (Apocalipsis 19:10).
Por Convenio Somos Sus Testigos
Cuando los santos de los últimos días pasan por las aguas del bautismo, es con un convenio de que seremos testigos de Cristo en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar en que estemos, aun hasta la muerte, para que podamos ser redimidos por Dios, contados entre los de la primera resurrección y obtener la vida eterna, por la cual entendemos la vida en el reino celestial de los cielos. Una de nuestras revelaciones dice que “a todo hombre que ha sido avisado, le conviene amonestar a su prójimo” (DyC 88:81). Esa es nuestra responsabilidad.
Testificamos con Palabras y con Hechos
No siempre se trata simplemente de decir con tantas palabras que estas cosas son verdaderas. Primero que todo, creo que damos testimonio de Cristo por la vida que vivimos, dejando brillar nuestra luz y permitiendo que los principios del evangelio hablen a través de nosotros (Mateo 5:13–16; 2 Timoteo 4:12). Si podemos incorporar el amor, la caridad, la integridad, la humildad y la virtud —que son parte del evangelio— en nuestras vidas de modo que otros vean nuestras buenas obras, entonces estamos, por ese hecho, testificando de los frutos del mormonismo, del hecho de la restauración del evangelio y de la divinidad de Jesucristo, cuya mano está en esta obra. (Informe de la Conferencia, octubre de 1948.)























